Si me tocara definirme diría, entre otras cosas,
que soy un hombre clase media no muy ajeno a ciertos sueños de grandeza, Me
gusta vivir bien - no me ruboriza decirlo - después de todo, quienes me conocen no dudarían
en tacharme de sifrino. Me gusta la
buena mesa, la buena ropa y las cosas bonitas. Ni siquiera es mi culpa, algo
debo haber traído en los genes pues, tanta necesidad de rodearme de comodidades
que a la mayoría de mis congéneres no les importan, sigue siendo un misterio que
no logro entender y que convertí en modo de vida, sin problema alguno. No soy
el único, por suerte; tal vez porque los burros se juntan para rascarse, estoy
rodeado de personas que se me parecen mucho. Todos, sin excepción, sabemos que
en la Venezuela del siglo XXI cada vez es más difícil mantener ese estilo de
vida: no, la permanencia de la clase media no está amenazada, la clase media
venezolana está siendo abiertamente atacada con la intención clarísima de
acallar algo más que su voz.
Hay una diferencia fundamental entre ser rico (rico
de verdad) y ser lo que somos nosotros; los ricos podrían prescindir de
trabajar si quisieran y no verían mermar sus comodidades habituales. Nosotros
no. Nosotros necesitamos trabajar muy duro para mantener nuestro entorno como
nos gusta tenerlo y no tenemos tiempo sino
para disfrutar de lo que logramos como premio al esfuerzo. No para
presumir de ello, por cierto; sobre todo, si recordamos que, como nos pongamos
a mostrarlo, todo eso que tanto nos ha costado conseguir (desde un teléfono de
última generación hasta un par de zapatos, pasando por las dos o tres joyas de
familia) se puede perder en un segundo y con ello, aparejada, la vida. Usar, o vestir, las “cosas buenas” que
tenemos se ha convertido en nuestra peor indiscreción. Obtenerlas, nuestra
mayor proeza.
Es posible que suene demasiado frívolo, incluso
grandilocuente; quizás ese universo gigante que es nuestra clase media no vea
necesario que alguien levante la voz por ellos y les defina. Aun así, me atrevo
a ser uno más de los que sostiene (porque lo soy) que la clase media venezolana
atraviesa uno de los momentos más peligrosos de su existencia (porque lo vivo) y
con ella, el futuro del país.
¿Por qué me uno a ese coro – algunos le dirán, de
plañideras - que se empeña en sostener,
a pesar de lo que profesionales mejor versados opinen, que Venezuela siglo XXI
va en camino de aniquilar su clase media? Pues, porque históricamente ningún país en el que se
ha impuesto un régimen como el nuestro, ha mantenido la clase media en su lugar,
por una razón extrañamente simple: la clase media es el motor que mueve el
capitalismo, es el sostén principal de los grandes centros de consumo, cree en
la oferta y la demanda y es apasionada del trabajo. Nosotros, la clase media, trabajamos
incansablemente para costear nuestros gustos, por eso, necesitamos estabilidad
para que nuestros días de 12 o 14 horas alcancen su objetivo; además, sabemos cómo
se hace eso, viviendo en sociedad. Es decir, viviendo en los mejores términos
posibles con quien está a nuestro alrededor.
Ninguna de esas cosas cabe en el manual revolucionario.
Ahora bien, posiblemente el problema de Venezuela,
de la Venezuela de hoy, trasciende el hecho - posiblemente tonto - de admitir
que tiene una clase media en camino de extinción pues, empezando por la
terrible corrupción y la falta absoluta de liderazgo constructivo en que nos
movemos día a día, todo lo demás no deja de ser una pequeña cuenta en nuestro
rosario de tragedias. Pero, los grandes países existen y son grandes porque han
sabido darle un lugar a su clase media.
Han hecho lo posible por mantenerla “contenta” satisfaciendo sus necesidades
más importantes. Es decir, la posibilidad de tener una casa, un carro y algunos
bienes en situación de relativa seguridad; aun mejor, le facilitan el camino
(tortuoso siempre) por el que debe transitar para obtenerlo. El progreso, y me
perdonan los profundísimos intelectuales que estudian estas cosas muy
sabiamente, se basa en eso y en nada más: usted le hace fácil la vida la clase media y está se multiplicará en
beneficio de su comunidad, pues sencillamente a nadie, absolutamente nadie, le
gusta vivir mal.
Hasta aquí, muy bien; pero, ¿saben ustedes cuantos
años de salario mínimo acumulado necesita un venezolano para comprar un
automóvil nuevo?: (en el caso muy improbable de que lo consiga a “precio
justo”) 27 años, según todos los
cálculos. No voy a escribir aquí lo que ese mismo venezolano necesita trabajar
para comprar una casa medianamente decente.
Esas cifras pueden rebatirse fácilmente argumentando que no se llama
clase media a nadie que viva con un sueldo mínimo, sobre todo con el sueldo mínimo
miserable que se gana en este país en este momento. Y de ser así, estoy de
acuerdo. Pero es a partir de un sueldo que se gane trabajando, como un
profesional construye una vida que lo lleva a subir niveles de vida. Y he
dicho, recalcando, TRABAJANDO. No de otra forma. Pero, resulta que ahora
trabajar – formalmente - comienza a ser una actividad de la que los venezolanos
van a prescindir por obra de un gobierno, que además de no querer que sus
habitantes vivan con comodidad, tampoco los quiere cultos, esforzados y
exitosos.
Cabe suponer, entonces, que la medida del éxito en
la Venezuela del siglo XXI, se mide por cuantos rollos de papel higiénico
lograste colocar en el mercado negro esta semana o cuantas latas de atún lograste
obtener en el último saqueo a un camión que transportaba mercancía.
No hay duda – ninguna - de que la falla más
importante de las llamadas revoluciones comunistas es la creación del hombre
nuevo. Nadie lo ha logrado. Punto.
Bien dicho, Juan Carlos!
ResponderEliminarPara la generación de mis padres la aspiración era obtener una educación y mejorar la calidad de vida, hacerse de clase media. Para la nuestra ha sido aferrarnos a lo poco que nos queda de dignidad. Y para los que han crecido en este desconsuelo?
Una clase media sólida, de profesionales y técnicos bien educados, con ganas de vivir bien y conquistar una mejor vida para sus hijos, con conciencia social ambiental, políticamente activa, culta, es el motor de una democracia. Sobre todo en el futuro cercano, cuando el trabajo de la clase obrera en fábricas sea sustituido por la robótica.
Lamentablemente, la "visión" de los que nos desgobiernan es crear dos clases: la de los buhoneros y la de los pranes. Conformes, sin sueños, serviles al poder.