
Las misivas de ALIARTS, el foro de teatreros venezolanos que no se guarda nada, han dado cuenta de dos sucesos recientes que han revelado las horrendas costuras del teatro venezolano del siglo XXI y que habrían pasado bajo la mesa de no haber sido por su diligencia.
Los hechos, harto comentados, hablan del horror profesional por el que tuvo que pasar un querido actor criollo, al retirarse de la temporada de “Esperando al italiano” para ir a enterrar a su madre y también, de la humillación sufrida por los actores que representaban la obra “El Eco de los ciruelos” en la sala Ríos Reyna del TTC, cuando alguien que “obedecía ordenes de arriba” apagó las luces y cerró el telón antes de que la obra finalizara. En ambos casos las explicaciones no abundan y suman ofensas a la cadena de oprobios que padecemos día a día los venezolanos. Peor aun, según toda opinión, nombres de reconocidos teatreros de “toda la vida”, por actuación o por omisión, hacen parte del pecado y no expían culpas.
Soy uno de los primeros empleados que tuvo la CNT al momento de su fundación. Terminé de crecer bajo sus luces. Desde allí tuve la suerte de conocer con diferentes grados de cercanía, a todos los que para bien y para mal tenían algo que ver con el teatro venezolano de los años 80 y 90. Por eso mi desconcierto.
Que dos profesionales como Moisés Guevara y Eduardo Gil tengan algo que ver con semejante ignominia me resulta aterrador. Que Moisés, el mismo Moisés que se batía a duelo, junto a Iraida Tapias, por conseguir reivindicaciones sociales para los profesionales de teatro; sea el que imponga las normas inhumanas e indignas que dejaron sin empleo a Hernan Marcano por despedir a su madre muerta, y que encima digan que pretendía hacerlo “en silencio” es sencillamente pavoroso y me resisto a creerlo. Pero, que un hombre como Eduardo Gil, teatrero desprovisto (creía yo) de cualquier interés distinto al de la verdad del escenario, permita que un montaje de SU CNT sea suspendido en escena antes de que finalice, irrespetando a sus actores y a su público de forma nunca antes vista y hasta hoy no se haya pronunciado, es una patada en la cara. Es el momento para detener el carro y preguntarse si vale la pena seguir creyendo en “los poderes creadores del hombre”.
¿Han entendido, los nuevos teatreros de Venezuela, que sus acciones y, sobre todo sus omisiones, ponen en peligro lo que generaciones enteras de creadores lucharon arduamente por conseguir? ¿Han calibrado el daño que hacen? ¿Es indispensable acabar para siempre con la CNT que nuestros maestros soñaron? ¿Es demasiado difícil, en este país de opinadores que los señalados cuenten su versión de los hechos?
No entiendo nada. En el fondo de un corazón devastado por vivir lo incomprensible, tengo la esperanza y el deseo fervoroso de estar equivocado. Después de todo, en el caso de Hernan Marcano aparecen otros personajes a los que no quiero nombrar pues tendría que fingir sorpresa. ¿Donde está la verdad, Tulio? En el caso de la CNT, ya sabemos como son de pesadas las botas que patean las caras de los ciudadanos; tal vez el director de la CNT ha decidido calzarlas.
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