
Serían dos conciertos: Uno gratuito en el Aula Magna de la UCV al que iríamos, seguro; y una gala en el Teatro Municipal a la que solo entrarían 1000 privilegiados, siempre que pagaran el valor del boleto. Yo había movido cielo y tierra para conseguir las mejores butacas disponibles y, con la misma emoción de las hermanas Ancizar en la noche de Gardel, logré conseguir, pagados a precio de oro y gracias a mis "influencias" como trabajador del equipo de producción de esa visita, dos puestos en la Fila M, pasillo, del Teatro Municipal. Lo mejor de lo mejor.
Llegamos al teatro y entre saludos a amigos y parsimonias de noches de gala, nos acomodamos con gusto en nuestros puestos envidiables. Pocos minutos antes de la hora de inicio, uno de los acomodadores, se acercó a nuestra fila y revisó con cuidado dos sillas, que estaban vacías, casi al final de la fila; aun siendo unos puestos decentes no eran - ni remotamente - los ideales para escuchar a la Caballé.
Pasaron unos segundos en ese raro silencio que se instala en los pasillos de un teatro cuando se sabe que en solo un breve ratito, el escenario estará copado por la maravillosa presencia de un grandioso espectáculo. Ese breve silencio, interrumpido levemente por un carraspeo aquí o allá, se rompió tímida y momentáneamente por una educada y correcta voz de mujer, quien le aseguraba a su acompañante que, en efecto, esos eran sus puestos.
A nuestro alrededor ese silencio previo al inicio de la noche, se hizo reverencial de momento. Enseguida, mis vecinos de fila comenzaron a ponerse de pie y saludar. Atraídos por la curiosidad hicimos lo mismo, para descubrir al pie de nuestros asientos, al ex-presidente Caldera y Doña Alicia. Impecables, sonrientes, amables y muy preocupados por no perturbar.
Mi hermano, profundo admirador de la pareja, salió de su puesto, estrechó la mano del ex-presidente, besó la mano de su esposa, y les abrió paso. Con menos aspavientos, yo hice lo mismo.
Cuando entraban, Jorge Luis, en un arranque de generosidad impensada, los detuvo ofreciéndoles cambiar nuestros puestos - excelentes - por los suyos. Por todo razonamiento, Jorge les dijo que sus puestos no eran suficientemente buenos para ellos. El doctor Caldera nos miró, sonrió ampliamente, y con ese acento indudablemente caraqueño que tenia, lo tomó por los hombros y le dijo:
-No te preocupes, mi vale, A una voz como esa se le escucha bien desde cualquier sitio. Esos son los puestos que tú compraste. Tu puesto es tú puesto. Los nuestros están de lo mejor. Tranquilo, te agradezco la cortesía, pero no podemos, eso no está bien…
Doña Alicia asintió con la cabeza, zanjó la discusión con un gesto y nos dio las gracias de una forma que yo recordaré siempre como autentícamente genuina. Ambos fueron hasta sus puestos del final de la fila y se sentaron con toda comodidad.
La primera parte del extraordinario concierto, compuesto por arias muy conocidas de la opera italiana (una interpretación de su muy famosa Casta Diva, de la opera Norma de Bellini que todavía hay días en que me parece volver a escuchar) transcurrió entre ovaciones y un par de divertidas ocurrencias de la diva.
En el intermedio, el Doctor Caldera se acercó a un grupo de personas conocidas, con quienes nosotros compartíamos una copa, y nos vio de nuevo. Entonces, hizo lo mejor que un hombre de su estatura pública sabía hacer en tales y tan festivas circunstancias: nos palmoteó en el hombro con afabilidad de viejos conocidos y nos dijo, como quien ha ido toda la vida a conciertos con uno:
-Caramba vale, pero que voz tan bella la que tiene esa gorda….
La primera parte del extraordinario concierto, compuesto por arias muy conocidas de la opera italiana (una interpretación de su muy famosa Casta Diva, de la opera Norma de Bellini que todavía hay días en que me parece volver a escuchar) transcurrió entre ovaciones y un par de divertidas ocurrencias de la diva.
En el intermedio, el Doctor Caldera se acercó a un grupo de personas conocidas, con quienes nosotros compartíamos una copa, y nos vio de nuevo. Entonces, hizo lo mejor que un hombre de su estatura pública sabía hacer en tales y tan festivas circunstancias: nos palmoteó en el hombro con afabilidad de viejos conocidos y nos dijo, como quien ha ido toda la vida a conciertos con uno:
-Caramba vale, pero que voz tan bella la que tiene esa gorda….
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