No sé bien a qué hora exacta se produjo la noticia
que tiene a toda Venezuela en estado de postración; pero, yo me enteré como a
las once de la mañana, minutos más minutos menos, gracias al escándalo que se
armó en todos los artilugios de comunicación del siglo XXI - todavía no se si
para bien o para mal estoy, quizás excesivamente, conectado a los
acontecimientos diarios por medio de cuanto chismógrafo existe - Si bien al
principio la información era bastante confusa, los detalles más aviesos del nuevo
esquema cambiario destinado a quienes esperan viajar al exterior, empezaron a
tener claridad de mala noticia, poco antes del mediodía del pasado viernes 10
de abril. Llegado el momento de almorzar, la mayoría de las personas que
conozco estaban de malas pulgas cambiarias.
No es para menos, reducir sin aviso el monto de un “privilegio”
que la mayoría de los venezolanos considera
un derecho derivado de la conciencia de vivir en una sociedad petrolera –
rentista, fallida en enseñar a su gente a ganarse el pan con el sudor de su
frente es, ni más ni menos, la peor de las muchas malas nuevas en las que el régimen
es pródigo. De pronto, el "dinerito extra" que una infinidad de
personas reciben como producto de las más inverosímiles transacciones (ilícitas
en su esencia) con divisas baratas, se esfumaba de un presupuesto doméstico
bastante apaleado ya por las circunstancias. Y las intenciones, realizables o
no, de disfrutar unas merecidas vacaciones en algún paradisiaco lugar del
"extranjero" (Si, para los venezolanos de hoy, paradisiaco incluye
Miami) por lo menos se ponían en cuarentena. ¿Por qué? Pues porque este
gobierno perverso nos hizo creer a la mayoría de los venezolanos (sorry, pero I me absolvo) que la fuente de la que manaban dólares, a un precio ridículamente
barato, no iba a secarse jamás a pesar de la desmedida ambición corrupta de cualquier
bicho de uña cercano tangencialmente al poder. No era cierto. Como tampoco ha
sido cierto nunca el 90% de las promesas o de los inventos populistas
acuñados por el difunto y perpetuados por sus secuaces. Le dimos tanto palo a
la piñata que la secamos inmisericorde entre todos. Y, claro está, tendremos
que llorar estas y otras penurias.
Es altamente probable que la inmensa mayoría de los
que me leen utilicen y hayan utilizado siempre sus dólares de viajero, para
viajar. Además, para viajar en plan disfrute de vacaciones. También lo es que
pertenezcan a ese raro grupo de paisanos que al empezar el año fiscal que les
corresponde, liquiden sus dólares de Internet comprando una Gift Card de Amazon (¿Amazon sabrá qué –
alto - porcentaje de su negocio tiene
que agradecérselo a los venezolanos?) por lo tanto es posible que se molesten
cuando sostengo que una buena razón para justificar esta nueva tropelía del desgobierno,
puede hallarse en el enjambre de inmorales coterráneos que utiliza “su cupo”
para conseguirse de cualquier manera ilícita, un buen rebusque. Sin embargo, no
es la única ni la más válida de las razones: el desgobierno limitó el
otorgamiento de dólares para viajeros, porque no tiene dólares que otorgar. Eso
está más claro que el agua (que hace años no sale clara de las tuberías, por
cierto) y además porque el régimen tiene una desesperada necesidad de controlar
nuestros pasos, entre otras cosas. Seguramente también, porque en alguna de esas
mentes podridas que se instalan en las cercanías del poder ejercido desde la
tumba, alguien debe haber pensado que esa es una buena forma de embromarle la
vida a la clase media. Júntelo todo y tendrá la justificación a la mano. Pero,
eso no es lo que importa. Voy más allá y ruego me perdonen: Si hemos repetido
hasta el cansancio que la única limitación para ir de viaje, debe ser la
capacidad económica del viajero; ¿de dónde sacamos los venezolanos que “el cupo
CADIVI” es la pócima mágica del que quiere viajar? Se me antoja una respuesta:
de la perversa manía gobiernera de hacernos creer todo lo que es falso y de
nuestra escasa capacidad para discernir lo que es falso-falso de lo que es
probablemente un poco cierto. Por ejemplo: falso-falso es que, con una economía
como la que tenemos, pueda existir un dólar a 12 bolívares o algo así. Mucho más
falso es que ese dólar de embuste, sea un derecho. ¿Un derecho de que tipo? Yo
se que sueno a gobiernero y eso me aterroriza, pero viajar (un lujo ciertamente
superfluo) debe valer lo que vale: es decir, lo que cada quien puede permitirse
de acuerdo a sus ingresos. Lo que sucede
es que el problema - que hemos reducido a la frívola bagatela de un siniestro
“cupo” de dólares al que se supone debemos tener acceso los venezolanos - es en
realidad que nuestra economía (la del país, no la de nuestros bolsillos) no
está como para vacaciones.
El asunto no es disponer de la limosna de unos
dólares a precio ridículo, cuya presencia es bastante virtual pues la mayoría
de las veces dependen de que la tarjeta de crédito “pase” en el hotel, restaurant
o tienda. El asunto es que estamos viviendo “de chiripa” y eso se nota, sobretodo,
en nuestra capacidad para sacarnos este
desastre de encima metiéndonos en un teatro del primer mundo: sin boletos
aéreos, sin facilidades para tramitar documentos de viaje, sin aeropuertos
relativamente cómodos, sin la seguridad de que al pasar por el mostrador de
migración no nos darán una sorpresa desagradable; pero, sobre todo, sin saber
si amaneceremos vivos en la fecha escrita para aterrizar en Paris, Miami o Roma,
¿Cómo puede ser que el problema sea conseguir una tarjeta de crédito de la
Banca Pública con la cual tramitar unos dólares que no existen?
Francamente, si “los camaradas” han tenido éxito en
algo, sin duda su logro mayor es habernos convertido en este pueblo de borregos
hipnotizados dispuestos a creerse lo bueno, (que es poquísimo) lo malo y lo peor, saltando de rumor en rumor
para fabricarnos derechos que no existen y peligros que no son los que son y
luego, saltarnos a la torera todas las
normas y leyes que ellos mismos se inventan.
Por cierto, valga una anécdota para ilustrar “eso”
en lo que nos hemos convertido: Alrededor de las tres de la tarde del mismos viernes
fatídico, un ex alumno de 18 años de edad, líder de la juventud de un conocido partido
de oposición y gente “de muy buen ser” me llamó para ofrecerme las tarjetas de
cualquier banco público que yo escogiera por la módica suma de 60 mil bolívares. Según él, disponía de 30
otorgamientos de tarjeta que le habían sido asignados para la venta y a esa
hora (apenas 3 o 4 horas después del anuncio de las medidas) tan solo tenía
dos, uno de los cuales pensaba vendérmelo a mí, para su desconsuelo.
De verdad, ¿es posible que sigamos convertidos en
un bululú de gente con las manos en la cabeza por la-barbaridad-que-nos-hicieron-con-CADIVI (o como sea que se llame
bolivarianamente) pero paguemos por una tarjeta de crédito a un muchachito que
no sabe alimentarse solo, o es que algún día de estos, por milagro divino,
vamos a empezar a comportarnos como gente grande?
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