jueves, 28 de enero de 2010

Dos países, un mismo gentilicio

Entre las muchísimas llamadas que hemos recibido para expresar preocupación, solidaridad y afecto en la mala hora (que, de paso, agradezco desde lo profundo de mi corazón y atesoro como el lado bueno de la desgracia) ha habido una en particular que me ha puesto de frente a una realidad de la que todos hablamos como en supuesto. Mi amiga Ana, periodista venezolana, ha hecho un experimento con la finalidad de ubicarse de algún modo en alguna realidad. Ha puesto dos televisores, uno al lado del otro; el primero encendido en la señal de VTV y el segundo en la de Globovisión; y se ha sentado a verlos y escucharlos, con todo detenimiento y en paralelo, durante media hora, varias veces al día, en emisiones escogidas al azar. El resultado, por supuesto, le fundió los cables. Aunque hablaban del mismo país y, en algunos casos del mismo evento, las versiones de ambas plantas no coincidían, ni siquiera, en los aspectos más básicos de una noticia. Era como si se tratara de la cobertura de eventos sucediendo al mismo tiempo en dos continentes distintos. Uno terriblemente preocupante y otro terriblemente tranquilizador. Lo peor es, que el patrón se intercambiaba según fuera el conductor del espacio o el tema en discusión. El experimento tuvo que suspenderse a las pocas horas de empezado por simples motivos de salud mental: en un momento de la tarde, mi amiga comenzó a pensar que la loca era ella. Que lo que estaba viviendo no era real, que los continuos cortes comerciales le indicaban una realidad de celuloide. Que era imposible tanta comiquita informativa. Entonces apagó el televisor y me llamó por teléfono; había leído mi blog y estaba ansiosa por comentarlo conmigo. En el medio de la llamada, sin embargo, decidimos asumir que nada de lo allí escrito había sucedido realmente, porque escuchamos al gobernador de Mérida contando su versión de “otros hechos, pequeños focos de violencia aislados, pagados por el imperio para desestabilizar al gobierno”. Menos mal que hablé con ella. Sirvió para comprender mi propia locura, para poner una risa en mi cara y para querer seguir contando lo que ven mis ojos; no lo que otros quieren que yo vea.

Después de la batalla

Anoche (miércoles) aun retumbaban en la ciudad ráfagas aisladas de ametralladoras y solitarios disparos que lamentablemente hirieron de gravedad a dos efectivos de la guardia nacional. La gente estaba atemorizada y las llamadas de alerta se sucedieron hasta altísimas horas. Mis amigos y familiares no cesaban en su generoso ofrecimiento de cobijo; pero, sobre todo, en su preocupada solidaridad. La voz era una sola: "Salgan de Las Marías, en algún momento serán atacados de nuevo. Han robado un camión repartidor de gas doméstico y han guardado las bombonas para ir más tarde a destruir Las Marías". En la calle, las opiniones se dividían y los cuentos multiplicaban los hechos, sin que el testimonio de quienes vivimos el horror del lunes en la noche, fuera tomado en cuenta para nada. Los residentes de mi edificio, el más afectado por el ataque terrorista del lunes, empezamos lentamente a reconstruir, a nuestras expensas, lo que nos queda y no estamos dispuestos a dejar perder. Una solitaria e improvisada pancarta exigiendo respeto a la vida, ondea malamente en los pilares del estacionamiento y los curiosos repletan nuestro malogrado hogar. Fotografías de todo tipo han circulado por Internet y, en Twitter, se cruzan mensajes de cualquier tenor, expresando estupefacción ante lo sucedido. Entre tanto, la prensa local da amplia cobertura al joven que, desgraciadamente, perdió la vida en los asaltos, destacando en fotografías y articulos la presencia del grupo político revolucionario Los Tupamaros, quienes, encapuchados, rindieron honores al combatiente caido. Con toda su razón, por cierto; esa es una muerte que duele inmensamente. Me he descubierto pensando seriamente en lo inútil de ese sacrificio. Pero, me extraña la cobertura, a todas luces sesgada, de los sucesos: Nadie, absolutamente nadie, se ha acercado a Las Marías para escuchar nuestras voces. Apenas un escueto reportaje, con las prisas de una noticia que puede dejar de ser caliente en apenas minutos, dio cuenta de lo que vivimos. Algunos testimonios, transmitidos por la televisora local y algunas imágenes del estacionamiento quemado, los autos destruidos y el apartamento dañado, han sido todo lo que los merideños han visto. El país no sabe a ciencia cierta que pasó. Nuestra angustia, nuestro dolor, nuestra preocupación ante el futuro no ha recibido cobertura alguna. La verdad de quienes estábamos allí no ha sido, y no será, escuchada. Nadie ha tomado responsabilidad alguna por el asalto y nadie ha ofrecido la posibilidad de investigarlo. Me horroriza pensar que no lo habrían hecho, ni aunque de nuestra parte hubiesen habido bajas. La polarizada sociedad venezolana, encuentra en este acto terrible de violencia, una razón para agregar vergüenza a la vergüenza. Aunque, incomparable con el dolor de perder una vida humana, nosotros también tenemos una exigencia, nosotros también tenemos una incertidumbre; nosotros, hoy, tenemos miedo. Nos encantaría que alguien se ocupara de asegurarnos que no tenemos razón alguna; pero, a tenor de las respuestas, eso no va a suceder ni aunque lo busquemos seriamente. Hoy la ciudad está en calma y los preparativos para la Feria del Sol arrancan a toda mecha. Será que eso es lo que necesitamos para volver a la vida. Será.

Para que no se nos olvide

Aunque han transcurrido tres días, desde el momento en que esta ciudad amada, fue tomada por la violencia y la anarquía; aquí subo unas cuantas fotografías de los sucesos de esos días, para que no se conviertan para siempre en noticia vieja y no se nos olvide que esto es
lo que debemos evitar a toda costa.
Pared perimetral Conjunto Res Las Marias, derribada por los asaltantes
Auto quemado en el estacionamiento de Las Marías Auto quemado en el estacionamiento de Las Marías
El lado menos dañado del auto de mi hermano, Las Marías
Entrada principal de Las Marias, lunes en la noche, primer asalto
Asi quedó la conserjeria del Edificio María Virginia, Las Marias
Vista desde el Viaducto, Mérida. Lunes en la noche
Facultad de ciencias económicas y sociales, FACES. ULA
FACES
Inmediaciones de Urb El Campito, Mérida. Lunes en la tarde
El Campito
Avda Las Américas, Mérida. Lunes en la tarde
Cafetín FACES, ULA

martes, 26 de enero de 2010

EL Campito, hoy

Parece el mismo cuento de todos los días, cuesta un poco decirlo de algún modo que suene a novedoso y serio. En medio de los rumores más disparatados que pueda uno escuchar, la ciudad esta otra vez en pie de guerra. Hay, no tan sutiles, diferencias respecto a lo sucedido anoche. Hoy le toca a otro complejo residencial habitado mayormente por estudiantes y algunas familias, ubicado en las inmediaciones de sitios neurálgicos de la ciudad, tradicionalmente punto de mira de los desordenes estudiantiles. Desde las 7 de la tarde la confrontación está servida y, según parece, no amaina ni da señales de suavizarse. En este momento, la policía es la que está llevando la delantera sobre encapuchados y presuntos Tupamaros. Han entrado a la fuerza a los edificios, disparando perdigones que ya han causado, al menos, dos personas con heridas que han necesitado traslado al hospital. En el 5to piso de las residencias San Eduardo se encuentra atrapada una familia en medio de una nube irrespirable de gases lacrimógenos; que por cierto, han sido disparados con exceso hacia los HABITANTES de los edificios. Han traído dos veces “la ballena” sin mayores resultados, pues la turba nuevamente liderizada por terroristas afectos al régimen, insiste en la violencia. Las escenas de pánico se suceden interminablemente; pero por suerte, no ha habido mayores daños al patrimonio personal de los residentes de los numerosos edificios que conforman esta populosa área de la ciudad. Incendiaron y derribaron las casetas de vigilancia de los edificios San Eduardo y Cardenal Quintero; el tráfico está interrumpido por la zona, el rector de la Universidad reiteró la paralización total de actividades en la ULA, hasta nuevo aviso, y la zona educativa hizo otro tanto. Mañana miércoles se esperan, lamentablemente, nuevos disturbios; el problema más grave es que ya nadie sabe cual es la causa de tanto desorden, ya no hay motivos claros ni responsables definidos. Hoy, la policía del estado es la que comete mayores abusos en contra de la comunidad. Mañana no sabemos con que saldrán ni quienes lo harán. Pero empezamos a sentirnos satisfechos de poder contar con 24 horas para intentar vivir.

Perlas de un día de horror

- Santiago estaba, con algunos amigos, en los alrededores de su casa al sur de la ciudad sonando cacerolas, más bien en plan de diversión. De pronto, un auto se detuvo frente a ellos y los conminó a retirarse del lugar. Con la fuerza y el desparpajo de la juventud, los caceroleantes ignoraron la “invitación”. Segundos después, el auto se detuvo, el chofer se bajó y les repitió la orden. Esta vez, el tipo estaba acompañado de un arma larga, montada y lista para disparar. Un par de insultos y el cañón en la cara de cada uno de los muchachos, advirtió la seriedad de las intenciones del visitante. El cacerolazo terminó en estampida. - Eduardo y su esposa recibían la visita de unos primos a quienes no veían desde hacia algún tiempo. En su apartamento, en la población cercana de Zumba, todo estaba a punto para una noche distendida de afectos familiares. Poco antes de cenar, una horda de delincuentes irrumpió en el edificio gritando consignas contra la “oligarquía”. De inmediato, dañaron los tableros eléctricos del edificio dejándolos a oscuras e incendiaron el depósito de basura. El daño no pasó a mayores. Tanto los anfitriones como los invitados, salieron del edificio a toda velocidad y se arruinaron su noche. - En mi edificio, viven tres familias profundamente simpatizantes del régimen. Sus autos, casualmente, no estaban en el estacionamiento del edificio al momento del asalto y ellos fueron los únicos vecinos a quienes nadie pudo ver en el barullo de la noche. Uno de ellos, esta mañana, intentó explicarme lo de anoche, desde su punto de vista; realmente es una pena que no haya tenido ánimos para escucharlo. - En las residencias San Eduardo, mi amiga Mónica cuida de su anciana abuela enferma de Alzheimer. En el medio de la horrorosa batalla que se libraba allá también, intentó poner a buen resguardo a la abuela. No lo consiguió: Hoy, la abuela de Monica ha sido trasladada a una clinica privada para recibir el auxilio de tanques de oxigeno que le ayuden a recuperar su dañada capacidad respiratoria debido a lo que nuestro presidente llama “gas del bueno”

¿Por qué sucedió lo de anoche?

A pesar de los terribles sucesos de anoche, logré descansar un buen rato. Desperté deprimido, para decir verdad. La imagen de mi hermana, presa de un ataque de nervios mientras asaltaban nuestra casa, me acompañó, muy a mi pesar, durante todo el día. Entonces, como suelo hacer en estos casos, me dediqué al análisis de eventos que nunca debieron suceder. La clave para entenderlos vino de un taxista con quien conversé mientras iba a mi trabajo. Reconstruir la cadena de pequeños sucesos que desencadenaron la noche espantosa que vivimos, hizo el resto. Sobre todo la comprensión absoluta que, una vez más, el tiempo jugo en contra nuestra: la violencia estalló pasadas las siete de la tarde; es decir, el gobierno había tenido tiempo de sobra para sofocar los distintos focos violentos que amenazaban la paz de los merideños; entonces, fue la demora en detener la acción de Los Tupamaros lo que precipitó todo, incluso la muy lamentable muerte del joven Yoniris Carrillo. En este punto quiero hacer un alto, indispensable para mi salud mental: Yo estaba en Las Marías acompañado de vecinos y de mis hermanos; todos nosotros vimos como en un momento determinado, una persona herida fue trasladada rápidamente al hospital Sor Juana Inés de la Cruz, situado al frente del complejo residencial. Era Yoniris, según pudimos comprender luego. Él estaba dentro de la banda armada que atacó injustificadamente el conjunto residencial y nunca fue víctima de emboscada alguna. Cuando eso sucedió, solo habían dos bandos disparando a mansalva: Los Tupamaros que intentaban entrar a Las Marías de cualquier manera, y la policía que intentaba replegarlos. Puedo asegurar que desde los balcones de Las Marías solo salía el ruido de cacerolas. Es muy simple: Si en los apartamentos de Las Marías hubieran habido armas, las habríamos usado para defender nuestra propiedad. Suena horrible, pero a eso nos han llevado. Lo que sucedió después, no es otra cosa que una muestra imperdonable de irresponsabilidad: En segundos se había corrido un rumor, según el cual, el estudiante fallecido había sido víctima de una emboscada dentro del Conjunto Residencial Las Marías. Ese rumor, no sólo es falso; ese rumor puso en riesgo la vida de 240 familias que habitan ese conjunto residencial; pero fue acogido por todos. Tanto el gobernador, como todas las autoridades merideñas, saben de sobra que a los Tupamaros solo los mueve la venganza y que para practicarla, son capaces de todo (lo demostraron). Haber arrojado esa acusación sobre nuestra residencia lo único que logró fue la estampida de horror que vivimos más tarde. Es fácil deducir que la muerte del joven estudiante, ha debido manejarse con la mesura y la prudencia que exigía la situación que vivíamos desde las 10 de la mañana; de haberse hecho así, posiblemente el resultado final habría sido muy distinto. Lo demás pasa por el delicado filtro de los rumores y no me haré eco de ellos. No quiero creer que es verdad que los delincuentes que atacaron nuestro hogar eran transportados por bomberos, ni que eran apoyados por las fuerzas del estado. Yo vi como la policía se replegaba al momento del ataque, pero no vi otra cosa. Hoy, cada quien amaneció tratando de recomponer su vida. Nadie se atreve a hacer planes para mañana, pero todos seguimos soñando con un amanecer sin humos.

Terminó la calma

Son las 8 de la noche del 26 de enero, el día había transcurrido en una normalidad extraña y urgente, una normalidad que pasa por la suspensión total de actividades escolares y universitarias y muy pocos comercios abiertos. Las calles estuvieron bastante vacías, para lo que es costumbre, y la presencia de policías antimotines y efectivos de la guardia nacional era demasiado ostensible. Todos comentábamos la “calma chicha” en que pasábamos las horas: Pues bien, esa calma finalizó, aunque tenemos pocas noticias de cómo. Desde hace una hora aproximadamente, las zonas de El Campito, Residencias San Eduardo, las adyacencias del Viaducto calle 24 y el suroeste de la ciudad han sido atacadas nuevamente por el ejercito Tupamaro. En esta oportunidad, y muy diferente de cómo sucedió ayer, la guardia nacional está tratando de detener el avance de la violencia y en distintas zonas de la ciudad suenan cacerolas. No hay reporte aun de hechos tan radicalmente violentos como los de ayer. Pero, el pánico está haciendo estragos: Los habitantes de los dos edificios violentados anoche en Las Marías han abandonado temporalmente la mayoría de sus apartamentos (asunto que no deja de encerrar peligros tremendos) y muchos habitantes de El Campito están, en este momento, haciendo otro tanto. Los merideños no sabemos vivir con el horrible miedo que produce el terrorismo patrocinado por el gobierno, aun cuando no se trata de nada nuevo. Algo nos dice que seguiremos en esta zozobra por varios días más. La ciudad está en manos de Los Tupamaros. Esa es la única certeza que tenemos.

lunes, 25 de enero de 2010

Estado de sitio

Aunque la calma se había perdido completamente desde las primeras horas de la mañana, en protesta por la absurda medida de cierre de RCTV Internacional y los continuos apagones, no fue sino hasta las 7 de la noche cuando, quienes habitamos en una zona muy poblada de la ciudad de Mérida, cercana a instalaciones de la ULA, comprendimos cabalmente el sin sentido de la violencia. Después de dejar ardiendo algunos de los sectores más importantes de la vida ciudadana; arremetieron, sin justificación alguna, contra el edificio donde tenemos un modesto apartamento mis hermanos y yo: Residencias Las Marías, un emblemático conjunto residencial de la ciudad, habitado mayormente por estudiantes universitarios y familias clase media. Llegaron en bandadas, a bordo de un autobús secuestrado poco antes, y abrieron fuego indiscriminado hacia el interior de los edificios, luego quemaron la caseta de vigilancia y derribaron el portón de acceso. Nosotros no respondimos más que con gritos y un fuerte cacerolazo. Ellos se fueron. Un rato más tarde, la radio dio los primeros informes acerca de la muerte de un joven estudiante de bachillerato de 15 años de edad en el ataque previo a Las Marías. Mientras, se escuchaban disparos aislados y veíamos, con preocupación, como los efectivos policiales se retiraban del lugar. Poco después los sentimos llegar de nuevo, dispuestos a todo. En segundos, su violencia nos regaló horas de profunda angustia: estacionaron el autobús, en que se mueven por toda la ciudad a sus anchas, e intentaron derribar una puerta lateral que da a la avenida Las Américas; como no lo consiguieron, procedieron a derribar la pared perimetral del complejo, y entraron a dos de los seis edificios. En poco menos de media hora, destruyeron 46 automóviles, quemaron tres, prendieron fuego al estacionamiento del edificio María Virginia, dañando considerablemente el apartamento de nuestra conserje, incendiaron el depósito de basura y el tablero eléctrico del edificio María Alejandra y lanzaron varias bombas molotov que, al estallar, aumentaban la destrucción y avivaban las llamas. Mientras lo hacían, gritaban consignas en contra “de los ricos” y robaban equipos de sonido de los autos, más todo lo que encontraban a su paso. 45 minutos más tarde, los bomberos llegaron y pudieron controlar las llamas. Abajo, en los rostros de 80 familias, solo se dibujaba incredulidad. En medio del caos, nos enteramos que el joven asesinado era militante del PSUV y ficha de la revolución. También, que su muerte se le había endilgado a un misterioso y desconocido habitante de un complejo residencial en el que nadie respondió con disparos. Preferimos irnos. Tememos las represalias de un gobierno acorralado en su violencia, pero, sobre todo, tememos un nuevo ataque. Lo tememos porque sabemos de quien proviene: Se llaman LOS TUPAMAROS y hoy, 26 de enero de 2010, son la única autoridad y la única cabeza visible de la revolución socialista en Mérida, su patrocinante. Marcos Díaz Orellana, el gobernador “socialista” del estado ya tiene explicaciones para todo lo que sucedió hoy, tanto en Las Marías como en el resto de la ciudad. Mañana los nuevos enemigos de Mérida serán la Universidad, la Alcaldía y el Conjunto Residencial Las Marías. Nada se ha dicho de quienes desataron la violencia. Mérida, hoy, está sitiada por LOS TUPAMAROS. Ni modo; de la patria y el socialismo, sólo nos va quedando la muerte.

sábado, 23 de enero de 2010

A la carga, otra vez...

Fotografia: Boris Vargas (Noticias 24)
Ya deberíamos, para no sorprendernos, conocer el modus operandi del sabanetero y su banda: Basta que la oposición tome las calles e intente hacerse oír, para que INMEDIATAMENTE, un nuevo golpe se aseste contra alguna de las cosas que nos resultan preciadas, precisamente porque son pequeños resquicios de libertad. Esta tarde, mientras conmemorábamos un aniversario más del 23 de enero; Diosdado, el acólito mayor, anunció el nuevo cierre de RCTV Internacional, la señal que sale por cable, después del secuestro de la señal libre a la que teníamos derecho todos los venezolanos. Que RCTV Internacional sea un subterfugio que mantiene en el aire un canal de Televisión aborrecido por el gobierno, es el resultado lógico de todo lo que ellos han padecido; por tanto, no vale la pena discutirlo de nuevo, sabemos la conclusión: Cerrar RCTV o cualquier otro medio de comunicación, es una imperdonable violación a las libertades individuales del venezolano y no hay vuelta de hoja. Todo lo demás es una imbecilidad más. Una imbecilidad que asusta y duele. Lo que pasa es que no nos sirve de nada decirlo, repetirlo, gritarlo, escribirlo: Seguimos esperando que nos oigan y, lo que es peor, que nos hagan caso. Eso no va a suceder JAMAS. Los que tienen oídos los cierran para las voces que, aunque están empezando a dar muestras de cansancio, siguen resolviendo sus problemas (de manera legal o no, que a nadie importa), alejándose increíblemente del sentido de comunidad que necesitamos para intentar frenar tanto disparate. Supongo que, tanto como a mí, a nadie le quedan dudas: No basta marchar, no basta gritar, no basta escribir: Hay que arrebatarles el discurso que destruye nuestro sentido de pertenencia a comunidades libres y hay que dejar de hacerse el loco. En este país, merecemos respeto TODOS, al mismo tiempo. Vamos a ver si empezamos a hacer algo por ganarlo.

miércoles, 20 de enero de 2010

¿Cansancio?

Anoche, poco antes de finalizar el tercer apagón del día, la avenida en la que vivo se llenó de ruidos ensordecedores: cacerolas, rejas que sonaban por el golpe de mandarrias, cornetas, cohetones, alarmas de carro y gritos de gente. Azuzada por las voces muy alteradas de los vecinos, la avenida se llenó de una luz que no tardó en revelarse como fogatas alimentadas por potes de basura, y un poco después, tiros. Tiros al aire, ráfagas breves, pero suficientemente claras como para no confundirse con artificios de paradura. Duró, si mucho, un par de horas. Tal como empezó, sorprendentemente, finalizó y todos pudimos dormir en relativa paz. Esta mañana me enteré que otro tanto sucedió en diferentes rincones de la ciudad. El ambiente estaba calmado cuando salí a trabajar; pero se respiraban aires pesados, como de día que empieza sin esperanza de ser mejor. A las 2 de la tarde se apagaron, otra vez, las luces del centro. Los comercios contaron nuevas pérdidas, las calles colapsaron y los embotellamientos hicieron imposible transitar por la ciudad. Eran las 7 de la noche cuando se encendieron luces que llegaban tarde. En mi casa, al otro lado, la luz volvió a irse por dos horas más y los vecinos regresaron a las calles y al escándalo. Esta vez sin las ráfagas de anoche, pero con la misma violencia callejera que asusta a algunos. De nuevo el escándalo terminó pasadas las dos horas de oscuridad nocturna; pero los ecos aun retumban peligrosamente. Sólo puedo pensar que empezó el cansancio y, lamentablemente, lo encuentro lógico. No se adonde vamos, pero no auguro final feliz; a menos que los que tienen oídos, oigan y actúen en responsable consecuencia. Pero ese es otro augurio por el que tampoco me atrevo a apostar mis canas.

domingo, 17 de enero de 2010

Apreciado Sr Ministro Giordani

El otro día, en la peluquería donde trabajo, habían unos periódicos sueltos. Cuando los agarré para botarlos, se me ocurrió leerlos y me encontré con que usted decía que las cosas que se van a poner caras no le hacen falta a nadie. Lo leí y pasé todo el día haciendo mi limpieza, pensando como quien no quiere la cosa, que a lo mejor usted tenia razón, de puro acostumbrada que está una a hacerles caso en todo lo que ustedes dicen. Además, yo, de verdaita, de la tal devaluación entiendo nada. Es decir, para que voy a preocuparme yo por eso, si yo escasamente y cuando tengo suerte, veo algunos bolivaritos que pasan como de refilón por mi cartera. Pero, cuando salí del trabajo, me fui para una tienda donde tengo apartada una cocinita, a pagar la cuota. Pagué y el turco me dijo que menos mal que ya no me faltaba sino una cuota para terminar, porque las cocinas se iban a poner muy caras. Me volvió usted a la mente. Usted me va a perdonar, como dice la canción, pero yo creo que lo que usted dijo no es verdad. Por ejemplo: mi cocina, a mi, me hace mucha falta y, claro, como ahora tengo cocina, voy a querer cocinar y a mi lo cocinar se me da muy bien, pero necesito cositas para adobar la comida y que quede buena, y eso también se va a poner por la nubes. Y además, la ropa; ¿usted no sabe que aquí la ropa que se consigue buena, no es de aquí?; eso se va a poner carísimo también. Y de ahí en adelante, ni le cuento. Yo creo que todo va para arriba. Y la mayoría de las cosas que uno compra, las compra porque las necesita. O sea, con todo respeto pues, pero a mi me está que si, que esas cosas le hacen falta a la gente. ¿Por qué salió usted a decir que no? Yo creo es que usted tiene que venir y explicar que fue lo que dijo; porque a mi Yhonsy, me dijo el otro día que cuando ustedes hablan, no significa lo que dicen sino otra cosa y que uno tiene que poner cuidado. Pero claro, como yo soy tan bruta. Vamos a hacer algo: usted sale y explica lo que quiso decir, pero no entendimos, y todos tan amigos. Porque eso de decir que lo que uno necesita, no lo necesita; eso, mi apreciado ministro Giordani, todavía no lo entiende ni Mandrake. Con todo respeto, De usted atentamente Yarsmiyks Cuevas.

viernes, 15 de enero de 2010

Haiti

Como una pegatina de esas que se adhieren a la piel y cuesta un mundo despegar, tengo grabadas en mi cerebro las incontables imágenes que nos han mostrado del terremoto que destrozó Puerto Príncipe el pasado martes. Grabadas en mi cerebro y tatuadas en el alma; las fotografías de niños vagando por las calles en busca de alguna cara familiar; de ancianos desesperados abriendo sus brazos vacíos, mirando al cielo como quien espera un último favor; de calles enteras que hoy muestran escombros donde antes había vida. Imágenes de destrucción más allá de lo que puede cualquiera imaginar, imágenes que muestran el terror absoluto de la naturaleza enfurecida. Y no puede uno dejar de preguntarse ¿por qué? Un país pobre como ninguno, políticamente revuelto desde siempre; con demasiadas historias de horror como para sumarle una más, de pronto es estremecido por el más terrible de los percances naturales. Francamente, cualquier cosa que uno quiera decir, siempre sonará a lugar común. Pero, hay que decirlo, por el bien de ellos, hay que mostrar el lado más humano que nos quede, aun a riesgo de repetir palabras sueltas y ya dichas.
No he ido nunca a Haití. Tengo algunos amigos que lo han hecho y lo recuerdan con gusto; pero, cuando viví en NY, conocí a un grupo musical cuyos miembros, todos, eran Haitianos; no sólo hacían una música estupenda, eran gente divertida y muy solidaria. Tal vez por eso, tuve siempre la impresión de que los haitianos eran un pueblo de sonrisa fácil, a pesar de todo. Hoy no puedo repetirme esa idea. Por eso, desde aquí, siento que debo unirme en oración a todos los que, sea lo que sea que piensen de Dios, anhelan un poco de paz para los sobrevivientes y esperan que esta catástrofe sirva al menos para empezar de nuevo. Será imposible borrar las cicatrices, pero algo se podrá hacer para volver a poner una sonrisa en el rostro de quienes quedaron para contarlo. Hagámoslo juntos, hasta donde podamos.

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