Una de las cosas de ese día que José Luis recuerda con mayor nitidez es el autobús universitario. Era viernes y él acompañaba a su hermano a esperarlo en la residencia masculina, a pesar de no tener edad para hacerlo, con
intención de subir al centro a revisar las novedades llegadas a la Discotienda
Internacional y comerse un helado. Al pasar por la Avenida Don Tulio vieron
como se preparaba la caravana de bachilleres que saldrían a celebrar el fin de
sus estudios de Ingeniería. José Luis y su hermano recuerdan haber visto
aquello con total normalidad, como seguramente lo hicieron muchos otros
merideños que pasaron por allí a la misma hora. Era tan habitual ver a un grupo
de estudiantes exaltados y alegres pintarrajeando sus automóviles y los de sus
familiares para salir a celebrar el fin
de la escolaridad, que ninguno de los dos reparó siquiera en los autos que la
formaban. Siguieron hasta el centro y allí hicieron lo que tenían previsto; en algún
momento vieron pasar la caravana en plena efervescencia; como todos, festejaron
desde la acera y siguieron su camino sin darle mayor importancia.
Rita lo recuerda como un día horrible. Salía con su hermana del gimnasio de la
avenida 4, se les había hecho tarde. Poco antes de llegar a Glorias Patrias
encontraron la revuelta - era un
desastre, nos asustamos, nos sorprendía lo
localizado que estaba, no sabíamos lo que había sucedido o porqué, pero
esa casa estaba en llamas y había mucha gente alrededor enardecida - Rita recuerda que su padre fue a buscarlas
muy preocupado y las llevó a casa, donde se quedaron en obligado encierro. Mientras,
la ciudad empezaba a arder.
Todos los recuentos de ese día horrible no dejan cabo suelto:
a las 7 de la noche, más o menos, Luis
Carvallo Cantor, integrante de aquella caravana de Ingenieros sin título, fue asesinado
en la esquina de la avenida 4 con calle 31 porque se bajó del auto a orinar
contra la pared de la casa del abogado Bernardino Nava. Según la historia, Nava
se asomó a la ventana, molesto por lo que consideró una ofensa imperdonable y
disparó un par de tiros a Carvallo quien murió en el sitio para estupor y
desgracia de todos sus compañeros. La noticia, sin necesidad de redes sociales
que no existían para la época, se supo en el ambiente estudiantil en muy poco
tiempo y la ciudad de Mérida empezó a vivir los 5 días mas terribles de su
historia reciente. Los días en que a la policía estatal se le acabaron las
bombas lacrimógenas.
Mireya, entonces empleada de la Alcaldía de Mérida, había
dejado su carro a una amiga para que llevara a su hija de 8 años a comerse un
perro caliente en La Cremita, un famoso perrero ubicado a pocos metros de la
casa donde sucedió la tragedia, mientras ella terminaba de atender una reunión
en la Avenida Gonzalo Picón. Hasta allá, gracias a los comentarios de boca en
boca, llegaron noticias poco claras de lo que sucedía. Ni ella podía ir a
buscar a su hija, ni la joven que la acompañaba podía salir del barullo.
Llegaron muy tarde y, por primera vez, Mireya no encontró excusas para regañar
a su hija por la demora.
Nada se ha dicho nunca que justifique la reacción de los compañeros de la victima, que casi cobra también la vida del asesino y su familia, ni de la reacción de la ciudadanía devenida en fieras justicieras. Hasta hoy existe el rumor - jamás confirmado - que Bernardino fue
sacado de la casa descalzo, en pijamas, a golpes y que estuvo cerca de ser quemado vivo,
mientras su familia intentaba ponerse a resguardo. No lo consiguieron. La casa
de Bernardino Nava, su automóvil y todas sus pertenencias ardieron esa misma
noche, pocos minutos después de los disparos que cegaron la vida de Carvallo
Cantor; quizás fue así como empezó esa guerra en la que no hubo héroes ni explicaciones.
Carlos Alberto regresaba de Caracas en su carro, venía
acompañado de dos amigos a una fiesta que se celebraba el sábado 14 en el
Country Club. Su casa, a pocas cuadras de la casa de Nava, estaba sitiada. La
ciudad había amanecido en llamas después de una larga noche de enfrentamientos
entre policía y estudiantes y nada parecía indicar que terminaría pronto. Los
tres amigos tuvieron que refugiarse en casa de los familiares de uno de ellos
para poder arreglarse para una fiesta a la que, de todos modos, no pudieron
llegar.
La noche entre el viernes 13 y el sábado 14 de marzo de 1987
se desdibuja en la memoria de los merideños. Nadie recuerda bien como escaló la violencia a
tales niveles. Todos recuerdan, sin embargo, lo que hacían ese fin de semana. José
Luis, por ejemplo, veía las columnas de humo y el desorden ciudadano desde el
cerro de “Las Letras” a donde fue de excursión con su grupo Scout ese sábado, para
huir del desastre citadino, mientras que a su madre, la señora Carmen Albornoz, le
tocó presenciar el desorden en pleno apogeo por haberse ido a una funeraria a
darle el pésame a una familia vecina. La funeraria, ubicada a tres cuadras de
la casa de Nava, fue repentinamente tomada por la turba estudiantil que huía de
la persecución policial, llevándose por delante hasta la tranquilidad del
velatorio, Carmen recuerda haber visto con impacto como la urna en que reposaba
su vecina era tirada al piso y como los dolientes tuvieron que intervenir enérgicamente para
restablecer, con dificultad, la paz de los sepulcros.
Militarizada, la ciudad no tuvo más remedio que aguantar el
desorden, cuya violencia crecía con las horas sin parecer calmarse. El
presidente Lusinchi cometió el error de relacionar las protestas con actos de narcoterrorismo
y el gobierno regional ya no daba abasto. Era imposible contener los destrozos.
Mayela lo cuenta con detalles:
- - En particular recuerdo lo que
hicieron con las Tiendas Gina y con la Zapatería Rex. No dejaron nada.
Saqueaban y tiraban lo que no podían llevarse, no parecía un saqueo de esos que
termina siendo más bien un robo; era una furia enorme, una cosa incontenible, de
las tiendas del Viaducto no se salvo ninguna –
El lunes 16 el Alcalde de la Ciudad, Jesús Rondón
Nucete, no pudo llegar a su despacho.
Una de sus empleadas de confianza necesitó armarse de mucho valor para
enfrentarse a los soldados que tenían completamente resguardado el centro, para
explicarle quien era el hombre que venía en su carro. Logró el paso y lo recuerda sonreída: - Menos mal que lo dejaron pasar, pues venia a una conversación
telefónica con el Ministro de la Defensa para convencerlo de no decretar el
estado de queda. ¿Te imaginas si no hubiese podido llegar? –
Mérida jamás, a pesar de su larga historia de disturbios
violentos y enfrentamientos, ha vivido un toque de queda (con la excepción del
que vivió toda Venezuela en los días que siguieron al Caracazo de 1989) esos
días pudo haberlo hecho; a cambio, la
orden fue militarizarla y desencadenar la mayor represión que se recuerda. El
toque de queda no fue necesario decretarlo: los merideños se encerraron en sus
casas a mirar aterrorizados como la ciudad escapaba de sus manos.
Terminó como empezó y dejó no pocas huellas. Para el
miércoles 18 solo quedaban pequeños rescoldos de lo que había sido una guerra a
muerte ocasionada para exigir justicia por la muerte absurda de alguien a quien
seguramente no le habría gustado entrar de esa forma a la historia. Luis Ramón
Carvallo Cantor quizás se habría conformado con subir al Aula Magna y recibir
el diploma que lo acreditaba como Ingeniero (por cierto, en el acto de grado,
con la anuencia de un movimiento estudiantil dispuesto a no volver a armar la grande,
su madre subió al estrado a recogerlo) y hacer la vida normal que Bernardino
Nava le impidió por un ataque de rabia incontenible y una pistola en mal sitio
y peores manos. La casa de Bernardino, hasta hace muy poco, fue un lugar abandonado y en escombros; hoy, sirve como deposito comercial que nadie quiere ver abierto. La fecha del asesinato dio nombre a un movimiento
estudiantil con fama de todo lo bueno y malo de este mundo: el Movimiento 13 y, por lo demás, Luis Carvallo Cantor es un nombre que Mérida no olvida: cada
cierto tiempo, la lucha estudiantil lo revive y una nueva bomba lacrimógena se
lanza en su nombre.
Bien se dice que solo muere aquel que deja de vivir para
siempre en el recuerdo de los otros.
Ese caso fue producto de una discusión entre Navas y Carvallo, porque este se había metido al garaje de la casa de Navas a orinar (su novia que andaba con el, también entro a orinar) Navas los vio entrar y salio a reclamarles, discutieron y hubo un intercambio de malas palabras, hasta que Navas le disparo. Fue un hecho entre dos personas, sin política de por medio. Es inexplicable como Mérida fue incendiada por los estudiantes y hampa común mezclada. Fui testigo de primera linea en todo ese caso, incluyendo como los estudiantes intervinieron en la elaboración del expediente en la PTJ, contra Navas.
ResponderEliminarComo sea, ese absurdo asesinato no se justificaba. ¿Y que esperabas, que los estudiantes solo se abrazaran y lloraran? Por supuesto, el desborde subsiguiente fue extremo... La gente frustrada de tanta injusticia e impunidad, y para lo que hemos llegado actualmente...
EliminarSi yo hubiese matado a cada persona que ha orinado mi casa, ya tendría más de cien muertos encima.
ResponderEliminarEstudiaba en merida y vivi esos momentos.
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