¡Que sea leve!

Hemos llegado al último año de la primera década del famoso siglo XXI, un siglo que prometía ser el de las luces, el de los autos voladores, el de la tecnología, las comunicaciones y el progreso. El siglo que daría de sí todo lo que esperábamos para, por fin, vivir sin mayores desencuentros. Llegamos a 2010 y no hace falta hacer recuentos para saber lo que sabemos. Quizás es que no importa. Que no tiene caso emprenderla contra el sabanetero y tampoco contra el país; que aquí pasan mis días y no son tan malos. Podrían ser mejores, pero no es para eso que escribo ahora. Escribo, con toda verdad, para ver si empieza mi reconciliación de una vez por todas. Escribo también, por si alguien me lee, sepa que estoy cruzando los dedos para que el 2010 sea leve. Es imposible pedir algo más que eso; aunque suene pesimista y aterrador, es mejor prepararse para un año que aun no ofrece promesas, sino sacrificios. Pero escribo, al mismo tiempo, para tratar de hacer un balance necesario: el de los agradecimientos, pequeñas alegrías y cortas libertades. Escribo, como otras tantas veces, para sentir que, al menos, hay un espacio en que mi voz me permite la catarsis de un espacio virtual, que algunas veces se comparte con otros, para que duela menos. De modo que gracias, a usted que alguna vez me ha leído. A usted que quizás un día me lea. A todos los que alguna vez me dijeron que valía la pena seguir en esto, a pesar de la dificultad y el desánimo. Bien, seguiré siendo un bloguero desconocido que ansia, legítimamente, ser leído y comentado porque cree que tiene cosas que decir. Entonces, que sea leve, que sea tan feliz como lo construyamos, que venga aunque ni tenga ni convenga; que sea un 2010 para seguir luchando y que las luchas nos lleven a algún lugar de apacible convivencia. ¿Por qué no decirlo? Feliz año nuevo, para usted también, que no soporta mis quejas ni las de tantos otros.