
(Escrito en los ùltimos dìas de Diciembre de 2007, a pocos dias de haber regresado de una larguisima vida en el "Imperio mismo". Nada ha cambiado, tal vez està peor, por eso lo subo aqui. Ayer es hoy, todos los dìas)
Ayer tuve mi primera experiencia cercana con el nuevo país. Saliendo de la casa de mi papá, dos "jardineros" armados con machete, hicieron el amague de robarme mis zapatos DIESEL finísimos. No pasó nada, por que yo corrí de vuelta a la casa y los potenciales delincuentes se arrepintieron de perseguirme (o de darme un machetazo, nunca lo sabré) Después pensé que quizás lo que los tipos querían era cortarme el pie desde el tobillo para que el zapato no se deformara, cosa absolutamente comprensible. Imagínense ustedes lo difícil de arriesgarse a mantener un par de Diesel en buena forma sin ninguna ayuda, cuando es más sencillo guardarlos con maniquí y todo. Mi hermana entonces, me recomendó irme a una zapatería Colombiana muy famosa del centro de la ciudad (se llama algo así como Gasolina Full y les agradezco no preguntarme porqué) y comprarme un par de zapatos baratos, si quería llegar a fin de año con mis dos pies en donde se supone que deben estar. Le hice caso por que según parece, aquí saben perfecto lo que significan Diesel y Puma. Entonces, me enfrente al país: me fui al centro de la ciudad a comprar zapatos. Una incursión muy aleccionadora que me dio una pista importantísima para entender lo que pasa. Les explico: El centro de Mérida está lleno de buhoneros, de gente, de compradores al mejor estilo ave de rapiña, y de ruido. El problema fundamental de los venezolanos es que vivimos en medio de un ruido enloquecedor que ya surtió efecto. Por eso sucede todo lo demás. Ruido en todas partes, pero sobre todo en los lugares donde se aglomera la gente. La música, por ejemplo, es la cosa más ESPANTOSA que puede imaginarse ser humano alguno. Mientras esperaba que me trajeran los zapatos me dediqué a escuchar una canción que sonaba en la tienda y que los vendedores tarareaban con entusiasmo, decía así: "Mentirosa, cochambrosa, todo lo que aquí se hace aquí se paga, con una bala perdida". Todos se la sabían y la cantaban. Imaginemos nomás el efecto del estribillo. En otra tienda un alto (altísimo) parlante, repetía sin cesar "pa metetelo mamita…pa metetelo"....y más adelante el sempiterno "yo no olvido al año viejo...." mientras por la acera, un miembro de esa nueva clase social llamada "el soberano", gritaba a todo pulmón, "Chocolateate, Mantecateate, Freseate, Heladeate" mientras sonaba una insoportable campana rodando el carrito de helado entre los peatones, al frente de un locutor que con micrófono y feedback, publicitaba los milagros de la crema de caracol y de una faja que anunciaba al grito de "ponte la faja mamita, ponte la faja". Lo crean o no, una media cuadra más adelante una mujer (armada de micrófono también) explicaba a un interesado grupo de caballeros de variadas edades y procedencias, los peligros de la impotencia en términos francamente gráficos (Osease papito....si no se lo metes tu, esa va y se busca otro que si se le ponga duro) a fin de vender unas pastillas que, olvídense del viagra.
Así se va alargando el estrecho y muy frecuentado centro de Mérida, por cuyas calles solo cabe un carro tras otro y, como decía mi abuela, debe haber sido hecho por un cojo y un tuerto pues no hay ninguna calle derecha o ninguna calle plana. Esa es la Venezuela socialista del siglo XXI. Yo estoy por creer entonces que hay una mezcla extraña entre socialismo y algo que somos y que apenas ahora se esta notando: enloquecimos todos y no hay remedio. Tendríamos que empezar por dejar de escuchar esa "música" y eso, hasta donde yo se, no es un asunto gubernamental. O, tal vez, un poquito.
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