lunes, 18 de julio de 2016

Gajes de un oficio

A Yelitza no le gusta que la llamen bachaquera. “Esa palabrita es horrorosa, parece que uno fuera un delincuente” dice cuando habla del oficio en el que ocupa casi todas las horas de su día,  los siete días de la semana.
-          -    A mí no me regalan nada, ni me lo traen a la puerta de mi casa, es mucho lo que pateo calle yo, buscando que si harina pan, leche, azúcar, toallas sanitarias y todo eso pa´venderselo a la gente floja que cree que por hacer cola se le van a partir las uñas. Esto es un trabajo, como cualquier otro, que a mí no me vengan con el cuento de que yo soy bachaquera -
Es su excusa, dice trabajar a favor de los que se sienten ajenos a la cola y considera su trabajo casi un apostolado. Uno que le ha producido muy buenos dividendos. Yelitza, en su casa del centro de Mérida, ha logrado cimentar un supermercado clandestino con normas de funcionamiento estrictas, horarios sagrados que incluyen sábados y domingos  y precios que varían semanalmente, en el mejor esquema capitalista de la oferta y la  demanda. De lo que ha logrado, Yelitza se siente más que secretamente orgullosa, sobre todo porque lo hizo prácticamente sola en el cortísimo periodo de  - un poquito menos de dos años - . Antes de eso, era abogada en busca de un documento que le permitiera llegar al fin de semana y secretaria fastidiada en una empresa inmobiliaria, en la que no había mucho que hacer y ganaba sueldo mínimo, más cesta tickets.
Tiene 33 años y un par de morochos de seis, cuyo padre reconoció para que los muchachos tuvieran apellido, a pesar de que ya se habían casado por civil cuando ella anunció la feliz noticia. Estaban esperando el golpe de suerte que los pondría en la cuota inicial de un apartamentico en Ejido, cuando ella descubrió que el novio de toda su vida tenía al segundo frente en su escritorio vecino. Claro que se deprimió, claro que pensó que eso no se hace, claro que intentó perdonarlo y todo; pero, a la hora de las chiquitas, prefirió quedarse sola con el vestido de novia guardado en el clóset y la reservación en el salón de fiestas cancelada. Parió sola a sus morochos casi al mismo tiempo que se graduó de abogada y con el auxilio de un profesor - que siempre me ha apoyado mucho en todo - arregló un divorcio  resuelto sin penurias,  en pocos meses y muchos tramites,  que le costó casi nada. Desde entonces no supo mucho de él.  - Trabajaba en CORPOELEC - me dice,  - pero creo que lo trasladaron a otro lugar, creo que lo mandaron para Puerto La Cruz o por ahí, se habrá ido con la mujercita, no sé, la verdad no se, ni me importa saberlo - recalca sin convencerme, una mirada esquiva, una sonrisa obligada, me informa de lo contrario. Cosas de mujeres.
Desde entonces, Yelitza se ha dedicado a ocuparse  de ella y de sus dos hijos. Ha tenido la ayuda de su mamá, una señora de Mérida de toda la vida y de su único hermano, un tío consentidor, experto en el rebusque que ha sido el padre que esos muchachos no han tenido. Yelitza está agradecida a la vida, porque mal no le ha ido,  pero siempre pensó que la oportunidad se le escapaba cuando estaba a punto de resolver la mayor de sus dificultades: el quince y último. A pesar de vivir relativamente bien, tener un carrito,  comprado con lo poco que heredó de su papá y contar con lo suficiente para darse un gustico de vez en cuando, la verdad es que la situación económica se le puso cuesta arriba a Yelitza y los morochos - el colegio carísimo, y ni hablar de los útiles escolares y las meriendas - casi al mismo tiempo que se le puso difícil a toda Venezuela. Entonces fue cuando le sonrió la suerte.
Fue obra de su hermano, que llego un día a la casa con un par de bultos de papel higiénico adicionales y le propuso venderlos entre sus amigas, al detal. Ella escribió un mensajito de texto ofreciéndolos y en menos de media hora se había ganado un poco más de dos mil bolívares. A la mañana siguiente, en el camino a su trabajo, se detuvo en casa de una de sus compradoras para entregarle la mercancía que ya había sido pagada mediante una transferencia electrónica a su cuenta y esta le preguntó si no podía conseguirle aceite también. - Te lo pago a lo que me lo pongas, porque no tengo ni una gota - . Yelitza, sin saber porqué, le dijo que sí, que le avisaba al mediodía y se fue para la oficina de la inmobiliaria a esperar por un cliente que nunca cruzó la puerta.  A media mañana le escribió un mensaje a su hermano, preguntándole por aceite y él le respondió que si en la casa se había terminado. Ella mintió que si y el replicó que era imposible porque había llevado una caja poco menos de una semana antes. Ella recordó que en efecto su mamá guardaba celosamente el aceite en el clóset del cuarto de servicio. Entonces, por primera vez, dijo una mentira para salir de esa oficina en que nadie la extrañaría. Fue a su casa, agarró dos botellas de aceite y llamó a la amiga, se los ofreció a un precio un poquito menos alto que el del mercado negro. Esa fue su segunda venta y la recuerda perfectamente
-          - Esa mujer se puso feliz, mijito….brincaba en una pata….allí mismo, delante de mi, hizo la transferencia a mi cuenta
En menos de dos meses, y siempre con la complicidad de su hermano, Yelitza amplió su oferta de productos, su lista de clientes y su cuenta bancaria. Solo acepta transferencias electrónicas, nunca permite un cheque ni un pago en efectivo y no vende sino `productos detallados. Los bultos de la escasez  los guarda en una habitación que ha preparado cuidadosamente para el negocio, sus hijos la llaman “el abasto de mami”. Lo hace sin escondrijos mayores, aunque toma precauciones. Todo está guardado dentro de escaparates de doble puerta que se compró con el producto de sus primeras ventas. El grueso de la mercancía está escondido en otra habitación a la que nadie que vaya a esa casa tiene acceso. Para satisfacer a sus clientes, Yelitza hace colas, recorre la ciudad de punta a punta, compra cualquier cosa que cree pueda ser revendida e incluso conduce su carrito hasta Cúcuta para traer pasta dental, jabón y champú – nunca en los “operativos” especiales de estos días, eso es de novatos; yo sé como pasar mis cositas sin tener problemas, tampoco es que traigo camiones de cosas - Un amigo le contó que en Caracas, en el mercado de Chacao, se consigue de todo; hasta allá fue, pero la decepcionaron los precios, aunque de todos modos trajo 48 desodorantes de hombre que vendió en menos de dos horas a 2.500 bolívares por unidad.
El domingo no atravesó la frontera, porque le pareció que no era capaz de soportar ese gentío, aunque compró un par de bultos de fideos que le ofreció a buen precio alguien que si lo hizo. En el fondo, Yelitza sabe que su oficio no es motivo de orgullo; sabe que no puede contarlo en las pocas fiestas a las que asiste con sus amigas del colegio (que no están en su lista de clientes) y que terminará en algún momento,  - ojalá y no muy pronto -  confiesa sin sonrojos. Ha logrado algunos ahorros, se ha hecho ducha en el negocio de la comida; está segura que cuando todo se normalice terminara montando “el abasto de mami” en el marco legal que le corresponde; pero, por ahora, eso es lo que hay. Y a eso le está sacando buen provecho, a juzgar por la ropa bonita que lucen tanto ella como su hermano, la sonrisa a toda hora  y las nutridas meriendas que llevan sus hijos al colegio. Pero,  no soporta que le digan bachaquera. Se ofende tanto como cuando le dicen chavista. 

jueves, 7 de julio de 2016

La misa del lunes

Para mi generación, tal vez para la de mis padres también, El Seminario Arquidiócesano de San Buenaventura de Mérida siempre ha estado en el mismo lugar. Es un hermoso edificio, un poco desvencijado, que lleva años al final de la calle 25, un poco mas allá de la avenida 7,  en un cruce de calles un poquito enrevesadas, justo al lado de la estación principal del Teleférico de Mérida y, más o menos,  al frente de la Plaza de las Heroínas. La ciudad ha cambiado, han hecho y deshecho con los alrededores, una estación de trolebús ha complicado enormemente el tráfico del área, pero el edificio bonito del Seminario continua siendo referencia de un barrio céntrico lleno de visitantes  que lo ignoran, como suele ignorarse un colegio grande en el que casi nunca hay trafico a la salida, ni muchachitos retozando en la esquina. Más bien silente,  el seminario, para muchos merideños, es un edificio de piedra gris al que alguien debería hacerle un cariñito porque alberga una institución de la que nos sentimos muy orgullosos, nada más;  hasta el viernes 01 de julio. Ese día, adquirió una notoriedad casi lamentable cuyo punto más alto lo puso una misa pensada hasta en el más pequeño detalle para recordarnos a todos que la causa es la paz (su padre rector dixit).
Fue una clara e inequívoca convocatoria: ante la afrenta recibida, vamos a reunirnos a orar, vamos a reunirnos a perdonar, vamos a dar un paso adelante por la paz, en una ciudad donde todo termina resolviéndolo  la lluvia o una misa. Ese día, por suerte, no llovió, más allá de unas gotitas inofensivas al final de la tarde. Ese día hubo un sol esplendido, gente, y curas vestidos de valentía con la estola blanca de las mejores ocasiones.  Ese día también hubo fe, montones de fe, o lo que muchos consideran es la única cosa con la que se puede enfrentar lo-que-nos-está-pasando. Ese día, además, hubo un cura en particular, a cargo de un sermón del que no se puede dejar de hablar. Es el Padre Cándido Contreras, una de las estrellas de la curia merideña. Un cura al que ya muchos de nosotros vemos vistiendo mitra.
Es el párroco de Santiago de La Punta, un pedacito de ciudad medio periférico al que se conoce como La Parroquia. Ha estado a cargo de asuntos catedralicios y es conocido, mejor aún, apreciado, pues le reconocen su carácter arriesgado, presto a decir incomodidades en nombre de Dios. Si quedaba alguna duda de eso, se disiparon el lunes. Pero, es más, si quedaba alguna duda de su ascendencia sobre la feligresía, eso también se disipó, cuando se acercó al micrófono para anunciar que se le había encargado el sermón, fue recibido con aplausos de director de orquesta. Si la misa, que había empezado con alegría, canticos y escenas memorables, tuvo un punto álgido, ese fue el sermón del Padre Cándido. 
Poco antes, otro sacerdote de los famosos, había recordado lo obvio: “para nosotros esto es sagrado”  y al hacerlo, pidió a los asistentes tomarlo en serio, porque no se trataba de un homenaje al seminario, sino de una oración colectiva por la Paz.  La misa, programada para efectuarse en la capilla del Seminario, había sido trasladada a la calle, cerrada por la presencia cada vez más numerosa de personas. Cuando toco el turno al padre Cándido, unas tres cuadras estaban repletas de feligreses, “de gente de todas las creencias” como bien dijo en algún momento el padre rector del Seminario.
La lectura escogida, (Mateo 9 – 18,26) habla de uno de los milagros de Jesús en su paso por el mundo; el de una niña, cuyos padres lloraban su muerte y a quien Jesús despertó, con esa sencillez que cuenta la biblia que él hacia las cosas para que los demás reventaran de rabia y terminaran crucificándolo.  Pues bien, el padre Cándido, empezó por explicar el milagro y lanzar su primera analogía: lo dijo muy claramente: “nuestra respuesta no puede ser solo indignación, nuestra respuesta puede ser un detonante para despertarnos”  y siguió: “esta Venezuela dormida, que parece estar muerta, a ti te lo digo, levántate”.  Y entonces, volvió a repetir que no podíamos quedarnos solo en la indignación, “que la justicia humana haga lo que tiene que hacer, si es que lo hace”  urgiéndonos el padre de la voz alta, a perdonar,  “uno de los grandes actos de misericordia, en el año de la misericordia” admitiendo, por supuesto, que es sumamente difícil.  El padre Cándido habló de reconciliación, sin  mandar a reconciliarnos, poniendo en el medio el perdón y la justicia humana, la que hasta ahora a nosotros no nos ha funcionado.
Y entonces, Cándido habló de la desnudez, de la infamante desnudez;  no de la desnudez (lo aclaró) con la que nacemos y nos hace inocentes, No.  Habló de la desnudez de Jesús  en el camino al calvario causada por “esos gobernantes que no pueden sino beber sangre para mantenerse en el poder”.  Midió cada palabra, diciéndolas una por una,  para continuar - en el contrapeso indispensable del buen predicador - nombrando las bondades olvidadas e imprecisas con las que se tropieza  uno en todas partes. Suerte de contrapunto necesario que terminó con una invitación imprescindible, la de actuar “con rectitud y justicia, pues si no hay rectitud, no habrá justicia y si no hay justicia, no habrá rectitud”  citando a Gandhi y la frase que a los venezolanos se nos ha convertido en mantra: “la violencia es el arma de los que no tienen la razón, y si yo necesito empuñar un arma para decirle a usted que yo tengo la razón, pues no tengo la razón y eso no se discute”
El sermón del padre Cándido, sin embargo, ha causado molestias sobre todo por una rotunda afirmación: “nos dicen que somos políticos y es cierto que lo somos; somos políticos, porque estamos a favor del bien de todos, sin distinción”, y recalco, “solo los políticos trabajan por el bien de todos, por el bien de la colectividad en general, los politiqueros solo se ocupan del bien de ellos y de unos pocos”. Cuando cesó la ovación, volvió a recordarnos su compromiso diciendo una vez más que “si, nosotros somos políticos, no somos politiqueros”. Entre los oyentes, la flor y nata de la oposición regional sopesaba con admiración sus declaraciones, algunos infiltrados también. No se convirtió en agua de borrajas, subido a las redes sociales, la homilia sigue resonando incómoda. Youtube ha recibido cientos de reproducciones. Whatsapp lo ha reenviado hasta el hartazgo. En la cotidianidad del merideño, las palabras, si bien un poco modificadas, empiezan a ser parte de nuestra mitología urbana, pocos han permanecido indiferentes.
El edificio del seminario sigue allí. Es una construcción solida, hermosa, de cuyo patio central sale, como dijo su director, la voz de los que no la tienen.  Tal vez, un día de estos lo veamos remozado. La vida de los merideños sigue desmenuzándose en infamantes colas a las puertas de un supermercado y el ultraje a los seminaristas, adornado de imposibles mitos urbanos,  se diluye en noticias nuevas de atracos y violaciones. La PAZ, suena a cosa imposible, a palabra sobada, a comodín de colores. Habrá otras misas y posiblemente, peores razones para hacerlas, en las que no cuadre el termino celebración. El padre Cándido (y sus colegas de púlpito) volverán a decir unas cuantas verdades, Pero, difícilmente olvidaremos la imagen precisa de los gobernantes que beben sangre - desde el principio de los tiempos - para crucificar a los justos y mantenerse en el poder.

lunes, 4 de julio de 2016

Palabra de rector

Puestos a echar un pulso, es posible que el Padre Alexander Rivera termine siendo más viejo de lo que todos piensan; no porque él quiera. Parece de todo, menos un cura en posición de poder; pero, lo es.  Es el rector del Seminario Arquídiocesano San Buenaventura de Mérida. El más antiguo de Venezuela y uno de los más sólidos bastiones de formación sacerdotal con que cuenta este valle de lágrimas. Alexander, a quien no le encanta que lo llamen por sus títulos, es un cura de La Azulita, con tanta pinta de agricultor como cualquiera que haya llegado de esos lares, con la mirada tranquila y el hablar pausado de quienes vienen de ese pueblo andino. Incluso hoy, cuando la institución que dirige es el foco de atención de una ciudad estremecida.  Tal vez por eso, prefiere contarlo todo caminando una y otra vez por el pasillo trasero del edificio que alberga a los muchachos venidos de todos los rincones de Venezuela con la intención de convertirse en sacerdotes o de estudiar bachillerato sin problemas - pues también siendo un buen padre de familia puede predicarse la palabra de Dios, con el ejemplo –  Alexander Rivera no puede despojarse de su condición de sacerdote, ni siquiera cuando sus fuertes manos, de gruesos y largos dedos, intentan evitar señalar culpables o cuando sus pasos apurados me acompañan, hablando de perdón.
Hace tres días que en Mérida no se habla de otra cosa. Cuatro muchachos, dos de 17 años, uno de 16 y otro de 15, fueron agredidos, torturados, heridos, robados, amenazados con gasolina y fuego y luego obligados a correr, completamente desnudos, por la Avenida Don Tulio Febres Cordero de esta ciudad, por haberse cruzado en medio de una revuelta callejera protagonizada por un colectivo oficialista, para impedir un acto convocado por Voluntad Popular que contaría con la presencia de Lilian Tintori. Los jóvenes salían de la casa de la tía de uno de ellos en las inmediaciones del sitio donde se desarrollaban los disturbios y, con la naturalidad de quien está acostumbrado a sortear reyertas, intentaron pasar por el medio de la calle tomada. Algunos de los encapuchados, miembros del colectivo los increparon preguntándoles si ellos eran “chavistas o escuálidos” ellos respondieron, con la mayor simpleza, lo que son: “somos seminaristas”. Así empezó su desgracia.
El Padre Rector estaba preparando la misa del domingo, cuando uno de los diez sacerdotes que le acompañan en la labor de mantener a flote el Seminario, le interrumpió el estudio para anunciarle que algo muy grave había sucedido a  varios de  sus muchachos. El Padre Rivera, haciendo gala de ese sentimiento filial que suele desarrollarse entre el director de un colegio católico y sus alumnos, reaccionó perplejo ante la noticia y se negó a ver las fotografías que en segundos colapsaron las redes sociales.  Quiso saber detalles de lo ocurrido y prepararse para hacer frente a lo que vendría. No acudió inmediatamente en ayuda de los estudiantes, pues sabia que otro de los sacerdotes que forman la jerarquía del Seminario estaba en eso y él tenia que atender diversos frentes en ese mismo momento. Él, necesitaba saber si se trataba de un ataque deliberado a su seminario, a la iglesia. Hoy está seguro que no lo fue.
-          -      Un atacante lleno de odio no pide la  identidad de sus víctimas, arremete contra cualquiera, le tocó a ellos. Ellos se identificaron como seminaristas, porque eso es lo que son; pero eso no hizo que sus atacantes se portaran peor. Un ataque deliberado al seminario habría sido mejor planeado y no habría sido contra cuatro estudiantes de cuarto y quinto año que no llegan a 17 años de edad. Es más, uno ni siquiera es estudiante nuestro. Fue quien llevó la peor parte.
La misma tía que los había despedido minutos antes en el apartamento advirtiéndoles que se fueran con cuidado, fue la primera en atender sus llamados de auxilio. Los vio desde el balcón y los reconoció, con el ojo herido por un dolor imborrable, cuando corrían desnudos en busca de amparo.  Uno de los cuatro, el menor, sangraba abundantemente; había sido golpeado en la cabeza con un candado. Ella se ocupó, los cubrió y diligenció el traslado a la clínica de los cuatro muchachos.  Así, como Dios los trajo al mundo fueron fotografiados y vistos en el mundo entero, gracias a la inefable inmediatez de las redes sociales.
-     -       Lo siguiente que pensé es que ese tipo de tragedias están empezando a parecernos tan normales - retoma la historia mientras camina a mi lado el Padre Rector - que parecemos estar acostumbrándonos. Que ese encarnizamiento es propio de estos tiempos terribles y ya nada  nos sorprende; entonces, claro, uno se asusta.
Los cuatro muchachos, cuya identidad no ha sido revelada tal vez por no ahondar en la vergüenza, llegaron hace menos de dos años procedentes de pueblos del interior de Los Andes. Dos vienen de un caserío de Guaraque llamado Rio Negro y dos de un pueblo trujillano, Capurí.  - Son hijos de gente de fe - dice el padre Rivera - De gente a la que Dios les da paz y serenidad, aunque están pasándolo muy mal. Ellos son muy jóvenes, y están bastante recuperados; fuera de lo anecdótico, ya hasta son capaces de reírse de lo ocurrido y bromear sobre eso; sus padres no, ellos están muy afectados. A esos muchachos han podido matarlos.
El 1ero de Julio, toda Mérida se volcó a proteger su seminario, una institución de la que los merideños están muy orgullosos, pues entre otras cosas, es génesis de su Universidad. Los comunicados de apoyo, las voces exigiendo respeto, las muestras incontables de respaldo emocionan la voz del diminuto Padre Alexander mientras camina a mi lado sin querer detenerse. Trato de ver en sus ojos un rastro de rencor, un poquito de venganza, un rasgo de rabia. El Padre Rivera está curtido en dones de Dios, él ya los perdonó. Solo consigo arrancarle un dejo de ironía cuando le comento la rueda de prensa ofrecida esta mañana por el Gobernador del Estado Mérida, Alexis Ramírez, quien dijo que repudiaba el hecho; pero, aclaró como quien resta importancia al asunto, que los agredidos estaban alborotando, en las canchas de la Federación de Centros Universitarios, lugar donde se realizaría el acto con Lilian Tintori y en cuya esquina sucedió el ataque.
-     -    Bueno, no sé si fue una rueda de prensa, pues no hubo preguntas. Creo más bien que fueron unas  declaraciones.
-      -    Eso fue lo que el gobernador dijo, ¿usted lo sabía? Que los muchachos estaban en las canchas de la     FCU.
-      -    Es normal, desconocer la realidad es normal en los tiempos que estamos. Eso es parte de no decir la verdad, yo lo llamo realidad política, el gobernador tenía que decirlo. Pero, no, ellos iban a su clase de inglés en el CEVAM, iban de prisa porque tenían un examen. Hay registros.
El Padre Alexander se sonríe. Parece no atreverse a decirme lo que, quizás, ambos estemos pensando, entonces se lo suelto, - no está la iglesia para alcahuetear mentiras -  sus  ojos me miran divertido.  Ya llevamos la cuarta vuelta al pasillo. Me asegura que no le consta que hayan metido a uno de los muchachos dentro de una alcantarilla, que otro de ellos salió de la clínica con un collarín – quizás por prevención – y que ayer lo llamó el Padre Alirio Contreras, un cura venezolano que vive en Roma y que protagonizó un momento venezolano durante el Ángelus del domingo pasado en San Pedro;  lo llamó para hacerle llegar los saludos del Papa Francisco. Ya Monseñor Porras lo había hecho. Con humilde orgullo cuenta que el Papa ya está enterado de los detalles, pero le preocupa que Su Santidad tenga una preocupación más; lo agradece, pero me regala lo que ha sido su reflexión permanente desde el viernes, una reflexión que, dado su talante, no me sorprende en absoluto:
-    -     Uno siempre tiene que tener la posibilidad de pensar en el lado bueno de las cosas que suceden. A estos muchachos les tocó vivir eso tan horrible, tan inhumano, porque quizás ellos pueden convertirse en la voz de los que no tienen voz. De los que humillan diariamente en las colas para conseguir comida, de las madres que no pueden llevarle sustento a sus hijos. Estos muchachos son la voz de esas personas que están viviendo tan mal en este país y nadie conoce.
Un seminarista interrumpe nuestro paseo. El padre es requerido en el patio frontal, dentro de poco va a celebrarse una misa en desagravio y a él le toca afinar detalles.  Decido terminar allí la conversación aunque reconozco que me ha subyugado y quisiera pasarme horas hablando con él de muchas cosas. Mi última pregunta parece lógica, esperada,
-     Padre, ¿no le da miedo?
-        -    ¿Por qué?, nosotros vamos a hacer una misa, una misa por la paz, no es un homenaje al Seminario      Yo me encomiendo a la Santísima Trinidad y me paro allí, no estaré solo.
-          -    ¿Usted cree, padre, que vale la pena arriesgar la vida?
-          -     Claro, claro que sí -  me lo dice mirándome a los ojos, rotundamente - Si la causa lo vale, claro que si, y la causa es la paz.
El hombre de 1, 60 de estatura se aleja. Mil cosas lo distraen allá afuera.  La causa es la paz, me repito. Media hora después encabeza la procesión de 46 sacerdotes diocesanos que presiden la misa por la paz en la calle repleta de gente que conduce al seminario y que este comparte plácidamente con la fragata insignia de las obras del gobierno local, el Teleférico de Mérida. Me quedo en la misa. Al terminar, es el padre Rivera el que nos dice, después de una homilía extraordinaria - que merece cuento aparte - palabras que marcan su talante:
-    -      Pertenecemos a la generación que escuchó decir a sus abuelos que al mundo vendría una gran oscuridad, los cálculos estaban mal sacados, no dijeron que esa gran oscuridad ha caído sobre Venezuela; pero, no nos preocupemos, que ya hoy anunciaron que se acabaron los cortes de luz….

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