miércoles, 29 de junio de 2011

A oscuras, todos...

Desde las desafortunadas intervenciones públicas de la mayoría de nuestros jerarcas, hasta cada uno de los increíbles rumores y partes médicos que circulan con virulencia por la web, Venezuela, una vez más, es el blanco de todas las burlas. La comidilla del barrio, pues; el país de lo imposible. Hemos convertido el permiso médico del sabanetero, en uno de los eventos más ridículos de los que se tenga memoria, en un país en el que los ridículos han abundado desde que el mundo es mundo. Cuesta creerlo, pero en lugar de aprovechar esta magnifica oportunidad, para empezar a construir un espacio digno de lo que somos, estamos dejando que la inercia nos arrastre a un desenlace que, mucho me temo, no será el esperado ni por Tirios ni por Troyanos.
No se por qué me ha dado por decirlo. Debe ser porque necesito saber que este blog me sirve, entre otras cosas, para buscarle respuestas a lo que soy, y lo que soy pasa por ser un venezolano que se manifiesta inconforme con casi todo lo que le rodea. Entonces, resuelvo decir mis babosadas en un espacio que me pertenece. Debe ser también porque estoy harto de rumores, de chismecitos de peluquería, de reportes fidedignos, de exageraciones y de historias que no se parecen, en nada, a lo que supongo la verdad.
En un principio, y así lo escribí, pensé que se trataba de una burda estrategia electoral, una suerte de acomodo para subir un rating que se sabía palo abajo. Un poco después y por aquello de que, dos mas dos, la mayoría de las veces suma cuatro, empecé a aceptar como buena la excusa de la enfermedad. Hoy, ante la suspensión de la Cumbre Presidencial de Margarita, decido creer que si es verdad, que se nos enfermó el hombre.
Pues bien, es su legítimo derecho; es más, es el auténtico resultado de una vida desatenta en la que sólo cabe el poder para ejercerlo con saña, contra todo lo que no se le parece. Legitimo, por cierto, como el deseo nuestro de conocer “de buena fuente” que diablos es lo que realmente le pasa y tenerlo aquí, en el hospital Militar de Caracas, que es donde le corresponde estar, haciéndose quimioterapia o lo que sea que le toque hacer para ponerse bien. Pero no, es tan difícil obtener eso de él y sus ad-lateres, como obtener un silencio constructivo del país que soñamos, entre los que no podemos ya con sus desmanes.
Hemos caído en su trampa. Hemos demostrado sin espacio para la duda, que ese señor enfermo o sano, resulta imprescindible para la buena y la mala marcha del país. Que el país que queremos no puede construirse a sus espaldas. Hemos demostrado que somos un extraño caso colectivo de Síndrome de Estocolmo y lo hemos manifestado con creces. Supongo que, en gran medida, la responsabilidad de toda esta locura diaria que empezó con el descubrimiento de un furúnculo, la tienen los que se niegan a informar con claridad, pero se dan golpes de pecho en la iglesia para pedir un milagro. Supongo que es de fácil lectura confundir ese milagro con una gravedad sin solución y supongo, también, que es sencillo permitir que ese mismo furúnculo se convierta en la más negra enfermedad para ver como pasamos por caja.
Lo que pasa es que no quiero suponer más nada. Quiero despertarme en la mañana y sentir que estamos creciendo un poco. Quiero saber que nos interesa la enfermedad del señor, pero no estamos viendo QEPD en cada letra asociada a su nombre. Quiero sentir que no extrañamos sus cadenas, ni su verborrea, ni sus amenazas; que no nos hace falta papá para salir a recreo.
Es verdaderamente increíble; pero, la mayoría de las veces, rechazar se parece mucho a desear. ¿O viceversa?

martes, 28 de junio de 2011

Un congrí hecho para amar

La primera vez que lo probé, Mauricio evitaba conversaciones con el mundo, Beatriz empezaba a ser Catherine Denueve en tablas mucho más tropicales y desagradecidas y la casa se iluminaba con la guapura y el buen hacer de Jhony. Desde la cocina del pequeño apartamento de Sans Souci, frente a bares de maricas y paradas de transformistas, María arrastraba los pies para hablar ronco y ponernos a todos a comer un congrí que estaba hecho para amar.
Lo perseguí como quien persigue el buen recuerdo de un sabor ajeno que es de uno, porque han sabido darselo. Aun en medio de uno de sus proverbiales ataques de malcriadez, o tal vez por eso, el congrí de María llegaba a la mesa para convertirse en presencia inolvidable, en memoria que se busca, en mapa de tesoro y arcón repleto. Lo volví a comer en cualquier otro de los sitios a donde los años me llevaron para encontrar de nuevo a Beatriz, lo comí una vez en Chuao intoxicado de cerdo, de frijoles y de güisqui y, sin que eso estuviera nunca en los planes, lo comí por última vez en su casa luminosa de La Habana.
Era mucho más que un plato de comida. Era mucho más que una manera particular de mezclar arroz blanco y frijoles negros, era mucho más que un obsequio. Era María, corrigiendo el mundo que estaba derecho pero estorbaba, hablando duro, ejerciendo de mamá y explicando con naturalidad que hacer un buen congrí, no tenia mayor ciencia. Era María, admitiendo también, que cocinaba sabroso porque sabía mezclar ingredientes, buscados con afán y mano izquierda, en un mercado que no se ufana de bondades. Era su manera especial de dar un abrazo que no terminaba hasta la siesta ventilada para la que prestaba su cama.
Era, ya lo dije, el mejor congrí del mundo y, desde esta mañana, cuando supe que María se fue sin recoger sus bártulos; los rincones donde guardo el recuerdo de un arroz blanco con caraotas, que no sabía a arroz blanco ni a caraotas negras, sino a la tierra de gracias que era la mesa de María, me asaltan para llenarme los ojos de lagrimas y el corazón de penurias. Puesto a tener que contarlo, me atrevo a decir que el arroz jamás perdía presencia, que el fríjol negro no se desvanecía entre condimentos innobles, que el toque justo de ají estaba por algún lugar, y tal vez también, el olor de la pimienta; que al sofrito le ponía naranja amarga para que uno nunca lo sintiera y que el agua en que lavaba los frijoles una y otra vez, siempre fue la misma de la olla Express. Pero, importa poco. No puede uno contar un sabor, sobre todo si es uno de los recuerdos más amados de una tarde que pasó entre la luz de diciembre y el fresco del patio, de la casa bien puesta de María en La Habana.
Todo lo demás me pertenece. Guardaré su inmensa gentileza, sus ojos chinos que se abrían para reírse del que pasaba y nuestro pleito de amigos por un tamal en cazuela que se quedó en proyecto. Sobre todo, guardaré la dicha de haberme comido varios platos del mejor congrí del mundo, servido por ella misma para que, gracias a sus manos gordas y su cubaneo, me sintiera ahijado de esa mesa. Tuve muchísima suerte; desde hoy, sólo volveré a comer arroz con frijoles. Para un buen congrí hace falta el genio de María y ese, por lo pronto, ha empezado a pertenecer a la nostalgia.

miércoles, 22 de junio de 2011

Obviamente, su ausencia...

Twitter está convertido en territorio obligado. Además de confesar que ya se me convirtió en adicción pura y dura, como los carbohidratos y el cigarrillo, admito que como termómetro, algunas veces arde de ansias. No encuentro otra explicación a lo que sucede en el cielo del pajarito azul, desde que el presidente de un poco menos que la mitad de los venezolanos, decidió enconcharse en su tierra feliz para someter a este país, que votó por él – varias veces – al más twitteado desasosiego.
Por leer, he leído todo tipo de rumores. La cuenta de la periodista Berenice Gómez (a) La Bicha, a quien sigo a pesar de gustarme poco, es una de las más prolíficas: por allí ha pasado todo tipo de calamidades y aunque ninguna se confirma nunca, sirven de algo. Si hiciéramos una encuesta, descubriríamos, por ejemplo, que una importante cantidad de venezolanos creen que el sabanetero está en cabecera de pista. El cáncer, enfermedad a la que tememos inmensamente, es certeza redundante: desde ayer, gana adeptos el colon y en fase terminal. Otros juran que el cáncer es linfático y, muy pocos, piensan que la bacteria se convirtió en septicemia; es decir, creen el cuento chino del absceso pélvico, pero lo aumentan. Algunos otros, (profetas del desastre los llamaría el paciente) se inclinan a pensar que en realidad, no pasa nada y que de Cuba vendrá un barco cargado de desgracias.
La verdad, como costumbre, posiblemente no la sabremos nunca. O la contará la historia, si es que se cumple alguna de las profecías que, disfrazadas de “a mi me lo contaron”, han circulado en el espacio virtual. Lo importante y por supuesto menos discutido, es el irrespeto que toda esa historia entraña.
Gobernar un país, en el que junto a las cadenas, han desaparecido también las ganas de vivir en orden, es una tarea que requiere algo más que mensajes a Jaua y ordenes que nadie sabe de donde han salido. Pero, gobernar, en el estilo omnipresente al que nos hemos acostumbrado por los últimos 12 años, exige coherencia. Si es cierto que tenemos un presidente que se preocupa por los suyos, lo menos que podemos exigir es que tenga la fineza de estarse en casa, hacerse su café y lavar la taza. Todo lo demás es un irrespeto monstruoso al que nunca podremos ponerle freno pues, entre otras cosas, también nos hemos acostumbrado al reposo medico y al ausentismo laboral.
Mucho me temo, entonces, que esta crisis tendrá su fade-out. Se convertirá en escenas histéricas de un recibimiento, para el que espero hayan convocado a Joaquín Riviera, y traerá horas insoportables de chachara televisada. Twitter reventará nuevamente a punta de escrutinios en los que, avezados conocedores de la verdad humana, nos contaran en detalle las señales de la cruel enfermedad y las estrategias electorales obtendrán provecho del sufrimiento que nosotros hemos decretado.
Después, nada habrá sucedido. Nada, como no sea la entrega indecente de nuestra soberanía a un país que perdió la suya hace 53 años y el reconocimiento, grosero, de que para la jerarquía patria, en las emergencias de patio no tiene sentido ni atenderse un catarro. Esa es la Venezuela del siglo XXI. Valdría la pena que alguien respondiera, en twitter, ¿Por qué?

martes, 21 de junio de 2011

Sin rodeos

Hace unos meses, en una conversación bastante casual entre abogados amigos, escuché un cuento aterrador sucedido en la cárcel de Mérida. Un recluso violó a la sobrina de un PRAN aprovechando la hora de visitas. Lo hizo para marcar su territorio, demostrar su poder y saciar sus instintos. Pero, le fue mal. El tío de la víctima, verdadero jefe de la cárcel y PRAN de antigüedad, dio la orden de vengar el mancillado honor de la niña: Sus luceros asesinaron al violador y colgaron su cadáver en el medio del patio. Allí permaneció hasta descomponerse, como muestra inobjetable del poder del PRAN, ofendido en su único compromiso, proteger a la familia. Ante mi horror, mis amigos se explayaron en historias, una peor que la otra, de las barbaridades que un PRAN es capaz de cometer para demostrar su poder omnímodo. Tal como las siglas de su título lo indican, los dueños de las cárceles venezolanas, no tienen nada que perder, como no sea la licencia que los autoriza a todo tipo de negocios sucios: tráfico de armas, de drogas, de celdas, de recesos, de comidas, de cigarrillos, de licores, de drogas y hasta del aire que los reclusos respiran. Tráfico público y sabido que, junto al recurso especial que les permite disponer de la vida de los demás, dentro y fuera de la cárcel, los convierte en temidos jefes de un colectivo que nos maneja desde un sitio tenebroso que recién este fin de semana ha dejado, por fin, salir toda su podredumbre. Es verdad, ha sido horrible. Sobre todo por los incontables rumores asociados, que hablan de incontables muertos, numerosos heridos, cientos escapados y cosas mucho peores. Nunca sabremos lo que pasó en El Rodeo entre el 12 y el 19 de junio. Sabemos, eso sí, que la verdad, la autentica verdad de las cárceles está en la calle. Ahora bien, es una verdad que implica otra y eso es lo que cuenta: La existencia de un PRAN se sostiene en la existencia de un funcionario corrupto, que ni ha pensado en la posibilidad de acabar con ellos. Es muy simple: un ser humano que es capaz de semejantes horrores, no merece consideraciones de ningún tipo. Ni siquiera merece estar vivo. Entonces, ¿cuál es el escándalo que tenemos armado por lo acontecido en el Rodeo? ¿A quién sorprende? ¿Hemos llegado a tal nivel de intolerancia que vamos a ponernos del lado de los PRAN? Con tal de ir contra los rojos, (malucos como son) nosotros, intentamos humanizar esa basura que es un PRAN poniendo en la mesa sus “derechos humanos”, mientras el desgobierno, los convierte en brazos armados de la oposición. ¿Será el agua lo que contiene el bichito inescrutable que nos volvió locos? Es cierto que la situación carcelaria tiene que cambiar, es cierto que hay que hacer todo lo posible por humanizar la vida de los reclusos, que deberíamos tener mejores y más decentes sitios de reclusión, que deberíamos estar en condiciones de brindar celeridad procesal y todas esas cosas que hacen falta en la administración de justicia. Sobre todo, es cierto que necesitamos darle estatus recuperable a algunos reclusos; pero no a un PRAN. Tampoco al funcionario que cierra los ojos ante ellos y no los combate. A ellos, y me perdonan los defensores de los derechos humanos, podríamos empezar por conseguirles juicios (justos) en los que la ley se ocupe de castigarlos de manera ejemplar. Como si esto fuera un país decente.

viernes, 17 de junio de 2011

Lista de viernes XIV - Sexo ¿debil?

Somos innegablemente un país de corruptos; en ambos bandos, el dinero circula gracias a la firma de papeles que no existen o inventando costosos proyectos que no tienen futuro alguno; ni modo, mientras haya uno que afloje y otro que guarde, el porvenir seguirá diluyéndose en números de cuenta que nadie conoce o se atreve a revelar. En nuestra vida republicana (póngale el número que usted quiera) la honestidad parece haber brillado por su ausencia y, lamentablemente, nuestra historia está llena de personajes cuyas humanidades, ligadas a lo peor de nosotros, sólo llegaron al juicio que hacemos los que leemos los diarios. Para darle colorido, algunos de esos nombres llevan tacones y lápiz de labio, en abundancia. Mi lista de hoy se inspira en quien parece estar a punto de convertirse en una de las mujeres más notables de la 5ta Republica por su desmedida ambición y sangre fría: La Reina de las Cabillas, detenida hoy mismo al revelarse el prólogo de lo que puede convertirse en el horror más grande de estos años de horrores. Un nombre que ingresa, con honores, a un reducido conjunto de señoras manilargas presentes en nuestra memoria desde la cuarta o antes. Muchas cosas se deben y se pueden discutir para que empecemos a construir el país que queremos; la honestidad no, la honestidad debe estar allí. Sobre todo en los bolsos elegantes de nuestras señoras.
La cancillera: Si hay algo de lo que pueda vanagloriarse es de su inteligencia. No me consta, pero cada vez que la pienso, sueño con conocer su coeficiente intelectual. No encuentro otro modo de justificar su aire de crimen perfecto y su buena estrella: Jamás ha sido objeto de titulares y, todo lo que se dice de ella casi es un chisme de peluqueras. Ese chisme la pone detrás de un trono que ha vivido, en primera persona, algunos de los casos más negros de corrupción que se recuerden por estos lares desde que, llegada de Chile, la Sra. Ana Avalos de Rangel empezó a nadar las aguas de nuestra política, nunca mejor representados que en manos de su ultra famoso marido, el periodista, dirigente, candidato, masista, adeco, vice presidente revolucionario y ex canciller de la República, José Vicente Rangel. Todos los que la conocen, de alguna manera le temen, pues están conscientes de su innegable poder, aderezado de pulgas que no es que sean malas, molestan. Ligada al medio artístico, dueña de galerías emblemáticas, mano que mueve la cuna de museos y otras instituciones culturales y en alguna oportunidad, fotico obligada de saraos elegantes, su paso por Casa Amarilla sigue siendo, según los chismes, su época de oro. No debe decirse más de quien nadie, jamás, ha mostrado prueba alguna que la incrimine. Pero, en ninguna señora, como en ella, debe ser más cierto aquello de “cuando el rio suena es porque piedras trae”. Cuanto ha sonado.
Nuestra señora de la guerra: Tuvo sus quince minutos de gloria en el segundo gobierno de Pérez y vaya que fue notorio. Recuerdo su buena pinta, su cabellera impecable y su dedo acusador erguido en tono de yo no fui. Cubana e íntima amiga de otro famoso corrupto de la época, Gardenia Martínez, a nombre de la Corporación Margold y sabe Dios de cuantas otras empresas, hizo el negocio del siglo, comprando y vendiendo armas para surtir las arcas y las fantasías guerreristas del policía de Rómulo. Ganó millones, según el decir de muchos periodistas, fue enjuiciada, entrevistada, fotografiada y esculcada hasta en sus mínimos rincones. Ella intentó defenderse, sostuvo una y mil veces que no había hecho nada malo, que había actuado “apegada a derecho” y que sólo era una simple y vulgar intermediaria ganándose la vida en un negocito que no distaba, en absoluto, de traer ropita de Curazao. La verdad – la que nos contaron – la convertía en una verdadera Perra de Guerra. Le echaron parte de la culpa del 27 de febrero y de la caída del mismo presidente que durante años la protegió de todo mal y peligro. Un buen día desapareció del medio y su nombre, como la espuma, se desvaneció para siempre. Se sabe que vive en Miami, muy bien, y que no ha abandonado sus dotes de excelente empresaria. Creo recordar que no durmió ni una noche en comisaria alguna y que CULPABLE no aparece en ningún documento asociado a su nombre. Ha podido serlo, pues lo de las millonarias comisiones en el negocio más feo de todos los tiempos, era comprobable; pero bueno, ya sabemos cómo es la cosa.
La otra barragana: Nadie, nunca, habría imaginado que terminaría agarrada por la greñas con la honorabilísima Doña Blanca por algo tan grotesco como el cadáver de un anciano que, en esta época, no tiene valor alguno ni vivo ni muerto; pero, este país es así. Cecilia Matos, la mujer que discretamente ocupó el lado izquierdo de la cama del todopoderoso Carlos Andrés Pérez en tiempos de fastos y sauditismos, tuvo al menos la decencia de hacer todo lo que hizo, en el perfil más bajo que pudo hallar. Todos sabíamos que existía, pero la Primera Dama seguía siendo Doña Blanca Rodríguez de Pérez y la familia presidencial, la que ambos habían procreado. Cecilia y sus dos hijas, tenidas y reconocidas como eran, no pintaban casi para nada, público. Se cuenta que en la suite japonesa de Miraflores, construida por encargo suyo, la Matos ponía a todo el mundo a pasar por go y pagar 200. Pero, el crimen perfecto no existe para todo el mundo. Un rarísimo asunto que involucraba una fundación de protección al indígena, algunos desmanes de aquello conocido como el caso Turpial y la posterior defenestración de su amante, casi dan al traste con su buena fama de barragana recatada. A partir de ahí, todo fue caída libre: Su nombre estuvo y estará ligado a todo el escandalazo que rodea el reinado de CAP, más en plan de cómplice que de moza. Sus cuentas, sus viajes, sus idas y venidas, fueron objeto de escrutinio descarnado y en el camino se enlodó hasta la mismísima Carolina Herrera, por ponerse de amiguita a ayudarla a superar su estatus migratorio. Enviudó, finalmente y mientras no se sepa qué pasará con el cadáver, no tiene ni una tumba donde ponerle flores al marido muerto. Vaya suerte.
La lluvia de los dólares: Hacía tiempo que la perseguían. Ella y uno de sus asistentes (convertido en moziño por obra y gracia de periodistas mal intencionados) representaban lo mejor de aquella época en que las condenas y absoluciones, se dejaban dentro de un maletín de firma repleto de escurridizas divisas. Finalmente dieron con ella, el mismo día que recibía un pago de 5.000 dólares por perdonarle el mal paso a un digno ciudadano. Mélida Aleksic Molina, juez 43 de Primera Instancia en lo Penal, el 24 de abril de 1995, sorprendida en flagrante delito, arrojó por el balcón de su apartamento (22 pisos arriba) los billeticos verdes que acababa de recibir. Los vecinos sorprendidos por su buena suerte, salieron a la calle a atajar cuantos dólares pudieron y, oh sorpresa, la alegría duró lo que el intelecto siempre creativo de la policía venezolana: determinaron que la lluvia de billetes realmente era el cuerpo del delito y exigieron una devolución que sencillamente se convirtió en yo no he visto nada. Cuatro años más tarde la jueza fue condenada a dos años de prisión, que no la llevaron a la cárcel y un poco después volvió al Poder Judicial, donde irónicamente dictó sentencias absolutorias en varios casos de sospechosa honestidad.
Repartidora de divisas: Con poco más de un año firmando papeles en el nefasto RECADI, Edgalia Bastardo de Leandro, fue destituida de su flamante cargo el 10 de febrero de 1989 debido a que se detectaron “irregularidades” en el otorgamiento de divisas a una empresa cuya existencia era, por lo menos, dudosa. Era la propia época de los chivos expiatorios y urgía conseguir que alguien más que “el chino” pagara los platos rotos de uno de los mayores descalabros de nuestra historia. Otro capítulo de la serie más entretenida de todos los tiempos, Edgalia demostró, papeles en mano, que ni se había sobregirado, ni había aprobado nada, a nadie cuya existencia no fuera tan cierta como la del Santo Grial. Nadie se lo creyó, el ministro Hurtado, principal responsable del desastre, la encaró en el Tribunal de Salvaguarda y ella una vez más, lo desmintió con pruebas. Aprovechó para recordar que en realidad, Recadi era manejado desde Miraflores por la inefable doctora Ibañez. No pasó nada, muéranse. Edgalia desapareció sin dejar rastro y su nombre de señora digna de pueblo, quedó como personaje de reparto de una película malísima que no tuvo final, ni feliz ni del otro.
La reina de las cabillas: La he dejado de última pues su historia apenas empieza a escribirse, en medio de humaredas carcelarias, asonadas estudiantiles, rumores de enfermedades mortales, vacios de poder y carreras atolondradas. Fue detenida ayer acusada de manejar a su antojo el comercio de todas las cabillas que se producen en nuestras “empresas básicas”. Un escándalo más que pasará a la historia, sin que sus cómplices paguen lo que deben. Los tuiteros han tenido un poco de tiempo para ocuparse de ella, pero la pobre tiene tan mala suerte que su protagonismo, innegable, ha sido opacado por auténticos dramas. En su defensa, si acaso tiene alguna, debe decirse que el hijo prófugo del gobernador rojo de Bolívar, socio necesario del negocio, huyó antes de ser agarrado en falta, a bordo de un avión gubernamental. Liliana Orozco la mujer que paralizó el negocio de la construcción y está a punto de acabar con la Gran Misión Vivienda, está tras las rejas y dadas las connotaciones de su inmundo negocio, probablemente pague, no por robar las cabillas que son nuestras, sino por intentar echarle a perder los votos al sabanetero. Amanecerá y veremos…

martes, 14 de junio de 2011

La mala hora

A sus diez y seis años, a Keylmar le tocará aprender la única lección que uno no quiere que le enseñen en la vida. Será un aprendizaje difícil, el tema es duro y a él jamás le ha gustado aprender: Su vida, desde ahora hasta el final, transcurrirá en una silla de ruedas. El sábado pasado, una bala que según parece no era para él, lo alcanzó en la espalda, se llevó por delante la médula ósea y lo dejó cuadrapléjico. Ni modo. Salió su número.
Keylmar es alumno de la escuela. No es alumno mío, pero lo conozco. Es el típico estudiante "malandrin" que vive, o presume hacerlo, al borde mismo de todo. Por eso fue el primero, la madrugada del sábado, en el estacionamiento del Colegio de Médicos, cuando al salir de una fiesta de promoción en la que sólo había menores de edad, una banda, armada hasta los dientes, acabó con la fiesta a tiros. Keylmar, que estaba allí y no aguanta dos pedidas, intentó defender algo o hacer ruido lanzando una botella, justo en el momento en que uno de sus compañeros desenfundó la pistola y apretó el gatillo sin saber bien a donde. El que disparó, cayó muerto casi inmediatamente al recibir 8 tiros. Keylmar, herido, había recibido el tiro que su amigo no supo apuntar.
La noticia del tiroteo apenas ocupó un titular casi discreto en la prensa local. Los profesores nos enteramos el domingo por simple transmisión de mensajes de texto y los alumnos de 4to año, han intentado darle ánimos al compañero maltrecho, pero nadie demuestra mayor alarma, ni otra tristeza que trascienda la mala suerte de Keylmar: no volverá a caminar. A medida que pasan las horas, las visitas al hospital disminuyen y algunos comienzan a soltar la lengua.
En claro se obtiene que, disfrazado de delincuente juvenil, que no alcanzaba a serlo, Keylmar tenía la vida vendida; que el cuento de la bala perdida y la mala hora empieza a perder sentido y que, por triste que sea el estado en que ha quedado, Keylmar se buscó cada miligramo de la pólvora que le ha desgraciado la vida a él y a su mamá: una mujer que apostaba a todo por educar a su hijo.
Ella es la única que llora todavía, y Keylmar, por supuesto; no ha parado de hacerlo desde que llegó al pasillo de la emergencia de adultos del Hospital de Mérida, donde permanece con poca variación a pesar de su terrible diagnostico y de donde saldrá a su casa a languidecer de mengua, probablemente.
Entre tanto, algunos nos hacemos preguntas repetidas, mientras lamentamos consternados el futuro de uno de “nuestros muchachos” y nos aterroriza la rápida normalidad con que se asume la tragedia de Keylmar y se cuentan las horas a la espera de un nuevo enfrentamiento y un nuevo herido, o muerto. Ayer, uno de los alumnos de más edad me escuchó cuando comentaba con otro profesor el sin sentido de una fiesta de chamos, en la que circulan libremente armas y municiones. El alumno se detuvo a mi lado escuchando atentamente mi rabia, calibrando cada palabra mía en contra de armas en manos de muchachitos inexpertos. A medida que yo hablaba, él sonreía. De pronto me interrumpió:
- Tú no entiendes Juan Carlos, me dijo el estudiante.
- ¿Qué es lo que no entiendo?
- Nada…no entiendes nada. Si uno tiene una culebra con alguien, tu crees que uno va pa´una promo sin un hierro? ¿Qué quieres tú, que lo maten a uno como un perro?

lunes, 13 de junio de 2011

Cuestión de rating

Hace muchísimo tiempo, un cubano convertido en el Rey Midas de la telenovela patria, acuñó un sistema infalible para aumentar el rating de aquellos culebrones que por alguna razón caían en desgracia. Era bastante simple, consistía en enfermar de alguna cosa misteriosa y poco común, a alguno de los tres personajes más importantes de la trama: La protagonista femenina, el antagonista masculino y algún niño cercano a la protagonista. Como por abracadabra, a medida que alguno de ellos languidece en cama víctima de alguna fiebre indescriptible, un tumor infeccioso y maligno o algún misterioso malestar que se remedia con rezos y guarapitos, los numeritos aumentan y la telenovela se salva de chapotear un naufragio vergonzoso.
Es, y lo sabemos, un simple asunto de preferencias del espectador; por eso, los capítulos de una telenovela se escriben diariamente, según una historia pre-diseñada y flexible, que jamás termina como soñaron los guionistas. Basta una orden de los productores, para que se escriban diagnósticos impronunciables y alarmas de salud que buscan producir el efecto milagroso de convertir una historia en la que pocos tienen fe, en otra cuyo capitulo final tiene beso, palomita blanca y muchos puntos. Lo único que hay que hacer, según una recomendación que todos aceptan como parida en Cuba por realizadores ambiciosos, es poner a la protagonista a fingir hospitales de cartón piedra y no dejarla ver por algunos capítulos, durante los cuales, los actores de reparto mantendrán con vida la historia que ellos quisieran protagonizar. Lo demás es pan comido: vendrán abultadas regalías, valiosos patrocinios y el reconocimiento por rescatar, con una estrategia conocida desde siempre, el rating de una telenovela que requería gran esfuerzo para salvar su pellejo.
Esfuerzo o, guionistas truculentos y cantidades monstruosas de dinero. Muchas mentiras, también, pero eso lo sabe todo el mundo.
Ya volvemos…

viernes, 10 de junio de 2011

Lista de viernes XIII - Hablar para la historia

Si pensáramos un poco más que la mejor palabra es la que no se dice, la historia estaría menos llena de metidas de pata y algunos famosos habrían tenido menos oportunidad de develar sus auténticos sentimientos, los que se escapan cuando no pensamos bien en lo que decimos y lo estamos diciendo todo, en realidad. Es viernes, día de listas y de revisiones a la historia frívola y descuidada que han ido escribiendo los bocones – o los indiscretos – de oficio. Trece es un buen número para recordar lo que posiblemente sean las frases más famosas (y en algunos casos, las más inconvenientes o divertidas) de lenguas afiladas con espacios en la historia.
Dinero, para algo más que vivir: Se llamaba Anna Nicole Smith aunque nació siendo Vickie Lynn y se habría quedado bailando en los tubos de varios bares nudistas de Texas, de no haber sido la conejita de Playboy que se levantó un millonario de 80 y pico, se casó con él, lo consintió por 14 meses y enviudó, tristemente. Casi en ese instante, comenzó una de las historias legales más rocambolescas de todos los tiempos: un juicio para repartir la millonaria herencia, que fue visto y comentado por media humanidad, teniendo uno de sus momentos cumbres el día que “la sucesora de Marilyn Monroe” subió al estrado. Vestía de negro riguroso, llevaba poco maquillaje e hizo gala de mohines, morisquetas y frases inolvidables que alcanzaron el zenit, cuando al ser interrogada por el juez sobre los motivos de su demanda a la familia Marshall, ella miró a la audiencia, puso cara de circunstancias y respondió, con toda seriedad: “se necesita dinero para ser yo”. Nadie lo puso en duda, sobre todo cuando lo obtuvo, pocos años antes de morir en un hotel de Florida, víctima de una sobredosis.
Frases del destino: El 22 de noviembre de 1963, un poco después del mediodía, moría asesinado John Fitzgerald Kennedy, el 35to presidente de los Estados Unidos de América y uno de los nombres más importantes de la historia del siglo XX. El crimen, que los gringos conocen como el día que USA perdió su inocencia, removió el mundo y ha sido estudiado, revisado, anecdotizado, filmado y publicado millones de veces. Sucedió en Dallas, al inicio de una visita de campaña para la reelección, a bordo de un automóvil descapotable en el que viajaba acompañado de su esposa Jackie, el gobernador de Texas, Jhon Connally y la esposa de este Nellie, la bocona del momento: En el transcurso de la caravana, ella se volteó a mirar al presidente y para congraciarse le dijo “no podrá usted negar que la gente de Dallas le quiere”. Segundos después una bala atravesaba el cuello del presidente y una segunda hería a Jhon Connally. No hay duda que la mano negra del destino tuvo mucho que ver con esa frase.
En ella, normalito: Nadie en su sano juicio podría suponer en Victoria Beckham un átomo de inteligencia. No es fea, le encanta una foto y la mayoría de las veces se viste bonitico, pero de ella poco más puede decirse, salvo que la suma de sus talentos la han hecho millonaria y la han dejado igualita de bruta. No lo digo yo: “Jamás en mi vida me he leído un libro, no me da tiempo, prefiero comprar discos”. Ya sabemos que Barnes & Noble, nunca le ofrecerá un contrato.
La inolvidable de “La doctora”: Fue protagonista de la política nacional durante el quinquenio Lusinchista (1984-1989) y aprovechó sus artes más íntimas para enriquecerse groseramente y permanecer en el trono como una verdadera Pompadour, a quien se le parecía en muchos frentes, aunque ella soñaba con la modestia e impecabilidad de su más cercana Evita. Intentó todo, y en todo, por suerte, tuvo poco éxito; tanto, que el día que quiso explicar públicamente su molestia al ser tildada una y mil veces de corrupta, la Doctora Blanca Ibañez fue traicionada por su innegable falta de ignorancia y afirmó rotunda: “vivo de mi salario, yo con eso, tengo todos mis gastos cubridos” No sé si por algo más, pero por esa perla, se quedó para siempre en la historia patria.
Entre músicos te veas: En 1982, Ana Teresa Oropeza, una muchacha bastante corriente pero muy adinerada, se alzó con la corona de Miss Venezuela para desconsuelo de todos los que, ya en ese entonces, defendían el poco chance que las niñas ricas de La Lagunita merecian, en un concurso de niñas ricas que empezaba a necesitar historias de superación personal y morenitas bellas. Además de servir arepitas con caviar en la celebración del triunfo y no lograr ponerlas de moda, Ana Teresa entró a la historia gracias a una pequeña confusión de nombres: en una entrevista, realizada por el famoso periodista Nelson Hypollite Ortega, la miss confesó impávida: “me encanta la música de Shakespeare” y obtuvo titular. Días después y para asestarle el toque de gracia, Isabel Palacios publicó un inteligentísimo artículo en El Nacional, en el que despepitaba con su extraordinario conocimiento del tema, todos los detalles de la vida oscura y casi desconocida de un antiquisimo músico ingles de apellido Shakespeare. ¿Sabía de él Ana Teresa? Jamás fué aclarado.
Revancha inteligente: Se hizo famosa en el mundo entero gracias a un cruce de piernas inolvidable, en medio de una secuencia de esas que se diseñan especialmente para aumentar ingresos de taquilla: Sharon Stone, desde entonces ha hecho pocas películas y ha mantenido la fama de Instintos Básicos. También se casó, con el millonario editor de un periódico de San Francisco con el que le fue francamente mal, (accidente cerebro-vascular incluido). Recuperada y radiante, fue entrevistada sobre una ruptura cuyos detalles eran secretos y casi desconocidos, pero que pasaban hasta por las torcidas preferencias sexuales del marido. Inteligente y mordaz, la actriz zanjó el asunto explicándole al mundo que “las mujeres sabrán fingir un orgasmo, pero los hombres saben fingir una relación entera”. Nada, versión gringa de varón no es gente.
Premonición absoluta: Barbara Walters, la periodista de farándula más famosa de Estados Unidos, después de Oprah Winfrey, hizo un programa especial sobre la incombustible y eterna sobreviviente CHER, cantante, ícono pop, actriz, mamá de una que se cambió de sexo para convertirse en hombre y extravagante ex – esposa viuda del cantante y político Sonny Bono. En la introducción del programa, la Walters, famosa también por sus ocurrencias, presentó a la estrella diciendo que “al día siguiente de la guerra nuclear, en el mundo solo quedarán las cucarachas y Cher”. Pocos recuerdan el programa entero, pero nadie olvidará jamás una premonición tan acertada.
La gran bocona: Tenia talento, tenía curvas provocativas, escribía, diseñaba y montaba sus propias escenografías y además escogía sus compañeros de reparto en una época en la que las actrices actuaban mal y listo. Además, o mejor dicho, por sobre todo, Mae West pasó a la historia por su interminable colección de frases mordaces y de doble sentido cuya vigencia se mantiene intacta. “Yo no he descubierto las curvas, sólo las he destapado” posiblemente sea una de las menos conocidas, pero sin duda, podría ser el título de su auto- biografía.
La Pantoja y yo: No acapara titulares por lo que dice, sino por lo que hace o deja de hacer. Viuda de España, tonadillera, presunta corrupta, favorita de la prensa del corazón y protagonista de todos los escándalos del género humano, Isabel Pantoja, se cruzó en mi camino en aquellos días felices de conciertos en el Teresa, con entradas vendidas hasta la bandera y sin discursos. Preparábamos la primera noche de una serie de espectáculos en los que la Pantoja, representada en Venezuela por María Gómez, estrenaba repertorio y abandonaba crespones de viuda. En el ensayo general, Isabel entró al escenario conversando con su asistente y sin ánimos de práctica; pasaban los minutos y el personal, paralizado, empezaba a reclamar algo de acción. María, conocida en todo el mundo por su pésimo carácter, la conminó a comenzar el ensayo, sin éxito alguno; una, dos, tres llamadas y el ensayo naufragando en la nada. María, impaciente y furiosa agarró una silla y la lanzó a la cantante. No llegó a pegarle, pero logró un estruendo digno de emergencias. La Pantoja, altiva como una duquesa, miró a María Gómez, le dijo “ay, por favor, María, que modales…” y se fue a los camerinos. No hubo ensayo, tampoco disculpas, ni otras menudencias; de lo demás recuerdo el concierto, sin sillas en el escenario, como una de las grandes noches de un país que ya no existe.

jueves, 9 de junio de 2011

Misión Imposible

Hoy llegó a Mérida; lo notamos por la fila de vuelta y media que se armó en la Plaza Bolívar. Como si de una fiesta patria se tratara, hoy no hubo trabajo en la mayoría de las oficinas públicas y en algunas privadas, a las que acuden diariamente quienes padecen el tormento de no tener casa propia ni alquilada. La Gran Misión Vivienda, sus bombos y sus platillos, han abierto las fauces de un fracaso anunciado, para el que se tomaran todas las precauciones a fin de que se note muy poco o nada.
No tengo el conocimiento experto que se necesita para una disertación sobre las posibilidades reales de cumplir la promesa de los 2 millones de casitas que se necesitan para satisfacer el déficit que padecemos los venezolanos; tengo, eso sí, el convencimiento casi esotérico, de que aquí no hay donde meter esa inmensa cantidad de paredes y pisos y que será dificilísimo levantarlos en el tiempo ofrecido, sin la ayuda indispensable de quienes tienen años haciéndolo mejor que ellos porque saben cómo: Los constructores privados. Es el verdadero inicio de una nueva campaña electoral plena de promesas vanas: puestos a indagar, es asombroso descubrir como a casi nadie involucrado en el asunto, las cosas le parecen tan difíciles; tal como el KINO, todo el mundo, a pesar de sospechar que ganarlo es casi imposible, sigue jugando.
Sin duda, sabremos de algunas casas. Serán construidas en aquellos municipios y ciudades que tradicionalmente les han sido adversos en resultados a pie de urna y su promoción será tan repetitiva y abominable como la campaña; algunos de los escasos beneficiarios ya están en la prensa hablando maravillas de las casas que van recibiendo a cuentagotas. A esos lo veremos multiplicarse por mil, tanto como a los votos que ponen en peligro nuestro futuro y el de ellos. Todo lo demás parece contar poco; la respuesta electoral de la oposición no existe o es muy débil y la papa caliente sigue danzando y ganando espacio en el terreno minado que es, por estos días, el país repleto de rumores y noticias desalentadoras.
No importa saber que se trata del capítulo inédito de Misión Imposible, tampoco el hecho de que, construidas o no, la propiedad de esas casas no será de quienes las habiten, ni la teoría cierta que habla del trágico colapso de los servicios en urbanizaciones levantadas a toda prisa en cada espacio que las expoliaciones permite. Importa que el papel en el que constan sus datos, consta también la esperanza y esa es la única cosa que se convierte en votos, en caso de que realmente algún día lleguen a ser necesarios.

martes, 7 de junio de 2011

Cuento de un domingo en Lagunillas

Lo conocí, a él y su historia, este domingo en Lagunillas. Se llama Raúl y no debe tener más de 40 años. Sus ojos, azul intenso, son los de un agricultor andino en toda regla, lo que más o menos quiere decir que es callado, trabajador, poco confiado y buen cuidador de los dineros suyos y ajenos. Sus tierras, en un paraje casi idílico de los Pueblos del Sur merideños, se dedican al cultivo del café desde hace más tiempo del que él mismo pueda recordar; las heredó de su padre quien a su vez las heredó del suyo y le han servido a toda la familia para ir por la vida celebrando crecimientos y alguna gran alegría; como la vez que un extranjero decidió venir a conocer su granos tostados, los encontró valiosísimos y empezó a comprarle cada cosecha que producía a un precio realmente bueno; es decir, a precio de mercado, pagado contante y sonante en cada entrega. Sirvió para terminar las eternas tareas de adecentamiento de la casa familiar – tan antigua como sus tierras – y para construir algunos sueños tan modestos como la educación de sus hijos.
Sirvió también para mejorar la forma en que se ocupaban de sembrar y recoger uno de los mejores cafés del mundo. Raúl, entusiasmado con lo que podía ser el negocio de su vida, obtuvo asesoramiento técnico, abonos de primera calidad e insumos varios, que garantizaban más crecimiento y más trabajo tanto para él, como para los jornaleros que en cada cosecha aumentaban de número. Un día, en un procedimiento que ni él, ni ningún otro agricultor de la zona han logrado entender, Agroisleña, la empresa que los surtía de todo lo que usaban, fue convertida en Agropatria y cundió el desconsuelo. Para hacer corto un cuento largo y doloroso, un simple litro de insecticida, es imposible de conseguir en la misma tienda que antes vendía todo lo que ellos necesitaban para producir algunos cientos de quintales de café y seguir soñando.
Las tierras de Raúl perdieron, desde entonces, todo lo que tenían de idílicas. Las plantas de café han ido cediendo tanto a las lluvias como a las plagas; las siembras protectoras han debido ser podadas – es imposible mantenerlas – y el extranjero ha dejado de venir por estos lares a tratar de comprar café. Raúl está casi en la ruina, o eso es lo que espera que suceda, y ahora apenas va a sus tierras para ver si continúan allí. Trabaja cada vez menos y no entiende nada cuando escucha a los jerarcas hablar de plenitud alimentaria y cosas de esas. Él lo único que sabe es que para los Pueblos del Sur, Agropatria sólo ha llevado largas colas de registro, papeleo y burocracia inútil.
Al menos, consiguió como pasar el tiempo. Ahora, Raúl es el aguerrido directivo de una de esas organizaciones cuya existencia molestan mucho a los rojos de Caracas. Y no está sólo.

viernes, 3 de junio de 2011

Lista de los viernes XII - Raras costumbres

Seguramente todo se puede resolver con un simple “aquí somos así”, cerrar los ojos y sentirse contentos de alguna seña de identidad encontrada; pero a esa sencilla irreflexión algunos le anteponemos el convencimiento de saber que se puede ser mejor y que eso que llaman calidad de vida, no se obtiene si no se aprende. Mi lista de hoy, (con la debida disculpa del viernes pasado, en que anduvimos cerrados por duelo) se pasea por lo que personalmente considero las peores de las múltiples malas costumbres de mis paisanos, detalles casi imperceptibles de la venezolanidad del siglo XXI que deberían sumarse a los que ya conocemos y nos horrorizan un poquito, para ver si nos atrevemos a hacer alguna cosa que nos quite la pena con ese señor.
La luz intermitente: No sé quien inventó la manía ni como la justifican; pero es una de las más raras costumbres de un parque automotor raro, como poquísimos en el mundo: aquí cualquiera y porque le da la gana, enciende las luces de emergencia de su automóvil y recorre los kilómetros que le provoca, con las luces intermitentes a tope. Las manías de cada quien, son de cada quien y hay que respetarlo, lo sé, pero sería magnífico que entendiéramos que algunas cosas afectan la normalidad de los demás. Ignoro si el resto de los venezolanos lo saben, pero las luces intermitentes se le ponen a los autos para ser usados en caso de emergencia y/o para indicar que estamos a punto de estacionarnos. No para dar vuelticas, no para salir a llamar la atención y no para encandilar a los demás conductores.
Los auto - periquitos: Seguimos en el parque automotor, para destacar una de las últimas – abominable – modas de nuestros conductores: luces de todo tipo en los lugares más insólitos de los autos. Tubos de neón azul bajo el chasis, marcos lumínicos para la placa, hileras de lucecitas en los bordes de las ventanas y rincones más rebuscados, etcétera, etcétera. Personalizar y “decorar” un auto es más o menos, un derecho individualísimo, está bien; pero cuando ese derecho molesta a otros conductores deberíamos tener un poquitín de cuidado, por no decir respeto.
Yo en mi ventana, ¿y tú?: Vivo en el 5to piso de un edificio, rodeado de edificios en el que casi todo el mundo cerró su balcón para ganar espacio. Eso está muy bien, hasta que aparecen los amigos en la planta baja, o en el edificio del frente, y nosotros, en lugar de atender el intercomunicador y resolver cualquier urgencia, nos caemos a gritos desde cualquier ventana como si estuviéramos sofá de por medio. Es verdulería pura e importa poco, si decidimos largar el pulmón a las 11 de la mañana, por ejemplo. Pero, ser despertado por alaridos de un vecino que olvidó la llave de su casa a las 4 de la madrugada, impone alguna mala palabra, por lo menos.
Hablando ¿se entiende la gente?: Lo que para algunos es simpatía, a mi me pone de cabeza. Estar en la cola de algún sitio público y escapar de las conversaciones que, sin ninguna consideración, arman todos los que te rodean, es completamente imposible. En una cola de banco, en el súper o donde sea, usted obligatoriamente tiene que participar de intimidades familiares, salidas nocturnas, incidentes y accidentes de la familia entera y por supuesto, todo lo que cada quien piensa del gobierno y el futuro. Debe ser normal y hasta bueno; pero en el mundo hay gente que no se quiere enterar de más nada; como yo.
Ese Blackberry es mío: Ya lo he dicho, es el precio – alto – que debemos pagar por tener a la mano la tecnología más adelantada. Sólo que nosotros le damos el uso menos adecuado, el que nos aleja cada vez más de nuestros amigos y su disfrute. En el medio de cualquier ocasión en la que deberíamos prestarle atención a la compañía que llevamos, preferimos prestarle atención al famoso teléfono celular (Blackberry, preferiblemente) y le damos la espalda a quien deberíamos darle el frente. Al igual que la dinamita, inventada para fines pacíficos y convertida por nosotros en arma mortal, los móviles nos amenazan y seguimos sin aceptarlo.
Son mis cigarrillos y mis pulmones: Muy apropiado en estos días de prohibiciones; fumar es el tema de la semana y nadie escapa de una ley que no debería hacer falta, pues nos suponemos gente con sentido común. Pero, como en mil otras cosas más, la línea entre el abuso y la decencia se cruza con una asiduidad sorprendente. Fumar, vamos a estar claros, molesta a la mayoría de las personas, incluso a los que lo hacen. Sentarse a comer en medio de cigarrillos encendidos, por ejemplo, es insoportable; pero supongo que hacía falta un cartelón tan feo como el que nos han clavado, para ver si entendemos algo tan sencillo como el respeto al espacio del otro.
¿Me tocas o te toco?: Cualquiera diría que se debe a nuestra cercanía afectuosa; sea por bien o por mal, es en realidad una costumbre casi maniática de la mayoría de nosotros: Hablamos repartiendo pequeños toquecitos, especie de palmaditas o puyazos que nos damos casi siempre con la punta de los dedos o a mano abierta, sin la menor mala intención y muchas veces sin darnos cuenta. A mí, la verdad es que tanto fisiqueo me parece un exceso más, de los muchos que solemos padecer y cometer.
La corneta: Esto sí es verdad que raya en el delito. Ni bien se detiene uno en alguna calle (con toda corrección) o cambia un semáforo a verde, el carro que está detrás se pega de su corneta hasta ensordecernos, provocando una reacción en cadena cuyo único objetivo parece ser enloquecernos o exacerbarnos las ganas de empezar a pegar gritos; es decir, de empezar a ser violentos. No debería sorprender a nadie que los crímenes de calle aumentan con las horas.
Las motos también son vehículos: No entiendo para qué sirve la famosa LOPNA. Tal vez lo más conveniente es hacerse los locos, pues, si a ver vamos la mayoría de las veces, ese es el único vehículo que muchos padres tienen y eso, ante la buseta, es mejor que nada; pero, es la mayor irresponsabilidad posible: ver una familia casi entera a toda velocidad por las calles de la ciudad encaramados sin ninguna protección en una moto, es un horror indescriptiblemente venezolano. Tiene que acabar ya!
Hacerse el loco, sigue siendo lo mismo: Ya lo sé, la vida está carísima y nosotros no podemos dejar de rumbear, es lo menos que podemos hacer para poder capotear la cosa; pero, si lo hacemos (rumbear) hagámoslo como gente grande. Salir con amigos implica, (lo dijo Carreño, antes que yo) comportarse con algo de respeto; es decir, contribuir equitativamente con el sablazo final. No hay nada peor que las caras de pánfilo que empiezan a aparecer cuando llega el momento de la cuenta y todos aspiran que alguien, el más imbécil, lance encima de la mesa una tarjeta de crédito y resuelva el problema y los tragos de todos. Eso no es desconsideración, en un abuso imperdonable que por desgracia se repite a cada rato y se disculpa con sonrisas y “no tengo alternativa”. La próxima vez que usted esté al borde de una de esas, saque bien su cuenta, ponga sobre la mesa el dinero que cubra SUS gastos y salga de allí. El problema es de los vivos…

jueves, 2 de junio de 2011

Reencuentro sin gloria

Han transcurrido 25 años desde la última vez que estuvimos juntos bajo el mismo techo, por tanto, si se imponía algo, además de la alegría dudosa de volver a vernos, era volver a vernos para ver como nos vemos. Así de enredada es la vida, sobre todo cuando una buena parte de tu agenda social empieza a ser ocupada por “reencuentros” de los que adorarías perderte. Nadie que se precie de llevar la vida que siempre quiso, se expone tan fácilmente al escrutinio de personas que decidieron llevar la vida que alguien más les obligó a llevar y por eso tienen mucho más cosas que uno: Kilos, chequeras, muchachos, divorcios, carros y casas. Escalafones, pues, que llaman.
En esa cuenta andábamos, cuando apareció Monzo, tan saludador y escandaloso como siempre. De no ser por eso, jamás lo habría reconocido. Unos 40 kilos de exceso definen en el 2011 a quien en 1986 era un atleta de buena pinta y cortos sueños. Lo saludé y podría jurar que junto a él, entraron varias botellas de güisqui y muchas noches de cansancio. A su lado, enjoyada, sobrevestida y claramente fuera de lugar, el trofeo del momento: la esposa número 4, más “más” y más “mosca” que todas las anteriores. Monzo repartió abrazos, simpatías y raro aspecto; a su paso, un aire de rotunda curiosidad revolvió los buenos propósitos de quienes fuimos sus amigos hace un cuarto de siglo.
Elsy, en honor a la simple curiosidad femenina de siempre, fue quien se ocupó de poner las cosas en claro, sin quererlo. A su incauta pregunta de “¿En qué andas metido, Monzo? nos tocó escuchar sin pestañeos, una nueva descripción del país que vivimos. Monzo, graduado de Ingeniero Mecánico en la ULA, ejerce su oficio en un taller de autos que presta servicios a un municipio del interior. En su posición, Monzo supervisa el trabajo de varios mecánicos, como se supone debe hacer quien estudió para eso; pero, además Monzo es quien se ocupa de “arreglar” el ADN de automóviles que deberían prestar algún tipo de servicio público pero, “por ordenes de arriba”, forman parte del vasto parque automotriz comercializado entre los amigos del régimen. Lo contó a boca llena, ahondó en detalles, procedimientos y mecanismos. Por último aseguró que, gracias a eso, se ha hecho millonario en los últimos 5 años, y que no obstante, jamás ha votado por los rojos ni lo han obligado a marchar. (Él cree que debería, para agradecerles el favor, dijo riendo a carcajadas, pero no le provoca por gordo, más que por otra cosa).
Al cuento se fueron sumando espectadores hasta convertirlo en atracción principal. Discretamente en el fondo, alcancé a notar que “su trabajo” de hoy, sustituye con creces la admiración que despertaban, en ese coro, las medallas que antes logró en bien ganadas hazañas deportivas. Gordo, envejecido y millonario, Monzo finalmente hizo suya una fiesta en la que todos los invitados, alguna vez, soñaron ser como él; aunque para lograrlo, hubiesen tenido que estar donde él.

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