Al regresar de su trabajo, apenas si saludaba. Sentíamos su
presencia porque era reverencial, pero por poco más. Su habitación, perfectamente climatizada en
el calor insoportable de Valencia, era un lugar sagrado al que solo nos
aventurábamos en ocasiones de verdadera necesidad. Allí, en ese sancta sanctorum, empiyamado desde muy temprano, descansando en su
inmensa cama matrimonial, torcía un brazo por encima de su cabeza hasta
rodearla completamente y pasaba horas atizando un bigote negro que ya hubiera
querido para sí, Clark Gable. En el momento oportuno entraba a la cocina para
cenar y - si la ocasión lo ameritaba – caerse a palos (y a boleros) con mi papá.
Entre los dos, y los que fueran uniéndoseles,
unas cuantas botellas de ron daban
cuenta de algo que él me confirmó hace poco tiempo: aun sin la consanguinidad
de los otros, fue más hermano de mi padre que los seis Liendo que si lo
eran. Debe ser por eso que si alguna
cosa logra arrancarme en esta madurez llena de ausencias, mi tío Leopoldo me
produce, sobre todo, la emoción que
producen los afectos viejos, indelebles, fraguados en la Quinta Mis Nietos de
los años de El Trigal, insuperables.
Esta memoria, que es más que vida porque se vive varias
veces, ha sido el telón de fondo de mis
días de fin de año. Un telón que además tiene por soundtrack aquellos mosaicos de Billo´s que ya nadie baila ni
escucha y que suenan a Valencia en Noche Vieja, aunque ya no quede nada de la
ciudad de mi infancia. Suenan también a Chichiriviche; pero, sobre todo suenan
a la casa de los Romero y al placer de primear,
un arte que en mi familia, numerosísima, se perfecciona en el tiempo. Hace poco
leí por ahí una de esas cosas que circulan por las redes, haciendo referencia
al gusto de crecer con primos (es decir, lo que yo llamo “primear”) y aunque no me gusta utilizar memes de whatsapp como referencia para lo que escribo, hago la excepción del
caso porque, en mi caso, mis primos fueron mis primeros y más solidarios
amigos. Si por el lado materno crecí descubriendo las alegrías de una casa que tenía
su propio espacio para construir casas en los arboles; por el lado paterno viví
la libertad de corretear la vida misma, en compañía de una banda de primos que siguen
teniendo buen talante, ojos saltones y buena pinta y son rápidos para el
abrazo, la risa o la nostalgia feliz de unos tiempos que no se han ido porque aparecen
cada vez que nos vemos; ahora, para enseñar a sus hijos a mantener viva la
buena costumbre de encompincharse a la hora de comer, a la hora de beber y a la
hora de dormir. Cosa que visto lo que vi en estos días de playa, van
aprendiendo con meritos sobresalientes para enseñarme un universo al que poco a
poco me acostumbro, sorteando las improvisaciones de no haberlo hecho nunca y
no saber si lo hago bien: mis primos me han convertido en tío multitudinario
que agota sus despertares repartiendo Dios
los bendiga y se va a la cama pensando si todos habrán regresado, estarán
durmiendo y habrán de tener una buena noche.
Alguna cosa más, como la seria conversación en la que uno de ellos me abrió su corazón, honrándome, para dejar escapar cuitas de muchacho a la orilla de Cayo Varadero, será el
tesoro que vino conmigo para estrenar un 2015 que no pinta nada bueno, pero
debe venir leve gracias al buen augurio que significa haberlo recibido entre
amores tan auténticos.
Todo lo demás pertenece a nuestra historia, como el brazo que me machucó el rodillo de una lavadora en el patio de la casa de mi abuela o el recuerdo perfecto del día que Leo nos obligó a quedarnos despiertos, para descubrir con nuestros propios ojos la identidad del Niño Jesús de nuestros regalos navideños o los primeros cigarrillos fumados a hurtadillas en algún cayo de Morrocoy, o los presagios de una Ouija interrumpida por las bravuras de Ofelia. Las mesas rebosantes de comida, los tenderetes interminables de arepas para el desayuno y la dulce rudeza de una abuela a la que todos nos referimos en presente fue mi fiesta de noche vieja, la fiesta que significa siempre encontrarse con los primos.
Desde su silla, encanecido el bigote y disminuida su altivez por la insidiosa enfermedad, mi tio Leopoldo sigue siendo el hombre al que esta familia reverencia aunque haya pasado de protector a protegido. A su lado, como si el tiempo se hubiera empeñado en no dejarse notar, mi tía Gladys, la uña aporreada de mi papá, sigue en su empeño admirable de no juzgar, ni entrometerse en la vida de nadie (no conozco a nadie más que lo haga con la misma maestría) y alrededor de todos, un enjambre de sobrinas y sobrinos, listos para que uno los quiera hasta lo imposible porque son dueños de todo lo bueno y lo malo que tienen los Liendo y están ahí para que sepamos que la estirpe es perdurable en el tiempo y va por muy buen camino. Vendran tiempos difíciles, como no, pero este baño de cariño que significó diciembre servirá para mitigarlos. Para eso se hizo la familia.
Todo lo demás pertenece a nuestra historia, como el brazo que me machucó el rodillo de una lavadora en el patio de la casa de mi abuela o el recuerdo perfecto del día que Leo nos obligó a quedarnos despiertos, para descubrir con nuestros propios ojos la identidad del Niño Jesús de nuestros regalos navideños o los primeros cigarrillos fumados a hurtadillas en algún cayo de Morrocoy, o los presagios de una Ouija interrumpida por las bravuras de Ofelia. Las mesas rebosantes de comida, los tenderetes interminables de arepas para el desayuno y la dulce rudeza de una abuela a la que todos nos referimos en presente fue mi fiesta de noche vieja, la fiesta que significa siempre encontrarse con los primos.
Desde su silla, encanecido el bigote y disminuida su altivez por la insidiosa enfermedad, mi tio Leopoldo sigue siendo el hombre al que esta familia reverencia aunque haya pasado de protector a protegido. A su lado, como si el tiempo se hubiera empeñado en no dejarse notar, mi tía Gladys, la uña aporreada de mi papá, sigue en su empeño admirable de no juzgar, ni entrometerse en la vida de nadie (no conozco a nadie más que lo haga con la misma maestría) y alrededor de todos, un enjambre de sobrinas y sobrinos, listos para que uno los quiera hasta lo imposible porque son dueños de todo lo bueno y lo malo que tienen los Liendo y están ahí para que sepamos que la estirpe es perdurable en el tiempo y va por muy buen camino. Vendran tiempos difíciles, como no, pero este baño de cariño que significó diciembre servirá para mitigarlos. Para eso se hizo la familia.
Gracias primo,no esperaba menos de ti por eso te lo pedí porque sabia que ibas a escribir algo que solo tu sabes hacer (espero por tu libro y ojala sea muy pronto) estos días de verdad que pasarlo mejor seria muy difícil.Sabes que Mary todavía me dice que si fui maluco por lo del niño Jesús jajaja caray primo que vaina pero cosas de muchacho verdad? pero que agradable fue hablar y recordar tantas cosas.Por eso te doy las gracias a ti a Mayra y a Luis Jose por pasar este año viejo y nuevo con nosotros y esa Primada como tu bien la llamaste,pero tenemos una reunión pendiente y con el favor de Dios nos veremos en Diciembre ok. Asi que hermano del alma cuídate mucho Mary te manda un besote y los muchacho la bendición se te quiere un moootoon.
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