En la lucha

Rómulo es un amigo de reciente data, negro, cuarentón y simpático. A veces nos vemos para conversar un rato mientras él se toma varios cafés y yo, los refrescos que encuentre en el sitio; hace mucho que aprendí a no ser exigente. Si yo no tomo café, eso es asunto mío con todo y sus consecuencias. Además de negro, Rómulo es cubano. Hace poco tiempo, a la única que le hubiera importado ese dato habría sido a mi mamá, que siempre quería saberlo todo, de todo el mundo, porque su curiosidad era mayor que su bondad. A nadie más. Hasta hace poco tiempo, el mundo de cada uno de nosotros, estaba divido en los que me caen y no me caen bien. Ahora resulta que no es tan simple. Rómulo es cubano, de los de “allá”. Médico cubano para más señas. Para la mitad del país, él no es más que la representación misma de lo diabólico; para la otra mitad, aun no llega a compañero y muy a lo calladito es visto como un intruso que ha venido a dejar sin trabajo a los mismos que lo alimentan. Para sí mismo, él está cumpliendo un deber, aunque admite con tristeza que ese deber es la repetición de un engaño. Ni en Cuba le han terminado de dar nada de lo que le prometieron a él y su familia, ni en Venezuela le pagan el exiguo sueldo oficial desde hace más de cinco meses y lo obligan a repetir todas las rutinas que creía olvidadas. Camisetas rojas de por medio, la supervivencia de Rómulo y de los suyos, pasa por marchas en apoyo a un régimen que no le pertenece y un sinfín de cosas más que suele contar con cara de disgusto. A veces me gustaría preguntarle si ese sacrificio sigue siendo necesario en aras de una ideología que no he logrado descubrirle en ninguna parte, pero cada vez que lo intento recuerdo con preocupación una de las primeras cosas que le escuche decir al conocerlo: “Chico… si esto aquí, apenas está empezando. Ponte creativo y métete en la lucha. El único que todavía cree en esto, se está muriendo con aire acondicionado, a uno lo que le queda es la lucha...” Apenas ahora me entero de lo que realmente significa lucha…

En realidad, ¿ganamos?

El almuerzo de ayer tuvo una invitada de lujo: mi sobrina de 15 años, que algunas veces nos regala un poco de su tiempo adolescente y se sienta a la mesa de sus tíos para ver si pasa algo. Para mí, siempre es divertido. Ella conversa poco, pero sus temas la mayoría de las veces son reveladores. Por ejemplo, la niña se enteró ayer, por casualidad, que en este país alguna vez vivió un señor llamado Jóvito Villalba. Lo mencionamos en el transcurso de la conversación y nos extendimos en aclarar un poco su papel en la historia y ella, con la candidez de quien no sabe, preguntó abiertamente de quien estábamos hablando. Le respondí, preguntándole si en su colegio no enseñaban historia de Venezuela y ella me dijo que si, pero que a ese señor nadie lo había mencionado nunca. Terminé de comer con la certeza de que hay otros a los que tampoco han mencionado y algunos a los que, tal vez, mencionan demasiado. Después de todo, la historia es de quien la cuenta, incluso la que debería hacer memoria de país. No quiero decir que conocer la vida de Jóvito Villalba importe mucho más que conocer la vida de José Antonio Páez; es que el desconocimiento de mi sobrina, me dejó un sinsabor muy parecido al que dejan los conocimientos que se adquieren o se dejan de adquirir, según el capricho de un poderoso que además no termina de hablar claro.

O tal vez sì, por boca de sus lacayos, cuando se anuncia la noticia estrella de hoy: Nuestras escuelas públicas serán supervisadas por cubanos, ya que según el Ministerio de Educación, los docentes con función supervisora deben estar “consustanciados en la formación socio-política, que garantice la transformación en lo que respecta a la supervisión educativa”. (rojos dixit). Decisión de jefe que revela, entre otras cosas que, por suerte, tal “consustación” no es una característica de los docentes del patio. Debe ser por que hasta hoy, ninguno sabía lo que realmente significa la palabra adoctrinamiento. Y en el mundo todavía hay gente que dice que las consecutivas elecciones que el gobierno del Sabanetero ha convocado, convierten a Venezuela en un país con una democracia sólida y madura. ¿Nosotros no votamos NO a la reforma de la ley educativa, y ganamos?

Juancito Trucupey

Esta mañana lograron por fin animar mi desayuno. Nada más y nada menos que el inefable gordo Barreto empeñado en defender cosas indefendibles, en tremenda rueda de prensa. El mismo gordo desagradable que una vez se plantó en el Teresa Carreño a insultar a López y Capriles, es hoy, según sus propias palabras, objeto de una injustificada persecución política a manos del mismo que una vez lo subió a los altares. ¡Vaya paradoja! Hace pocos meses era el eterno descalificador, el hombre más grotesco de la política nacional, suerte de intocable adalid que se paseaba a sus anchas por los escondites más oscuros de Miraflores y manejaba la Alcaldía de Caracas como una pulpería donde, según rumores con aires de leyenda urbana, se cambiaban de mano con la misma soltura, cantidades monstruosas de dinero o favores con cara de contrato público. Pues bien, se le acabó la fiesta. Lo realmente cómico es el motivo de su desgracia. Es como si de verdad nosotros nos fuéramos a creer el cuento de los globos vigía, el adecentamiento de la gestión pública y todo eso. Meter preso a Barreto no es mas que otro disparo equivocado del rojo dedo de la justicia; digan de una vez que el gordito se les puso demasiado fastidioso y nosotros no solo entenderemos, seremos capaces de aplaudir. En lo único que todos estamos de acuerdo en este ex país, es que Barreto es uno de los horrores más notorios de la revolución. Perfecto que lo metan preso, pero déjense de cuentos chinos. Barreto metió la pata dentro de su propio lodazal. El jefe se desenamoró de Juancito y eso se paga carísimo. En la República Bolivariana, seas de un bando o de otro, no hay salida. Adorarás a tu Dios más que a ti mismo o te pudrirás en la cárcel. O en el exilio. Algunos tienen la suerte de conocer secretos canjeables por boletos aéreos de primera clase pagados con nuestros impuestos. Así cualquiera le mete un grito al jefe.

Los hijos de la coherencia

Estoy de una sola pieza: Los detalles íntimos que han transcendido sobre la activa vida íntima del presidente de Paraguay son de espanto y brinco. Según el internacional chisme, el ex obispo lleva tres muchachos en línea, pero todo el mundo dice que esa es la primera fase de matriculación en la guardería presidencial. Una de las ex mujeres del curita asegura que ella conoce, al menos, otras seis criaturas. Esperemos que esté exagerando. No soy moralista en absoluto; soy católico practicante, pero me cae pésimo Benedicto XVI y he tenido màs de una agarrada con amigos curas. Creo firmemente en Dios, pero me aburre el convencionalismo ortodoxo de la iglesia y me considero una especie de pecador irredento cuyo puesto en el infierno debe tener sillita y palio; No me uno al juicio moral que todos intentan hacerle al curita. Me horroriza su estupidez y eso es cosa grave a la hora de ponerse uno a gobernar un país. Un señor cuyo criterio es tan escaso que no le da para pensar en la existencia de condones, debería ser al menos preocupante como líder de un país cuyo nivel de vida está bastante apaleado después de tantos años de padecimiento. ¿O será simple coherencia? La iglesia católica, en un acto de suprema hipocresía, prohibe el uso de preservativos, aduciendo que la única cosa que los católicos debemos practicar es la abstinencia. Esa prédica, al igual que muchas otras (no robarás, por ejemplo) no ha encontrado eco en nadie. Nosotros lo que mejor hacemos es prodigarnos de manera casi exagerada. Lugo no fue la excepción y lo hizo con una coherencia que abruma. Puesto a pecar, decidió hacer caso estricto a la orden de sus jefes: Nada de cauchitos. Tire todo lo que le de la gana y llene de niños este mundo necesitado de su semilla. ¿De donde van a salir entonces los clientes para las obras sociales de la iglesia?

A bordo de El Manteco

A pesar de no tener ganas de desdecirme y mediando el convencimiento de que al reconocer una buena - entre todas las malas - no estoy en absoluto cambiando la opinión que tengo de mis paisanos; voy a contarles el caso ùnico que servirìa para sellar a fuego un improbable recoger de palabras. ¿Por què hablo de desdecirme? tal vez porque no me provoca aparecer como incoherente. Un caso entre millones, no es otra cosa que la excepciòn a la regla. Sigo pensando igualito y lo peor es que, por los vientos que soplan, lamentablemente no necesitaré retractarme nunca de nada de lo que aquí he dicho. Pero tengo que admitir que la certeza que tengo de que no nos gusta trabajar y somos en general poco inclinados a brindar un buen servicio, se enfrenta a realidades como el descubrimiento excepcional de un lanchero llamado Randy que conocimos en nuestro reciente viaje a Chichiriviche, y me regala un valioso asomo de duda. Le conocen como el Oso Yogui, a quien en realidad se le parece mucho, y aparca su peñero limpio y bien cuidado en el embarcadero Virgen del Valle. Todo lo demás que se necesita saber de él, es que atiende a sus pasajeros con afectuoso respeto, sabe conducir su lancha con la destreza de quien ha pasado la vida entera navegando en Morrocoy, conoce los mejores cayos, recomienda destinos poco frecuentados y como si fuera poco, hace precios muy por debajo de lo que se supone es lo correcto. Pocos días a bordo de su lancha y uno empieza a pensar en Randy como en un amigo de confianza. Randy es la otra cara de este país dividido en dos mitades exactas. No simpatiza en absoluto con los rojos y vive atemorizado del día en que pueda perder el dominio de su embarcación, pero evita elegantemente exponerse a la polémica conversación política que todos los venezolanos tenemos en la punta de la lengua. Particularmente nos habría gustado asegurarle que sus temores nunca se harán realidad, que puede trabajar tranquilo; pero nosotros también tememos cada día perder lo poco que tenemos. Fue bueno conocerlo, de alguna manera sentimos que mientras haya Randys al timón, no todo está perdido.

Tacones que obedecen

Apartando las consideraciones estéticas, que por frívolas no tienen cabida en el menguado intelecto de la revolución Bolivariana, las mujeres de la Quinta República son el sector más decepcionante del poder. Ninguna se ha esforzado en darle un poco de decencia a lo que nos queda de país, a pesar de que algunas han hecho intentos por parecer, al menos, entes pensantes. Simples asomos de vanidad casi siempre envueltos en trajes de mala calidad y caras sin sentido alguno de feminidad. Las he seguido de cerca porque siempre he pensado que la fuerza de una mujer obra milagros y hace poco creí que finalmente había topado con una que era posiblemente valiosa. Yo pensaba que en Jacqueline Farias se unían algunas bondades con algunas virtudes: Inteligencia, elocuencia, apacibilidad, estudios, en fin; hasta por buenamoza me parecía que era un personaje que valía la pena el seguimiento. Pero resulta que se amangualò con el Sabanetero para ofendernos horrible al aceptar que le inventen una silla desde donde ejercer un poder que no le pertenece. En contra de todo pronóstico, ella también decidió cerrar los ojos para arrimarse al mingo y dejar en evidencia que la mujer revolucionaria no es capaz de ponerle freno al desafuero. ¿Cómo es posible que se haya prestado a semejante patraña? Sinceramente, yo la creía capaz de mejores acciones, pero ponerse por encima de la decisión popular expresada en las urnas el 2 de Diciembre y prestarse para ser el instrumento defenestrador de Antonio Ledezma no sólo es poco inteligente; es un acto de suprema tontería que deja al descubierto el incontrolable deseo de poder que sustenta a las hordas revolucionarias. Si Jacqueline decidió convertirse en la ciega y cree que será absuelta por la historia pues alguien más le dio el garrote, me permito aclararle su error. No siempre se cumplen los dichos más inteligentes de nuestros abuelos. Si lo duda, haga usted el favor, ingeniera Farias, de darle una miradita a su conciencia. Aunque todos sabemos que tal cosa es un accesorio que parece no estar incluido en las dádivas bolivarianas.

Wendy y sus humores

La solución no està en otro sitio,

està en otra Cuba Yoani Sanchez

Se llama Wendy Maldonado, debe tener un máximo de 25 años y trabaja en la oficina de Seguros Canarias en Mérida desde hace 22 días, según propia confesión. Esta mañana tuve que conocerla y, la verdad, si una persona de esa edad, un lunes a las 8 y media de la mañana en un trabajo que acaba de estrenar, está tan amargada y de tan mal humor, algo terrible está sucediendo. Sin salir de su estupor cuando le extendí la mano e hice un gesto amable de saludo y buenos días, Wendy no logró de modo alguno “atenderme”. Se limitó a anotar mi número telefónico. Fue, lo que ella es: una oficinista mal preparada y mal pagada a cuyo jefe le importa poquísimo su desempeño y lo hizo sin una sonrisa, una palabra de amabilidad o un gesto cortes que cambiara de algún modo el inicio de mi semana. Wendy no ha entendido, seguramente porque nadie se lo ha explicado, que nosotros, los clientes, pagamos su salario y no tenemos la culpa de su amargura ni conocemos las razones de su Síndrome del Lunes en la mañana. Que nosotros, los clientes, no somos sus enemigos. Sorprende sobre todo su falta de originalidad. Wendy se reproduce, como la mala hierba, en todas las oficinas públicas, en todas las cafeterías, en todas las panaderías, en todas las tiendas del ex país. Nuestras Wendys son el mejor ejemplo de que la Venezuela Bolivariana del Siglo XXI, NO ES UN PAIS DE GENTE TRABAJADORA Y SIMPATICA. Las Wendys incontables del nuevo siglo personifican una realidad preocupante: los nuevos venezolanos odiamos trabajar. Lo consideramos un castigo, lo consideramos una maldición satánica. Odiamos el esfuerzo, somos flojos, poco productivos, poco instruidos, poco dispuestos a superarnos. No nos importa crecer, no nos importa cambiar nuestra vida de una manera honrada y limpia, aunque tengamos el chance de sentarnos en un escritorio decente. Lo lamento mucho, pero estoy descubriendo que para vivir en Venezuela hace falta poseer todo el material de elevación e iluminación espiritual publicado desde Moisés hasta Paulo Coello, toda la luz violeta, toda la calma divina y un ejercito de santos apaciguadores comandado por Santa Helena de la Cruz. Creo que no hay otra salida. O si, pero lo dijo Yoani antes que yo, y me da pena robarme una oración tan brillante.

La Peñera

Lo que hoy es La Peñera, fue durante muchos años, la casa de playa de mi familia. Ahí sigue estando el murito donde poníamos las toallas y los jabones a la hora de bañarnos y del tanque que mi papa se sentía orgulloso, aun quedan escombros. Desde los pasillos se ve el patio de la casa y un poco de esfuerzo extra habría bastado para sorprender a mi abuela Ofelia vigilando el sueño de sus numerosos nietos, hoy transmutados en huéspedes. En donde reinaba la abuela, hoy reina sin discusión un San Francisco de Asís reencarnado, que parece haber venido al mundo para que la gente lo quiera. De no ser porque San Francisco está felizmente frenado por el pragmatismo de una compañera magníficamente consciente de los riesgos de la bondad, las extensiones de La Peñera habrían ramificado el pueblo entero de manera más concreta y peligrosa, quizás. Por suerte para ambos, lo único que logra traspasar las paredes de piedra de su posada es la simpática y genuina generosidad que prodigan todos los que tienen que ver con ese raro alojamiento vacacional. Y que conste, lo de “raro”, se debe a que no creo que existan tres lugares así de bien montados y bien atendidos en toda el área de Morrocoy, porque todo lo demás es de una normalidad asombrosa. Incluso la buena onda que se respira y que nos dejó a todos tan sorprendidos. Cosa que por lo demás, no debería pasar, porque uno sale de vacaciones para que la gente sea amable con uno y le haga la vida fácil. En el resto del mundo, claro está. Regresamos agradecidos por La Peñera. Algo nos dice que los riquísimos días pasados allí, no tienen nada que ver con el simple hecho de que Aldo y Beatriz son amigos de esos que uno considera familia, pero hasta eso es una exquisita rareza; amigos como ellos son una especie extinguida. No cabe duda que esta vez, el universo confabuló a nuestro favor. Debe haber sido porque fuimos huéspedes de San Francisco de Asís y su compañera maravillosa. Toda una suerte, pues.

Patricia y sus temores

Conocí a Patricia en Chichiriviche. Es una italiana vivaz, rápida para la conversación, con fama de excelente cocinera y dueña de una estupenda posada a orilla de la playa. Tiene once años instalada en su empeño por hacer de Kanosta un lugar donde las vacaciones tengan sentido. No fuimos sus huéspedes, porque entre otras cosas, no nos alcanzaba el presupuesto. No es que Kanosta sea cara, es que nosotros no podíamos permitírnosla esta vez. Pero fuimos a comer atraídos por variadas recomendaciones. No soy crítico de restaurantes y no me voy a dedicar a pontificar sobre la cena, que a nuestro juicio, estuvo un poco fallida, demasiado rústica y fácil de olvidar. Me voy a detener, sin embargo, en la experiencia de haber compartido sobremesa con ella. De todo tiene Patricia, menos de tonta. Habla con humor y con conocimiento, y parece que una sola idea le ronda la cabeza: Ama el país que le dio cobijo cuando decidió venir a correr la vida en él, y le asusta lo que ese país ha cambiado. Le asusta también la velada persecución a la que están sometidos ella y otros pequeños empresarios de la zona. Por supuesto, no duda que su poco afecto al régimen y su aire de posadera oligarca, tiene mucho que ver con las constantes visitas de los fiscales del SENIAT, de la gente que se identifica como oficiales del Ministerio de Turismo y por ahí de varios otros; eso la tiene un poco mosqueada. No es que Patricia está lista para renunciar al sueño que la trajo aquí, es sólo que esta empezando a hartarse; de ellos y de los malandros que se instalan a perturbar el sueño de sus huéspedes, a vender droga en la puerta de su casa, o a poner obstáculos burocráticos que proceden de los que se ocupan de armar y desarmar consejos comunales. Patricia es solo una de las que intenta tratar a sus visitantes con afable excelencia. Yo creo que, a pesar del fracaso de la cena y de cierto humor vulnerable a los cambios, ella y algunos otros logran su cometido. Habría que ver si logran ponerse de acuerdo con los que quieren que cambiemos, también, la forma como entendemos las vacaciones. Para mal.

Arena blanca, mar azul...

Soy de los que piensa que no existen en el mundo diez playas que sean mejores que Chichiriviche; es más, nos ponemos a hacer listas y a excepción de la Polinesia francesa (donde aun no he ido) y dos o tres más, nada se le compara. No se si es la nostalgia de los años que pasé vacacionando en la casa familiar de Playa Norte; pero si me toca escoger un destino de playa, prefiero Morrocoy a cualquier otra, incluyendo Margarita. Este año, superado el recuerdo de un hermoso viaje de reconocimiento realizado dos años atrás, decidí que el plan más exótico de Semana Santa era regresar a oler ese mar que tanto me gusta. Chichiriviche, a diferencia de su vecina Tucacas, ha progresado levemente (cosa que ya no se si merezca alegrìas). Las aguas negras ya no corren libremente por el centro, algunas calles han sido asfaltadas, modernos edificios ocupan los terrenos donde antes estaban las casas de vacaciones de conocidos de infancia. Ahora hay tiendas casi bien surtidas y una (más o menos) variada opción gastronómica. Por supuesto abundan las licorerías y varios chinos hacen su agosto en los abastos abarrotados de clientes que protestan antes de pagar el precio escandaloso de sus productos. Chichiriviche es el reflejo fiel de nosotros en vacaciones. Nadie ve Globovisión ni lee periódicos y las noticias se comentan rapidito, a pie de celular. Todo lo demás es rumba, trago, pieles desnudas y playa. Sol también, pero ese decidió jugarnos quiquirigüike. El resto es bulla y desorden, tráfico infernal, atracaderos desbordados por gente dispuesta a matar por un viaje hasta alguno de los cayos y precios exorbitantes para todo; como para no olvidar que el paraíso playero por excelencia, está en manos de nosotros mismos, que no sabemos lo que significa pagar ochenta y cinco bolívares por cuatro helados a la orilla de la playa o doce por una conserva de coco. Eso sin mencionar, que existen alojamientos donde cobran 500 bolívares por persona, por noche, sin serenata alguna ni mejor compañía que la que usted haya llevado consigo. Nadie le pone reparo a nada y cada quien resuelve sus días “santos” como mejor puede. Bien sea durmiendo en una carpa mal pertrechada a orilla del mar o en la cama carísima e incomoda que reservaron hace meses. Algunos con mejor suerte llegan a La Peñera y se consiguen con Randy, pero de eso hablamos luego.

¿Como hacen?

Me llega una carta que le escribe el obispo auxiliar de Mérida a la jueza que está de moda: La señora que decidió arruinar la vida de los comisarios y efectivos policiales que fueron recientemente castigados por su supuesta participación en los hechos del 11 de abril de 2002. A veces, los curas se sacan de la sotana buenas palabras. La carta, que no tiene desperdicio, deja en el aire una pregunta que es la misma que todos nos hacemos desde hace poco más de una semana: ¿Cómo hacen para dormir? ¿De qué se valen para poner la cabeza en la almohada y pasar una noche medianamente buena, los que practican la indecencia justiciera a que nos está acostumbrando el régimen? No encuentro respuesta. Pero no estoy siendo original. Nadie la encuentra. A fin de quedar bien con el Sabanetero, una jueza cualquiera (y nunca mejor usado el término) dicta una sentencia desproporcionada e injusta contra un grupo de personas cuya culpabilidad no puede ser probada más allá de la duda y la presunción de un jefe cada vez mas ávido de demostrar su monstruoso poder; y sale del tribunal, tan tranquila, a seguir con su vida. ¿Cuál vida? La que brinda el dineral que tuvo que haber costado su indignidad. Es apenas normal, entonces, que los otros nos preguntemos como hace esa gente para dormir tranquila. Es decir, ¿cómo hace toda esa gente que cada día desbarata más y más las instituciones que prometieron arreglar y adecentar, para VIVIR tranquilos? Eso, en este ex país, no lo entiende nadie ni aunque se lo expliquen con cancioncitas. Lo grave es pensar que poca gente se ocupa de intentar comprenderlo. Apenas seguimos horrorizándonos y empezando cada día con la angustia de descubrir hacia donde apunta el dedo ciego de la justicia roja, y damos gracias a Dios que hoy, tampoco, nos tocó a nosotros. Así sobrevivimos. Pero no hacemos nada más que eso. Claro...tal como esta todo, eso ya debería ser suficiente.