Tengo que empezar por decir que me sorprendieron varias
cosas: la primera, la puntualidad; graneaditas, las personas empezaron a llegar
a la Plaza El Llano cuando faltaban 20 minutos para las 12, de modo que
faltando 5 minutos para la hora acordada, ya habíamos logrado reunir un grupo
que rondaba las 75 personas. Suficiente
gente para proponer comenzar a la hora exacta que habíamos fijado. Esos últimos 5 minutos, debo admitir, fueron
un poco frenéticos; yo quería tener una gran asistencia y eso no se logró hasta
pasados esos últimos 5 minutos. En cambote comenzó a entrar gente que venia de todas las
esquinas de Mérida, todos con una o varias flores en las manos y, la mayoría,
rigurosamente trajeados de negro. Personas de todas las edades y orígenes a
muchos de los cuales no había visto jamás. Con ellos, los amigos de siempre y
los que no dejan de ir a nada que sean convocados. La asistencia de, al menos,
200 personas fue la siguiente sorpresa maravillosa.
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Al romper el círculo, después de una oración que nos une a todos y fue tan espontanea como nuestra presencia allí, nos saludamos con abrazos que no buscaban disimular ojos anegados en lagrimas que no dejamos salir. Sentí que habíamos hecho del dolor, un altavoz silente. Nuestras manos levantadas dijeron lo que tenían que decir, sellaron un compromiso para futuros encuentros y emprendieron el camino hacia la paz.
Nos quitaremos el luto cuando logremos hacer que la vida le gane a la muerte.
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