Anoche, para beneplácito de los colombianos, una nueva jovencita
veinteañera coronó, al poner sobre su cabeza la corona de Miss Universo 2015 a
pesar de su deficiente desempeño ante el micrófono y su precedente fama de
mujer antipática y conflictiva. ¿De qué se sirvió Paulina Vega, Miss Colombia
2015, para terminar la noche como protagonista de una historia de oropeles tan
rentables, que es el mismísimo Donald Trump quién la paga? De una figura
absolutamente escultural y una forma de lucirla reservada a ciertas
predestinadas. Más nada. Más allá de estériles elucubraciones acerca de su
inteligencia, Paulina Vega es, quien se atrevería a dudarlo, un hembrón de
mujer. Una creatura casi perfecta. Punto. A los jueces de Miss Universo les
interesa poquísimo el resto.
Mi anterior afirmación debería ser suficiente para dar por zanjado el asunto y pasar página; pero, soy venezolano (ayyyy Connie Méndez) y llevo en mis genes la insoslayable necesidad de convertir cada desfile de una Miss en el planeta, en un asunto de trascendental vida o muerte. No se puede hacer mas nada. Mi gentilicio me obliga a sostener, entre otras tonterías, que un año más “nos robaron la corona” y que Venezuela este año "no pudo cumplir el sueño" Además, soy opositor; ósea-me-da-cosita-que-no-haya-ganado-pero-por-lo-menos-le-sirve-para-que-los-chavistas-vean-que-ellos-no-ganan-nada-y-esa-tierrua-se-de-cuenta-de-que-no-puede-seguir-apoyando-esta-cosa-que-es-igualita-a-Cuba-tu-no-ves-que-nunca-hay-una-MissCuba-en-esos-concursos-por-algo-será- (o algo así…marico…)
Anoche, después de que la reina venezolana (que si, parece que apoya el régimen, but, so what?) entrara al cuadro de las diez semifinalistas (momento que se sintió igualito a cuando una tarjeta de crédito venezolana "pasa" en una tienda de Miami) y terminara su carrera hacia el trono en ese mismo lugar, era mucho más revelador seguir las incidencias del certamen por Twitter que engomarse a TNT (escuálido que se respeta lo ve por TNT, ni más faltaba) Sencillamente, el país se paralizó de derrota y todos los demonios, tan pregoneros como ejecutores de una libertad que no sabemos respetar, se coronaron campeones.
La pobre maracuchita que defendía el tricolor nacional fue satanizada en minutos, el motivo principal: el color ROJO de su traje de gala; al extremo que la comentarista de la transmisión televisiva hizo alusión al descontento de sus paisanos por la elección del atuendo. Atuendo que, dicho sea de paso, era horrible y le quedaba muy mal por muchas otras razones, no por su color, que le va muy bien a su piel mestiza, puesto que además es más color carrubio que rojo - del que no nos ponemos -
Migbelis Castellanos no logró convertirse en la octava niña venezolana que se corona Miss Universo y, mi sensación personal, es que junto a las suyas, las alegrías de un país al garete se hundieron un poco más. ¿Alguien puede explicarme por qué? Lo dudo mucho. Proclives como somos a poner las razones del orgullo patrio en los sitios más equivocados, la corona de Miss Universo se ha convertido desde hace décadas en un bien colectivo de incalculable valor, cuya suerte reposa en las ancianas manos de un cubano misógino al que hemos bautizado como “el zar de la belleza” y a pesar de su rocambolesco mal gusto personal, le reconocemos como bíblica cada palabra dicha en la materia. ¿Se puede entender? No. Por supuesto que no; pero, es que de la venezolanidad muy pocas cosas son entendibles. ¿De que le ha servido a Venezuela, al colectivo social que es esta equivocación geográfica, haber tenido siete ex Miss Universo (fabricadas a hojilla y cincel) en los últimos 30 años? ¿Es la mujer venezolana de 2015 más culta, más honesta, más estudiosa, más cultivada e incluso más bonita, gracias al ejemplo dado por su colmena de misses internacionales? ¿Nos salvaron nuestras reinas de la precariedad indigna en que vive la familia venezolana del siglo XXI? Es más: ¿dónde están, en este momento de oscuros devenires, las reinas que tanta emoción nos causaron la noche de su entronización?
Migbelis Castellanos no regresará al país ungida de gloria. Como usted y como yo, descenderá del vuelo comercial que la traiga de Miami en el más completo anonimato (lo cual en cierto modo es un alivio, nos libraremos de las astracanadas que implican el recibimiento de una corona de Swaroskys) Hará declaraciones a algún diario, se sentirá muy orgullosa "del papel desempeñado" y será tan olvidada como Verushka Ramírez o Inés María Calero. Venezuela seguirá su rumbo atropellado e incierto; pero, el próximo año por estas fechas, volveremos a poner nuestras vanas ilusiones de país, en la suerte de otra jovencita linda que puede llegar a brindarnos la emoción de un triunfo del que solo obtienen beneficio ella, sus más ínfimos amigos, Osmel y Venevision. ¿Tan chiquitos se nos han vuelto los 912.050 kilómetros cuadrados?
Mi anterior afirmación debería ser suficiente para dar por zanjado el asunto y pasar página; pero, soy venezolano (ayyyy Connie Méndez) y llevo en mis genes la insoslayable necesidad de convertir cada desfile de una Miss en el planeta, en un asunto de trascendental vida o muerte. No se puede hacer mas nada. Mi gentilicio me obliga a sostener, entre otras tonterías, que un año más “nos robaron la corona” y que Venezuela este año "no pudo cumplir el sueño" Además, soy opositor; ósea-me-da-cosita-que-no-haya-ganado-pero-por-lo-menos-le-sirve-para-que-los-chavistas-vean-que-ellos-no-ganan-nada-y-esa-tierrua-se-de-cuenta-de-que-no-puede-seguir-apoyando-esta-cosa-que-es-igualita-a-Cuba-tu-no-ves-que-nunca-hay-una-MissCuba-en-esos-concursos-por-algo-será- (o algo así…marico…)
Anoche, después de que la reina venezolana (que si, parece que apoya el régimen, but, so what?) entrara al cuadro de las diez semifinalistas (momento que se sintió igualito a cuando una tarjeta de crédito venezolana "pasa" en una tienda de Miami) y terminara su carrera hacia el trono en ese mismo lugar, era mucho más revelador seguir las incidencias del certamen por Twitter que engomarse a TNT (escuálido que se respeta lo ve por TNT, ni más faltaba) Sencillamente, el país se paralizó de derrota y todos los demonios, tan pregoneros como ejecutores de una libertad que no sabemos respetar, se coronaron campeones.
La pobre maracuchita que defendía el tricolor nacional fue satanizada en minutos, el motivo principal: el color ROJO de su traje de gala; al extremo que la comentarista de la transmisión televisiva hizo alusión al descontento de sus paisanos por la elección del atuendo. Atuendo que, dicho sea de paso, era horrible y le quedaba muy mal por muchas otras razones, no por su color, que le va muy bien a su piel mestiza, puesto que además es más color carrubio que rojo - del que no nos ponemos -
Migbelis Castellanos no logró convertirse en la octava niña venezolana que se corona Miss Universo y, mi sensación personal, es que junto a las suyas, las alegrías de un país al garete se hundieron un poco más. ¿Alguien puede explicarme por qué? Lo dudo mucho. Proclives como somos a poner las razones del orgullo patrio en los sitios más equivocados, la corona de Miss Universo se ha convertido desde hace décadas en un bien colectivo de incalculable valor, cuya suerte reposa en las ancianas manos de un cubano misógino al que hemos bautizado como “el zar de la belleza” y a pesar de su rocambolesco mal gusto personal, le reconocemos como bíblica cada palabra dicha en la materia. ¿Se puede entender? No. Por supuesto que no; pero, es que de la venezolanidad muy pocas cosas son entendibles. ¿De que le ha servido a Venezuela, al colectivo social que es esta equivocación geográfica, haber tenido siete ex Miss Universo (fabricadas a hojilla y cincel) en los últimos 30 años? ¿Es la mujer venezolana de 2015 más culta, más honesta, más estudiosa, más cultivada e incluso más bonita, gracias al ejemplo dado por su colmena de misses internacionales? ¿Nos salvaron nuestras reinas de la precariedad indigna en que vive la familia venezolana del siglo XXI? Es más: ¿dónde están, en este momento de oscuros devenires, las reinas que tanta emoción nos causaron la noche de su entronización?
Migbelis Castellanos no regresará al país ungida de gloria. Como usted y como yo, descenderá del vuelo comercial que la traiga de Miami en el más completo anonimato (lo cual en cierto modo es un alivio, nos libraremos de las astracanadas que implican el recibimiento de una corona de Swaroskys) Hará declaraciones a algún diario, se sentirá muy orgullosa "del papel desempeñado" y será tan olvidada como Verushka Ramírez o Inés María Calero. Venezuela seguirá su rumbo atropellado e incierto; pero, el próximo año por estas fechas, volveremos a poner nuestras vanas ilusiones de país, en la suerte de otra jovencita linda que puede llegar a brindarnos la emoción de un triunfo del que solo obtienen beneficio ella, sus más ínfimos amigos, Osmel y Venevision. ¿Tan chiquitos se nos han vuelto los 912.050 kilómetros cuadrados?
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