viernes, 22 de julio de 2011

Lista de Viernes XVII - Señas de identidad

O el que no tenga un amigo así, que levante la mano:
The real one: Mejor llamados Mantuanos, el siglo XX los bautizó como sifrinos pero los ofendió con tal generalización. En verdad están por encima de eso y son realmente ejemplares de concurso. Contrario a lo que mucha gente cree, no usan pamelas para viajar, ni pagan exceso de equipaje, básicamente porque pueden viajar en aviones privados y/o en primera clase y para ello se visten con un sencillo blue jean y alguna camisita blanca (carísimos, of course). No son pretenciosos, no son echones, no hablan de dinero. Viven el dinero y, por pichirres que sean, tienen otra manera de demostrar que “el mundo es de los ricos”. Es posible que te envíen de regalo una caja de ese vino fantástico que probaste en la cena de anoche en su casa, o que te llenen la despensa de tartufo nero, sólo porque dijiste un día que lo probaste una vez, y no has podido olvidar su sabor. No saben cuanto cuesta la comida, parece que no revisaran la cuenta y comen empanadas en la esquina, pero no se manchan la camisa con aceite caliente. Las mujeres son bellas y más o menos imposibles de seducir, los hombres son guapos, y si tienen algún problema, es que sin quererlo, siempre te dejaran la sensación de que “ellos” viven en otro mundo. Eso es verdad, pero no es malo.
Quiero, pero no puedo: Nada es igual de patético: los que quieren parecerse a los de arriba y no les alcanzó la herencia, ni les salió bien el negocio. Son los sifrinos vulgaris, es decir, el resto de los que juran que se la están comiendo. No pueden ir ni a Margarita sin que toda la humanidad lo sepa; acumulan deudas en cosas como zapatos de firma, ropita de diseñador y lugares “IN”. Puede que odien las empanadas, pero si llegan a ver a Lorenzo Mendoza en un kiosco, seguro lo convierten en su templo del buen comer. Imitan sin mucho éxito a todo lo que suena o es, francamente “trendy” y en sus conversaciones siempre sonará alguna palabra en otro idioma. Entran a las fiestas buscando el fotógrafo y les cuesta relacionarse con gente de carne y hueso; están llenos de silicona (ellas y ellos), se casan y se descasan entre sí, andan en cambote y la mayoría de las veces producen curiosidad malsana en los demás. Puede que sean ricos de verdad, pero eso no sirve sino para convertirlos en gente mal portada. Lo mejor que puede hacerse con ellos es mantenerlos a raya, no vale la pena sufrir sus oligofrenias.
El viajado: Son una especie rara, pues tienen el mérito de abordar cualquier medio de transporte con tal de cruzar la frontera; pero, conservan esa cosa venezolana que les impide, por ejemplo, ser auténticos mochileros. Lo han intentado, por supuesto, pero en su juventud más temprana. Ahora que pueden permitírselo, pasan todo el tiempo en un pleito rarísimo con CADIVI (o Cadivi les debe o ellos le deben a Cadivi) y planeando destinos más exóticos, aunque no olvidan Miami o New York y lo incluyen en sus itinerarios cada que pueden. Suelen planear travesías, acompañados de viajados y pueden aturdir a “los demás” con sus cuentos de viajes hechos o por hacer. En el fondo, odian los campamentos, las chancletas y los morrales y sueñan con el día en que puedan ir a Paris y dormir en el Ritz, no sólo visitarlo como quien va a Notre Dame. Todas sus conversaciones están salpicadas de anécdotas estilo “es que como hacen los alemanes” e impepinablemente, han vivido por lo menos un par de años en algún país extranjero y por lo tanto se sienten autoridades en el asunto “mundo sin fronteras”. Son inofensivos y tienen la virtud de compartir sus andanzas con uno, pero pueden llegar a ser muy fastidiosos si no se les entiende que lo de ellos no es echoneria, a pesar de ser venezolanos.
Mercurio retrogrado: A diferencia de todos los esotéricos de moda, los horoscoperos, sólo creen en la astrología y por lo tanto, pueden jurar que cualquier evento que sucede en tu vida, se debe a que Plutón se cruzó con Saturno en la casa 8 poniendo retrogrado a Mercurio, que tenía un sol en Aries y una luna en Escorpión. Y esperan buenamente (sonrisa mediante) que uno les entienda y les crea. Son esa gente rarísima que un buen día te llaman para decirte que en los próximos tres meses tu luna (si, para ellos uno tiene su propia y particularísima luna personal) está peleada con el agua y no conviene que estés mucho tiempo en el mar, justo el día en que por fin convenciste a la pelirroja de tus sueños a que se quede contigo en la posada buenísima de Choroni, que están pagando tus padres. No son capaces de mala intención alguna, convencidos como están de que su presencia en el universo, ocasiona algún balance indispensable a las fuerzas cósmicas del más allá. No pueden vivir sin predecir el futuro de algo o alguien y lo hacen en todas las fiestas, reuniones, juntas de condominio o presentaciones de HerbaLife a las que te animas a ir y lo peor: no se conforman con las características propias de cada signo, lo de ellos es la bola de cristal en pleno funcionamiento. A menos que usted le interese que le vivan metiendo sustos con el más allá, le conviene alejarlos.
Que en celda me encierren: No hay absolutamente nada de malo en la homosexualidad. Nada de nada. Es una opción de vida que cada quien debería tener derecho a vivir con toda normalidad. No hay nada censurable en ello. Es vida y punto. Lo que no se entiende es por qué en muchos casos, “que me llamen loca, que en celda me encierren” Sencillamente no se entiende por qué, algunos tienen que caminar con ese dejo de no se sabe qué, o hablar con voces atipladas y quiebre de labios, o batirse el pelo y bañarse en Shalimar. Ejercer el “yo-soy-gay” 24 horas al día es, aunque meritorio por difícil, una exageración que, en este país, se cumple con honores. Andan en grupitos, hablan con todo tipo de gestos incomprensibles, visten ropas inverosímiles y ni son hombres ni son mujeres. Llaman la atención por lo que hacen y siempre tienen el consuelo salvador e innecesario de la “amiguita que entiende”. Son una raza, y la verdad es que, excepción hecha de algun@ que se las da de malandr@, no hacen daño a la humanidad, se hacen daño a si mismos. Pero, es su vida.
La amiguita que entiende: Ellas puede que entiendan todo lo que hay que entender. Lo que nadie entiende es lo que ellas viven. Son muchachas muy raras que siempre, por todos lados, están rodeadas de locas. Con el debido respeto. De tanta cercanía, adoptan el comportamiento masculino que ellos no tienen, se convierten en sus defensoras a ultranza, les acompañan a fiestas, bares, discotecas y toda ocasión publica de diversión. Alcahuetean amores complicados y en estos tiempos de transferencia tecnológica, son el espejo de la promiscuidad mensajeristica propia del siglo XXI. Terminan sabiendo mucho más de lo conveniente y lo usan, (se han visto casos) cuando la “amistad” luce amenazada o amenazadora. Son, y eso está comprobado, la peor escenificación de los peligros del compinche. Habría que tenerlas lejísimos.
Arriba la vino-tinto: Otra cosa que no tiene nada de malo: Ser hincha de nuestra selección nacional, ahora que por fin, salió del anonimato y empezó a darnos las alegrías del éxito. Pero, somos venezolanos y no tenemos mesura. Resulta que una raza, siempre por ahí, ahora ha salido del closet inundando nuestros espacios de vida con un furor vino tinto digno de mejor causa. Entienden el juego mejor que nadie, se conocen desde la partida de nacimiento, los detalles más íntimos de la vida de todos los jugadores, no saben si amar u odiar a Cesar Farias y decidieron, hace rato, que los días de juego son dedicados al desorden y la improductividad. Visten alguna de las tantas versiones de la camiseta vino tinto y pueden quitarte el habla si decides meterte al cine, en lugar de volver a ver la repetición número mil del juego contra Paraguay. Es cierto, ahora tenemos un equipo de fútbol que empieza a hacer historia; pero, hay gente a la que el fútbol lo emociona una vez al año.
Opositor soy yo: Hay niveles en todo. Hay quienes creen que en el gobierno que padecemos, existe alguna cosita rescatable y quisiera agarrarse de eso para ver si salimos bien librados. Hay quienes ni siquiera pueden pensarlo. Son los peores, los que se creen únicos en la lucha por el país y listos para ofrendar la vida en esa lucha. Odian al gobierno y todo lo que se le parece y usan sus 24 horas para dejárselo saber a quien se ponga a tiro. Participan en todo lo que se puede participar, pero se retiran al comprobar que la oposición “sigue siendo blandengue”. Mantienen teorías conspirativas, creen que al sabanetero le quedan minutos de vida y les da lo mismo quien salga electo candidato en las primarias. Lógicamente tienen sus críticas acérrimas contra la Mesa de la Unidad y alguno que otro problema de salud derivado de 13 años de angustia. Pero no se rinden. La gran pregunta es ¿para donde van a coger cuando esta cosa haya terminado? ¿Cómo van a vivir sin oponerse?
Jaimito: Puestos a escudriñar la venezolanidad más auténtica, nadie puede tener tantos méritos nacionales, como el contador de chistes. No se trata del chiste divertido (o no) que alguien se anima a contar en la mesa para distender el momento. No. Se trata del que convierte la cosa del chiste en un modus vivendi. Compra revistas de chistes, saca chistes de Internet, lleva registro de los chistes que conoce, hace clasificaciones tipo kardex y a donde llega se lanza a contarlos previa introducción al estilo “eso está como el borrachito que….” Le da igual tener gracia para hacerlo, la gente terminará creyendo que en realidad es bueno para eso y se lo empezaran a pedir casi suplicantes. El contador de chistes tiene un amplio registro de arquetipos que sólo se repite en otros contadores de chistes, y sabe imprimir orden a sus andanadas. Es el venezolano por excelencia y aunque algunos lo consideramos abominable, no es ni malo ni bueno, sino todo lo contrario.
Nací en la esquina El Conde: En estos tiempos tan complicados, deberíamos honrar y ensalzar al que todavía defiende la venezolanidad por todo carnet de identidad. Existe, aunque usted no lo crea. Defiende las fechas patrias, se conoce todos los versos de Andres Eloy Blanco y en algún momento de su vida fue adeco y ahora no sabe que hacer con eso. Pone la bandera en la ventana los días patrios, se emociona con el arpa, cuatro y maracas; no cambia un pabellón por ningún manjar en la tierra y cuando le sirven un guisky con soda, mete el dedo anular para revolverlo, aunque esté en el Palacio de Buckingham. Defiende la patria y usa palabras grandilocuentes para hacerlo, cree que es innecesario salir de Venezuela, pues aquí hay bastante para hacer turismo y se sabe de memoria cada palabra del Himno Nacional, que escucha con la mano derecha sobre el corazón. Puede que no este con el gobierno o si. Lo suyo es la patria. Tanto empalague con el tema puede resultar insoportable, pero como son tan escasos, no ofrecen mayor problema.

lunes, 18 de julio de 2011

Bravo, Vino Tinto

No soy futbolero. Alguna vez dije que el problema de los futboleros es que lo obligan a uno a calarse su fútbol en todo sitio, nos guste o no. Normalmente, ese rigor con que la mayoría de las personas demuestran sus fanatismos me molesta un poco, de modo que lo repito: no soy futbolero. Para nada. Digo más, soy poco amante de los deportes televisados o en vivo. Me suenan a perdida de tiempo.
Lo aclaro, porque quien me conozca y me lea, puede perfectamente pensar que enloquecí y que la locura es producto de la Copa América, y en eso a lo mejor tienen un poco de razón. Ayer vi el partido contra Chile, me emocioné muchísimo en ambos goles y casi me quedo ronco cuando, al final de juego, Venezuela saltaba a la cancha en que se había convertido el país entero, para celebrar un triunfo bien merecido. Lógicamente se muy poco de fútbol; mi hermano, que se las sabe todas y es el más deportista de los seres que conozco, estaba conmigo. A él no puedo preguntarle nada de los significados del juego pues ver un juego con él, implica demostrar sabiduría y ahorrar comentarios que no sean, indispensablemente, hurras al equipo, Es decir, hurras a la Vino Tinto.
A punto de empezar el segundo tiempo, me asomé al balcón de mi apartamento. Las calles, normalmente caóticas de la ciudad, estaban desiertas. Pero, en todas las casas y apartamentos vecinos podía escucharse el desarrollo del juego en los televisores encendidos. Pensé por un momento, que TODOS estábamos viendo el juego. Que el juego contra Chile era un asunto de vida o muerte colectiva, que todas las urgencias habían sido postergadas. Entendí entonces lo que nos está pasando y, perdóneseme la cursilería propia de la emoción: empecé a comprender que ese puede ser el pegamento que nos hace tanta falta. Regresé al televisor entusiasmado para ver triunfar mi selección de fútbol y juro que me revolví de gusto. Twitter, ese descubrimiento fantástico que nos tiene locos, reventaba de mensajes llenecitos de esperanza y al final, cuando el triunfo fue una verdad riquísima y el país se llenó de alegría, fuimos uno solo aupando la posibilidad de ser campeones de América.
No se si lo lograremos. Me gustaría muchísimo. Lo que si se, y espero no equivocarme es que hay una sensación de que, por el fútbol, podemos ser capaces de difuminar el rojo hasta convertirlo en el brillante Vino Tinto de nuestra selección.
Habrá que pensar entonces, que Nelson Mandela tenía razón. Que es posible.

viernes, 15 de julio de 2011

La esquina de Cipreses

Pocas cosas hablan tanto y tan alto del caos urbanístico que es nuestra capital, como su centro. Caracas, a pesar de su envidiable sitio geográfico y sus intentos más o menos plausibles de semejar una ciudad moderna y agradable, se convierte cada día más, en una especie de inmenso desaguisado en donde quienes la habitan parecen pagar penitencia permanente. Descontando el atropello cotidiano de quienes la azotan duramente convirtiéndola en escenario de crímenes inexplicables, otros males interminables parecen cebarse en su alma de ciudad: buhonería, urbanismo descontrolado, mal gusto, suciedad e irrespeto definen perfectamente la ciudad menos amable del continente americano. Es una pena; mirándola desde las barreras, Caracas podría ser un espacio maravilloso al que cuidar, si los venezolanos hubiéramos aprendido a cuidar algo con consciencia.
Algunos pedazos, sin embargo, devuelven momentáneamente la esperanza. Uno de ellos, de personalísimo significado, tiene, hoy, cara de buena noticia. La esquina de Cipreses, la misma que acoge, entre otros símbolos de la caraqueñidad, al mismismo Nazareno de San Pablo, está de estreno: El Teatro Nacional (que no principal) al celebrar sus primeros 106 años de existencia, ha sido, finalmente, restaurado a plenitud. No lo he visto, pero leer la noticia me ha llenado de justa y espontánea alegría. Entre el Teatro Nacional y el Teatro Teresa Carreño, (y en la línea de metro que enlazaba ambos) transcurrieron lo que posiblemente hayan sido los años más felices de mi vida. Puedo decir, orgullosamente, que conozco ambos edificios como pocos caraqueños y que cerrar los ojos para evocarlos, no es un ejercicio de nostalgia sino de esperanza.
Hacía muchísima falta. No se si la restauración, que según dicen ha sido hecha con apego estricto al diseño original, incluirá planes para su funcionamiento pleno como sala de espectáculos, o si alguno de nuestros mandatarios lo tiene pensado como púlpito de campaña, como ha sucedido con todas las salas públicas de la capital; pero, por ahora, será escenario de un montaje apropiado al furor bicentenario: La obra Joaquina Sánchez, un sainete histórico del venezolano Cesar Rengifo, descorrerá los telones del Nacional para mostrar la cara de la comedia y la tragedia, en un escenario remozado de necesidades y amores fingidos.
Las fotos, único recurso del que dispongo para calibrar la maquillada, no pueden ser más elocuentes. El nuevo look del Teatro Nacional, es entre pocas, la mejor noticia que le han dado al centro de Caracas en no se cuanto tiempo. Ojala hayan podido limpiar la plaza que lo avecina a la Basílica de Santa Teresa y a ella hayan regresado las feas y desvencijadas caminadoras de mis tiempos y los fieles que día a día, pasaban por nuestras taquillas después de la velita al Nazareno. Ojala la Lecuna vuelva a ser un lugar donde dejar estacionado el auto, para disfrutar las mentiras necesarias de un grupete de actores y ojala sus camerinos puedan continuar la historia de amores de utilería que empezaron a contar hace más de 100 años. Permita Dios que la zarzuela encuentre espacio entre su acústica perfecta, que esta aún lo sea, y que algún joven meritorio de alguna compañía teatral, se detenga en el medio de ese escenario, inclinado suavemente hacia el foro, para poder dar de comer a sus sueños de fama. Ojala y el Teatro Nacional que hoy se reabre, no corra la misma suerte de tantos proyectos buenos que han sucumbido al hambre feroz de quienes los han creado. Ojala el señor Horacio vuelva a vestir su traje dominguero para atender vigilante la puerta de los actores.

jueves, 14 de julio de 2011

Sr. Silva:

Había decidido ignorarlo, sentía que de muchas maneras hablarle a usted era correr un riesgo; lamentablemente, la historia más reciente de nuestro país está escribiéndose con las lamentables consecuencias de palabras, dichas o escritas, que algún rojo ha tomado por ofensa. Se nos está haciendo costumbre, desafortunadamente, parangonar ofensa con verdad y escarnio con dignidad; se nos está haciendo costumbre también, pensar que, nosotros, los que estamos en el lado decente de la nación, tenemos la obligación de callar y aguantar cada vez que usted, especialmente, amanece suficientemente alterado como para caerle a insultos a cualquiera que se gane la rifa diaria de su show de televisión.
No pretendo discutir su derecho a que medio país le caiga mal. En eso, fíjese usted, nuestras vidas coinciden; muy para mi desgracia, medio país (o un bastante menos, según parece) me cae mal. Usted, seguramente apoyado por los líderes de su credo, está puesto en donde está, para defender algunas cosas que no son fáciles de defender. Yo, desde una trinchera muchísimo menos importante, estoy puesto por mi conciencia para defender lo que nos queda de bueno, lo que nos queda de gente. Por eso, decidí hablarle, por eso y porque estoy supremamente ofendido, como venezolano, por su alusión destemplada y grosera en contra de una de las más valiosas mujeres de esta patria. No voy a explicarle quien es María Teresa Castillo. Usted lo sabe perfectamente. No voy a hacerle un listado de los incontables meritos que María Teresa ha acumulado en una vida de generosidades, riesgos y valentía. No voy a hacer una apología de la Sra. Castillo, principalmente porque me alegra haberme enterado que sus insultos no lograron hacerle nada a quien, a los 102 años de edad, transita una ancianidad plena del amor sembrado en los buenos tiempos de un país, que le dio un espacio para que ella lo convirtiera, a pulmón pelado, en una referencia irrepetible de lo maravilloso.
Le repito, Sr Silva, usted es libre para odiar; eso es generalmente una mala decisión, pero le pertenece. A muchos de nosotros nos gustaría saber que usted odia a Miguel Henrique Otero por una razón concreta, porque le quitó una novia por ejemplo, pero eso es un tema que usted tendrá que resolver de alguna forma. El asunto es que esa libertad suya para odiar, no puede ser, por razones de simpe ética (Conjunto de principios y normas morales que regulan las actividades humanas / Diccionario Enciclopédico Larrouse) el hilo conductor de un programa de televisión que usted produce y conduce, por razones que posiblemente tienen más que ver con conexiones, que con talento. Discúlpeme si lo ofendo, no tengo interés en sacarle un ojo para cobrarle el que usted le ha sacado a todos los venezolanos; pero, quiero recordarle una simple ley de vida: Insultar públicamente a la madre de nuestros enemigos, es un límite que los venezolanos no cruzamos; el que se atreve a hacerlo, tiene que estar dispuesto a pagarlo. Usted se atrevió y yo no lo estoy amenazando. Estoy haciendo uso de lo poco que me queda de libertad de opinar, para decirle que, de todas las cosas horribles que usted hace a diario en el canal de todos los venezolanos, emprenderla, sin razones, contra una señora fundamental para la historia venezolana del siglo XX, es un exabrupto que difícilmente olvidaremos, porque tenemos la mala costumbre de comportarnos como seres humanos. Usted verá.

lunes, 11 de julio de 2011

Omnipresencias

Hay presencias que se sienten. Hay presencias que se adivinan. Hay presencias que se imponen. Presencias que se abren camino a empujones, entre todas las cotidianidades, para asaltarnos en cada espacio libre del que creemos disponer y recordarnos que acezantes, vigilan con sus ojos extendidos, cada paso que damos o que intentamos. Suerte de ex - novia maluca, su foto, aun después de haber volado por los aires en la última borrachera del despecho, brota debajo del sofá en el momento en que buscamos el zapato perdido que necesitamos usar la primera vez que nos atrevemos a la vida, después de la muerte.
Está por todas partes. Es cabecera de mesa en todos los lugares que la vida ciudadana nos exige visitar, aparece en la pared del barrio, cualquier mañana en que miramos por segunda vez para constatar que eso no estaba allí ayer, cuando llegué del trabajo. Es estampa de camisetas, es afiche de metro, es noticia del día, es titular, amenaza, rostro enjuto y collar de quejas. Es dedo acusador, ceño fruncido, sonrisa rapaz, palabra mal dicha, promesa incumplida. Es imagen y semejanza de un Dios que se parece a si mismo. Está, por estar, en los rincones que jamás buscamos, y es puesta allí por quien no tiene mejor manera de rebuscarse la vida. Pasa a la historia por razones que no se recuerdan con alegría y, casi siempre, se convierte en símbolo de estéticas aborrecidas.
Es la intoxicante imagen de quien obliga a su rostro a llenar de sí todos los espacios, porque teme perderse en un infinito de mejores caras. Es la imagen de quien amaina el dolor de la perdida, comparándolo con una fotografía que empieza a decolorarse de sol y otras inclemencias. Es muñeco de trapo, es Barbie en uniforme, es regalito que se rompe antes de terminar la fiesta, es barato souvenir, canción, refrán y maldición.
Por suerte, la historia está repleta de fogatas alimentadas por imágenes repentinamente odiadas y ya nos informó lo que podemos hacer con estatuas levantadas en la prisa del descalabro o con himnos aprendidos sin ensayo.
Hasta donde yo se, la historia se ha equivocado poquísimas veces.

sábado, 9 de julio de 2011

Lista de Viernes XVI - In Memorian

No me gusta. No siento nada distinto a profundo pesar cuando uno de nuestros países desgarra sus entrañas para dejar, una vez y otra, huellas de su maldad. Intento pensar que, como tantos lo han dicho, es cosa de unos pocos. Que los buenos somos más, pero estamos extrañamente silentes; sin embargo, me cuesta creerlo. Siento que nos están ganando una batalla que no se mide en cuántos somos, sino en el daño que hacen. De vez en cuando, como hoy, esa maldad se muestra en alguien que, como Facundo Cabral, andaba por el mundo tratando de decirnos que podemos salir de esta. Cierto que alguna vez me molesté con él, del mismo modo que todos nos molestamos con esos señores que salen en la tele y uno termina considerándolos amigos de cervecita y parrilla, aunque jamás hayas compartido con él ni un vaso de agua; pero, la noticia de hoy, es tan mala como malas son las balas que, además, asesinan también un pedazo de futuro.
Le conocí, hace siglos en una de sus visitas a Venezuela. Un par de horas en las que estuve con él y otro grupo de teatreros y cantores, después de un clamoroso concierto caraqueño. Más que hablarle, le escuche. Hablaba con fuerza, tenía la voz ronca, los ojos un poco perdidos y el aspecto de un señor acostumbrado a pontificar. Su verbo iba contra todo lo que parecía y era incorrecto. Aclamaba la justicia, pero me pareció que no creía mucho en la justicia que hacen y escriben los hombres. Simple: me gustó su palabreo, supe de inmediato que más que un hombre era un personaje, y me pareció bien; desde siempre he creído que hacen falta personajes que hablen duro. Eso hacía de Facundo Cabral un hombre necesario, aunque a uno no le encantaran sus canciones, siempre.
Hoy una bala se equivocó dos veces: mató a Facundo y cubrió de oprobio a Guatemala. Violencia inexplicable que se estrella contra un ícono fundamental del continente que, dañado en sus recovecos más oscuros, busca incansable una paz que no sea la de los sepulcros. No lo silenciaron. Lo multiplicaron por cientos de miles, su voz ahora será la de aquellos que desde cualquier bando necesiten palabras serias para explicar el sin sentido. No suelo hacer esto, pero agarraré la oportunidad al vuelo, hace falta recordar las cosas que dijo Cabral para ver si repitiendo algunas, aprendemos alguna lección. Pensaba escribir sobre algún otro tema banal que llegará a estas listas en un día menos triste; hoy, escojo y copio un listado peculiar. El listado de un legado indispensable: algunas de las mejores cosas que alguna vez nos dijo el Gran Facundo Cabral:
- “Puedo decir descaradamente que soy un tipo libre y feliz”.
- “La pobreza no es una virtud, salvo que favorezca tu libertad”.
- “El que no está dispuesto a perderlo todo, no está preparado para ganar nada”.
- “La sociedad humana está tan mal por las fechorías de los malos, como por el silencio cómplice de los buenos”.
- “Nacemos para vivir, por eso el capital más importante que tenemos es el tiempo, es tan corto nuestro paso por este planeta que es una pésima idea no gozar cada paso y cada instante, con el favor de una mente que no tiene límites y con un corazón que puede amar mucho más de lo que suponemos”.
- “De mi madre aprendí que nunca es tarde, que siempre se puede empezar de nuevo; ahora mismo le puedes decir basta a los hábitos que te destruyen, a las cosas que te encadenan, a la tarjeta de crédito, a los noticieros que te envenenan desde la mañana, a los que quieren dirigir tu vida por el camino perdido”.
- “Fui analfabeto hasta los 14 años, por eso cuando me dicen ‘no puedo’, yo les digo ‘no jodas’”.
- “Si los malos supieran el buen negocio que es ser bueno, serían buenos aunque fuera por negocio”.
- “No hay muerte, lo que hay es mudanza”.
- “Fuera de la felicidad son todos pretextos, tenemos que ser felices”.
- “Llorar por la muerte es faltarle el respeto a la vida”.
- “Cada mañana es una buena noticia, cada niño que nace es una buena noticia, cada hombre justo es una buena noticia y cada cantor es una buena noticia, porque cada cantor es un soldado menos…”.

miércoles, 6 de julio de 2011

Un chuchube modula un cantar

Tengo amigos que dicen que vine al mundo sin el sentido de la música. No estoy de acuerdo completamente con esa afirmación, pero, de algún modo la entiendo. No escucho música. Jamás tengo un radio encendido y, en mi casa, el “equipo de sonido” se toca para limpiarse. Si alguna vez me apetece escuchar alguna cosa, (de entre la corta lista de sonidos que prefiero) me siento a eso y no hago nada más. Me consuela pensar que el desinterés que otros perciben, constituye, para mí, una señal segura de aprecio. La música no es un telón de fondo en mi vida, es parte fundamental de mis ratos de ocio. No la uso, la disfruto.
Por increíble que parezca, he creado rutinas asociadas a la música. En la soledad de mi automóvil, por ejemplo, me dedico por entero a escuchar música. Poco a poco, he descubierto que, ese ejercicio, me sirve para acercarme a lo que llaman “la herencia musical de los pueblos”, tan a propósito y conveniente en estos días de patriotismo exaltado. Entre otras cosas, esa rutina me ha permitido notar que, en mi nivel más personal, Ali Primera y su canto resentido, me parece desolador y pesadillesco; pero, venezolano.
También que, a pesar de ser un amante de la música académica (que me da hasta vergüenza decirlo, no sea que me tomen por culto) escuchar Canchunchu Florido en la voz majestuosa de Gualberto Ibarreto (cuando era bueno para eso) me arranca lágrimas de emoción y, Trigales, es una canción por la que me cortaría las venas. Tengo teorías muy particulares que elevan a Lila Morillo al olimpo de los Dioses y siento que el Indio Figueredo no tiene nada que envidiarle a Mozart. Entiendo la venezolanidad desde ciertos acordes musicales, pero defiendo su vastedad al hacerlo. Mirla Castellanos es tan música venezolana como Los Amigos Invisibles y Sortilegio, esa maravilla que compuso el desconocido Hildebrando Rodríguez, es tan criolla y tan valiosa, como la Cantata de Antonio Estévez o Los Martirios de Colon, de Federico Ruiz.
Es lo que somos, todos los días. Es lo que deberíamos exaltar cada vez que nos provoque exaltar algo nuestro. No sólo en una fecha patria dirigida por El Guasón. Si sentimos tanto orgullo de las orquestas que, como arroz picado, se ha inventado José Antonio Abreu y pensamos en Dudamel como en el Muhammad Ali de la música autóctona, ¿cómo es que el máximo escenario criollo en que podríamos escucharlos, cada vez que nos provoque, está convertido en púlpito de evangelizadores onanistas?
No, no me creo la emoción desbordada del concierto de anoche en la plaza Diego Ibarra y ojo, no pongo en duda su belleza. Fue magnifico. Pero, también fue rebuscado, grandilocuente e inapropiado. Habría preferido escucharlo, por decisión propia, un domingo cualquiera a las 11 de la mañana en mi Teresa Carreño, pagando un modesto precio por el ticket de platea. Sin discursos, sin galas, sin fervor patriótico y sin charreteras. Sobre todo, sin charreteras.

viernes, 1 de julio de 2011

Lista de Viernes XV - Antecedentes históricos

La política, ese gran monstruo que enreda nuestras vidas, le ha dado a los pueblos de este pedazo del mundo, no pocos sustos. Sustos que no siempre se envolvieron en el ropaje ingrato de explosivos o accidentes “per natura” (aunque alguno ha habido) sino que mandaron al traste aspiraciones mesiánicas, o estuvieron a punto de, gracias al desgaste de cuerpos que mal cuidados y mal vividos, enfrentaron el terrible designio de Dios. La enfermedad, ese suceso imprevisto que hoy tiene de cabeza nuestras cúpulas de poder, se ha cebado con saña en algunos de los más conspicuos héroes del continente y ha frenado sus ímpetus, haciéndolos maestros en el arte de esconder la verdad. Este viernes, mi lista va de paseo por la historia, para recordar enfermos de postín, sus mentiras y estrategias para ocultar cuerpos derrotados y su inevitable encuentro con la cara más ingrata de la vida. Mintieron hasta el final y ese final se escenificó con gran boato, pocos deudos y un sinfín de interrogantes para la historia. Veamos.
El sastrecillo valiente: Acusado de enormes corruptelas y harto de defenderse de quienes veían en él al comunista que nos llevaría por el peor de los caminos, Rómulo Betancourt, haciendo gala del histrionismo que le era propio, sentenció su mala hora al pronunciar aquel célebre “que se me quemen las manos si he tocado el tesoro nacional”. Destino mediante, el 24 de Junio de 1960 cuando llegaba al paseo Los Próceres para presidir los actos con motivo del nacimiento del Libertador, un atentado (financiado y organizado por Rafael Leónidas Trujillo) hizo volar en pedazos el auto en que viajaba el Presidente. Betancourt fue trasladado de inmediato al hospital Militar donde se constató que había sufrido severas quemaduras en rostro, espalda, torso y…manos. Cundió el pánico. La recién estrenada democracia no podía permitirse el lujo de un presidente convaleciendo en silencio y ganó fuerza la idea de minimizar el efecto del atentado, mediante una aparición televisada del mismo presidente que calmara los ánimos de la nación. Betancourt, herido seriamente, enfrentaba uno de los peores momentos de su historia sorteando una frívola decisión: Qué vestir para la alocución presidencial salvadora. Calibradas varias opciones, uno de sus ministros, propuso invitar a un oscuro sastre portugués, recién afincado en estos lares, para que resolviera el problema del estilismo presidencial; este sastre ingenioso, confeccionó en pocas horas un traje de perfecta factura que causaba las menores molestias al cuerpo quemado del mandatario. La alocución fue un éxito, el presidente – con sus manos vendadas – exhibió toda su majestad tranquilizadora y el sastre salvador, se convirtió en el millonario vestidor By appointment de los adecos que siempre tuvieron algo que esconder. La democracia siguió su curso.
Volveré y seré millones: En realidad, nunca pronunció esa frase que igual se le atribuye como suerte de testamento político. María Eva Duarte de Perón, Evita, La Jefa Espiritual de La Nación Argentina despierta pasiones inigualables 59 años después de su muerte. Su leyenda, sin rival, ha sido escrita, televisada, cantada y novelada en todas las formas posibles y su rostro sonreído y elegante distingue de muchas formas a Argentina. Posiblemente, nada de eso habría sucedido si, en enero de 1950, no hubiera enfrentado el diagnóstico doloroso de un cáncer de cuello uterino, estando en la cumbre del poder y a punto de empezar una imparable carrera hacia la presidencia de su país, gracias a prácticas populistas no del todo ortodoxas. Si fue un duro golpe para una mujer ambiciosa y en la flor de sus 31 años, no fue menos duro para un movimiento político que en buena medida se sustentaba en su grandiosa popularidad y capacidad de trabajo. Disminuida en sus fuerzas, su enfermedad se mantuvo en secreto, fue disfrazada, maquillada o minimizada casi hasta el momento mismo del final. En 1951, consciente del avance de su mal, fue forzada a declinar su candidatura a la vicepresidencia de la República, exigida por sus descamisados, en una comparecencia pública que se guarda (como casi todo lo suyo) para la historia. Débil, delgada hasta lo imposible y muy cerca del final, fue sujetada por correas a una estructura de hierro que mantenía erguido el cuerpo enfermo, imposibilitado de sostenerse por sí mismo y cubierta por un vistoso abrigo de pieles, para que dirigiera su postrer anuncio de renuncia. Murió, “en aroma de santidad” el 26 de Julio de 1952 a las 8:25 de la noche, después de haber desafiado, sin éxito, un cáncer inimaginable.
El generalísimo: Sangriento, omnipotente y poderoso, Francisco Franco Baamonde gobernó sin consentir oposición alguna, los 40 años más negros que España pueda recordar y, de sus desmanes incomprensibles, aun se cuentan secuelas. Sobrevivió atentados, intentos de asesinato y conspiraciones varias – parecía protegido por fuerzas invencibles - y su nombre está asociado al de los más infames dictadores Europeos. Sólo pudo ser vencido por la enfermedad, aunque esto también trató de impedirse. En 1969, a la edad de 77 años se le diagnosticó la Enfermedad de Parkinson, cosa que jamás fue hecha pública. Sus facultades comenzaron entonces a disminuir y con ellos sus apariciones y discursos. Sin embargo, el franquismo se mantenía al margen de la verdad y el caudillo seguía considerándose eterno. En 1975, una fuerte gripe amenazó la frágil salud del anciano dictador que comenzó una agonía pavorosa. En coma desde el 14 de Octubre de ese mismo año, fue mantenido con vida artificial mientras se negociaban los detalles más precisos de la transición, en manos del Príncipe Juan Carlos de Borbón, su elegido. Las noticias ciertas escaseaban y los numerosos reporteros destacados en el Hospital de La Paz, sólo podían esperar la noticia de su fin, que sería anunciado por el silencio revelador de una bandera que dejaría de ondear. El 20 de noviembre de 1975, a las 5:20 de la mañana entregó cuentas, no sin antes firmar sus últimas ocho sentencias de muerte contra miembros de ETA. Comenzaba así la transición a un siglo XX que estaba dando dejar.
El doctor: Es uno de los casos más curiosos de ambición personal desmedida: Joaquín Balaguer, el nombre más importante de la política dominicana y uno de los gobernantes más longevos de todos los tiempos, ilustra perfectamente que en este lado del mundo, “hasta que el cuerpo aguante” es una verdad que se conjuga sin medias tintas. Fue presidente electo de Republica Dominicana durante tres periodos - el último con más de 80 años de edad y casi ciego - y se presentó a elecciones en nueve oportunidades. Discípulo y útil servidor del dictador Rafael Leónidas Trujillo, a quien despidió emocionado en su féretro, Balaguer estaba convencido que el futuro de su país estaba íntimamente ligado al suyo propio y convirtió esa creencia en un motivo para insistir en vivir, austeramente, bajo la protección del poder. Caudillo como pocos otros, manejó los hilos de la política, apadrinó importantes hechos de corrupción y escondió sus habilidades para quitarse de encima enemigos molestos, con la misma eficacia con la que disimuló sus enfermedades varias y su ceguera absoluta. Su último intento, por increíble que parezca, de obtener la presidencia de su país se registró en el año 2000, cuando a pesar de su ceguera y sus 94 años, obtuvo más del 20% de los votos. La larguísima era Balaguer, culminó el 14 de julio de 2002 por un paro cardiaco. Ninguna otra cosa había podido ponerlo fuera de juego.
El marido: Tal vez por el tango, o por la tristeza congénita de su tierra, pocos vecinos pueden exhibir tanta desgracia. Argentina, la patria del populismo y las corruptelas más tenebrosas del continente, podría ufanarse, si eso fuera posible, de haberle puesto remoquete a la muerte. Sus líderes se la han tenido que jugar en circunstancias que no por dolorosas, dejan de ser curiosas. Cuando se preparaba para arrasar en sus estrategias de penetración política, al lado de la mujer a quien había convertido en presidenta de sí mismo, Néstor Kirchner sucumbió a un infarto fulminante que, en el alma de todos sus compatriotas, no podía ser para él. La noticia, impactante, se supo en el mundo a los pocos minutos de haber sucedido, el 27 de Octubre de 2010 y convirtió a Cristina en viuda solemne, dejó a Latinoamérica sin un estorboso aspirante a líder continental y desató una guerra de poderes cuyos resultados, todavía son difíciles de calibrar. Al sui-generis funeral de estado asistieron, llorosos, insignes representantes del antiimperialismo del siglo XXI y miles de seguidores que echaban mano de consignas y arengas consoladoras, ante la mujer vestida de negro estricto que desafió sin desfallecer el designio de su destino. Posiblemente sea pronto para saber lo que ambos significan en la vida de América Latina; pero, no hay duda que sin el indiscreto zarpazo de la muerte, esta historia se podría escribir de manera muy distinta.
ÉL: Aun vive, aunque parezca que no. Peor, aun gobierna, aunque también parezca que no. Seguramente por la protección de santos y magia negra, Fidel Castro, el dictador más longevo de nuestro tiempo, ha plantado cara a la muerte, ha jugado con graves dolencias, ha silenciado enfermedades de otros y mantiene una batalla diaria contra un destino que parece escurrirse de las manos de todos los que lo odian, que no son pocos. Sin embargo, maneja con notable lucidez el futuro de una nación que, desafortunadamente, cada día se parece más a un laboratorio de infamias continentales. Separado del poder formal desde 2008, por razones de salud que no están del todo claras, el colectivo lo asume sobreviviente de un cáncer estomacal que habría sido conjurado por efectos de células madre, trasplantadas mediante procedimientos nada edificantes. Puesto a escoger entre la vida y el poder, optó por la primera, pero no fue capaz de abandonar totalmente el segundo y escogió a su hermano para que firme papeles donde parece existir su impronta. A su alrededor todo se mantiene en el secreto más firme y se asegura que en el instante final, las histerias serán extranjeras. Sus súbditos le temen, lo aman, lo detestan o lo soportan con frialdad. Su legado, seguramente se está escribiendo en las balsas que día a día intentan cruzar los 80 kilómetros que separan Cuba de la libertad. Él no es eterno, aunque eso parezca.

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