
La mamá de Agustina no ha querido salir de Cuba. Por mucho que mi querida Tina le ha insistido en lo bien que podrían vivir ambas en el bonito apartamento que ella se compró en Maracaibo, Josefa prefiere tener a su hija yendo y viniendo a la tierra de la que salió hace 22 años, detrás de un enamorado criollo que hizo honor a su condición de macho vernáculo y le armó una historia de esas que no se cuentan sin lagrimeos.
Instalada aquí y consciente de que sabores y olores de “allá” eran mas o menos reproducibles, Agustina sacó provecho a su dominio casi absoluto del lenguaje y a sus dotes insuperables de cocinera para construir, en el agobiante calor maracucho, un sitio impregnado de todo lo bueno que había venido en su equipaje. Después de mucho esfuerzo acabó comprando el apartamento, más por su amplia terraza que mira al lago que por razones pragmáticas, y se convirtió en una maracucha a la que fascinan los cepillados y la mandoca. Jamás renunció a su nacionalidad cubana y sabe que no lo hará nunca; ni entonces ni ahora alguien ha logrado arrancarle un comentario “feo” sobre su país y sus amigos de aquí (que nos contamos por decenas) amamos su honestidad. Tina nos ha hecho querer a Cuba tanto, que todos, más de una vez la hemos acompañado en sus incontables regresos.
Es siempre el mismo ritual. Llenamos nuestras maletas de cuanta tontería inútil podría cubrir alguna carencia de allá; nos arreglamos para conseguir más dólares de los que verdaderamente necesitamos por si hay que afrontar alguna emergencia ajena y nos preparamos para asombrarnos, hasta el lamento, de lo que vemos en cada paso que damos. Sabemos que a cinco minutos de nuestra llegada, habrá caído la mascara de paraíso turístico.
De la mano de ambas, descubrimos un país que sobrevive convirtiendo su dignidad en moneda de cambio. Josefa, una costurera que no tiene rival, hace ruedos, pega botones y altera extraordinariamente vestidos mil veces remendados, a cambio de algunos kilos de azúcar y poco más. Aun con el auxilio salvador de los dólares que Tina envía mensualmente, tiene que hacerse la loca para comprar a un vecino eventuales cortes de carne que nadie sabe de donde vienen. Sin acceso a trabajos formales, sin sab

er a ciencia cierta en que consiste la moda nueva del cuentapropismo y con la tarjeta de racionamiento en ristre, cada día nuevo de Josefa trae expectativas que su edad suponía superadas
Hace algunos meses la vi. Como siempre, no fue capaz de hablar de política, ni de mencionarlo a “él”. Me recibió con el amor de cada vez y me atiborró de comidas deliciosas. Pero una noche, después del tercer trago de un roncito cubano que yo había comprado en una tienda en la que ella no pudo comprar nada por ser cubana, me confesó el único deseo que tiene desde que se dio cuenta (hace mucho tiempo) que los barbudos no eran lo que parecían.
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Ay mijo, dejar de pasar estas penurias para conseguir cualquier cosa, dejar de sentirme ladrona…alabao….dejar de creer que aquí uno, todo tiene que conseguirlo luchao…
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