Tuve que atravesar, en taxi pagado a precio de limousine, toda la ciudad de La Habana.
Tuve que soportar el calor de un mediodía habanero con todo su sol decembrino y
algunas otras cosas que, desde hacía una semana, estaban removiéndome la vida.
Pero, no tenía razón alguna para decirle que no a la invitación a almorzar de Elisa,
una cubana de tronío que vino en algún momento a hacer un trabajo en la
Venezuela de aquellos tiempos y desde entonces, mantiene conmigo, gracias a la
insuperable simpatía que nadie ha logrado robarle a los cubanos, una relación
parecidísima a amistad de toda la vida.
Cuando finalmente llegué a su casa - construida de cualquier
modo en el pedazo de porche que pudo robarle a la casa de sus padres - donde
vive con sus dos hijos, el yerno y el primer nieto que le alegra la vida; la
precariedad de recursos (prefiero ahorrarme la descripción de la “cocina” de
una hornilla donde preparó el almuerzo tan sabroso) contrastaba enormemente con
el despropósito de una reluciente nevera blanca que atrapaba todas las miradas
de quien estuviera allí, aunque hablara de la lluvia y el mal tiempo. Elisa me
conoce lo suficiente como para no sorprenderse - ni irritarse - cuando pasados
los primeros 20 minutos de la visita, le caí a preguntas sobre la nevera
imposible. Entonces, muy a pesar suyo y de los que escuchaban mi desconcierto,
quien casi se atraganta con la sorpresa fue este curioso de oficio: la
“neverota” había llegado recientemente de Venezuela. Resulta que el yerno de mi
anfitriona había optado por anotarse en una misión internacional. Dicho del
único modo que entendemos los venezolanos: el yerno de mi anfitriona es parte
de los cubanos que tienen la patria
acoquinada; lo es y en gran escala: su misión pertenece al área comunicacional
del gobierno del que en ese entonces estaba vivo. Como premio, Rómulo tiene la
posibilidad de llevar, en cada vuelta al hogar, cualquier cosa que le de la
gana, para repletar una casa minúscula en la que ni los teteros o los juguetes
del niño tienen un espacio que compartir con los tesoros que en cada viaje
arriban de Venezuela, muchos de los cuales son compromisos, colocados a plazos,
entre los necesitados vecinos de cuadra.
Entonces, ese día me enteré (han pasado tres años) que entre
los beneficios ofrecidos por el gobierno del hoy difunto, para llenar Venezuela
de cubanos a los que, todavía, estamos buscando algo para agradecerles, (liberando
a los padres del difunto de la pesada carga que significa mal mantenerlos
desocupados en el malecón) un cupo casi ilimitado de electrodomésticos, con
licencia de entrada libre y poquísimas restricciones para convertirse en objeto
de lucha, ocupa el lugar del cesta
ticket criollo.
El recuerdo de ese día se hizo agradecida experiencia el momento en que empecé a recibir, vía redes sociales, las fotografías de cubanos saliendo por el aeropuerto de Maiquetía cargados de aparatos que, probablemente, son parte del botín repartido por el heredero pues, sencillamente, a ellos no les hace falta saqueo alguno ni para obtenerlo, ni para llevarlo a la isla. Si a alguien le queda alguna duda, permítanme echar mano de mi experiencia para contar una de las pocas cosas que funciona con exactitud en las acciones del desgobierno: Entre Maiquetía y La Habana, no es que exista un puente aéreo, lo que existe es un autobús de San Ruperto que va por los aires. Los cubanos que regresan a su isla después de algunos meses de servicios en la “nación hermana” son rigurosamente alojados en una barraca que nadie conoce (esas cosas de las que no se hablan) ubicada muy cerca (un cubano me dijo una vez que dentro) del aeropuerto de Maiquetía. De allí no pueden salir, sino a abordar el avión que los llevará de vuelta a casa y a ella no llevan sino el equipaje mínimo indispensable, que en su caso, consiste casi siempre en un bolso de vinilo en el que han echado un par de prendas de vestir. Todo lo demás, es decir, las incontables chucherías que han adquirido en tiendas de baratillo (ergo TRAKI) y los electrodomésticos a los que tienen opción prioritaria, se despachan en el mejor estilo de equipaje pre chequeado y abarrota cualquier vuelo comercial de Cubana de Aviación, en esa ruta. Ese avión de misioneros, al llegar a la Habana, descarga el cuantioso equipaje (toda Venezuela es puerto libre para los “servidores de la revolución bolivariana”) y lo distribuye entre sus propietarios en una sala especial del Aeropuerto José Martí, a la que no accede la aduana, a menos que tenga intereses pre concertados.
Más o menos sucede lo mismo “de allá para acá”: los pasajeros de los vuelos que salen de la Habana con destino a Maiquetía, lo hacen desde un aeropuerto especial, distinto al muy amplio, cómodo y antiguo terminal José Martí, en el que las guayaberas de hilo (compradas a precio de oro) se enredan con cajas de Cohíba y botellas de Havana Club, que de todos modos pueden comprarse en Caracas, a mejor precio. Nadie revisa maletas, nadie le pone pegas al abordaje a menos que usted cometa la indiscreción de querer salir de allá con CUC`s sobrantes, sin darle lo que le toca al agente de aduanas.
Por eso, la alarma que han producido las fotos de marras, me parece atrasadísima. No se trata de descubrir que finalmente “nuestros hermanos cubanos” han decidido saquear el país que los mantiene. No, ni mucho menos. Se trata, más bien, del ejercicio equivocado de una prebenda a la que creen tener derecho, por tener 15 años defendiendo una revolución que en su propio patio no ha servido sino para llenarlos de hambre y malas mañas. En realidad, una nevera más, una nevera menos, de Maiquetía a las calles de La Habana, es lo que menos importa. Se los aseguro.
El recuerdo de ese día se hizo agradecida experiencia el momento en que empecé a recibir, vía redes sociales, las fotografías de cubanos saliendo por el aeropuerto de Maiquetía cargados de aparatos que, probablemente, son parte del botín repartido por el heredero pues, sencillamente, a ellos no les hace falta saqueo alguno ni para obtenerlo, ni para llevarlo a la isla. Si a alguien le queda alguna duda, permítanme echar mano de mi experiencia para contar una de las pocas cosas que funciona con exactitud en las acciones del desgobierno: Entre Maiquetía y La Habana, no es que exista un puente aéreo, lo que existe es un autobús de San Ruperto que va por los aires. Los cubanos que regresan a su isla después de algunos meses de servicios en la “nación hermana” son rigurosamente alojados en una barraca que nadie conoce (esas cosas de las que no se hablan) ubicada muy cerca (un cubano me dijo una vez que dentro) del aeropuerto de Maiquetía. De allí no pueden salir, sino a abordar el avión que los llevará de vuelta a casa y a ella no llevan sino el equipaje mínimo indispensable, que en su caso, consiste casi siempre en un bolso de vinilo en el que han echado un par de prendas de vestir. Todo lo demás, es decir, las incontables chucherías que han adquirido en tiendas de baratillo (ergo TRAKI) y los electrodomésticos a los que tienen opción prioritaria, se despachan en el mejor estilo de equipaje pre chequeado y abarrota cualquier vuelo comercial de Cubana de Aviación, en esa ruta. Ese avión de misioneros, al llegar a la Habana, descarga el cuantioso equipaje (toda Venezuela es puerto libre para los “servidores de la revolución bolivariana”) y lo distribuye entre sus propietarios en una sala especial del Aeropuerto José Martí, a la que no accede la aduana, a menos que tenga intereses pre concertados.
Más o menos sucede lo mismo “de allá para acá”: los pasajeros de los vuelos que salen de la Habana con destino a Maiquetía, lo hacen desde un aeropuerto especial, distinto al muy amplio, cómodo y antiguo terminal José Martí, en el que las guayaberas de hilo (compradas a precio de oro) se enredan con cajas de Cohíba y botellas de Havana Club, que de todos modos pueden comprarse en Caracas, a mejor precio. Nadie revisa maletas, nadie le pone pegas al abordaje a menos que usted cometa la indiscreción de querer salir de allá con CUC`s sobrantes, sin darle lo que le toca al agente de aduanas.
Por eso, la alarma que han producido las fotos de marras, me parece atrasadísima. No se trata de descubrir que finalmente “nuestros hermanos cubanos” han decidido saquear el país que los mantiene. No, ni mucho menos. Se trata, más bien, del ejercicio equivocado de una prebenda a la que creen tener derecho, por tener 15 años defendiendo una revolución que en su propio patio no ha servido sino para llenarlos de hambre y malas mañas. En realidad, una nevera más, una nevera menos, de Maiquetía a las calles de La Habana, es lo que menos importa. Se los aseguro.
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