Como sucede con más frecuencia de la que nos gustaría aceptar, nuevamente
la intervención del hombre nuevo ha reventado los índices de audiencia de todas
las redes comunicacionales de las que, los inconformes del siglo XXI, nos
valemos para dejar salir el vapor de nuestra desgracia. Esta vez, una
jovencísima candidata a diputada "de ellos" hace gala de toda
la buenamozura de sus implantes estéticos para mandarnos, literalmente, a
sembrar Acetaminofen, después de tomarnos un guarapito de papelón, como
infalible medida para combatir la escasez abrumadora tanto del analgésico como
del café. Lo hizo, seguramente por error, mientras se dirigía a un - no muy
nutrido, todo hay que decirlo - auditorio en lo que, presumo, era un acto
proselitista. Alguien lo grabó (alguien "de ellos" valga
acotar) y lo puso a circular dentro de la inefable autopista de la información.
En segundos, el video, viralizado, se había convertido en un MEGA HIT.
Más allá de toda consideración, baladí, sobre el contenido de la desafortunada alocución de esta pobre muchacha inexperta, encandilada por su obligación de postrarse "rodilla en tierra" para escalar una cuesta que de otro modo no podría ni empezar a andar, el video de pocos segundos de duración (es llamativa la cantidad de faux pas que pueden cometerse en minuto y medio) refleja, una vez más, una verdad que debería apabullarnos puesto que enciende alarmas de muchos decibeles: el nivel de formación de nuestros jóvenes es verdaderamente un horror. Y no lo digo por el hecho obvio de que una pastilla analgésica no crece en un árbol; me refiero, más bien, a un pensamiento que, por lo menos a mí, algunas veces me causa insomnio: cuanto hemos fallado, los que alguna vez hemos tenido la oportunidad de enseñar, en convencer a nuestros muchachos de una verdad inmensa porque siendo sencilla es de las mejores enseñanzas que dejarse pueda: la mejor palabra es la que no se dice; o, como mínimo, es la que se piensa antes de ser dicha aunque la ocasión exija inmolarse.
La recomendación de la joven estrella mediática, (dueña, además de un cabello apropiadamente queratinizado, de credenciales "académicas" de doctora en educación) se pasea también por una revisión aun más preocupante: lo crea usted o no, es la oposición, somos nosotros, los indignados, quienes hemos convertido a esa innecesaria jovencita en una súper estrella. Peor aún, somos nosotros, sus adversarios, quienes hemos dado pie a las más absurdas y enconadas defensas de su dislate. Resulta que ahora, gracias a nosotros, el Acetaminofen de tan difícil alcance es una planta llamada boldo, ampliamente conocida en los andes venezolanos, por cierto, y supremamente peligrosa si se consume a lo loco; es decir, a lo venezolano. He llegado a leer - redes sociales mediante - un ensayo, de carácter convenientemente cuasi científico, en el que la matica de marras, podría conseguirle una medalla a la niña que nos mandó a cultivarla. El motivo: todos los "memes" y todas las burlas que hemos puesto a correr, quienes nos creemos incapaces de tan desmedidos errores y lo pregonamos sin misericordia a lo largo y ancho del infinito mundo virtual.
Sembrar Acetaminofen, después de todo, ya no parece tanto un despropósito, aunque estoy seguro que su cosecha correrá idéntica suerte a los gallineros verticales, las toallas sanitarias reusables o los planes de desarme. La efímera - y paradójicamente sustantiva - fama de la agraciada representante de la mujer venezolana del siglo XXI, dará pie a nuevos episodios (siempre sucede: quien mete la pata una vez, lo volverá a hacer, seguro, amparado en nosotros, su auditorio cautivo) y la legión de opositores de sofá y teclado, perderemos nuevamente la oportunidad de aprender una lección que sigue siendo lamentablemente esquiva: el perverso efecto boomerang de las comunicaciones globalizadas por la inmediatez de un smartphone, resumido - magistralmente - hace 500 años por el ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha cuando dijo a su acompañante,
Más allá de toda consideración, baladí, sobre el contenido de la desafortunada alocución de esta pobre muchacha inexperta, encandilada por su obligación de postrarse "rodilla en tierra" para escalar una cuesta que de otro modo no podría ni empezar a andar, el video de pocos segundos de duración (es llamativa la cantidad de faux pas que pueden cometerse en minuto y medio) refleja, una vez más, una verdad que debería apabullarnos puesto que enciende alarmas de muchos decibeles: el nivel de formación de nuestros jóvenes es verdaderamente un horror. Y no lo digo por el hecho obvio de que una pastilla analgésica no crece en un árbol; me refiero, más bien, a un pensamiento que, por lo menos a mí, algunas veces me causa insomnio: cuanto hemos fallado, los que alguna vez hemos tenido la oportunidad de enseñar, en convencer a nuestros muchachos de una verdad inmensa porque siendo sencilla es de las mejores enseñanzas que dejarse pueda: la mejor palabra es la que no se dice; o, como mínimo, es la que se piensa antes de ser dicha aunque la ocasión exija inmolarse.
La recomendación de la joven estrella mediática, (dueña, además de un cabello apropiadamente queratinizado, de credenciales "académicas" de doctora en educación) se pasea también por una revisión aun más preocupante: lo crea usted o no, es la oposición, somos nosotros, los indignados, quienes hemos convertido a esa innecesaria jovencita en una súper estrella. Peor aún, somos nosotros, sus adversarios, quienes hemos dado pie a las más absurdas y enconadas defensas de su dislate. Resulta que ahora, gracias a nosotros, el Acetaminofen de tan difícil alcance es una planta llamada boldo, ampliamente conocida en los andes venezolanos, por cierto, y supremamente peligrosa si se consume a lo loco; es decir, a lo venezolano. He llegado a leer - redes sociales mediante - un ensayo, de carácter convenientemente cuasi científico, en el que la matica de marras, podría conseguirle una medalla a la niña que nos mandó a cultivarla. El motivo: todos los "memes" y todas las burlas que hemos puesto a correr, quienes nos creemos incapaces de tan desmedidos errores y lo pregonamos sin misericordia a lo largo y ancho del infinito mundo virtual.
Sembrar Acetaminofen, después de todo, ya no parece tanto un despropósito, aunque estoy seguro que su cosecha correrá idéntica suerte a los gallineros verticales, las toallas sanitarias reusables o los planes de desarme. La efímera - y paradójicamente sustantiva - fama de la agraciada representante de la mujer venezolana del siglo XXI, dará pie a nuevos episodios (siempre sucede: quien mete la pata una vez, lo volverá a hacer, seguro, amparado en nosotros, su auditorio cautivo) y la legión de opositores de sofá y teclado, perderemos nuevamente la oportunidad de aprender una lección que sigue siendo lamentablemente esquiva: el perverso efecto boomerang de las comunicaciones globalizadas por la inmediatez de un smartphone, resumido - magistralmente - hace 500 años por el ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha cuando dijo a su acompañante,
-Ladran
los perros, Sancho, es señal de que avanzamos...
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