“No hay unión más
profunda que la del matrimonio, pues encarna los más altos ideales de amor,
fidelidad, devoción, sacrificio y familia. Al formar una unión marital, dos
personas se convierten en algo más grande de lo que eran previamente. Tal como
demuestran los solicitantes en estos casos sometidos a la corte, el matrimonio
encarna un amor que puede sobrevivir incluso más allá de la muerte. Sería una
incomprensión decir que estos hombres y mujeres irrespetan la idea del matrimonio.
Ellos han hecho sus peticiones, porque la respetan, y la respetan de manera tan
profunda, que ansían encontrar la
plenitud de lo que significa para ellos mismos. Su esperanza es la de no ser
condenados a vivir en soledad, excluidos de una de las instituciones más
antiguas de la civilización. Piden igual dignidad ante los ojos de la ley.
La Constitución les otorga ese derecho.
Así queda ordenado.”
La Constitución les otorga ese derecho.
Así queda ordenado.”
Ese párrafo, convertido en cuestión de minutos, en el más
famoso – y quizás uno de los más hermosos –
textos jurídicos emanados de Tribunal alguno, en los últimos años,
resume de manera casi poética, el triunfo más importante que en materia de
derechos civiles ha conquistado un país, en este planeta convulsionado del
siglo XXI. Con esa magnífica declaración de principios, la Corte Suprema de
Justicia de Los Estados Unidos de América,
anuló la potestad que tenían algunos estados de la unión americana, de
prohibir el matrimonio entre personas del mismo sexo; al hacerlo, abrió las
puertas para que los norteamericanos que lo deseen, realmente, puedan casarse
con quien les dé la gana. El dictamen, que en segundos le dio la vuelta al
mundo, ha sido visto como un triunfo exclusivo de la comunidad Gay
norteamericana; pero, reveló, como nunca antes lo había hecho una de sus
acciones domesticas, que el gobierno de los Estados Unidos realmente rige al
mundo. La apertura de ese país en particular, (Basado en un dictamen que
rescata para la historia la validez – desprestigiada - del amor diciendo algo tan simple como “Tal como demuestran los solicitantes en
estos casos sometidos a la corte, el matrimonio encarna un amor que puede
sobrevivir incluso más allá de la muerte”) después que, por ejemplo, una
inmensa mayoría de los países miembros de la Comunidad Europea, ya habían
otorgado ese derecho a sus ciudadanos, ha servido como sello de aprobación
necesario para que el mundo entero revise sus niveles de tolerancia y eche a
andar hacia el futuro. Nunca como ayer, el poder inmenso de las políticas
norteamericanas ha quedado tan indudablemente registrado en el mundo. Los símbolos
de tal poder y la inmediatez de las redes sociales, lo han dejado claro: detrás
de Estados Unidos, se forma la cola. Delante, se para la inmensa suerte – y la
tozudez - de un hombre: Barack Obama. El
primer presidente negro de los Estados Unidos de América. El Campeón de los
Derechos Civiles de los homosexuales y los excluidos, el hombre que, discretamente
y sin vacilar, ha cruzado un océano infectado de tiburones para decir algunas
cosas importantes sobre la suerte de los condenados a vivir en soledad su
aislamiento. Solo falta que logre una enmienda migratoria que haga realidad el
sueño de millones y pasará a la historia como el merecedor de un premio Nobel
que, todavía hoy, a muchos nos parece un despropósito; aunque no dependa de su gestión el dictamen
de la corte, ni sea él quien haya llevado el país más poderoso del mundo a
fajarse duro a favor de la libertad. Mal que les pese a muchos.
Sin embargo, el dictamen de la corte (admito que se me
saltan las lágrimas cada vez que leo aquello de “Sería una incomprensión decir que estos hombres y mujeres irrespetan
la idea del matrimonio. Ellos han hecho sus peticiones, porque la respetan, y
la respetan de manera tan profunda que ansían encontrar la plenitud de lo que
significa para ellos mismos”) no puede - no debe - ser visto como un
triunfo excepcional de la comunidad GAY; un grupo humano que posiblemente
cuente por el 10% de la población mundial, según muchos estudios, objeto de
todo tipo de vejaciones – y de algunos privilegios desprendidos,
paradójicamente, de tales vejaciones –
No, el dictamen de la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos,
autorizando el matrimonio igualitario en todos los Estados de la Unión
Americana, tiene que ser visto como un triunfo de la humanidad entera; por eso,
posiblemente, levantará tanta roncha. Tiene que ser visto como en su momento se
vio el fin de las discriminaciones basadas en el color de la piel, o como se ha
visto la inclusión de niños con dificultades especiales en los programas de
aprendizaje tenidos por “normales”. Tiene que verse como un paso, muy
necesario, hacia el momento en que no haga falta explicar cómo y porque una
persona decide amar a otra, (a otra, no a una específicamente asignada) aunque
sea por unos minutos. Tal vez, ese sea el gran logro de una sentencia que en el
fondo, aunque se adorne como quiera adornarse, tiene mucho de absolutoria. Ahora
pueden casarse: Salgan del clóset, por favor.
Confieso que me emocioné muchísimo cuando me enteré. Pensé en amigos que están preparando sus bodas y en otros que se atrevieron a dar el paso y pensé mucho en los años que llevo oponiéndome al matrimonio como institución. Entonces leí el párrafo que se ha hecho viral en segundos. Leí sus muchas interpretaciones, sus muchas traducciones al español, hechas de manera apresurada por amigos que necesitaban gritarlo al mundo y me conmovió enormemente el concienzudo escoger de palabras que apelan al más simple de los actos de amor del ser humano. Lo leí, repito, hasta entender cabalmente lo que dice y me detuve en sus palabras finales: “Su esperanza es la de no ser condenados a vivir en soledad, excluidos de una de las instituciones más antiguas de la civilización. Piden igual dignidad ante los ojos de la ley” Dignidad, caramba…! Dignidad !
Comprendí que los magistrados se referían a la esperanza de personas. Personas como yo, como usted que hace el favor de leerme; personas. Y en ese momento, como si de una epifanía se tratase, entendí el verdadero significado del dictamen: El arco iris no es exclusiva pertenencia de quienes han decidido amar de manera distinta. La inclusión no se limita a la comunidad LGBT del norte. La Corte Suprema de Los Estados Unidos de América, le dijo al mundo (en un apretado teje-maneje muy parecido a decidir por penaltis) que, a pesar de lo mucho que muchos lo adversan, es verdad que para ellos, primero es la gente.
Y entonces yo sentí que ayer, el mundo amaneció siendo un poquito más ancho y un poquito menos ajeno. A pesar de todo.
Confieso que me emocioné muchísimo cuando me enteré. Pensé en amigos que están preparando sus bodas y en otros que se atrevieron a dar el paso y pensé mucho en los años que llevo oponiéndome al matrimonio como institución. Entonces leí el párrafo que se ha hecho viral en segundos. Leí sus muchas interpretaciones, sus muchas traducciones al español, hechas de manera apresurada por amigos que necesitaban gritarlo al mundo y me conmovió enormemente el concienzudo escoger de palabras que apelan al más simple de los actos de amor del ser humano. Lo leí, repito, hasta entender cabalmente lo que dice y me detuve en sus palabras finales: “Su esperanza es la de no ser condenados a vivir en soledad, excluidos de una de las instituciones más antiguas de la civilización. Piden igual dignidad ante los ojos de la ley” Dignidad, caramba…! Dignidad !
Comprendí que los magistrados se referían a la esperanza de personas. Personas como yo, como usted que hace el favor de leerme; personas. Y en ese momento, como si de una epifanía se tratase, entendí el verdadero significado del dictamen: El arco iris no es exclusiva pertenencia de quienes han decidido amar de manera distinta. La inclusión no se limita a la comunidad LGBT del norte. La Corte Suprema de Los Estados Unidos de América, le dijo al mundo (en un apretado teje-maneje muy parecido a decidir por penaltis) que, a pesar de lo mucho que muchos lo adversan, es verdad que para ellos, primero es la gente.
Y entonces yo sentí que ayer, el mundo amaneció siendo un poquito más ancho y un poquito menos ajeno. A pesar de todo.
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