domingo, 29 de abril de 2012

Así nos va (VIII)

Cara o cruz: Futuro

Tengo un amigo que juró abandonar el Ateismo, si el milagro del cambio de gobierno,  terminamos debiéndoselo a Dios. Tengo otro que jura diariamente abandonar el país, si sucede lo contrario. Hace mucho tiempo leí en el blog de Yoani Sanchez, (a quien respeto, leo y sigo, pero con cuidado) que “La solución está en otra Cuba, no fuera de Cuba”. Bien. Es hora de empezar a hablar cotidianamente de lo que muchos piensan y callan: La posibilidad de irnos. EL derecho a proteger nuestras vidas empezándolas de nuevo en algún lugar secreto, como cantaba Yordano.
Quizás esa sea la gran jugada del 07 de Octubre. Quizás,  a esa decisión, tomada ya por una infinidad de personas, sea a la que haya que apostarle todo  el “día de las elecciones”.  Cara o cruz: ganamos me quedo, perdemos me voy. ¿Es así de fácil?
No. Emigrar es una decisión muy complicada, y no descubro el agua tibia al afirmarlo. Yo, por ejemplo,  que he sido emigrante un largo rato de mi vida, prefiero pensarlo un poco más, aunque barajo con seriedad la posibilidad de salir corriendo antes que ponerle el pecho a las balas de la patria. No es cobardía. Es un derecho. Un derecho que se mece entre dos aguas igual de peligrosas: las de aquellos que creen que “Venezuela es un original que no tiene copia” y están dispuestos a cualquier heroísmo (o eso dicen) y la de aquellos a quienes, lo mismo,  les importa menos que poco.
La verdad es que nadie ha sido automáticamente feliz con el exilio. A muchos, sin embargo, la vida les ha cambiado para bien. Nadie ha disfrutado como enano el proceso de adaptación a una nueva tierra, pero a muchos les ha sonreído la suerte nada más llegar. Nadie ha vivido en el exilio sin añorar alguna pequeña cosa que tenía y no pudo llevarse consigo; pero,  muchos han podido reemplazarla por otra casi igual de grata. Dependerá siempre del talante con que se emigra y de las condiciones en que se emigra. Una cosa tendré siempre clarísima y voy a compartirla: si usted se va para convertirse en el vocero de todas las desgracias de este desgraciado gobierno comunista y, para reenviar cuanto rumor maligno le llega, usted se está condenando al sufrimiento y la amargura más grandes y además, al ostracismo. Nadie quiere cerca un recordatorio permanente de sus propias tragedias. Para bien o para mal, cada exiliado tiene una historia (no siempre cierta, de paso) y un derecho a vivirla como le dé la gana.
Al final, es una solución que permite la sobrevivencia y no sólo en sentido figurado. Vivir en la Venezuela del siglo XXI compromete incluso la propia vida.  Lo lamentable es que los primeros en irse han sido los más brillantes, los más comprometidos con un futuro que,  siendo bueno para ellos, lo era también para el país que perdimos. A ellos los seguirán familias que pudieron haberse labrado un porvenir exitoso en suelo patrio y les fue mejor labrándolo en Miami. A ellos también los seguirán otros y otros. Una vez conocido el resultado del 07 de Octubre, será bueno estudiar los índices de la estampida.  Solo basta esperar que no haya actos de repudio, ni salidas apresuradas, ni violencia.
Digámoslo al estilo película: la suerte, para muchos, está echada. No es una solución mejor o peor. Pero jamás dejaré de pensar que es un derecho.
Cara o cruz, ¿me quedo o me voy?

Así nos va (VII)

Sorpresa se escribe con C

En el medio justo de toda esta larga cadena de desencuentros y como para ponerle la guinda al pastel, el tipo se enferma. O, por lo menos, le hace creer a una porción bien importante del planeta que su vida está en peligro debido al cáncer.
Es posible que lo esté. Un amigo muy querido el otro día me preguntó si yo quería que explotara en TV para creerlo. La verdad es que no. Ni quiero que explote ante las cámaras, ni quiero que sea verdad, ni quiero que sea mentira. Por una extraña necesidad de mantenerme a salvo, he desarrollado un mecanismo de evasión que me permite sentir, verdaderamente, el desinterés más grande por su vida y obra. Soy uno de los pocos que todavía se resiste a creer el tema de la enfermedad tal como ha sido contada por periodistas que jamás mencionan de dónde sacan sus detalladas informaciones. En otras palabras, yo no creo que se esté muriendo. Acepto a regañadientes que tiene cáncer; pero me niego a caer en el juego de los que pregonan un funeral de estado inminente,  como si fuera un concierto de Los Rolling Stones.
La enfermedad, una variable con la que nadie contaba hace poco menos de un año, copa todos nuestros espacios, básicamente porque a juicio de los más afamados analistas criollos, el gobierno tiene “la obligación” de mostrarnos cada examen de laboratorio, cada radiografía, cada resonancia magnética. Nosotros “tenemos derecho” a saber los detalles más íntimos de un mal que ha hecho una grave metástasis en lo más venezolano de los venezolanos: El morbo curioso.
Ese morbo nos llevó a todos a cometer un error que ha de pesarnos. Para empezar,  no es un derecho ciudadano obtener un informe oficial y detallado. El Presidente de la Republica tiene el mismo derecho que usted y que yo,  a vivir su enfermedad en silencio y a decidir qué hacer con eso.  Es más, si fuera cierto el rumor, el Presidente de la República tiene el mismo derecho que usted y que yo a morir en paz, rodeado del amor y el cuidado de los suyos. Punto.
Ahora bien, el señor nos ha acostumbrado a lo público y la culpa es suya si exigimos mayor transparencia. Hasta ahora, lo “políticamente correcto”,  es decir, su aparición haciendo el anuncio formal, aunque muy escueta, sucedió y fue interpretado como una burla. A partir de ahí, como solemos hacer en lo cotidiano y en lo grave, todos los problemas empezaron a ser pocos. Nosotros hemos “asumido” que el presidente TIENE que tratar su enfermedad en el país. Eso no es cierto. No es el primer mandatario,  ni será el último,  que recurra a médicos extranjeros para atenderse. Eso forma parte del “paquete venezolano”. A nosotros nos encanta una clínica extranjera. Lo que nos tiene “patas arriba” es que haya escogido Cuba y no Houston. Eso es todo. Hemos “asumido” también que el desarrollo de la enfermedad DEBE ser narrado en cámara lenta por algún vocero oficial. Eso tampoco es cierto. Sencillamente, fue por boca de él que nosotros sabemos que tiene cáncer. ¿Entonces?
Hemos también decretado que estar enfermo lo inhabilita. Eso es bastante discutible. El señor tiene Cáncer, no tiene Demencia Senil, no sufrió un ACV Masivo, no está en coma (a pesar de lo que dicen muchos) Su enfermedad y su deseo expreso de permanecer fuera del país,  atendiéndose por largas temporadas, puede que amerite - desde un punto de vista formal - el desempeño de las funciones propias del vicepresidente. Y aunque eso más o menos sucede, estamos en Venezuela y “ellos” tienen un atajaperros digno de lo que son ellos: el vicepresidente en funciones,  responde a una fracción de un partido en el que otras (muchas) fracciones reclaman una porción de protagonismo. De modo que ahí, otra vez, estamos equivocados: lo que está pasando en el Partido ese que ellos tienen, no es culpa de la enfermedad del presidente. Es culpa de ellos, que no saben cómo mantener cohesionado un partido ni como gobernar un país.
Todo lo demás es accesorio. El cáncer incluido. A pesar de las cosas que publican diariamente los privilegiados que saben TODO LO QUE HAY QUE SABER sobre la enfermedad presidencial,  El Presidente de la Republica, el Señor de Sabaneta, regresará. Lo malo, lo realmente malo es que regrese y sea millones.

viernes, 27 de abril de 2012

Así nos va (VI)

…y el mango, también

Esa quizás sea la parte más difícil de entender. Una mayoría de nuestros interlocutores, tienen la suerte de haber recibido una educación casi exquisita, en donde el valor del pensamiento propio y la capacidad para discernir opciones que lo ubiquen cerca de las cosas buenas de la vida, es base de todas sus acciones. Por eso estamos tan enredados: nosotros hablamos casi siempre a la misma gente. Nosotros hablamos, casi siempre, con nosotros mismos. Y nosotros mismos no podemos entender lo que sucede.
No podemos entenderlo porque, básicamente, es imposible aceptar que una persona cualquiera prefiera ser buhonero (me perdonan, pero el tema recurrente de la economía informal, ilustra perfectamente la hecatombe que ya ocurrió) o prefiera cuadrarse con un régimen que limita – o destruye – sus libertades a cambio de casa y comida. Entonces, para evitar tener que aceptar todo lo que altera nuestro “derredor”, calificamos la crisis de tantas maneras como presentaciones tenga. Entre tanto, el país sigue su rumbo. O debería decir, sigue su caída libre. Como si fuéramos los actores de Asia y El Lejano Oriente (la preclara farsa que Chocron estrenó en 1964) nos limitamos a producir manifiestos - cuando los producimos -  pero nos preparamos por si acaso toca aceptar lo inevitable.  Revisamos con avidez las encuestas (por cierto, a fecha de hoy, bastante desalentadoras) y pontificamos, sin descanso,  sobre los errores que cometen nuestros comandos de campaña.
¿Por qué lo hacemos? Porque seguimos empeñados en el tema electoral. Hemos convertido las elecciones en la única salida, en la solución que no acepta opciones. Lo hacemos porque esencialmente somos demócratas, lo hacemos porque esencialmente vivimos una buena parte de nuestras vidas votando cada 5 años para elegir presidente y lo hacemos porque esencialmente, confiamos que en algún momento, de tanto votar, la ley de  probabilidades nos dará la razón. Ningún país en el mundo, creo yo, ha asistido tantas veces a las urnas electorales en tan poco tiempo  como nosotros. Pero, ningún país en el mundo ha vivido esos procesos con tan poca fe en sus instituciones. Eso permite que un tercer sector, que no cree en nada ni en nadie, tenga la sartén por el mango y el mango también. Un tercer sector que no está organizado, no tiene cara propia, recibe nombres que varían de acuerdo a la necesidad del momento (han sido NINIs, No Alineados, Independientes, Sociedad Civil, Indignados y un largo etcétera) y en realidad es el sector de la población a quienes el futuro les preocupa menos,  probablemente,  porque tienen alternativas que los resuelva. No son los ricos de toda riqueza, (esos ya se fueron) ni son la clase media alta instruida (esos van y vienen y un día de estos no vendrán más) Son la clase media, media. Una clase educada, con posibilidades de trabajo en el exterior, con opciones de becas, con ganas de aventura y con edad como para empezar en cualquier pedazo de este inmenso globo terráqueo que los reciba. Es en las manos de ellos que está el principio de la solución. Y no porque sus votos sean indispensables (que si lo son) también porque sus talentos, sus esfuerzos y sus ideas, seguramente serán las únicas que logren sentarse a la mesa del gigantesco acuerdo de cooperación que tendremos que inventar dentro de poco.
Sólo me permito recordar algo que ya dije: ellos, precisamente ellos, no creen en nada ni en nadie.

Así nos va (V)

La ¿última? batalla

Y en el medio de una realidad que no terminamos de ver con ojos claros, surge un ingrediente que, como pocos, pinta de cuerpo entero la venezolanidad: Una nueva y decisiva campaña electoral. De algún modo, la suerte se las ha ido arreglando (bueno, la suerte y la perversa inteligencia política del régimen) para llevarnos de campaña en campaña cada vez que las cosas empiezan a ponerse más duras.
Esta vez, estamos ante la campaña de nuestra vida.  La batalla final. Si se pierde,  el comunismo, sus muchas desgracias y sus pocas virtudes se instalarán a vivir en un país que poco a poco, ha ido diseñándose al estilo de aquellos años en los que Cuba gozaba de protección soviética. Si se gana, tendremos una oportunidad (quizás la última que verá nuestra generación) para empezar a rectificar las cargas.
Se puede pensar entonces, que todo se reduce a un asunto electoral, pero no es cierto. Parece cierto. De nuevo, es el tema de la venezolanidad lo que se impone. A nosotros nos fascina una campaña. Nos paraliza una campaña, un mitin, un acto de respaldo, una oportunidad para gritarle a alguien que somos sus adversarios o para abrazarse a alguien que es nuestro seguidor.  Construidas a punta de pura emocionalidad, las campañas electorales en Venezuela, revelan una verdad poco frecuente en el mundo: aquí no gana las elecciones el que ofrece el mejor futuro, aquí gana las elecciones el que hace la mejor campaña. Es decir, el que levanta la voz más alto, el que hace las mejores fiestas públicas, el que regala las mejores cosas, el que gasta más y piensa menos. Ese es, precisamente, el lado más peligroso de la opción democrática: por mucho dinero que logre conseguir (que será harto) nunca podrá igualar la oferta del régimen, pues el régimen, para hacer campaña electoral, cuenta con TODOS LOS RECURSOS DE LA NACION y los emplea sin pestañar.
El siguiente gran peligro es el que entraña una percepción equivocada: la que los electores ven ahora en las filas de la unidad democrática. Sencillamente, todavía no se ve al Comando Tricolor como un comando ganador. Probablemente debido a que tenemos muchos años escuchando las arengas multitudinarias de un hombre con el prodigio del verbo, nuestro candidato, escaso en ese talento, aun no termina de hacer clic con sus electores.  De nuevo, una amenaza terrible se cierne encima de eso: día a día crecen los rumores y las afirmaciones (entre la prensa de “oposición” inclusive) según los cuales, la voluntad que todos nosotros expresamos gallardamente el 12 de febrero, podría ser desconocida. No es más que un rumor, lógicamente; pero, ese es el problema.
Lo cierto es que  nadie puede predecir cómo será la transición, si ocurre. Una primera idea para componer un poco todo el reguero es ganar las elecciones del 07 de Octubre y ganarlas por un margen de ventaja que no deje lugar a dudas. Para ello, hará falta un poco mas de confrontación y lamentablemente, un poco mas de fiesta. La idea de Capriles de mantenerse trabajando “a otro nivel” sin enfrentarse abiertamente a su contendor, aunque buena,  es ineficaz. Es connatural de una candidatura política de cualquier tipo, enfrentarse. Se enfrentan los alemanes, ¿no va a enfrentarse uno en este calor de Octubre? Lo demás pasa por aprovechar cada espacio, cada mente lúcida, cada rincón, para convencer que hay un camino. Nunca el triunfo de nuestra propuesta demócrata, se había visto tan posible. Pero, cuidado: ese triunfo necesita trabajo diario y mucha valentía: la de hablarle a la cara a los que aun no se deciden por la democracia.

Así nos va (IV)

Quebrados

Entre tanto,  chapoteamos en la descomposición social más tenebrosa que se ha visto en estos lados del mundo desde hace mucho rato.  Una descomposición que se resume en una sola palabra, en una sola falta: respeto. Base y principio de cualquier intento de convivencia humana.
Los ejemplos, listados y mencionados sin ninguna cortedad, dejan la evidencia incompleta. Basta pasear por nuestras ciudades -  algunas con más suerte que otras - para constatar que perdimos algo importante que nos permitía relacionarnos con gentileza o,  que nunca fuimos tan amables como creyeron nuestros ojos infantiles y lo escribió Teresa de la Parra.
Supongo que tenía que llegar a esa conclusión con la misma fuerza con que mis cabellos se han puesto blancos y por la misma razón por la que lo hicieron los de mi padre. Pero, lo siento verdad.  Una verdad de la que nos reímos, una verdad que hemos convertido en chiste, una verdad que en  lugar de impactarnos como debería, es sacudida de su estorboso asiento, con una carcajada de compasión.  Lo cierto es que lo irrespetamos todo: el talento creativo de otros, el derecho al silencio de otros, el  espacio en que habita el otro, el aire que respira el otro. Ponemos en juego la vida de nuestros hijos aun cuando existen leyes que podrían impedirlo y, a pesar de lo que muchos creen y predican, no estamos preparados para rasgar nuestras vestiduras cuando sea necesario. Es posible que estemos listos para defender la inmediatez de lo que tenemos cerca y nos duele, pero poco más. El concepto de comunidad, perdido desde hace tiempo, se antoja irrecuperable. Si comunidad significa el otro, sencillamente no nos importa, a menos que sea portador de un beneficio y entonces su protagonismo, casual, finalizará al cumplir su  cometido. Esa tendencia, presente en la mayoría de las sociedades de hoy, se maximiza al estar permeada por los vaivenes de una convivencia  en donde ni las leyes se hacen para ser respetadas,  ni el ciudadano reconoce en el otro a algo más que un enemigo potencial.
Después de todo, es imposible hablar de respeto si la vida de cada uno de nosotros, en realidad, alcanza a costar 20 dólares, negociables.

Así nos va (III)

Negocios de este siglo

A veces, algo sucede que destrona al cáncer. Tal es el caso de la sorpresa y el escándalo que todos hemos expresado por las “confesiones” de un abogaducho de medio pelo, militar y magistrado del Tribunal Supremo,  quien habló por televisión recientemente para decapitar a todos los títeres del gobierno y dejar muy mal parados a los que todavía se atreven a ejercer la profesión de Abogados.
Un caso perfectamente ilustrativo de lo que somos, o de aquello en lo que nos hemos convertido. Para empezar, ¿Cómo es posible que un cretino de tal naturaleza, se haya convertido en magistrado del Tribunal Supremo de Justicia? ¿Por que llegó allí? La respuesta más fácil la tenemos en el gobierno, quienes han hecho y deshecho con las instituciones públicas, sobre todo con aquellas que administran o deben administrar justicia.  Una mirada un poco más profunda, sin embargo,  deja muy mal parados a los gremios cercanos a la justicia. Si es verdad que una bota pisoteó el sentido de justicia, no menos cierto es que la misma bota acabó con el Colegio de Abogados y con las Facultades de Derecho Venezolanas y convirtió en vergüenza la profesión de abogado. Es simple: En lo más bajo de nosotros mismos, todos somos un poco cómplices de la realidad que ese señor pintó a todo color.
Pero, hay más. En realidad las declaraciones de este tipejo, (a quien de paso sea dicho nadie puede perdonarle su cinismo ni su pasado delictivo)  nunca hubieran sido públicas, de no haber estado por el medio,  las ansias de venganza de un tipo tan funesto como “el magistrado” de nombre Eligio Cedeño.
Ex amante de la hija del sabanetero y comprometido en matrimonio con ella, Cedeño,  al romper el compromiso y causar un despecho histórico,  cayó en desgracia. Fue crucificado, muerto y sepultado y descendió a los infiernos.  Desde allí – un poco más tarde que al tercer día – salió gracias a la buena acción de una jueza que se atrevió a darle una medida cautelar que  A ELLA le está costando su vida.  En los pocos minutos que Cedeño, (ayudado por una monstruosa cantidad de dinero que nadie sabe de dónde ha salido) necesitó para huir del país, empezó a tramarse la más grave venganza que pueda imaginar el sabanetero. La oportunidad, que la pintan calva, ha comenzado a presentarse con la aparición del narcomagistrado. De buenas a primeras y con la única intención de continuar horadando el poder de la información, Eligio Cedeño apareció como dueño de una señal de televisión privada en Miami que, es lógico pensar, hace pingues negocios con el rumor y la enfermedad aquella, entre el cada vez mayor “exilio venezolano”.  Pues bien, el canal de televisión de Eligio Cedeño, fue el que se ocupó de revelarle a todos los venezolanos, el estado del narcoestado.
Detrás de eso, residen miles de razones para empezar a preocuparse. De algún modo, fuimos descomponiendo nuestra vida hasta llegar a permitir que vivamos de la forma que lo hacemos. Entre las carencias diarias y las miles de iniquidades a que estamos sometidos; la falta de seriedad con que tomamos la vida nos convirtió en habitantes de un estado al que ahora llaman forajido (me encanta esa palabreja) y  en el que, a  la diaria violencia callejera que deja más de 40 muertos a la semana (sólo en Caracas)  debe sumarse la horrible violencia del narcotráfico y la lucha entre carteles. Basta una mirada de soslayo a lo que tuvo que vivir Colombia por tantos años y tenemos razones de sobra para que se nos ponga la piel “chinita”.  Sencillamente, no podemos cruzarnos de brazos pensando que esas señales sólo hablan de un régimen que hace aguas. Es cierto, es posible que el régimen esté haciendo aguas, yo no lo dudo. Pero no se ahogará sólo. Todo verdugo tiene el chance de arrastrar a sus víctimas y las probabilidades de salir ilesos son cada vez más escasas.  Si el régimen hace aguas, el país hace aguas con él.

Así nos va (II)

Curiosidad o ciencia?

Empecemos pues por el periodismo criollo. Esa cosa omnipresente ante la que muchos sudamos cuando debemos considerarla seria. En un reciente y extraordinario artículo, el escritor Alberto Barrera, explicaba el fenómeno de la rumorología, echándole la culpa a la falta de información “oficial” que la contrarreste. Hay una gran certeza en ese juicio, sólo que le falta un ingrediente fundamental: a la falta de información oficial veraz, hay que sumarle la ligereza y ansia de protagonismo de los contadores de la noticia. Yo lo lamento mucho, pero es imposible que sea seria una periodista que se sienta en un canal de TV a contar sus miserias más intimas, autoproclamarse perseguida e invocar la luz divina, mientras permite que le digan LA BICHA. O, que la fuente de información más confiable que tenemos, es un medico de provincias que ejerce en un oscuro pueblo de Florida llamado Naples (menos conocido que San Rafael de Ejido) y que de pronto, parece haberse adueñado de los poderes paranormales de José Gregorio Hernández.
Un poco más en el borde de lo aceptable,  pero extensamente discutible, es la labor de ministro de Información no oficial que ha asumido Nelson Bocaranda, un periodista famoso, entre otras cosas, por su afilada lengua y su interminable colección de chistes de todo tipo.  Probablemente, no obstante, este reducto imposible de información sea la única cosa más o menos acertada que existe en el presente. Sin embargo, y para hacer honor a la profesión, tampoco debería parecernos seria.
La información entonces, se traslada enteramente a los rumores y en eso, sin que me pese repetirlo por quincuagésima vez, nadie ni nada parece ganarle a Twitter. Las cosas que ruedan de trino en trino, son tan escabrosamente patéticas que posiblemente sea una sana opción mantenerse un poco lejos del “pajarito”. Simplemente, es verdad que todo aquel interesado en el devenir de Venezuela, tiene en Twitter  un  lugar gratuito para enterarse de todas las mentiras que quiera repetir.
¿Qué es lo qué nos pasa? ¿Por qué nos dejamos ganar por el rumor? ¿Cuál es la fascinación de la mala noticia? Tal vez esas preguntas podrían responderse sesgadamente, en  nuestra inexistente prensa del corazón. Por ejemplo, las malas noticias relativas a la enfermedad del presidente y nuestra curiosidad - convertida en derecho - llena las horas que otras culturas menos creativas, dedican a la vida de sus ricos y famosos. Quizás lo que suceda es que la fama y la riqueza, en Venezuela,  siempre han estado muy asociadas al poder político.  En Japón, por ejemplo, donde los emperadores han vivido,  desde siempre,  una existencia totalmente alejada de sus súbditos, nunca o casi nunca, se hacen públicas las dolencias de Akihito o de algún otro miembro de la familia imperial. Algunas veces, un escueto comunicado “de palacio” anuncia (mas a la prensa extranjera que a los nacionales) que el emperador ira a una clínica por algún motivo o que recibe tratamiento en Palacio. Poco más.  Es el mundo occidental, entrépito como pocos, el que piensa que cada dolor de sus gobernantes,  debe ser públicamente comentado entres otras cosas, sólo para que todos nos convírtamos en marujas,  ansiosas de satisfacer una curiosidad morbosa que súbitamente se convierte en inalienable derecho.  Un derecho que choca estrepitosamente con el derecho de los demás a vivir sus enfermedades en la privacidad de su intimidad y en la paz de su hogar y su entorno.

Así nos va (I)

De Identidades y otros prodigios

De las pérdidas que más lamento en la vida, aquella costumbre venezolana de estudiar,  de cuando en cuando,  la “identidad nacional” está posiblemente en el tope de la lista. A veces, salía de esos estudios extraños alguna conclusión que parecía verdadera y por ahí nos íbamos. Ya nadie lo hace y créanme que lo lamento. Nunca lo he sentido tan urgente: El nivel de deterioro, gestándose desde mucho antes del nacimiento de la V Republica, ha reventado en nuestras caras. Alcanza niveles realmente pavorosos que no son nuevos ni desconocidos. Si volvemos sobre ellos es porque estamos demostrando que por optimistas, nos enfrentamos y salimos derrotados.
Es una pena. Podría pensarse que me sumo al grupo de los que quieren apagar las luces que otros ven en el camino y no es cierto - aclaro rápidamente- . Me sumo al grupo de los que creen que ver luces no es suficiente. Hay tal cantidad de calamidades amontonándosele al futuro que lo mejor sería empezar por entender, a un nivel de conciencia profundo, lo que nadie ha entendido todavía: Lo que somos.
A partir de ahí, todo podría empezar a ser posible. Un “pueblo” no se convierte en trabajador y honesto si no se le enseña a serlo. No reconoce el futuro como una posibilidad certera,  si no se le explica conscientemente que el futuro incluye tanto votar como arrimarle al mingo. La tesis de la gobernabilidad complicada -  pero posible - o la que sostiene que “ellos” entregaran el poder y “nosotros” empezaremos de inmediato a meterlos presos, es tan irreal como la tesis del hundimiento definitivo. Aunque esta última puede que sea un poco mas cierta.
Comprender la venezolanidad, o al menos nuestro escatológico presente, (tarea que por lo demás no es asunto que se resuelva en un blog aficionado) es algo de lo que no podemos continuar huyendo. No se trata de repetir que somos una cosa que no existe  pues las evidencias nos desbordan: Somos espacios que poco a poco van cediendo su dominio a las pintas insultantes, a las ventas de salchicha, a los infractores del tránsito, a los motorizados que convierten sus motos en autobuses de la carencia, a los orines rancios y a la basura. Somos el vecino que nos atormenta con su música, somos el trabajador de la panadería que no responde los buenos días y el cajero de banco que esconde en cuentas secretas lo que sobra del pago de las pensiones. Somos un interminable venga–más-tarde-eso-no-se-puede-yo-no-lo-hago. Somos protesta callejera, terreno invadido, calibre 38, buhonero hambriento, secuestro express y supervivencia obligada. Somos dolor taponeado y presente a carcajadas.
 A lo mejor, desde la docta academia o desde la simple comprensión, eso sea explicable. Las opciones,  que siempre fueron muy escasas, han ido cercándonos. Hoy es imposible comprender lo que sucede. Simplemente, aventuramos teorías. Lo bueno de hacerlo es que alguna vez, (espero que pronto) alguna de estas teorías atinará en sus postulados. Lo malo es que hasta ahora, todas esas teorías parecen circular alrededor de los cuentos del Dr. Marquina o el sensacionalismo de una periodista que se permite a si misma ser conocida por el mote de La Bicha.

martes, 24 de abril de 2012

...la viga en el ojo propio

Creo que, poco a poco, empiezo a tener argumentos para explicarme (a mí, que a nadie más importa) que es esto tan feo que tenemos que vivir cuando decidimos, por la razón que sea, entregarnos a la aventura rarísima de vivir en Venezuela.
No es fácil. Ni vivir ni explicarlo. Venezuela cada vez le hace mayor honor a ese chiste según el cual, después de las cuantiosas riquezas que Dios le había dado a su sitio natural, recibió reclamos de sus ángeles, alarmados por la generosidad sin par que había demostrado en la repartición a una tierra donde parecia no haber nada que fuera malo; Dios,  desacostumbrado a escuchar reclamos, pero justo como corresponde, le respondió a los ángeles amotinados:
-No tienen de que preocuparse, en esa tierra van los venezolanos
Y entonces los ángeles respiraron con alivio.
Ese chiste, que lo hemos contado, repetido, comentado y reído en millones de oportunidades describe, en su lado peor, esto en lo que nos hemos convertido: una especie de jauría voraz a la que es imposible comprender, aunque se intente desde la profundidad de la academia más exigente o desde la frívola justificación de “aquí es así”
La verdad, lamentablemente, es que no somos capaces de entenderlo. No somos una masa uniforme, no somos una “forma de ser”, no somos una repetición de esquemas, no somos un grupo humano homogéneo y no tenemos mas fuerza que otros, ni menos indicios que nos culpabilicen. Puede que eso suene bien y le sirva a muchos. El problema es que viéndolo desde su lado más descarnado, no es bueno y no debería servirle a nadie.
Un país no se puede llenar a mansalva de gente que no quiere creer en el futuro labrado a pulso propio. Un país no puede abarrotarse de gente a la que le gusta ser enseñada a mendigar, ser acostumbrada a robar, imponer modas nefastas (que no tienen que ver con lo físico sino con el irrespeto) y que además ve con muy malos ojos el esfuerzo colectivo y el trabajo digno. Un país no puede construirse a punta de rumores. Un país no puede hacerse a cuenta de todo lo que les sobra a otros que ya fallaron en el intento. Un país no se hace desde twitter ni desde facebook, ni desde la comodidad acolchonada del sofá favorito de nuestra sala. Un país no empieza a construirse mañana porque hoy estoy ocupadísimo, ni se deja para otro día porque no divierte.
Pero, sobre todo, un país no se construye sobre una muerte Un país no se construye sobre una maldición, ni a partir del deseo obsesivo de que otro venga y arregle los entuertos. Muy sencillo: Un país no se deja en manos de Dios, a menos que su destino irreversible sea partirse en dos mitades que se hundan al mismo tiempo en un océano de lodo.

miércoles, 18 de abril de 2012

De casta le viene...

Cuando bajé del auto los vi. Formaban un grupo que no llega a media docena. Sin esfuerzo habría podido adivinar de lo que hablaban. A las puertas de la iglesia, fui abrazándolos uno a uno. A alguno lo agarré por el brazo para ayudarlo a alcanzar la acera. Con otro conversé un poco sobre el pasado y a otro le pedí la bendición de padrino y le planté un beso en la mejilla. Desde la barrera de mis propias historias, me di cuenta con tristeza que uno de los ausentes es mi padre, pero al mismo tiempo recordé la buena nueva de volver a verlos. Después de los abrazos, uno de ellos, dándome la mano con mucha fuerza, me dijo:
- Caramba Liendo, tu sabes que del medio de esta gente, salió tu padre?
Me lo dijo sin que yo lo preguntara. Me lo dijo, quizás, para recalcar la sensación de casta.
Deben andar entre los 75 y 80 años. Más o menos la edad que mis padres tendrían en este momento. La mayoría son abuelos o bisabuelos, la mayoría son padres de mis antiguos conocidos de infancia o de mis amigos de siempre. Aunque tengo el cabello tan blanco como ellos, me saludan con el afecto cercano que se guarda para los muchachos. Seguramente me cargaron cuando fui niño, o estuvieron por ahí para soplar las primeras velas de mis cumpleaños. Mi madre diría que son “gente de toda la vida”, a mí no se me ocurre otra manera de llamarlos. De muchas formas, han ido llenando nuestra vida con actos que luego han sido historia. De muchas maneras, con muchas ganas, han construido un país al que intentan mantener erguido, con el mismo esfuerzo que ponen en sus memorias desleídas y sus pasos vacilantes.
Son los amigos de mis padres. Son los viejos que se rascan la cabeza para tratar de recordar la palabra exacta con que definir lo que ven, que los horroriza tanto como a nosotros y aun más, pues los horroriza con pesar. Son los que enfrentaron la Seguridad Nacional de Pérez Jiménez, entre otras lindezas, y no alardean de ello. Los que modernizaron la Universidad, crearon cátedras, escribieron libros, inventaron formulas y posiblemente son responsables de un poquito de lo que hoy se conoce como pensamiento moderno. Simplemente, nunca dejaron de crear un espacio que todavia parezca porvenir, que trascienda lo oligarca y sus otros diez mil nombres y que, en caso de tener que ver con algo, tenga que ver con patria; si es que alguien todavía cree en ese concepto sin sentir un ramalazo de cursilería recorriéndole la espina dorsal cuando lo escucha. Una patria que ellos (y por eso yo apostaría mi vida) construyeron para nosotros y que, nosotros, hemos dejado perder del mismo modo irresponsable como perdimos el reloj de nuestra graduación o la cadenita del bautizo.
Se despidieron entre ellos con palmadas en los hombros o con abrazos. Con lentitud. Pero sin ayuda, encendieron sus autos y empezaron a salir, sacudiendo un adiós con la mano. Yo me había quedado recostado en la puerta para despedirlos. Juraría por Dios que me estremeció la pena. Que para ellos, quería lo mismo que había querido para mi padre, el día aquel que me habló de su enfermedad y a mi se me reventaron los ojos de llanto. Que hubiera querido para ellos, querencias donde el dolor sea el de la rara andadura por la vida. Otras certezas, otras noticias más libres y una eternidad de buenos cuentos.
Es una lastima que nunca nos pusimos de acuerdo en todo eso.

sábado, 14 de abril de 2012

¿Jubilación o maletas?

Nos conocemos de toda la vida. A ratos nos distanciamos y alguna cosa nos reúne de nuevo. Nos queremos. En alguna oportunidad, realmente nos quisimos mucho, tanto que pude haber terminado siendo el padre de sus hijos. Los años, muchos transcurridos entre su vida y la mía, nos han envejecido y probablemente nos han amargado un poco. Los años, y ese montón de cosas que día a día nos ponen a pensar, a todos, si tanta incertidumbre vale la pena.
Tiene dos hijos: una niña, brillante, de casi 20 años de edad y un pequeño de 10. La niña, desde la primera vez que hablé con ella en su adolescencia, sabe que su futuro no está en el calor insoportable de Barquisimeto. Sabe que lo suyo es cualquier país en el que, por lo menos, pueda quedarse en la calle hasta las tantas, como cualquiera de su edad, sin que a nadie se le tranque el credo en la boca. Por la misma razón su madre empezó a pensar en lo mismo. Un día por pura curiosidad y porque otros se adelantaron en la familia, intentaron el proceso de regularizar su residencia en Canadá. Lo demás es historia, cada vez más frecuente entre nosotros. Aprobada y sin rollos, empieza el plan de la mudanza. Mudanza en la que se adelantó la hija como quien ve el cielo abierto.
Hace poco hablamos. La mudanza de los demás no ha sucedido y la razón es muy simple: a mi amiga le faltan pocos años para obtener su jubilación universitaria. 20 años como profesora en la Facultad de Ingeniería, según ella, no se pierden así nada más. ¿O si?
Una jubilación, todos lo sabemos, es una especie de premio gordo. No es gratuita, pero para muchos es un premio. Un premio que se entrega después de por lo menos 25 años entregados a un trabajo formal. De todas, las mejores son las universitarias. La mayoría de los profesores universitarios salen jubilados a los 25 años de ejercicio, disfrutando los mismos beneficios laborales con que han mantenido su vida activa como docente. Beneficios que no se pierden mientras se pueda comprobar que estás vivo. Es la garantía de la vejez. Muchas veces, la razón por la que una persona cualquiera anhela rabiosamente entrar a trabajar a la Universidad. Empezar a caminar el camino a la jubilación.
El caso de Coromoto no es único. Cuando su generación alcance su ansiado beneficio, se sumará a la gran estampida. Algunos, como ella, podrían hacerlo antes. Por lo pronto, esta sumando reposos médicos a vacaciones legales y años sabáticos. Esos tiempos robados a sus semestres de enseñanza, transcurren en Canadá en proceso de adiestramiento para la nueva vida. Pero, una nueva incertidumbre se suma a las que ya tenemos: ¿Existe alguna garantía para el disfrute de una jubilación en el socialismo del siglo XXI? ¿Existen prestaciones sociales que bien administradas y convertidas en divisas negras, permitan de manera modesta, algún comienzo? A lo ultimo ya casi le tenemos respuesta: No, si eres empleado público. Las universidades y la educación media, son el zarpazo bajo la manga.
Es fácil adivinar lo que ellos piensan: Un grupo de profesores en edad activa, “cobrando sin trabajar” por más merecido que sea el beneficio, no se corresponde con la realidad socialista. Y eso, lamentablemente no escapa a quienes, como Coromoto, podrían estar dispuestos a cualquier sacrificio a cambio de la seguridad de sus hijos. O la suya propia. Por eso cada vez más, las maletas abundan no sólo en la mente, sino en la realidad de muchos. A cualquier precio.
Es una de las muchas caras de los que se van. Algunos puede que sigan pensando en los beneficios de una jubilación que cada vez más, “está en veremos”, si se piensa que servirá de algo en la vida allende los mares. Es una más de las libertades que están en riesgo. Es una más de las realidades nefastas del siglo XXI. O lo perdemos todo, y empezamos de nuevo cuando habíamos ganado el derecho a descansar sin preocuparnos por los reales, o lo que podríamos perder es la vida de los hijos o la nuestra.
Eso y nada más es lo que piensa Coromoto, que está casi dispuesta a renunciar a la jubilación. Después de todo tiene un hijo de 10 años, quiere verlo envejecer y ser abuela. ¿Habrá alguien que diga que está mal hecho?

sábado, 7 de abril de 2012

A Dios rogando

Nazareno Santo rey poderoso
A pedirte vengo como generoso
que todas nuestras penas conviertas en gozo.
En la esquina de alguna de las calles del centro de Mérida, esperando el paso de la procesión del Nazareno, un grupo de muchachos casi adolescentes, atendiendo la voz de uno de ellos, comenzó a rezar un rosario que fue inmediatamente seguido, con gran seriedad, por todos los que estábamos parados en esa esquina.
Un poco más adelante, a pesar del frio y la lluviecita que acompañaba el paso del Santo, un enorme grupo de promeseros descalzos, caminaban cerca de la imagen, llevada en andas por sus cofrades, intentando de cualquier forma tocar los maderos que la sostenían.
A lo largo de la ruta procesional, cientos (o quizás miles) de personas, vestidas con todo tipo de túnicas moradas, improvisaban cantos, oraciones y peticiones que respondían las que el sacerdote oficiante proponía en cada estación. Algunas esquinas exhibían – a pesar de la basura que obstruía el paso – altares cargados de flores y devoción; y desde un balcón en la plaza Bolívar, una lluvia de pétalos y globos de color purpura, saludó el paso de Jesús, El Nazareno.
Como esas, miles de expresiones de fe (que no son otra cosa) llenaban la noche merideña más vistosa de la Semana Santa: la que dedicamos al Nazareno, tanto por tradición inquebrantable como por necesidad de aferrarnos a algo que nos devuelva el optimismo quebrado. Vivimos la hora menguada y ante eso parece que solo nos queda rezarle al santo con más larga y creíble tradición de milagros; después de todo nadie osa olvidar que fue Él mismo, quien hace 500 años llenó de limonadas el cuerpo apestado de un pueblo que se extinguía en manos de la enfermedad. Más allá de lo que somos y de lo que entendemos por Fe y por Dios, tenemos la imagen del Nazareno para exorcizar, cada Miércoles Santo, la mala hora.
Este miércoles tuve la sensación de que no nos queda otra cosa. Que así como en las fechas aciagas del escorbuto que, tal vez por azaroso, pudo ser resuelto con el acido jugo de un limón que impenitente casi acaba con la corona del santo; en estas fechas en las que el hombre ha decidido dejarse atrapar por una peste hecha a imagen y semejanza de su maldad, sólo queda pedir que las balas las detengan los santos, tal vez con una ayudita nuestra, si es que queremos. Está visto que aquellos a quienes tocaba embraguetarse para ponernos escudos, han fallado en el mandato.

miércoles, 4 de abril de 2012

De San Pablo, El Nazareno...

El Nazareno de San Pablo tuvo una casa y la perdió y tuvo un patio y una tapia y un limonero y un portón. ¡Malhaya el golpe que cortara el limonero del Señor...!
(Andrés Eloy Blanco)
Guzman Blanco, ese señor medio anticlerical que está en la historia como uno de los presidentes a quienes podemos endilgarle parte de la locura de hoy, mandó derribar el templo de San Pablo, El Ermitaño, para construir en su lugar el Teatro Municipal. La Ermita, que albergaba la imagen que hoy se venera del Nazareno (apedillado “de San Pablo” por pertenencia eclesial) había sido construida, por decisión de los habitantes de la ciudad en 1580, para poner fin a una epidemia de viruela que diezmaba los hogares caraqueños de la época. Sobreviviente sin sobresaltos de terremotos, calamidades y azotes de la naturaleza; en 1876 se tropezó con la obra afrancesadora del Ilustre Americano y nada pudo salvarla de su suerte. Soportados todos los desastres naturales, no pudo de ningún modo, sobrevivir a un gobierno venezolano.
La noche de la inauguración del Teatro Municipal, Antonio Leocadio y su mujer Ana Teresa, presidian el estreno de Il Trovatore a cargo de la Compañía de Opera Italiana de Fortunato Corveia y en uno de los intermedios, El Nazareno se apareció al presidente. Sin miedos, como es costumbre en los santos, le increpó preguntándole
- ¿Qué has hecho con mi templo?
No era la primera vez que el santo hablaba. Años antes, había aparecido frente al artesano que terminaba de tallar su imagen, diciéndole con lágrimas de emoción “Donde me has visto que tan perfecto me has hecho”. Guzmán Blanco, entonces, dicen que por congraciarse tanto con el santo como con su esposa, mando construir el templo de Santa Ana y Santa Teresa (la esposa se llamaba Ana Teresa, agradezcamos pues al altísimo que no existían las Yusbelis ni las Yesenias) y allí en sitial de honor, fue ubicada la imagen más venerada de cualquier caraqueño que se precie.
Habían transcurrido tres siglos casi, del hecho más importante atribuido a la imagen: la célebre peste de escorbuto que diezmó Caracas en 1597, curada milagrosamente por los limones que cayeron al enredarse su corona de espinas, al pasar en procesión y estremecer una mata de limón que sobresalía frondosa de la tapia de una casa ubicada en la esquina de Miracielos.
Seguramente el Nazareno de San Pablo habrá tenido mucho que decir en sus muchos siglos de existencia. Seguramente también, pocos oídos “doctos” se han ubicado en sus cercanías para temerle un poco o hacerle algo de caso. No lo sabemos y no lo creo posible. Cada Martes Santo, las únicas aglomeraciones de gente que no tienen otro color que el morado de su túnica, abarrotan los alrededores de la Basílica de Santa Teresa en una vigilia que se extiende hasta el amanecer de su día sagrado: la más extraordinaria muestra de fervor religioso que conocemos y se extiende a cada rincón del país. Es lo más nuestro de una Semana Santa que se diluye indetenible en fervores de otro tipo. Es la gran esperanza de todos. Es la fe, ese opio de los pueblos que está empezando a ser posible, como única alternativa a dolores que no consiguen calma.
Hoy es su día de procesión, un manto de cinco mil orquídeas lo acompañará por las calles del centro de una Caracas deshecha por las balas que la cruzan de lado a lado. Ojala y en alguna esquina de la modernidad haya limones. O lo que sea, que sepa a reconciliacion y a poquito de PAZ.

domingo, 1 de abril de 2012

Zaira de muchas zairas

Desde esta mañana su teléfono suena ocupado. Me levanté tarde a pesar de mis planes, por lo tanto tengo la culpa de haber llegado a las dos de la tarde sin hablarle. Sé que lo conseguiré, pero requerirá un esfuerzo. Se me han adelantado los allegados, los amigos de toda la vida, los muchachos de alguna escuela esotérica que la persiguen, los alumnos de una profesora amiga suya, que la llevo a una clase para que se deslumbraran, los que han compartido alegrías, los que han vivido sus penas, los que se sientan junto a ella para hablarle a sus muertos y la miríada que se sienten tan suyos como los paridos por su vientre bendito.
Hoy son los 92 de mi nona Zaira. Esa nona que me tropecé en la vida a principios del amor convulsionado con el que he tenido más alegrías que con cualquier otro de los vividos. Hoy son los 92 años de una señora, que ha vivido todo lo suyo a contramano: nada con delfines, duerme con la cabeza en los pies, no le gusta que le den lo que no ha pedido, administra su tiempo y sus amores, se sienta a tomar cerveza en el patio, reza si le da la gana y, si no, dice oraciones a su modo y de todos modos Dios la escucha, porque es dueña de su albedrío. Una señora que da mil vueltas a otras cuantas y que en el mundo que yo habito (ya se lo dije una vez) es, según se mire, una abuela hippie o una abuela díscola.
Lo que no es, es vieja. Por eso suelo estar en desacuerdo con el mundo que yo habito. No es vieja porque según sus propias palabras no ha tenido tiempo de serlo, porque se ríe, porque se opone; porque en lugar de escarpines ella teje palabras que poco a poco van formando cadenetas de sueños, porque vuela papagayos de sabidurías, porque nada la horroriza, porque le duele lo que le tiene que doler; porque sueña, igualito a mí pero a colores, con un futuro mejor y sabe que vendrá. Porque tiene ganas y esas ganas las convierte en hechos. Porque cuando quiere es una dulce abuelita de cuento de hadas, el lobo feroz de la casita del bosque, la bruja buena de todas las historias o la más terrenal meretriz de medias caladas que seduce sin apuros lo que ama y sabe suyo.
Por lo que es y no conocemos la amamos. Por lo que esconde, por lo que deja de ser y por lo que juega a ser. Por habernos dado permisos y conocimientos y seguramente, también, por cada amanecer de abril y cada fiesta.
Dios te bendiga, Zaira de todas las Zairas. Que sean 120 y vengan mejorados.

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