
Esta mañana lograron por fin animar mi desayuno. Nada más y nada menos que el inefable gordo Barreto empeñado en defender cosas indefendibles, en tremenda rueda de prensa. El mismo gordo desagradable que una vez se plantó en el Teresa Carreño a insultar a López y Capriles, es hoy, según sus propias palabras, objeto de una injustificada persecución política a manos del mismo que una vez lo subió a los altares.
¡Vaya paradoja! Hace pocos meses era el eterno descalificador, el hombre más grotesco de la política nacional, suerte de intocable adalid que se paseaba a sus anchas por los escondites más oscuros de Miraflores y manejaba la Alcaldía de Caracas como una pulpería donde, según rumores con aires de leyenda urbana, se cambiaban de mano con la misma soltura, cantidades monstruosas de dinero o favores con cara de contrato público. Pues bien, se le acabó la fiesta.
Lo realmente cómico es el motivo de su desgracia. Es como si de verdad nosotros nos fuéramos a creer el cuento de los globos vigía, el adecentamiento de la gestión pública y todo eso. Meter preso a Barreto no es mas que otro disparo equivocado del rojo dedo de la justicia; digan de una vez que el gordito se les puso demasiado fastidioso y nosotros no solo entenderemos, seremos capaces de aplaudir. En lo único que todos estamos de acuerdo en este ex país, es que Barreto es uno de los horrores más notorios de la revolución. Perfecto que lo metan preso, pero déjense de cuentos chinos. Barreto metió la pata dentro de su propio lodazal. El jefe se desenamoró de Juancito y eso se paga carísimo. En la República Bolivariana, seas de un bando o de otro, no hay salida. Adorarás a tu Dios más que a ti mismo o te pudrirás en la cárcel.
O en el exilio. Algunos tienen la suerte de conocer secretos canjeables por boletos aéreos de primera clase pagados con nuestros impuestos. Así cualquiera le mete un grito al jefe.
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