Ando sin auto. Varios motivos se juntaron para dejarme convertido, de la noche a la mañana, en un merideño de a pie. Vivo en la zona norte y trabajo exactamente en el sitio más alejado que pude conseguir sin irme para Ejido: La Parroquia, un suburbio en el extremo sur del pueblo. Es un poco inútil detenerme a hablar de las penurias que padece el que, como yo, debe trasladarse a esos pagos sin un medio propio de transporte. Sencillamente es horrible; por eso el trole resulta tan útil, sobre todo ahora que ha ampliado su ruta y cubre la mitad de Mérida.
Funciona como cualquier trole del mundo: un autobús eléctrico que circula por un canal propio en el que no compite con otros autos (algunas veces, un loco se mete por ese canal, complica folclóricamente las cosas y no pasa casi nada) Sólo se detiene en las paradas señaladas, nunca va demasiado lleno y hasta ahora, muy demagógicamente, es gratuito. ¿Más ventajas? Es limpio, tiene aire acondicionado y está nuevecito.
Sin embargo, nosotros no podemos pasar lisos. La costumbre venezolana de dañar las bondades que creamos, tiene la mejor muestra en quienes dirigen el trole de Mérida. Empecemos por el horario: la mayoría de las personas trabajan de 8 a 12 y de 2 a 6. Mérida es una ciudad en la que la costumbre de almorzar en casa, devenida en necesidad por lo que todos sabemos, es sagrada. Pues bien, el trole funciona de 6:30 a 10 am y de 3:30 a 8 pm o algo así. Es decir: a las horas más importantes – las del mediodía – el trole se apaga. Sigamos: debido a que no hay ninguna relación entre el transporte público que existía y el trole, acceder a algunas estaciones es tarea de malabarismos en las que se arriesga la vida. Señores, el que usa el trole no tiene auto, llega en autobús: han debido pensar que la transferencia entre el autobús y la estación tenía que ser fácil. Pues no lo es, para nada. Además de caminar casi una cuadra - por la vía del trole - existen otras complicaciones que pertenecen a la edad y los huesos cansados. Hay otros detalles menores, como tickets innecesarios que no funcionan, torniquetes bloqueados y ciertas impuntualidades sin mayor importancia. Pero, no voy a echar a perder el goce de saber que contamos con un sistema de transporte público que, a pesar de los pesares, es eficiente. Lo que me gustaría es que quienes lo manejan, entiendan que también es perfectible.
Como todo en esta vida.
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