Entró al salón, arrastró una silla a la que primero midió con
los ojos y se sentó con un poco de dificultad. De su maletín sacó dos
frasquitos de vidrio color ámbar y vertió en la tapa de cada cual unos diminutos globulitos
blancos, se tomó ambas dosis, sonrió con buen humor, cruzó las piernas y se
dedicó a escuchar con atención la charla. A medida que transcurría el tiempo,
cruzaba y descruzaba las piernas, hacía círculos con los pies en el aire y muy
pocas veces, un gesto de dolor pareció cruzarle la cara. Estaba solo y no
hablaba con ninguna de las personas que tenía cerca. Asentía con la cabeza mientras tomaba notas
en una pequeña libreta de resortes apoyada en su muslo derecho. Movía las
piernas, como cambiando de posición una y otra vez; pero, ningún otro gesto de
su comportamiento era llamativo.
-
Puedo
decirte exactamente cuándo y cómo comenzó esta historia y puedo jurar, lo creas
o no, que fue en uno de los períodos más felices de mi vida - Soltó a bocajarro al finalizar la conferencia
- Yo llegué a mi oficina, hace unos 30 años, me acomodé en mi escritorio y le
comenté a mi secretaria que estaba a punto de comenzar un lumbago, desde
entonces nunca he tenido un lumbago verdadero; pero, nunca se me ha quitado el
dolor de espalda , ha ido a más –
Es su manera de conseguirle un principio a lo que él llama “la
historia del dolor” que según cuenta,
lleva más de la mitad de su vida atormentándolo – Soy un hombre al que le duele todo. Un
hombre cuya primera sensación del día es un dolor en algún sitio y la última es
un dolor en un sitio diferente – aun así, explica, duerme sin ayuda lo más plácidamente posible, cosa
que en su caso, parece un contrasentido. Muchísimos médicos sostienen que
debería tener trastornos de sueño. Él asegura que no.
-
Me
encanta dormir. Es el único momento del día en que no siento dolor. Quizás me
evado de mi dolor durmiendo, no lo sé. Es más, en los periodos tristes y
difíciles de mi vida, es cuando mejor he dormido. Mi sueño es una maravilla, solo
una vez se alteró y necesité pastillas, pero dejé de tomarlas en una semana. Yo
no tengo problemas para dormir. Ni siquiera ronco.
Gerardo es un tipo simpático aunque reservado. Es, como buen andino, un
poco desconfiado y siente que no es bueno prodigarse mucho. Tiene como máxima
en su vida no hablar de su padecimiento pues no le gustaría contagiar a nadie
de su lúgubre sensación de enfermedad y porque sabe, además, que alguien le
dará un remedio que el no podrá evitar probar.
-
He
tomado de todo. No puedes imaginarte la cantidad de batidos, menjunjes,
cataplasmas, gotas, plantas medicinales y etcétera que he consumido a lo largo
de mi vida; mi dolor parece refractario a todo. Ahora me dio por la homeopatía
pues me parece lo menos experimental de la cosa alternativa, es barata y tiene
un cierto nivel de efectividad. Ya ni siquiera los analgésicos me hacen mayor
cosa. Aunque me meta un coctel de pastillas, cosa que hago con frecuencia, yo
soy un hombre que vive con dolor. Punto. Yo no recuerdo un minuto de mis
últimos 20 años sin dolor en alguna parte del cuerpo. Tan sencillo como que no
lo recuerdo. ¿Tú sabes que es tremendo, por ejemplo? tener sexo con dolor; no, no hablo de que el acto sexual implique una práctica
dolorosa, no, nada de eso; es estar ahí, gozando un puyero con alguien y
sentir que alguna parte del cuerpo te duele a pesar de lo bien que lo estás
pasando….
Es la más gráfica de las explicaciones que da, mientras intenta conseguir algo para picar que
no contenga gluten ni sea lácteo. Dice habérselos arrancado de su dieta aunque
le encantan, pues leyó en alguna parte
que existe una relación entre el consumo de gluten, los lácteos y su
enfermedad.
-
Fibromialgia,
se llama - Dice con tranquilidad
asombrosa – Fibromialgia –
Repite con la misma naturalidad de
quien sabe que es imposible ponerle rabia a ese nombre. Se la diagnosticaron
oficialmente hace unos 3 años, aunque él lleva sabiéndolo desde mucho antes.
Gerardo es un hombre culto, un lector incansable, un tipo buenmozo, activo y de
impecable elegancia al que la enfermedad no parece detener en nada. Lleva la
procesión por dentro. Tal vez un reflejo tristón de sus inmensos ojos atigrados
sea lo único que lo delata; a veces, Gerardo parece sufrir por un instante un
ramalazo de dolor que desaparece casi de forma milagrosa. Es su gran logro.
Desde que lucha contra la enfermedad no le permite derribarlo en público:
Quizás por eso, ha disminuido su vida social a lo mínimo indispensable. Es
rarísimo que salga de noche y es rarísimo verlo de fiesta. Dice que le incomoda
mucho saber que disfrutará menos de lo que quisiera un plan cualquiera, pues no
sabe a qué nivel de dolor tenga que enfrentarse ese día. Entonces prefiere la
casa y la comodidad de su cama, el sitio
en el que pasa la mayor cantidad de horas del día, sin que nadie lo sepa. Su
vida, en concesión al dolor – y porque no es un héroe – está llena de discretos
silencios e incontables secretos. Por eso debe ser que prefiere vivir solo en
medio de una rutina infranqueable a la que le hace pequeñas trampas para sentir
que está vivo.
Es un caso de librito: Gerardo junta
en un solo diagnóstico dos enfermedades hermanas: Fibromialgia y Síndrome de
Piernas Inquietas y está casi seguro que empieza a anidar algún nivel del Síndrome
de Fatiga Crónica. Sabe bien que no es la edad (57 años) y en el fondo, un
brinco del corazón le avisa la angustia
de pensar que la enfermedad está ganando terreno. No deja de ser irónico, piensa, cuando recuerda haber padecido enfermedades
serias, haber estado al borde de la muerte y haber superado todo, menos el
dolor de vivir con un dolor permanente para el que no hay tratamiento específico,
ni explicación lógica, ni esperanza de cura. Mucho peor, para el que no hay
conmiseración de género: la fibromialgia solo ataca a un hombre por cada 90
mujeres que la padecen; es decir, él sabe que padece una enfermedad de mujeres
que sus amigos hombres no entienden. Con ellos no habla de eso ni aunque se
ahogue.
-
Me
da rabia cuando lo primero que responden hombres y mujeres, al enterarse, es que se trata de una “cosa de
los nervios” como si no fuera real - dice y sus ojos se iluminan por la rabia de la
que habla - Es como si fuera menos importante que otra cosa. Creen que uno
puede sobreponerse solo, como si fuera debilidad propia. Como si uno no fuera,
como los demás, suficientemente fuerte, suficientemente “macho” o suficientemente
dueño de sus emociones. Esa es la peor parte.
Tiene razón al lamentarlo. La mayoría de las personas que alguna vez han
escuchado hablar de fibromialgia, inevitablemente la relacionan con algún tipo
de trastorno de personalidad e incluso de enfermedad mental. Si bien el
tratamiento más usual incluye un antidepresivo y existe la teoría de que los episodios
de dolor se agravan en periodos de profundo estrés o angustia, no menos cierto
es que se trata de un desorden de tipo neurológico muy probablemente de origen
genético cuyas causas se desconocen por completo. Cerca del 5% de la población
mundial la padece, muchos sin diagnóstico oficial, la mayoría mujeres de raza
blanca mayores de 45 años, quienes no
necesariamente han tenido otras enfermedades graves en su historia clínica. Se
relaciona, eso sí, con la Enfermedad Celiaca y el Lupus, pero, sobre todo, se
ha considerado por años un proceso somatizante, más que una enfermedad, cosa con la que Gerardo sencillamente se pelea
a muerte.
-
Yo
no necesito somatizar nada - dice alzando la voz – yo soy un tipo relativamente
feliz. Afectado, claro está, por el país
y sus circunstancias, pero eso no es la causa de mi fibromialgia; a mí me dio, así como a otras personas les da
alergia o asma. A mí me dio esa vaina y listo. Yo no estoy somatizando nada, ni
más faltaba…
Hace poco, un nuevo doctor le
prescribió un antidepresivo específico llamado CIMBALTA que no se consigue ni
bajo las piedras. Es uno de los afortunados que puede por lo menos conseguir
Pregabalina regularmente (una droga fundamental para su tratamiento) y se niega
a consumir analgésicos más fuertes que acetaminofen o ibuprofeno, la mayor
parte de las veces mezclándolos en una única dosis al día, no todos los días.
Camina, aunque se trata de un esfuerzo importante que le consume muchísima
energía y se consuela con formulas de auto engaño, dice tener un umbral de
dolor muy alto y juega con globulitos homeopáticos como por no dejar. Todo lo demás
lo vive en silencio.
Sabe perfectamente que el suyo es un
caso perdido, que nunca más sabrá lo que es un día sin dolor y no se queja.
Hace algunos años aprendió a conjurar las migrañas asociadas y ya no las padece,
pues sabe detenerlas a tiempo. Piensa que podrá hacer lo mismo cuando esto se
ponga peor. Sin embargo, en la soledad de su apartamento, antes de dormir, suele sentir el escalofrío de imaginarse en
la vejez impedido por una enfermedad de la que se sabe muy poco; entonces, se duerme pensando en París y en sueños se ve
con unas alas que desconoce. Después de todo, sabe también, que el amanecer
traerá, junto a la luz del sol, la revisión de su nivel de dolor y un deseo:
que no sea tan grave como para poder soportarlo sin tomar pastillas. Ya no le
pide nada mas a la vida, él se acostumbró a resolver el resto y a vivirlo hacia
adentro. Sin que se note.