
Nótese que he
dicho presidente electo y que no ha sido un accidente (usted, que hace el favor
de leerme no ha visto mi cara en el momento de escribir esta nota, así que debo
aclarárselo) Pues, no, no lo hice por accidente. Lo hice por íntimo
convencimiento. Creo realmente que el mandato de quien está en Miraflores no
fue obtenido de manera “decente”, por
decir lo menos; pero, de ese tema, ya tendremos tiempo para hablar
extensamente. Hoy, me interesa el tema de la lucha no violenta, ante el que no quiero
parecer irreflexivo. Después de volver a
escuchar los gritos destemplados de “no volverán” (horrible apellido de una
revolución fracasada) y las arengas cargadas de odio del – igualmente
ilegitimo, pero por otras razones – presidente de la Asamblea Nacional y
¿segundo? a bordo; Después de la segunda ocasión en que, sin motivo aparente,
la trifulca en la misma Asamblea Nacional dejó ese montón de huesos
democráticos rotos…creer en que la resistencia pacífica es posible, se hace
cada vez más cuesta arriba. Creo, no obstante.
Creo que se debe
mantener; pero, creo que se debe profundizar en acciones que sean francamente
rompedoras, como no pagar impuestos, por ejemplo, a riesgo de lo que sea; como
sabotear en silencio sus iniciativas y aguantar el palo de agua; como agotar
instancias legales, (en este país están sucediendo tal cantidad de cosas, que
introducir varias demandas diarias, sería interesante) de ahí en adelante,
millones de actividades no necesariamente violentas podrían darle al gobierno de facto unas
cuantas jaquecas premenstruales.
Pero, creo
también, que no es este un tema que puede tomarse a la ligera. La resistencia
pacífica, por su carácter pacífico precisamente, es la que puede ponerlos (a
ellos) de peor humor. Una vez rebosada
la copa, mostrarán sus peores armas. Créanme, no habrá estadios en este país
suficientemente grandes para almacenar su odio. No habrá océano capaz de
sepultar las pruebas de su desespero.
¿Valdrá el esfuerzo entonces? Si, posiblemente sí. De lo que no estoy seguro es que ese esfuerzo
de paz, le acomode a esta manera de ser que, más que un trópico, es un calor
embrutecedor, un ansia permanente, una impaciencia imposible, una
inmadurez olímpica. Eso, justamente eso,
es lo que pude mandar al traste todo lo que, vestidos de blanco, nos
propongamos.
Ese es mi susto.
El susto que no se me sale del corazón desde el 14 de abril en la madrugada,
cuando supe que desconocíamos un resultado obtenido a lo mero macho. El susto que
me hace mirar tres veces por encima del hombro, tener ganas de encerrar bajo
siete llaves a mis sobrinos y buscar respuestas. Quizás, el padre de esas ansias permanentes soy yo;
pero, creer que pararnos en una esquina con una bandera blanca en la mano, un
esparadrapo cerrándonos la boca y ninguna preparación, nos pone a salvo de unos
días en la cárcel o de Los Tupamaros, por ejemplo, es, digámoslo pronto, una
idea suicida.
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