Autor: Victoriano Salas
Vestida de rojo y exhibiendo los símbolos del poder, la presidente del Tribunal Supremo de Justicia, apareció hace un par de días en un noticiero de televisión pontificando sobre la ética – o mejor dicho, la falta de ella - . Se refería, Luisa Estela, al voto salvado de la magistrada Blanca Rosa Mármol de León, en el caso de los comisarios presos, por obra y gracia del sabanetero. Decía, Luisa Estela, que la Dra. Mármol de León, al salvar su voto y documentar debidamente las razones que tuvo para ello cometió, no sólo un acto de irrespeto al “máximo tribunal”, sino y sobre todo, un acto de reverente falta a la ética de un servidor público.
La escuché con asombro. Con el asombro interminable de quien ha escuchado muchas cosas dignas de risa y muchas otras dignas de horror. La escuche también con incredulidad: ¿cómo se atreve a dar lecciones de ética, la misma persona que ha puesto su firma en incontables casos donde los derechos más básicos de un ser humano han sido expoliados de manera burda y tramposa?
¿Cómo puede hablar de ética? Ella llegó allí gracias al apoyo de las huestes revolucionarias, para ejercer un mandato (cuya íntima concepción de servicio luce secuestrada) muy diferente a aquel con el que permitió que nuestra máxima esperanza de justicia ciudadana, fuera convertido en un burdel donde se compran y se venden dignidades para mantener un error en permanencia.
Ella tiene que saberlo mejor que nadie, ella no puede darse el lujo de descalificar la valentía de una magistrada, usando una palabra que, en su boca, suena a blasfemia pagada. Los demás pueden, aunque no deban, pero ella no. Ser presidente del Tribunal Supremo de Justicia exige posiciones equilibradas, aunque para perderlas te cubran de oro.
Exige también comprender cabalmente el significado ético de su cargo y ejercerlo a despecho de cualquier circunstancia; pero, eso es demasiado pedir en estos días.
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