Las fiestas de Año Nuevo me dieron la feliz oportunidad de recibir en Mérida una buena parte de mi familia. Hacía mucho tiempo que no estábamos juntos en esa fecha, como ha sido la costumbre de toda la vida, en esta familia que más bien parece una tribu sin caciques; de modo que, a algunos de esos primos que vinieron, no los había visto en años En total 26 personas, entre primos de varias generaciones, familiares de esos primos (que de algún modo también son primos) y amigos de esos primos, que terminan siendo parientes.
Desconozco las razones que tuvieron para escoger Mérida como destino de Nochevieja, más allá del hecho de tener primos aquí, tener acceso a alojamientos “no tan caros” y hacer un poco de vida campestre, alejándose de esa cosa agobiante que es la capital. Estoy elucubrando, pero me imagino que eso fue lo que pensaron todos antes de salir de sus casas, montarse en sus carros y poner a Mérida en el horizonte.
No contaban con las sorpresas del camino; un viaje que normalmente toma entre 10 y 12 horas de carretera, para empezar, a ellos les tomo creo que 16 o 17, debido fundamentalmente a las tomas de posesión de algunos gobernadores en la región central que obstaculizaban el paso por las autopistas que conectan esos estados con el resto del país. Con horas de retraso, sus mensajes indicaban cercanía a la entrada de Mérida, una forma cruel de decir a quien venga, que se equivocó de destino, porque en esta ciudad no cabe un carro y quizás una persona más. Si mal no estoy, la cola que comienza en Tabay y termina, por arte de magia, en La Vuelta de Lola, robó un par de horas a la emoción del reencuentro.
Mis primos no son ajenos a Mérida, vivieron aquí cuando eran chamos, algunos nacieron aquí y han venido con cierta asiduidad. Conocen la ciudad, o eso creían ellos. Una conversación distendida el segundo día de la visita, puso en su lugar el mito de “destino turístico por excelencia” que apellida mi ciudad. Estaban horrorizados (y no era para menos) con el deterioro y el tráfico de un lugar, donde ir de un punto a otro en el área central, toma fácilmente una o dos horas.
Optamos entonces por las ofertas suburbiales: El Valle (un sitio al que se puede ir doscientas veces y siempre es una belleza) hasta llegar a La Culata, donde, sin mirar la basura arrojada a las caminerias y los lugares donde uno pasea, se disfruta de un lugar realmente bonito, coronado por la dicha de unos riquísimos pasteles de trucha en una pequeña bodega completamente andina; poco mas, excepto hippies y mucho “turista” con cavas buscando un calentao que ya no es como el de antes y haciendo escándalo.
El Parque Tematico La Venezuela de Antier, fue otro de los destinos: está bien, es un lugar divertido, sumamente costoso y hecho para que el visitante gaste todo lo que llevó y se endeude un poco si puede, tal cual al estilo Disney. Encontré un poco fastidioso que insistan en llevar a los visitantes como en un rebaño, sin permitir que uno se dedique a recorrer el parque “por la libre” y me pareció cursi e insoportable el tono con que han enseñado a hablar a los animadores de cada “espectáculo” que presentan en las paradas. Eso sin contar la llegada: momento en que lo reciben a uno con una parodia malísima de alguna fantasía Gomecista en la que hacen, o intentan hacer, todo el humor de este mundo, burlándose sin piedad de alguno de los visitantes que ha pagado sus 240 bolívares para ser públicamente humillado.
Después, más bien nos dedicamos a preparar nuestra fiesta de año nuevo, los mayores, y los que no lo son tanto, decidieron otro parque: una cosa que se llama Eco Wild y que a juzgar por sus comentarios, estuvo de lo mas bien. No lo conozco.
Sí fue una ocasión feliz, se debe, básicamente a que estábamos contentos por volver a vernos después de algún tiempo; pero, lamentablemente, no creo que se repita pronto. Se fueron escandalizados por el tráfico, la suciedad, el ambiente de inseguridad y la precariedad de la ciudad en general y yo no puedo más que apoyarlos. Esa es la Mérida de ahora. Esa es la ciudad que se prepara (o no se prepara, mejor dicho) para ese aquelarre de borrachos y delincuentes que aquí llaman Feria del Sol y que empieza sus tormentos en poco más de un mes. Esa es la ciudad, de la que muchísima gente opina, (yo incluido) que es el mejor sitio para vivir en Venezuela
Imaginemos el resto…
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