lunes, 26 de marzo de 2012

Odiémonos los unos a los otros

Jacqueline Vera es una mujer joven, los inmensos lentes negros le cubren una buena parte del rostro, como si queriendo ocultar los rastros del dolor inconmensurable, quisiera también evitar que se le reconozca como protagonista de esta historia de horror. En sus manos, apretadas a su pecho, lleva una bandera del arco iris. No la ha dejado ni un momento desde hace varios días. Puede ser que le haya servido para enjugar lágrimas. No hay duda que le ha servido para demostrar su buena relación con el hijo que está a punto de despedir para siempre.
Daniel Zamudio era casi un niño; un lindo niño con cara de bueno. Usaba anteojos, posiblemente por la moda de usarlos, y en estos días andaba con la manía de los vellos en la cara. Trabajaba en una oficina del centro de Santiago y hacía la vida social que se hace cuando se tienen 24 años. Un rasgo lo definía: Daniel Zamudio prefería la compañía de varones. Daniel era gay y según parece, de los que viven con toda libertad su opción. De los felices.
En la madrugada del sábado 3 de marzo, Daniel fue encontrado en el Parque San Borja de la capital chilena. Estaba moribundo: le habían arrancado un pedazo de oreja, le habían quebrado las piernas apalancándolas hasta estallarlas, le habían dado varios golpes en cabeza y estomago con una pesada piedra, le habían quemado con cigarrillos una buena parte de su cuerpo y, en la espalda y pecho habían grabado, con un pedazo de vidrio, tres cruces gamadas. Svásticas nazis, mejor será decir. ¿Que había sucedido? Cuatro muchachos de la misma edad que Daniel, decidieron esa noche darle un escarmiento a un puto. Acabar con una loca. Enseñar a un mariquito a portarse como macho. Cuatro muchachos de la misma edad que Daniel, decidieron esa noche darle oportunidad al odio. Daniel y su homosexualidad se cruzaron en el camino. No hizo falta nada más.
Raúl López, Patricio Ahumada, Alejandro Angulo y Fabián Mora fueron detenidos cuatro días mas tarde y puestos en prisión preventiva. Entonces la historia empezó a ser cada vez más cruenta.
Asiduos visitantes de Eurocentro, el mall de los tatuadores, los luchadores, los fanáticos del animé y otras especies; tres, de los cuatro asesinos de Daniel, no son ajenos a la justicia, aunque sólo uno por delitos de agresión. Los otros son drogadictos, se portan mal y roban para procurarse sus vicios. Contrariamente a lo que se ha dicho en todas partes, no son realmente Neo Nazis. Pertenecen, o han querido pertenecer, a cualquier tribu urbana que los reciba; pero, ni se les puede relacionar oficialmente con grupos Neo Nazis, ni se les identifica abiertamente como homofóbicos “de oficio”. Más bien se podría decir que odian, y practican su odio en minorías de todo tipo. Igual les da, pero se empeñan en minorías tenidas por débiles: Inmigrantes peruanos y gays. Los mas fáciles de violentar.
Uno de los agresores admira profundamente a Michael Jackson, al punto de imitarlo en programas de TV y algunas apariciones públicas. Otro, el único que no tiene antecedentes, comenzó siendo Emo, pero derivó hacia lo Tuki, luego fue Otaku y estaba intentando identificarse con lo estrictamente gótico; alguien lo define como extremadamente influenciable e inseguro. Un tercero, victima permanente de bullying escolar, intentaba sin éxito, trabajar en lo que fuera y vivía con su abuela después de perder a sus padres en hechos trágicos. El que parece ser el líder de la agresión (no es una banda organizada, es mas, esa noche se juntaron porque los acercó la soledad, la droga y la mala fortuna de Daniel) tiene grandes tatuajes en ambos brazos y es el único que lleva la cabeza rapada, viste al estilo de los hiphoperos y profesa odio declarado a la humanidad, en general, y a las minorías en particular. En algún momento confesó a través de Facebook que “todos deberían morir”.
Es información que a Jacqueline no le importa. Desde hace 23 días ha pasado de la esperanza al desconsuelo, todos los segundos de todos los días. Al principio parecía que el hijo evolucionaría favorablemente, hoy se habla de muerte cerebral y fallecimiento inminente. Ella, que no ha abandonado la cama de su hijo sino en precisas y muy contadas ocasiones, ha dicho que “prefiere entregar su hijo a Dios, pues el hará lo que estime conveniente”. Por lo demás se atreve a aventurar que siente rabia. Rabia de pensar que esos “desgraciados” están llenos de vida y protegidos bajo techo, mientras ella ve apagarse la vida del hijo de sus entrañas.
Los cuatro agresores, entre tanto, se enfrentan a cadenas perpetuas por lo que ya se menciona como el más horrible crimen sucedido en Chile en los últimos 20 años.
Todo lo demás es un mundo infinito de preguntas. La vida de Daniel, ese bello muchacho de 24 años que decidió vivir del otro lado de la “normalidad” puede haber terminado mientras escribo esto. Será un descanso, sin duda alguna. Pero, será también una página más de la tarea que en esta América, latina y amada, no acepta plazos, tiempos de espera, diagnósticos o estrategias redentoras.
Santiago de Chile, Caracas, Lima o Buenos Aires, ¿Qué más da? Estas sociedades perversas que construimos nos traicionan en nuestra cara y devuelven en odio lo que pensábamos estar dándoles en buena ley. La gran tribu humana se despedaza a mordiscos y no sabemos si podremos (o queremos) detener la dentellada. Ciertamente, el hombre ha optado por matar al hombre. De verdad, de frente, delante de nuestras bocas cerradas.

domingo, 25 de marzo de 2012

Memorias que se cruzan

En abril de 2005 yo estaba trabajando en la producción de una telenovela en Dallas como parte de un equipo en que había, entre otros, un grupo de técnicos que venían de Kansas y de quienes nosotros creíamos que, como buenos campesinos gringos, habían nacido sin corazón en el pecho; mostraban la simpatía necesaria para convivir en paz, pero poco más.
El 02 de abril, el llamado madrugador, era para un hotel del centro donde haríamos las escenas correspondientes a una de esas bodas indispensables en la culebroneria latina. Muy temprano empezamos a prepararlo todo. Cruzábamos el lobby del hotel cada pocos minutos regando cables por aquí y escenografías por allá. En un rincón, la pantalla de un gigantesco televisor encendido, “amenizaba” de algún modo el trabajo, aunque nadie le prestaba suficiente atención. Trabajábamos concentrados en no tener contratiempos; finalmente, la grabación empezó y a la hora prevista, cortamos para almorzar. Almorzamos y retomamos el trabajo: una pequeña escena entre la protagonista y su madre, que se haría en un pasillo muy cerca del gigantesco televisor del lobby. A las 2 y media de la tarde o un poco más, un reportero de CNN anunció la muerte de Su Santidad Juan Pablo II. Yo estaba entrando en ese momento y aun no conocía la noticia, por eso me sorprendió ver a los camarógrafos apagar y bajar las cámaras al piso y al electricista apagar las lámparas. Me sorprendió el silencio triste en que se convirtió la algarabía de minutos anteriores; al preguntar qué pasaba, uno de los camarógrafos me dijo: The Pope is dead. Y se arrancó la gorra de la cabeza.
Miré a mi alrededor. Esos mismos hombres que parecían incapaces de emoción alguna, se habían reunido emocionados en el centro del salón, para, descubiertas las cabezas, entender la mala nueva. Me acerqué a uno de ellos justo cuando decía: He was a good man. Entonces recordé vívidamente el día lejano en que, a pesar de lo improbable, mis ojos se habían cruzado con los suyos en la esquina de la calle 24 de Mérida. Él desde su papamóvil, yo desde el país, había sentido exactamente lo mismo. Que había visto los ojos azules de un hombre bueno.
No abundan, para nada. A veces nos muestran otros ojos que deberian ser buenos también; es una suerte tener este recuerdo para conjurar realidades.

jueves, 22 de marzo de 2012

Diversidad funcional

Hace mil años, en aquellos tiempos divertidos de la Escuela Infantil Mérida, compartí aula y recesos con un personaje inolvidable. Se llama Sarita Maldonado, es pelirroja, muy pecosa e impredecible. Tiene, además, otra seña de identidad importante: Sarita tiene un retardo mental bien notorio. No es Síndrome de Down, creo yo. Por lo menos no recuerdo que haya tenido las características físicas inocultables del Síndrome de Down; pero, a mi escaso entender, Sarita tiene severas discapacidades mentales. Lo que no deja de ser una lástima, por cierto.
Recuerdo muchas cosas de ese año escolar transcurrido junto a Sarita. Recuerdo, sobre todo, nuestra crueldad. Recuerdo también las vergüenzas que sus hermanos “normales” intentaban ocultar a toda costa y que hoy deben ser parte de sus recuerdos más tristes. Sarita era inmanejable. Bien porque decidiera que no era día de clases y se dedicara a sabotear olímpicamente cualquier intento, por pequeño que fuera, de eso que hoy llaman educación formal, o bien por que resolvía hacer gala de su fuerza alborotada: Sarita brincaba, Sarita reía, Sarita cantaba, Sarita peleaba, volvía a pelear y peleaba de nuevo. Sarita lloraba. Sarita gritaba sin control y sus compañeros – nosotros - éramos, tanto el coro de sus impulsos, como su severos críticos y agresores. En nuestro mundo de niños “que funcionaban” Sarita era, por mucho, la muñeca rota. Me apena decirlo, pero Sarita fue el blanco de todas las maldades, todas las burlas y todos los hartazgos de un grupo de niños a quienes, algunas veces, la fuerza incontrolable de Sarita ponía fuera de quicio.
Tal vez tengamos la disculpa de la ignorancia. Aunque a algunos nos lo explicaron en casa, ningún maestro hizo nunca nada para que durante todo el año escolar, Sarita dejara de ser el bicho raro; quizás por eso, cuando regresamos al año siguiente, Sarita no estaba. Su familia, después de una lucha indescriptible había logrado una escuela especial para niños excepcionales y su alumna estrella era Sarita. Nunca más supe de ella.
Hace poco conseguí a uno de sus hermanos. Hablamos de Sarita por largo rato. Está bien. Es una adulta con necesidades especiales que ha sobrevivido a todos los pronósticos. Recibe atención familiar y tiene el mismo carácter indómito que conocí en su infancia. Por suerte para ella, su familia entendió hace rato que su “diversidad funcional” la hace poco probable candidata a compartir el mundo hostil y cruel de los normales. Que protegerla no significa necesariamente execrarla, sino exponerla suavemente a ambientes donde sea amada y respetada por gente que esté dispuesta a aceptarla. Es decir, por gente que esté preparada para entender ese otro mundo, no por cualquiera que crea que el tema se resuelve con nombres políticamente correctos y un corral donde quepan todos “porque la integración es necesaria”. Sarita, por suerte, está a salvo.

martes, 20 de marzo de 2012

Preámbulos virtuales

Ayer en la tarde estuve un par de horas intentando comprar, vía Internet, entradas para algunos espectáculos del Festival Internacional de Teatro. Según escuché hace poco en un programa de TV, las facilidades para obtener tickets a larga distancia, está garantizada por los organizadores de un evento que, según palabras de su presidenta “es el preámbulo del país que queremos construir”. No voy a entrar en consideraciones respecto a eso, todo preámbulo necesita pagar el noviciado del ensayo y el error; asumiré que el Festival, como su nombre lo indica, es el Festival “de Caracas” y por tanto es, para “los caraqueños” (se lo merecen, nadie sufre tanto como ellos) y muy probablemente me quede encerrado en mi casa de Mérida evitándome los disgustos (y los sustos) de una estadía en la capital. Sencillamente, las complicaciones por las que hay que pasar para finalizar la compra de las entradas, son superiores a todo lo que yo soy capaz de soportar con mi escaso margen de tolerancia.
Ya sé, las comparaciones son horribles; pero como soy un desadaptado, a veces me las permito: En el verano del año pasado, me fui a patear Europa del este. Ese viaje lo organicé personalmente, valiéndome de páginas que ofrecen servicios de reservación de hoteles, boletos de tren y/o autobuses, entradas a museos y todo lo que un turista necesita para pasarla bien. Todo, absolutamente todo, sin excepción, lo adquirí con una tarjeta de debito gringa, en pocos minutos y sin errores. Mi viaje, gracias a que soy suficientemente organizado como para llevar conmigo cuanto papelito confirmaba las compras realizadas, no tuvo ningún tropiezo. ¿Por qué? Muy sencillo: yo hice negociaciones con empresas proveedoras de servicios que ponen por delante la confianza en sus clientes, no matter what. Empresas virtuales que desafían diariamente uno de los crímenes más feos de la era moderna, el robo de identidad, y lo superan con éxito, brindando un servicio muchas veces impecable que, además, protege la identidad del cliente “de bien”.
No es el caso de las páginas web que venden servicios en nuestra patria convulsionada. El proceso es tan engorroso y tan incomodo que mejor es no intentarlo. Allí donde la complicación abunda, una simple tarjeta debería ser suficiente y, lo es; pero, sólo en aquellos países donde, contrario a nosotros, nadie empieza un negocio desconfiando del cliente o diseñando sistemas para hacerle difícil la vida. Comprar y vender por Internet TIENE que ser algo que se pueda completar en pocos pasos: Escoja lo que quiere, escriba sus datos, los de su tarjeta y retire el producto. Nada de taquillas posteriores, ni depósitos bancarios, ni comprobaciones molestas. Usted confía en el proveedor que aparece en su pantalla. Ellos tendrían que confiar en usted, también.
Es difícil. Basar la convivencia ciudadana en la desconfianza del otro, es muy difícil. Sobre todo, porque lo aceptamos con la naturalidad de las cosas que “aquí son así” y quejarnos parece cosa de locos. Sencillamente, no creemos que nadie hará las cosas de manera correcta y eso se magnifica en todo lo que tiene que ver con dinero. Mientras tanto, el desarrollo que tanto ansiamos, sigue borroneado en la puerta de atrás.
Claro que hay mil motivos adicionales, pero si queremos empezar a ver preámbulos, bien podríamos comenzar a entender, realmente, el valor de las comunicaciones globales. Es así de sencillo.

jueves, 15 de marzo de 2012

Lo hicimos de nuevo...

El martes pasado, mientras asistía a una conferencia, aproveché un descuido para mirar mi teléfono y chequear mis twitter. Es una nueva manía: Me entero de lo que pasa en el mundo, leyendo compulsivamente titulares escritos apresuradamente en 140 caracteres. Pocas veces indago un poco más allá - debo admitir mi pecado – y la verdad de las noticias suele revelarse al día siguiente o con el paso de las horas. La mayoría de las veces, muy para mi vergüenza, las cosas no son, o no parecen ser, como las contaron los tuiteros. Pues bien, el martes pasado fue posiblemente uno de los días en que twitter ha debido ser objeto de estudio. Intentaré un acercamiento breve.
Tres grandes noticias sacudieron el espectro de la red entre las 8 y las 10 de la noche de nuestro martes 13: la detención del ex - ministro Juan Carlos Loyo, el allanamiento y detención de los dirigentes más buscados de la organización terrorista conocida como La Piedrita y la muerte de la estudiante de la UCV Alexandra De Armas. Las tres noticias, con todo lujo de precisiones, circulaban a mansalva gracias a enfebrecidos tuiteros que repetían lo que leían a otros o creaban sus propias versiones aduciendo buenas fuentes.
Pues bien, en los tres casos estábamos equivocados en mucho. El ex ministro Loyo nunca fue detenido, ni muchísimo menos trasladado a un oscuro calabozo del SEBIN conocido como “El Hoyo” (cuya existencia debe ser lo único cierto de esa historia) Valentín Santana y su lugarteniente, siguen libres e inalcanzables (pero cayeron otros dos “soldados revolucionarios” cuya detención ni siquiera asusta a La Piedrita) y aunque la noticia de su muerte es una terrible verdad, Alexandra De Armas no falleció a consecuencia de las bombas lacrimógenas con que fue atacada la escuela de Comunicación Social de la UCV hace pocas semanas, sino por un problema de salud crónico y grave que puede haberse visto afectado por el tema de las bombas, (así lo ha aclarado su familia en más de una oportunidad).
Fui uno de los que replicó varios mensajes relativos a la muerte de la señorita De Armas, sin duda, una noticia de esas que nadie quiere oír jamás. También comenté las otras dos noticias con quienes estaban cerca de mí, dándolas por ciertas. Como muchos otros, doy por buenas las historias que otro construye en su cabeza y repite hasta convertirlas en verdad. Sólo que, a veces, una realidad casi siempre muy dura, me pone de cara a lo peor que tenemos; por ejemplo, lo que hemos sido capaces de hacer con la muerte de Alexandra De Armas y los posteriores comunicados de su familia.
Los muertos pertenecen, en primer lugar, a sus deudos. Son ellos los que pueden – si quieren – convertir su muerto en asunto público. Son los deudos los que tienen el derecho de investigar, buscar respuestas y exigir justicia, si es el caso. Son ellos los que dan explicaciones, si desean, y los que sufren y lloran la pérdida, en completa libertad y con nuestro respeto incondicional. Eso es lo que debería ser; lamentablemente, en la comunidad tuitera (medio que utilizó una hermana de la estudiante, para exigir que “dejáramos de inventar cosas”) ese deber ser, empezó a sonar en algún momento, como si fuera una contrariedad que la joven muriera por causas naturales. Como si el hecho de que la joven hubiese estado en los disturbios de la Escuela de Comunicación Social de la UCV y hubiese muerto posteriormente, la convertía en un símbolo más de la violencia y, posiblemente, en nuestra mártir instantánea. Hubo alguien que expresó que “al desmentir (la teoría de la muerte violenta) la familia De Armas corrobora que el miedo es libre” y alguien más se atrevió a afirmar que a la familia De Armas, le habían “comprado” el silencio.
No se si el miedo es libre en este país de locos. Lo que si está siendo cada vez más libre es la anarquía y el irrespeto, expresada ahora mediante una herramienta como Twitter, que es muy valiosa, pero que, en nuestras manos, se está robando hasta la digna posibilidad de llorar a nuestros muertos con café cerrero y almojábanas.
Es aterrador. Es la esencia de lo que somos, que se exacerba cuando nos da por creer que nuestra única arma es un intelecto que nos conduce a hacer juicios abyectos y a creer que, desde la tranquilidad climatizada de nuestras habitaciones, y en 140 caracteres, se puede enderezar una historia que está mal escrita desde el comienzo. Lo siento, pero me parece que hace falta mucho más: Ecuanimidad y decencia, por ejemplo.

lunes, 12 de marzo de 2012

Esto es lo que yo quiero:

Yo quiero trabajar para el gobierno. No, no es que quiera trabajar ayudando al gobierno en algo. No, yo lo que quiero es un “cargo”. Un trabajo con quince y último y cesta ticket, en alguna dependencia pública y gubernamental; preferiblemente de eso que llaman el “sector cultura”.
Me acomodo con cualquier cosita. Es más, si se me ponen difíciles por aquello de conseguirse mi firma en una que otra lista, yo acepto hasta la portería del despacho del ministro. O el indispensable puesto de ascensorista. Yo no mareo.
Un cargo. Aunque tenga que esperar 8 meses por “el nombramiento”: no hay problema. Mis hermanos y mis amigos están dispuestos a echarme una mano mientras llega “el retroactivo”. Ellos saben como es y están apoyándome en esto, porque yo les prometí que les pago todo de un solo mamonazo cuando mis papeles lleguen al ministerio. En eso, estamos claros.
Me ofrezco para trabajar, cerca de alguna computadora preferiblemente y con ventilador incorporado. Mi única condición es que el patrón mío sea un ministro o cuando mucho un director general, con poder popular y todo. Si no, no me conviene.
Más calificado que yo, tú no te encuentras a nadie ni custodiando terrenos: Sirvo más o menos para todo, menos para cargar cajas. No tengo título universitario formal, pero llevo a mis espaldas varios doctorados en “La Universidad de la Vida”. Soy capaz de hablar por horas sin cansarme, ni repetirme, y puedo además hacerlo en dos idiomas. Digo si cuando quiero decir no y viceversa, y jamás estoy de acuerdo con lo que piensa la mayoría. Además, los poquísimos amigos que me sobreviven son influyentes. Algunos incluso son bi republicanos. (De dos republicas iguales pero distintas) eso puede ser útil, no sea el caso.
Dicen que se escribir, lo cual no sirve para nada, pero ayuda; y soy lo más culturoso que te puedas imaginar, pero tengo mejor pinta. El hippismo nunca me gustó y por eso no ando con el blackberry en un mapire. Se usar agendas, “navegar por la Web” y te leo rapidísimo lo que me pongas a leer. Soy buenísimo para crear un proyecto cultural de raigambre popular y aunque por interés baila el perro, soy capaz de negociarlo todo para que no te salga tan caro. Te tengo aspiraciones, como no, pero son normales: Una casa bonitica en La Pedregosa, platica para pagar el taller cuando se me daña el carro, o una camioneta en su defecto, un espacio en VTV para dármelas de intelectual con mis amigos y carta blanca para viajar cuando los poderes creadores del pueblo lo requieran. Dicho de otro modo, no es que yo esté mencionando retribución alguna, yo lo que quiero es embraguetarme con la patria nueva y el hombre nuevo en una de cultura y dialectica pura, como quien dice, y eso requiere un paso ignominioso por el materialismo.
Bueno, espero que les haya quedado claro. Ya lo dije. Ahora, los interesados favor comunicarse conmigo por la vía que prefieran, yo no soy difícil de encontrar.
(Por la franela roja no se preocupen que tengo varias que no uso.)

miércoles, 7 de marzo de 2012

Believe it or not...

Pasarán los años y sabremos que fue imposible desprenderse del furor opinativo que nos mantuvo el alma en vilo, cuando creíamos tenerla bajo control. Que fue imposible sustraerse a la peor pesadilla de la pesadilla: contemplar como la historia se fue escribiendo a millones de manos en el espacio global, mientras tratábamos de hacer que se redujera a algo cuya sustancia hubiera sido, si no auténticamente real, por lo menos creíble.
Basta sentarnos frente a la computadora, o accionar una tecla diminuta de nuestro teléfono, para que cien mil teorías se nos crucen. Basta, además, tener la osadía de comentarle alguna de esas teorías a cualquiera dispuesto a escucharnos (y en eso a todos nos sobran oídos) para salir con el convencimiento de que hace mucho tiempo teníamos que haber hablado con fulano. Siempre, en cada oportunidad que nos atrevemos a dejar escapar algún comentario sobre la tenaz situación política o social que nos ahoga, alguien sabe más que uno, no sólo porque ha leído un par de cartas o de “posts” que aun no alcanzaron tu inbox, sino porque tu interlocutor, tan generoso como José Gregorio Hernández, tiene la dicha de tener un primo que lo ve todo, con sus propios ojos, mientras trabaja en Fuerte Tiuna (o por ahí cerca, no importa) y está dispuesto a hacerte parte del chisme.
Pareciera que de verdad, la mitad de los venezolanos están muy cerca del poder, aunque vivan en Puerto Ayacucho. El cuento de la esposa del Coronel que se-le-soltó-la-lengua-en-la-peluquería-delante-de-mi-mamá-cuando-le-hacían-las-uñas, ha ido mutando en primas que recogen las sabanas del hospital que han construido, más o menos, en cualquier espacio proclive a las visitas del sabanetero; o en hermanos que arreglan las computadoras de Miraflores y saben perfectamente como es que hace sus trampas el CNE. Todo se cuenta, todo se documenta, todo se comparte. Todo, menos algo que se parezca a la verdad; esa se analiza, para desgracia nuestra. Grandes, pequeños o anónimos nombres, auto salvadores de la patria, encuestadores, profesores con gran prestigio, pensadores, analistas y expertos, han encontrado en Venezuela una suerte de gallina de los huevos de oro para el lucimiento de sus intelectos. Cada uno con su propia legión de seguidores y detractores han ido poco a poco convirtiendo el espacio virtual en un pesado tamiz de opiniones que, cada vez más babelizada, busca el blanco perfecto: sus fieles creyentes.
Sucede en cada cadena diaria, ante cada abuso, ante cada chiste, ante cada comentario casual. Sucede siempre y a toda hora: Cada movimiento, cada palabra, cada gesto, cada traje del sabanetero y de su gente, son estudiados con esmero digno de examen final de anatomía patológica; y al final, sólo se repite lo que cada quien, en su propia realidad esquizoide, entiende de lo que lee: lo que cada quien ha creído porque quiere creerlo de esa forma. Todo lo demás, no cuenta. Vea usted, en este momento usted acaba de leer 40 y pico de líneas que en realidad dicen muy poco de cualquier cosa nueva. Pero es probable que en algún momento, las comente con alguien en medio de una conversación casual. Sin pesar (ni verguenza) alguno, yo también me adueñé de un espacio. Yo también opino y también peco de arrogante anunciador de epifanías. Yo también busco mi tiempo para hablar de política, de cáncer y de La Habana. Tres temas en los que, con total seguridad, no nos gana nadie en toda la bolita del mundo. Así nos va.

jueves, 1 de marzo de 2012

Dios y la enfermedad

Soy de los que cree que es mentira. De los pocos que no se ha creído las documentadas informaciones de Nelson Boccaranda, ni las arengas “sanadoras” de algunos voceros gubernamentales. Pertenezco al escaso grupo de venezolanos que se ríen de la última estrella del periodismo latinoamericano, el señor Merval Pereira, que comparte con Boccaranda el cargo de vocero oficial del CIMEQ. Sencillamente, no acepto el cuento de la enfermedad y, para mi no aceptación, he logrado argumentos que me bastan. Básicamente opino que el cuento de la enfermedad que, por cierto, tarda en darle votos, obedece a una estrategia dirigida a fomentar el fervor religioso con que sus seguidores lo alaban y a revestirlo de una presencia santurronizada en la que solo faltará que materialice espejitos. Hasta ahora, para una buena parte de quienes lo apoyan, todo lo demás se lo deben a Él: un Dios magnánimo e infalible, desprovisto de esencia humana, cuyos actos son incontestables.
A punto de estropear esa divinidad con discursos plagados de odio (impropios de Dios) e interminables chácharas en contra de enemigos que son demasiado lejanos para el entendimiento real de “su lumpen”, el cuasi Dios que gobierna a un tercio de la población venezolana, necesita echar mano de recursos milagreros para reagrupar su rebaño e iniciar una campaña electoral en la que pueda enfrentarse de tú a tú con su contrincante: un hombre joven, inteligente, sagaz, enérgico y muy buenmozo que amenaza con meterle dentelladas al colectivo que admira y mantiene en el poder al señor de sabaneta, sin más justificación que fanatismo brotado de las entrañas: Las mujeres y los pobres de solemnidad.
Reeditar el cáncer, (que posiblemente padeció en alguna oportunidad) era la estrategia más inteligente que tenia a la mano el grupo de asesores electorales cubanos y brasileros que han tomado a su cargo el lado oficialista de la contienda del 7 de Octubre. No deja de ser importante destacar, de paso, que quienes se han ocupado de esparcir la mejor cantidad de documentados rumores son, precisamente, un periodista brasilero y su red comunicacional, O Globo (contra quienes gobierno alguno jamás ha osado meterse) y un venezolano que no pasa de ser objeto de amenazas que nunca llegan a cristalizarse. En realidad, creo que el cáncer que mantiene en vilo a una buena parte de Latinoamérica, es mas un producto de la misma canalla mediática que el sabanetero ama aborrecer y no una realidad que ponga en peligro la vida de alguien. Y no digo con esto que Bocaranda sea un traidor a la causa opositora, prestado a mantener el país desinformado con sus Runrunes, ni que Pereira reciba algún beneficio por hacer otro tanto. No; lo que puede suceder es que en la trama, y ávidos de convertirse en vehículos de una noticia realmente jugosa, ambos estén tan engañados como el resto de la humanidad.
Engañados por fuentes que, aunque verificables y posiblemente presénciales, no han proporcionado otra prueba efectiva de la enfermedad que sus propios informes. No han mostrado, seguramente porque no existen o no han podido construirla, documentación científica que avale sus diagnósticos y si lo han hecho, esta no ha trascendido a los medios con la facilidad con que trascienden los cuentos de la "enfermedad". Engañados por un aparato monstruoso al que muy poca gente conoce cabalmente y, engañados por el enemigo más terrible que tiene la información veraz: el deseo de que una noticia, increible y enorme, capaz de dar vuelta a la realidad más pavorosa que se vive en Latinoamérica, sea cierta.
Sabemos que derrotar el aparato comunista, totalitario e imperial que han armado ante nuestros ojos los estrategas cubanos para mantener a flote su fracasada revolución Fidelista, es una tarea que encierra graves dificultades. Compradas todas la conciencias, menoscabadas todas las dignidades y ubicados en puestos estratégicos aquellos que saben defender lo que tanto les ha costado obtener; barrer 13 años de Revolución Bolivariana, es una empresa harto complicada que posiblemente no necesite solamente votos. Por lo tanto, invocar el “favor de Dios” es una de las alternativas a la que se apuesta con mayor facilidad (y fe) desde el más oculto y oscuro inconsciente. Ningún venezolano está seguro que el señor está enfermo; pero una mayoría quiere creer, no sólo que lo está, sino que morirá pronto.
Una parte de esa mayoría para rasgarse las vestiduras y convertirlo en el héroe necesario que, como Lenin en la Plaza Roja, descanse momificado en el más tropical escenario de Los Próceres. Otra, para ver en su sufrimiento una manera de expiar las incontables muertes que ha producido el hampa incontrolada, las expoliaciones, las ofensas de todo tipo, los abusos ventajistas y el derrotero sin rumbo en que ha sumido a un país que pudo haber tenido una vida mejor. Una tercera parte (la menor, lamentablemente) para empezar a reconstruir desde los escombros una realidad satisfactoria, sin el estorbo de una voz que amenace permanentemente la estabilidad de una transición que, todos sabemos, será dolorosa.
En el país de lo imposible, todo es válido. La información oficial, controladisima por "razones de seguridad" es muy escasa y está en manos de quienes han convertido la mentira en su medio de subsistencia; de modo que el señor puede estar enfermo, claro está; pero, puede no estarlo. El señor puede sencillamente regresar y (como jamás dijo Evita) ser millones. Millones que nos arranquen de la mano la esperanza que nos dejó el 12 de febrero. El rumor más recurrente es que su gravedad es absoluta. Que sólo un milagro puede permitirle participar en las elecciones y llegar a Octubre con vida.
No esta de más que recordemos que, en el consciente religioso de este pueblo mayoritariamente creyente, los milagros solo le suceden a la gente buena, a la gente que nos hace falta tener y conservar. Que Dios premia al hombre bondadoso y de recto proceder.
Lo mejor sería andarnos con cuidado, nos puede salir el roto por el descosido.

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