Jennifer

Ella pudo haber apostado por una vida. Ella pudo haber apostado por la tranquilidad de una existencia anónima en El Vigía; pudo haber estudiado y pudo haber salido adelante. Pero, ella optó por “El Inca Valero” y apenas alcanzó a contar 24 años, vividos con una familia que no supo protegerla, un padre que prefirió estar del lado de la fama de su yerno y un poder judicial que no termina de entender que la ley es la misma para todos, incluyendo a los campeones mundiales de lo que sea. En la madrugada de hoy terminó, a puñaladas, la historia de esta muchacha, que vivió los últimos días de su vida con la muerte pintada en el rostro y sin fuerzas para librarse de un marido violento, drogadicto y alcohólico, que ostenta un título mundial de Boxeo, el reconocimiento público, al más alto nivel, de sus excelentes cualidades revolucionarias y un tatuaje en el pecho con la cara del sabanetero. Un carrusel de horrores fácilmente evitables: El tipo tenia que haber llegado a una cárcel (de esas tenebrosas de aquí), hace mucho tiempo. Pero no, al tipo lo premiaron con un viaje a Cuba “para rehabilitarlo”. En un país donde la palabra no vale medio, la de un asesino en ciernes, con amigos en las alturas y un suegro sin pantalones, abrió las puertas a la desgracia. Hoy, El Inca está a “la orden del poder judicial”. Nada se ha dicho de quienes lo protegieron cuando lo pusieron en libertad hace semanas, después de haber dejado mal herida a quien hoy no puede contarnos porque continuó a su lado. En el asesinato de Jennifer habrá para siempre mil interrogantes y mil lecciones. Pero, no sentará precedente. El Inca es un revolucionario ejemplar y eso le puede servir para dos cosas: Escapar de la justicia o convertirse en ejemplo de una dureza en la que nadie cree; entre otras cosas, porque la culpa no es del ciego, sino de quien le da el garrote.