Para Manuel Villalba, con todo respeto

Apreciado Diputado Villalba,

Iba a encabezar esta carta con el consabido “de mi mayor consideración”, pero a la luz de sus últimos inventos, la consideración se me fue y usted sabe para donde. Pero de todos modos, necesito escribirle. Es que lo escuché el otro día arremetiendo contra las operadoras de TV por cable y la verdad es que me quedé pensando en que posiblemente usted no tenga que compartir su televisor (de plasma, ¿verdad?) con nadie y entonces no sabe lo que se siente cuando uno tiene que agarrarse con la familia entera para poder disfrutar un partido de fútbol cuando ellos están empeñados en un programa de chismes de Antena 3 o en la novela de RCTV, que por cierto, tiene un rating altísimo aunque tenga que confesar que no la veo, porque me enganché en una de Caracol TV, que es muchísimo más entretenida y me da chance para conectarme ad infinitum con Sony y ver capítulos viejos de series gringas que seguro me están deformando la conciencia, tanto como los programas de National Geographic, que me permiten asomarme a un mundo que no se si podré conocer completo antes del día del juicio. Por eso, cuando lo escuche decir que toda esa tranquilidad de televidente echado en la cama se tiene que regular, lo vi convertido en la esposa domestica y furiosa que se esconde en el baño con el control remoto del TV para arruinarnos la noche y créamelo, la imagen de usted empijamado frente a mi TV me pareció, sinceramente horripilante. No solo porque usted debe verse muy feo en pijamas, sino porque he pasado 47 años de mi vida jugando solito con el control de mi tele y me da como angustia pensar que van a venir ustedes a jugar conmigo. Aquí entre nos, Villalba, me provoca preguntarle si de verdad usted piensa en la necesidad de tanto esfuerzo; pero creo que conozco la respuesta y, a estas alturas, hasta de la posibilidad de pensar que poseen ustedes, ya tenemos serias dudas. Pero por si acaso, permítame recordarle algo: El recibo mensual de mi suscripción a Intercable lo pago yo y es producto de mi trabajo honrado. Hágame el favor de no meterse con eso. En mi casa, el que pelea por el control remoto de mi TV soy yo y eso es asunto privado, no me haga salir a pelear por eso en la calle. No voy a salir solo.

Gloria al bravo pueblo

Descubro por casualidad lo que parece ser la versión original de lo que hoy conocemos como nuestro himno nacional “Gloria al Bravo Pueblo”. Según algunos historiadores, la polémica acerca de la autoría del canto patrio, sigue en pie y como que no se va a aclarar nunca. Pero según todo indica, este, y no la versión light que ha trascendido, es el himno que deberíamos cantar todos nosotros. De lo más apropiado, ¿no? Gloria al Bravo Pueblo que el yugo lanzó, La Ley respetando la virtud y honor. Pensaba en su trono que el ardid ganó, Darnos duras leyes el usurpador. Previó sus cautelas nuestro corazón Y a su inicuo fraude opuso el valor. Abajo cadenas, gritaba el Señor, Y el pobre en su choza Libertad pidió. A este santo nombre tembló de pavor, El vil egoísmo que otra vez triunfó. ¿Qué aguardáis patriotas, hijos de Colón? ¡Marchad tras nosotros y viva la unión¡ Y si el despotismo levanta la voz, Seguid el ejemplo que Caracas dio. Gritemos, con brío, muera la opresión, Compatriotas fieles, la fuerza es la unión. Y desde el empíreo el Supremo autor, Un sublime aliento al pueblo infundió. Unida con lazos que el cielo formó, La América toda, existe en nación. Temedla tiranos, que el orbe adoró, Ya jura ser libre, ya os ve con horror.

Abajo cadenas...

En medio del debate más importante sobre la libertad de disentir que se ha planteado en los últimos años, ahora resulta que al sabanetero le ha dado por mantenerse en pantalla cuatro días seguidos para celebrar el décimo aniversario de su monólogo televisado de cada domingo. El asunto no sería tan grave de no ser porque escogió las horas menos afortunadas para sus payasadas, impidiéndonos disfrutar de cualquiera de las tonterías que uno puede libremente escoger si tiene la dicha de recibir televisión por cable (cosa más o menos fácil, porque aquí muchísima gente se las arregla para tener cable, pueda pagarlo o no). Lógicamente, estamos un poco preocupados. Esas cadenas largas e insoportables han sido, históricamente, una manera muy poco discreta de encubrir variados atropellos, casi siempre en contra de los que opinamos distinto. Es decir, a la sombra de esas horas interminables de cháchara inútil, es bastante probable que ocurran algunas barbaridades dirigidas a silenciar a la fuerza los medios opositores. Ya no les basta con todo el escándalo armado por el foro de CEDICE y la malacrianza con que han tratado a los dos Vargas Llosa y sus otros invitados; ni con las pataletas en torno a la existencia de GLOBOVISION, cuyo cierre nadie comprende porque no ha sido decretado oficialmente; ni con las nuevas perlitas que han lanzado en contra de las operadoras de TV por cable. Por lo que parece, aquí lo que cuenta en las pantallas es el monólogo inútil del sabanetero quien cree sustituir con eso, hasta las horas de frivolidad de la prensa rosa. Después de todo, es para alegrarse. Entendámoslo o no, los rojos se están quitando la mascara con más rapidez y euforia que lo esperado. Sin posibilidad de opinar públicamente en contra, el mundo empezará a cerrársenos encima. Es probable que eso sirva para que de pronto empiece a crecer un canto multitudinario que repita sin cesar aquello de “Y EL POBRE, EN SU CHOZA, LIBERTAD PIDIÓ…”

A buen entendedor...

Al vociferar claramente su odio hacia Globovision y su gente, el sabanetero ha hecho pública, también, la orden de que ese sentimiento sea compartido por todos sus seguidores. La razón parece simple: Globovision es el medio de comunicación más disidente del país. Pero semejante aversión puede tener razones un poco más profundas que la simple diferencia de opiniones acerca de un tema tan sencillo como nuestro propio e incierto destino. Como en muchas otras cosas, es posible que nunca conozcamos los motivos reales de esta guerra a muerte entre la gente de Globovision y la gente del gobierno. Lo que si sabemos todos, es que en esa guerra están comenzando a aparecer armas cuyo efecto letal empieza a traspasar el ámbito privado en que se deberían establecer las peleas del gobierno contra sus “enemigos”. Reconocer el derecho que ambas partes tienen a creerse dueños de una verdad es, por lo menos, un gesto de diplomacia política al que los venezolanos deberíamos tener la posibilidad de recurrir. Permitir que en esta guerra desigual, los perjudicados seamos precisamente los que buscamos respeto a un pensamiento contrario, es la claudicación que lentamente acabará con todos nosotros. El allanamiento de esta noche a la residencia del presidente de Globovision y empresario del ramo automovilístico Guillermo Zuloaga es un mensaje definitivo y clarísimo de lo que viene contra todo aquel que se permita alzar la voz en contra de los desmanes del gobierno. No tengo la menor duda de que el lamentable mensaje ha llegado a donde tiene que llegar. Mañana nos enteraremos que las empresas venezolanas, en búsqueda de supervivencia, han empezado a quedarse calladas. No servirá de nada; la ambición y avaricia de un gobierno que prepara golpes tan bajos al amparo de la insoportable cháchara televisada de quien los ordena, caerá tarde o temprano sobre todas las otras libertades que pensábamos propias. Hemos entrado en la fase desprovista de garantías que todo régimen totalitario sueña como recurso magnifico de triunfo. El miedo es libre, es verdad; la valentía debería serlo, también.

Querida Vanesa:

Estoy convencido, como tú, que Vargas Llosa no tiene nada que venir a buscar aquí y que, a menos que venga a pagarle una promesa a José Gregorio Hernández, a ese viaje no se le consigue objetivo alguno. Por eso entiendo tu preocupación, manita. Esa visita de ese señor tiene que ser una cosa muy peligrosa, aunque por más que lo pienso, yo la verdad es que creo que se te esta yendo la mano, chica. ¿Tú de verdad crees que aquí hay, digamos, 5 mil venezolanos que realmente sepan quien es Vargas Llosa y se hayan leído sus libros? Yo no se, chica, yo creo que lo que ese señor diga o deje de decir no le importa a nadie aquí, porque, vuelvo y te repito Vanesa de mis amores, a él en este país, ahoritica, nadie lo puede leer por el asunto ese del comunismo y la muerte y la patria y todo eso, tu sabes, ¿no? ¿Como va a conocerlo más gente? Tu no ves, chica, que ese señor nunca ha matado a nadie, ni anda empatado con terroristas internacionales, ni anda buscando maletas de plata, ni se viste de rojo ni se guinda fusiles al hombro. No te preocupes por él, Vanesa. Voy a decirte algo, pero no se lo digas a nadie: Mario Vargas Llosa es un escritor, ¿sabes? Un señor que escribe unos libros largos y hasta buenos, si me disculpas el comentario, un señor con fama de buenmozo, imagínate. Un señor, punto. Y claro, lo que pasa es que él, piensa, y capaz y se le salen algunas cositas “inconvenientes”; pero no te estreses, que tu andas a millón con todas las cosas importantísimas que tienes que hacer para que tu Dios no se ponga bravo contigo. No te preocupes, que Vargas Llosa va a venir, se va a meter en un salón con aire acondicionado y va a conversar con unos señores igualitos a él, pero feos, y de ahí no va a salir nada porque de esas reuniones nunca sale nada. Además, ya tu gente se ocupó de decir cosas horribles de él y como aquí si es verdad que para comprar libros no andamos; menos para preocuparse, por que nadie va a saber nada de él. Créemelo chica, te estas ahogando en un vaso de agua. Ese señor es un escritor, más nada. Ese señor no es peligroso. Tranquila. P.S: Aunque, aquí entre nos, trata de que la DISIP lo saque del país en la madrugada y sin maletas. Uno nunca sabe.

El vecino de mi hermano

En el edificio donde vive mi hermano hay un personaje muy particular. Jamás le he visto u oído saludar a ninguno de sus vecinos y evita de manera muy grosera tomar el elevador cuando alguien más está adentro. Creo que el vecino de mi hermano odia la humanidad y en consecuencia disfruta del desprecio sistemático de todos los habitantes del edificio; sobre todo ahora que decidió no pagar el recibo mensual de condominio puesto que muy pronto el pago del condominio será una de las obligaciones “escuálidas” que su gobierno eliminará para siempre. Cosa que seguramente a mi hermano le va a parecer estupenda si, a cambio, el mismo gobierno se ocupa de limpiar y vigilar el conjunto residencial, algo sobre lo que tenemos serias dudas, por cierto. Hace poco lo vi en un contexto completamente distinto al de todos los días: Ejerciendo de activista para su gobierno, estaba al frente de la invasión de unos edificios que ya nadie sabe a quien pertenecen, ni para que fueron construidos. Estaba radiante el vecino; claro que la camiseta roja le quedaba pésima y la escopeta o lo que sea que se había guindado del hombro no le aportaba ni seriedad ni prestancia. Pero estaba en lo suyo. Vengándose de los ricos; es decir, de los que en el hipotético caso de que esos apartamentos tengan un destino legal, podrán a duras penas conseguir un crédito de política habitacional para adquirirlos. Estaba, en un gesto armado, haciendo patria, porque lo de socialismo creo que lo había hecho al ponerse la camiseta roja y lo de muerte es cosa a la que uno apuesta cada día, sobre todo si tiene el tupé de echarse una escopeta más grande que uno al hombro, y andar por ahí pregonando malos modales. Por precaución elemental me permití recomendar a la junta de condominio que nunca más le cobren su mensualidad. No fue una recomendación proveniente de lógica alguna; que el vecino de mi hermano esté invadiendo un edificio no significa ni remotamente que va a trasladar su mal humor para unas calles más arriba. Significa que le hizo caso al jefe. Pero eso es objeto de otras consideraciones.

Papeles

Una de mis fantasías recurrentes tiene que ver con la existencia, en nuestras oficinas públicas, de cajas de cartón mal cerradas llenas de fotocopias de todo lo que tenemos que consignar cada vez que necesitamos, para desgracia nuestra, obtener algún documento oficial que a su vez será fotocopiado y puesto en la caja del día; la que se ubica entre el perolito de lata en que se cuela el café y las gavetas donde guardan los cosméticos. Mi fantasía, obviamente, empieza en la ONIDEX, a pesar que, aun cuando tarde 8 meses en conseguir la famosa cita, el proceso de tramitación de mi pasaporte fue relativamente fácil y poco traumático. No todos pueden decir lo mismo. Esta mañana, por ejemplo, Rayita tuvo que vivir la pesadilla de eso que llaman “constancia de datos filiatorios” (que nadie sabe para que es ni por qué se necesitan tanto) y la verdad es que entre ineficiencia, desorden, fotocopias y maltratos, el cuento de su proeza tiene todo lo bizarro de la burocracia del siglo XXI, con cientos de computadoras en línea, páginas Web y mucho despliegue tecnológico de cuchitril. Mientras ellos se ponían de acuerdo en un procedimiento que deberían conocer de memoria y desarrollar en cinco minutos y sin Tipex blanco, tuve tiempo de husmear a mis anchas buscando el depósito de las cajas. Conseguí una pista interesante a falta de evidencias más reales: Una puerta cerrada con candados que da acceso a una especie de buhardilla, oscurecida totalmente por cartones rotos, en el segundo piso de la vieja y muy desvencijada casona de los Aranguren. Estoy seguro que allí están las cajas. Cajas y cajas repletas de las fotocopias que todos depositamos a diario: Cédulas, pasaportes, copias certificadas de actas de todo tipo, fotocopias de las copias, fotocopias de la vida de todos nosotros. Papeles. Debe ser por eso que algunos vecinos cuentan que en las noches silenciosas de la Avenida 3, a la altura de la calle 17, se escuchan ruidos de lamentos fantasmales. Como si un rasgado de papeles buscara inútilmente emparejarse con lo perdido.

En nombre de Dios

He pasado varios días sin escribir, creo que me atacó un episodio de profunda desesperanza; esos en los que ni la salvadora catarsis del teclado parece servir de nada. Siento que cada vez más nos estamos hundiendo en una especie rara de monótona supervivencia de la que nadie saldrá ileso. Me da la impresión de estar viviendo una realidad que no permite sacar la cabeza para respirar un aire puro que ya no existe porque las lluvias frecuentes de mi ciudad han desaparecido y el calor nos está volviendo locos. Podría, por ejemplo, temblar, según la creencia. Pero no lo sentiremos o no tendremos tiempo para salir corriendo a las calles a protegernos del peligro e invocar el nombre de Dios para salvarnos de la hecatombe. Presiento que nos dejaremos arrastrar por la desgracia. La que día a día construimos con nuestro insoportable silencio, con nuestra pasmosa tranquilidad, con la poca importancia que damos a lo que realmente estamos viviendo en este pedazo de destino olvidado por todos, en el que la resignación campea y el ánimo se exalta por noticias desalentadoras que no desatan más que conversaciones de panadería. Hoy, aquellos que deberían salir a la calle a invocar el nombre de Dios, prefieren invocar nombres más concretos y menos generosos que atizan la esperanza sembrada de demagogia. Sigue amaneciendo, que ya es bastante, y seguimos viendo, aunque no todo lo que vemos nos gusta. No importa; estamos demasiado ocupados aprendiendo a odiarnos. Es la gran lección que nos está dejando esta nueva manera de llevar adelante el siglo de la definitiva modernidad y la estamos aprendiendo de manera sobresaliente.

Los años del Teresa

(Pido disculpas por contradecir la regla básica del blog y extenderme inmisericorde en esta entrada, si la leen, entenderán el por que del palabreo) Hace pocos días, un buen amigo de los buenos viejos tiempos, me preguntó si yo tenía una época de mi vida a la que pudiera calificar de insuperable. Mi respuesta tardó menos de un segundo en salir de mis labios; ni siquiera se formó responsablemente en mi cerebro. Brotó con la economía de palabras que se necesita para expresar aquello que no ofrece la menor duda. Se lo dije desde mi verdad absoluta: Los años del Teresa. Me refería, por supuesto, a los años que viví en La Compañía Nacional de Teatro, cuyas oficinas estaban en los sótanos del Teatro Teresa Carreño, el epicentro de la zona cultural de Caracas. No es fácil recordar esos años sin apasionamiento. No es fácil hablar del Teresa con objetividad. No es fácil recordar la zona cultural perdida y mantener los ojos secos. No es fácil, sobre todo ahora, cuando el dedo injusto del Sabanetero, señaló el último pedazo de esos años y decretó la desaparición del motivo de existencia de un edificio emblemático de una ciudad, en la que los símbolos de buenas épocas estorban no solo al gobierno, sino a una enorme cantidad de sus habitantes. No hay mejor manera de construir una entelequia que hacerla sobre la base de la desmemoria y el olvido. Eliminar símbolos concretos es la mejor manera de borrarnos en el país, de desconocernos en el pasado, de convertirnos todos en seres programados para cantar nuevas realidades impuestas por productores de mala calidad y peor engendro. Borrando los símbolos concretos de lo que fuimos, estamos al mismo tiempo admitiendo que ahora no somos nada y que no serlo nos importa poco. Los tiempos convulsionados de esta nueva Venezuela, no tienen lugar para pensamientos que pretendan algo tan simple como la preservación de la memoria. Si no podemos leer lo que nos de la gana, tampoco podremos, nunca más, regocijarnos en la visión de esquinas urbanas que algunas veces sentimos nuestras. Estamos borrando también la esperanza. Estamos, de a poco, matándonos. Todo el que lo vivió sabe de lo que hablo. El edificio del Ateneo es mucho mas que un edificio con salas de teatro y galerías y cafés y salas de cine y escaleras para sentarse a fumar un cigarrillo y jardineras y ferias de navidad y amores sueltos y, y, y…. El que no lo vivió, no tendrá tiempo ni siquiera de lamentarlo porque lo más grave de todo lo que no está pasando, con esta fiebre rescatadora de nada que necesite rescate, es que nos estamos convirtiendo en pedazos de sombras que no tienen recuerdo. Aun existe una mitad de país que está de acuerdo con eso. Algunos pocos, nos aferramos a la esperanza de querer hacer un país nuevo desde la memoria y la sombra de un edificio cuyos pasillos fueron asilo para la decencia. El Ateneo de Caracas no va a morir, eso lo sabemos todos. Han muerto sus espacios amables; como muerto está desde hace diez años el escenario mas importante de esta parte del mundo, como muerto está el Museo que era para muchos recurso mágico contra la angustia de vivir, como muerta esta la capacidad de decir de muchos de nuestros creadores. El Ateneo no, el Ateneo está humillado y eso le conviene al que sin tener otra manera de demostrar su poder, lo hace embistiendo a manotazos contra nombres, prestigios, honores y talentos. El Ateneo se salvará de esa suerte, pero su verdad será otra y corre el riesgo de nacer, también, desde la desmemoria. Mal final para un pedazo de tierra que acogió etapas insuperables de la vida de todos los que hoy defienden con el último hálito, su derecho individual a mantenerse en pie. Se ha mostrado aciaga esta primera década del Siglo XXI que aniquila lentamente al colectivo y a todo lo que fuimos como país, ante los ojos cerrados y los labios silentes de todos nosotros. Será que lo merecemos, pues.

Paternidad responsable

Estaba saliendo de la panadería, el sábado en la mañana e intentaba sacar mi auto del estacionamiento, cuando alguien me avisò que había un niño muy cerca de la rueda trasera. Casi como quien dice, a punto de ser arrollado en mí maniobra de retroceso. Entonces, escuche al padre de la criatura decirle en un tono bastante autoritario – es decir, en tono de patán criollo jugando a ser papá - que no se moviera, que se metiera más cerca de la zona de riesgo, que se pusiera sencillamente, “a tiro” Apagué el motor, baje la ventanilla y haciendo un acopio de caballerosidad y paciencia le pregunte al señor que fungía de padre, si no le parecía una irresponsabilidad exponer su hijo a las torpezas de automovilistas cegatones y apurados, como yo, y si no era mejor que llevara al niño a una zona más segura para evitar su inminente arrollamiento. Gracias a todos los santos, ese hombrecito no llevaba un arma consigo o este blog lo estarían cerrando por duelo. ¡Dios de mi vida!…que andanada de insultos, que montón de groserías pudo producir ese animal en solo unos segundos, que cantidad de veces me llamó “escuálido-de-cuanta-cosa-mala-se-creó-en-la-tierra”. Cuantas veces puso en danza el nombre de mi pobre mamá. ¡Que barbaridad! Nada. Que me fui de la panaderia bien insultado, y yo todo lo que estaba haciendo era intentar salvar a un niño de un accidente seguro. Y salvarme a mi tambièn, que realmente no fui autor de un accidente porque tengo ángeles trabajando a mi favor 24 horas al día; de otra forma, este blog estaría cerrado para siempre y yo me habría metido en el problema más grave de mi vida.