No todos los objetos
viven historias similares. A lo mejor, dependiendo del sitio en que se
encuentren, a una muñeca de trapo le tocará vivir una vida completamente
distinta a la de una licuadora. O a la de un piano, por ejemplo. A la de un
piano que haya tenido la mala suerte de nacer para salones principescos y ha
terminado sus días en el Aula Magna de la Universidad sin dolientes de una
lluviosa ciudad tercermundista con pretensiones de culta. Un maltratado piano
de cola que ha dado de sí sus mejores notas y hoy sirve para desafinar
conciertos, muy a pesar suyo, afinando los chismes que cuentan, al detalle, la
historia de cómo el país, desvencijado, ha logrado colar sus mediocridades
hasta aquellos lugares que algunos ilusos considerábamos tan sagrados, como esa
familia de instrumentos musicales que, sin ton ni son, estuvieron intentando
hacerle honor a la palabra orquesta hasta el día que, un francés “de la nada”, apareció para hermanarlos en agrupación con
propósito y mucho de mejor son: La
Orquesta Sinfónica de Mérida.
Los escuché por primera vez hace algunos años, recién llegado
a mi casa con el mal habito de la música culta y la nostalgia de los conciertos
dominicales (o sabatinos o de cualquier día de la semana) y francamente me
parecía que no sonaban a nada conocido, que su repertorio no era interesante y
que el desgano, si acaso algo, era la máxima energía que los movía. Dejé de
escucharlos. Me parecía inútil perder un par de horas en salas prácticamente vacías,
atendiendo un grupo de músicos que si tenían algo, tenían una gran falta de
ángel; hasta que un día de hace no tanto tiempo, un amigo logró convencerme de
acompañarlo a escuchar el concierto que dirigía un hombre diminuto, mal
encarado, imposiblemente delgado y con nombre de musiú. Sonaron bastante bien
- no llegaron a la excelencia de otras agrupaciones que he tenido la suerte de
escuchar, en Caracas, por ejemplo – pero, sonaron muchísimo mejor de lo que guardaba en mis recuerdos. Ese día, entonces, un aire de optimismo
esperanzado hizo que decidiera volver a convertirme en escuchador ansioso – aunque mis amigos digan que es imposible –
de sus prodigios musicales “cultos”. Discretamente, casi siempre solo, me
dejaba caer en alguno de los pocos auditorios merideños, cerraba los ojos y me dejaba llevar por la
melodía de una orquesta que cada vez sonaba mas a orquesta. A orquesta que se
preocupaba por sonidos afinados y repertorios curiosos, de buen gusto.
Hace un par de años (¿o fueron tres?, no se con exactitud) me enteré que mi amigo Armando Holzer, venía a dirigir la ambiciosa producción de una de mis operas favoritas – original en eso no soy para nada – Carmen, la historia de la tabaquera y el torero, que Bizet decidió musicalizar con tan buen tino; y, la verdad, me quedé de una pieza. Ópera en el pueblo, en medio del caos indescriptible, era mucho más de lo que podía esperar. No voy a contar la historia de ese montaje del que tanto se ha hablado, no viene a cuento, voy a hablar de la suerte de tener, para esa ocasión, a un director de orquesta que, por lo menos, era osado, además de buen director. Antipático, raro y mal encarado, cierto. Pero, exigente, responsable, conocedor de su oficio y ambicioso. Tal vez muy ambicioso en el empecinamiento de convertir esa orquesta de pueblo en una buena orquesta de ciudad. Lleno de planes (de los que alguna vez tuve la suerte de enterarme, porque uno siempre se entera de todo lo que acontece en la meseta, como bien dijera un buen amigo mío hace poco) y dispuesto a enfrentar algunos obstáculos para permanecer haciendo lo suyo en la ciudad que, entre otras cosas, le había regalado el amor de la madurez, ese que se vive con toda la seriedad del mundo, porque quizás es el ultimo. Si, Christophe Talmont, el maestro del que no soy amigo, se estaba dejando el resto, su resto, para lograr un trabajo musical que fuera más allá de la batuta y el escaño de director.
El detalle es que el maestro Talmont no sabía que, en el país del siglo XXI, incluso dirigir una orquesta hasta arrancarle sonoridades precisas, por más que sea tarea conocida, se enfrenta irremediablemente - y en desventaja - a los fantasmas de nuestra mediocridad, a la manía de no tomarnos en serio, a la pena de irrespetar lo que somos, cuando decidimos por ejemplo, ser músicos o teatreros o cualquiera de esas profesiones que hacen a los demás replicarnos dos veces, Si, esta bien, ¿Pero, y en que trabajas tu? Nos irrespetamos y no importa, igual nos pagan por ello un sueldo que no sirve para nada y obliga a buscar mucho tigre necesitado de quien lo mate, sin contar otros desaguisados burocráticos que vienen en forma de delegaturas y juntas directivas, negadas a entender otra manera de hacer las cosas distintas al fluxecito gris y el collar de perlas.
A eso se enfrentó el Maestro Talmont cuando, dispuesto a celebrar el aniversario de su orquesta, se encontró - entre otras cosas - con un piano desafinado sin remedio, un peloteo y un “mañana vemos” que mantenía en vilo la intervención de un ejecutante destacado, con prosapia de familia en lo que a hacer buena música se refiere. Es verdad, un concierto no se suspende; pero un piano se mantiene afinado y a punto; sobre todo si se trata de un Stenway de cola que entra y sale a un salón de actos donde hoy se hacen monólogos de humor, mañana se entregan diplomas y pasado se toca a Tchaicovsky. Es verdad, un concierto no se suspende; pero, la responsabilidad de un director de orquesta es hacer que su ensamble suene a gloria; o por ahí cerca. Eso fue lo que la junta directiva de nuestra golpeada orquesta no consiguió entender en el momento de echar a la calle al mejor director musical que esa orquesta ha tenido en estos últimos años, para volver a dejarla, (Andres Eloy dixit) como “capilla sin santo”.
Será que es verdad, entonces, que una orquesta suena como se le dirige, me ha dicho recientemente un querido amigo músico; al que quiero permitirme agregarle que, también es verdad, que las instituciones de un país suenan - y actúan - cual fiel reflejo de cómo se dirige a un país, sobre todo, cuando no se le dirige nada.
Hace un par de años (¿o fueron tres?, no se con exactitud) me enteré que mi amigo Armando Holzer, venía a dirigir la ambiciosa producción de una de mis operas favoritas – original en eso no soy para nada – Carmen, la historia de la tabaquera y el torero, que Bizet decidió musicalizar con tan buen tino; y, la verdad, me quedé de una pieza. Ópera en el pueblo, en medio del caos indescriptible, era mucho más de lo que podía esperar. No voy a contar la historia de ese montaje del que tanto se ha hablado, no viene a cuento, voy a hablar de la suerte de tener, para esa ocasión, a un director de orquesta que, por lo menos, era osado, además de buen director. Antipático, raro y mal encarado, cierto. Pero, exigente, responsable, conocedor de su oficio y ambicioso. Tal vez muy ambicioso en el empecinamiento de convertir esa orquesta de pueblo en una buena orquesta de ciudad. Lleno de planes (de los que alguna vez tuve la suerte de enterarme, porque uno siempre se entera de todo lo que acontece en la meseta, como bien dijera un buen amigo mío hace poco) y dispuesto a enfrentar algunos obstáculos para permanecer haciendo lo suyo en la ciudad que, entre otras cosas, le había regalado el amor de la madurez, ese que se vive con toda la seriedad del mundo, porque quizás es el ultimo. Si, Christophe Talmont, el maestro del que no soy amigo, se estaba dejando el resto, su resto, para lograr un trabajo musical que fuera más allá de la batuta y el escaño de director.
El detalle es que el maestro Talmont no sabía que, en el país del siglo XXI, incluso dirigir una orquesta hasta arrancarle sonoridades precisas, por más que sea tarea conocida, se enfrenta irremediablemente - y en desventaja - a los fantasmas de nuestra mediocridad, a la manía de no tomarnos en serio, a la pena de irrespetar lo que somos, cuando decidimos por ejemplo, ser músicos o teatreros o cualquiera de esas profesiones que hacen a los demás replicarnos dos veces, Si, esta bien, ¿Pero, y en que trabajas tu? Nos irrespetamos y no importa, igual nos pagan por ello un sueldo que no sirve para nada y obliga a buscar mucho tigre necesitado de quien lo mate, sin contar otros desaguisados burocráticos que vienen en forma de delegaturas y juntas directivas, negadas a entender otra manera de hacer las cosas distintas al fluxecito gris y el collar de perlas.
A eso se enfrentó el Maestro Talmont cuando, dispuesto a celebrar el aniversario de su orquesta, se encontró - entre otras cosas - con un piano desafinado sin remedio, un peloteo y un “mañana vemos” que mantenía en vilo la intervención de un ejecutante destacado, con prosapia de familia en lo que a hacer buena música se refiere. Es verdad, un concierto no se suspende; pero un piano se mantiene afinado y a punto; sobre todo si se trata de un Stenway de cola que entra y sale a un salón de actos donde hoy se hacen monólogos de humor, mañana se entregan diplomas y pasado se toca a Tchaicovsky. Es verdad, un concierto no se suspende; pero, la responsabilidad de un director de orquesta es hacer que su ensamble suene a gloria; o por ahí cerca. Eso fue lo que la junta directiva de nuestra golpeada orquesta no consiguió entender en el momento de echar a la calle al mejor director musical que esa orquesta ha tenido en estos últimos años, para volver a dejarla, (Andres Eloy dixit) como “capilla sin santo”.
Será que es verdad, entonces, que una orquesta suena como se le dirige, me ha dicho recientemente un querido amigo músico; al que quiero permitirme agregarle que, también es verdad, que las instituciones de un país suenan - y actúan - cual fiel reflejo de cómo se dirige a un país, sobre todo, cuando no se le dirige nada.
Cietrtamente, un articulo totalmente sesgado, una opinion sin conocer el contexto real de un hecho con su historia detras, y bueno ahora me entero segun este articulo que los maestros sergio bernal, Rodolfo sanglimbeni, pablo castellanos, Felipe Izcaray, César Iván Lara, s. Kuak, ect nunca hicieron sonar a la OSEM bien, y que practicamente la orquesta se inicia y casi que su historia comienza en el corto periodo que el Maestro Talmont (a quien respeto profundamente, y concidero un gran director musica), por lo que debo recordar que la Orquesta Sinfónica De Merida Osem, tiene un trayectoria de mas de 20 años, y donde han pasado varios directores regentes e invitados, y una cantidad conciderable de musicos destacados, yo llevo cerca de 14 años en esta institucion musical, y pude decir con propiedad que muchos de los musicos que hoy son integrantes de esas orquestas "casi perfectas" a la que este sr hace mencion en su triste articulo, fueron musicos destacados de nuestra orquesta. Incluso hoy algunos miembros de esta institucion que segun este sr es mediocre, hemos ganado concursos nacionales en festivales, otros incluso premios internacionales, o han participado en giras internacionales con orquestas como la YOA, o la Sinfonica de YOUTUBE, incluso algunos hemos sido invitados a participar en giras de la OMC (orquesta municipal de caracas) y otros invitados a tocar en la OSB.
ResponderEliminarCiertamente somos una orquesta del interior que carece de muchos recursos, y que recibimos una paga muy baja, por ellos muchos de los maestros que tocaban cuando yo llegue a esta institucion ya no estan, y como ya he mencionado ahora estan en las orquestas de la capital. Tambien es cierto que como cualquier institucion donde laboran personas, hay ciertos conflictos, problemas y diferencias normales que surgen de las relaciones humanas en cualquier lugar, tambien es cierto que tenemos historia, que hemos hecho repertorio sinfonico de embergadura, y mucho antes de que el Mtro talmont llegara a nuestra institucion, (donde por cierto a excepcion de algunas sinfonias de mahler, mendelson, y algunas obras de debusy casi todo el repertorio que prouso era de corte lirico o sacro, lo que canso al publico e incluso a muchos de sus hoy defenzores) y de eso hay evidencia audiovisual que este sr podria chequear antes de escribir este tonto y sesgado articulo.
Seguiremos adelante haciendo musica y promoviendo la cultura en neustra linda ciudad de Merida y en nuestro estado, y aunque son llanero de gentilicio, he llegado a amar a esta hermosa ciudad, y a su maravillosa orquesta.
Dios bendiga a esta institucion y a todos los que en ella hacen vida, no importa si piensan igual o distinto que yo. Abrazos!
Jose Roldan, Trompeta principal de la OSEM
Me barrunto que quien escribió este artículo ha de ser una persona muy arrogante y además dolida. Con ese lastimoso berrinche que escribió, en donde no sólo menosprecia a una maravillosa orquesta, sino que también pretende ridiculizar a nuestra hermosa ciudad llamándola tercermundista e inculta. Yo no soy músico profesional, ni jamás podría yo tocar en una orquesta dada mi inexperiencia. Pero como oyente regular de la orquesta desde hace varios años, soy testigo y desmiento lo que se ha escrito en este artículo. Decir que la orquesta no sonaba a orquesta hasta que llegó el maestro Talmont es una gran embuste. Felizmente, la orquesta continuará sonando y complaciendo a los oyentes como yo. Saludos.
ResponderEliminarTengo la suerte de poder decir que he seguido a la orquesta de nuestra ciudad desde hace muchos años, incluso, desde que la batuta estaba en manos del maestro Sergio Bernal. Ciertamente la orquesta ha pasado por altibajos como cualquier institución no solamente musical sino de cualquier ámbito, y ciertamente varios de los maestros llegaron a tener momentos maravillosos con la orquesta, pero para mi es IMPOSIBLE negar que cuando el maestro francés tomó su turno en la OSEM algo volaba, algo llegaba con fuerza diferente, algo que incluso me atrevo a decir que el sonido... Era otro... y era muy bueno! No lo digo yo nada más, mucha gente, músicos como no músicos me decían que había una fuerza y presencia en la música que tocaban (de esas cosas que no sin fáciles poner en palabras) y ciertamente, eso era algo que nos hacía falta en la orquesta y cuando llega este señor, llega también algo de emoción. Una cosa que nunca me dejará de llamar la atención es que esta opinión se la escuché mucho a gente de fuera de Mérida, de otros estados que incluso, nos comentaban a mi, a mi familia y amigos (que tenemos la suerte de tener amistades músicos cercanos a casa) la suerte que teníamos de contar con alguien que hiciera tan maravilloso trabajo (pensábamos entre nosotros que no debíamos estar tan perdidos cuando músicos también tenían una opinión no muy lejana a la nuestra) pero qué pasa que cuando algo muy bueno sucede o llega y llega a ayudar, no nos damos cuenta del beneficio que puede aportar? o no nos gusta? Porque hechos como éste, no es la primera vez que pasa y lo peor de todo es que luego se dan cuenta del error y hay que esperar otra oportunidad.
ResponderEliminarDebo, lamentablemente, decir (u opinar) que el hecho de que algunos miembros de un grupo u organización sean muy muy buenos, no da garantía de que el resultado, como conjunto, sea el óptimo. Eso no pasa sólo con agrupaciones musicales, pasa en instituciones docentes, deportes, hasta en juntas de condominio pues... Cuando llega alguien que logra poner los engranajes en el lugar donde mejor funcionen, la máquina hará su trabajo de maravilla.
Por último, debo congeniar con el escritor del blog que Mérida ha visto mucho mejores tiempos con lo que a arte se refiere, producto (imagino yo) de lo que vivimos como país. Con esto será paciencia, pero aquí se han dejado pasar, desechar, botar, o ignorar oportunidades donde, con el calor del momento al enterarte de las decisiones tomadas con estas llamadas oportunidades... De verdad que lo que queda por dentro es la palabra inculta. Confiemos que sean procesos para que poco a poco logremos más rápido lo que de verdad deseamos de nuestra ciudad, hermosa que es, y que puede serlo aun mucho Más.
Un saludo.
P.D. 1 se escribe envergadura.
P.D. 2 decir que la orquesta no sonaba a orquesta antes del maestro ya mencionado, yo tampoco me atrevería a decirlo, pero de que había un resultado particular muy bueno que valía la pena mantener, eso si.