Tengo un amigo que juró abandonar el Ateismo, si el milagro
del cambio de gobierno, terminamos
debiéndoselo a Dios. Tengo otro que jura diariamente abandonar el país, si
sucede lo contrario. Hace mucho tiempo leí en el blog de Yoani Sanchez, (a
quien respeto, leo y sigo, pero con cuidado) que “La solución está en otra
Cuba, no fuera de Cuba”. Bien. Es hora de empezar a hablar cotidianamente de lo
que muchos piensan y callan: La posibilidad de irnos. EL derecho a proteger
nuestras vidas empezándolas de nuevo en algún lugar secreto, como cantaba
Yordano.
Quizás esa sea la gran jugada del 07 de Octubre. Quizás, a esa decisión, tomada ya por una infinidad de
personas, sea a la que haya que apostarle todo el “día de las elecciones”. Cara o cruz: ganamos me quedo, perdemos me
voy. ¿Es así de fácil?
No. Emigrar es una decisión muy complicada, y no descubro el
agua tibia al afirmarlo. Yo, por ejemplo, que he sido emigrante un largo rato de mi
vida, prefiero pensarlo un poco más, aunque barajo con seriedad la posibilidad
de salir corriendo antes que ponerle el pecho a las balas de la patria. No es
cobardía. Es un derecho. Un derecho que se mece entre dos aguas igual de
peligrosas: las de aquellos que creen que “Venezuela es un original que no
tiene copia” y están dispuestos a cualquier heroísmo (o eso dicen) y la de
aquellos a quienes, lo mismo, les
importa menos que poco.
La verdad es que nadie ha sido automáticamente feliz con el
exilio. A muchos, sin embargo, la vida les ha cambiado para bien. Nadie ha
disfrutado como enano el proceso de adaptación a una nueva tierra, pero a
muchos les ha sonreído la suerte nada más llegar. Nadie ha vivido en el exilio
sin añorar alguna pequeña cosa que tenía y no pudo llevarse consigo; pero, muchos han podido reemplazarla por otra casi
igual de grata. Dependerá siempre del talante con que se emigra y de las condiciones
en que se emigra. Una cosa tendré siempre clarísima y voy a compartirla: si
usted se va para convertirse en el vocero de todas las desgracias de este
desgraciado gobierno comunista y, para reenviar cuanto rumor maligno le llega,
usted se está condenando al sufrimiento y la amargura más grandes y además, al
ostracismo. Nadie quiere cerca un recordatorio permanente de sus propias
tragedias. Para bien o para mal, cada exiliado tiene una historia (no siempre
cierta, de paso) y un derecho a vivirla como le dé la gana.
Al final, es una solución que permite la sobrevivencia y no
sólo en sentido figurado. Vivir en la Venezuela del siglo XXI compromete
incluso la propia vida. Lo lamentable es
que los primeros en irse han sido los más brillantes, los más comprometidos con
un futuro que, siendo bueno para ellos,
lo era también para el país que perdimos. A ellos los seguirán familias que
pudieron haberse labrado un porvenir exitoso en suelo patrio y les fue mejor
labrándolo en Miami. A ellos también los seguirán otros y otros. Una vez
conocido el resultado del 07 de Octubre, será bueno estudiar los índices de la
estampida. Solo basta esperar que no
haya actos de repudio, ni salidas apresuradas, ni violencia.
Digámoslo al estilo película: la suerte, para muchos, está
echada. No es una solución mejor o peor. Pero jamás dejaré de pensar que es un
derecho.
Cara o cruz, ¿me quedo o me voy?