
- Ve doctor, se lo he dicho mucho...es que así no se puede vivir. Cómo va una a hablar con esa gente si ellos le salen a una con toda esa retrechería que andan y una por más que sea, tiene su carácter…una no es de palo. ¿No se lo dije?
Así me recibió Chela después de un mes sin verla, pese a que le he recomendado mil veces no llamarme doctor, que de eso yo nada. Chela estaba finalizando un encuentro, (muy poco amable, según pude notar); con una señora del consejo comunal de la urbanización. Necesitaba desahogo, y reírse un poco. Necesitaba también un testigo, como para que después no digan.
Aunque me cuesta creerle, Chela sostiene, entre risas, que se “guardó el genio” y que sólo le quiso hacer un comentario crítico, pero relativamente inocente, sobre las invasiones. No lo escuché, no se cual fue el tono de la sutileza. Lo que si se, porque lo vi, es que la reacción de la interlocutora fue, al menos, desmedida. Cuando llegué a la bodega, a saludar y cancelar viejas deudas, ambas estaban ensartadas en un peloteo verbal digno de boxeadoras. No me sorprende de Chela - ella para gritar y decir improperios parece haber nacido -. Me sorprende de la otra, a quien suponía mejor dispuesta; pero, vestía rojo encendido y estaba armada del verbo incendiario de su comandante sabanetero. Bastaba eso para infundirle ánimos.
Después de arrojar una botella de refresco al piso y pegarle un par de amenazas, la mujer se fue resoplando odio. Entonces Chela volteó a mirarme y decirme lo que me dijo. Yo la invité a pensar en el poder del diálogo sin dejarse arrastrar por las emociones. Chela fue realista, como siempre, en su respuesta:
- Que va Doctor, yo no voy a ponerme a hablar bajito con esa gente. Usted no ve que a ellos no les entran ni balas….
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