Antes de las siete de la mañana mi teléfono se
encontraba lleno de fotografías: los taxis de la ciudad, cumpliendo con lo
anunciado un par de días antes, habían obstruido todos los accesos de la
ciudad. Por algún motivo, que aun nadie ha osado explicar, tampoco prestaba servicio alguno de los
servicios "alternativos" de transporte público. Moverse dentro de Mérida,
ayer en la mañana, era casi una tarea imposible. Los bancos, las panaderías,
los abastos, los comercios en general, o estaban cerrados o hacían gala de una
lentitud impresionante, debido a la ausencia de empleados impedidos de asistir
a cumplir con sus obligaciones por no disponer de medios para ello. Muchos merideños
decidimos estacionar nuestros autos y salvar, a pie, la distancia que nos
separara de las cosas impostergables. De alguna manera, la ciudad era un caos.
Un caos muy particular, muy con ese estilo bonachón que cada vez es más propio
de esto-que-nos-está-pasando.
Resignados, convencidos de que hace falta, resueltos a resolver como sea y con
el chiste - desafortunado - a flor de labios, los merideños enfrentamos una
jornada más de protesta, con el estoicismo que nos distingue.
¿Qué sucedió en Mérida el 13 de octubre? Muy sencillo:
cansados de los robos, de la dificultad para conseguir repuestos; cansados de
un largo etcétera; pero, sobre todo,
cansados de la ausencia de respuestas,
los taxistas salieron a la calle, no a trabajar, como es su diaria costumbre.
No. Salieron a reclamar el derecho que tienen a vivir en paz. Un derecho que,
por cierto, es universal y debería tener la misma importancia para usted que me
lee, para el taxista que vive en la casa del lado y para mí, que me quejo. Lo
hicieron en silencio, sin violencia, sin consignas, a cara lavada, vistiendo el
uniforme diario que los identifica. Salieron, de ellos mismos, a ejercer un
derecho, el de la protesta, para exigir un derecho: el de trabajar y vivir en
paz. Se apostaron en todas las esquinas que permiten el libre tránsito de una
ciudad en la que "libre tránsito" es una mala palabra y colapsaron el
pueblo, completamente.
Quizás porque yo estoy rodeado de personas no muy
complacientes con el oficialismo, a medida que avanzaba la mañana solo
escuchaba voces de aplauso y expresiones de satisfacción. El "trancazo"
estaba teniendo éxito. Por ahí circuló el rumor de que los estudiantes de la
ULA se unirían y también otros gremios que, por suerte, no llegaron a complicar
la cosa. Unos cuantos desadaptados, de esos que se cuelan hasta en una visita
papal, quemaron unos cauchos y, por supuesto, twitter reventó de infundios.
Resulta que todo el mundo tiene un amigo taxista,
de modo que todo el mundo tuvo información privilegiada a lo largo de la mañana.
Alguna se viralizó. La más importante solicitud de los atrincherados era que el
gobernador del estado los recibiera para establecer una mesa de diálogo que
buscara resolver sus más afanosos problemas; mesa que, por cierto, se estuvo
anunciando desde las 9 30 am y se dio -con cierta formalidad - al final de la jornada.
Entonces, vimos como una vez más, un colectivo en apariencia aguerrido,
claudicaba ante la feria de los espejitos: a las dos de la tarde, terminó una
acción de protesta que, como ejemplo de demostración de fuerza de la sociedad
civil organizada, fue excelentemente producida y llevada a cabo. De verdad,
impresionaba esa sensación de éxito y de “resteo” con el país, hasta que nos enteramos de los resultados: la
famosa mesa de operaciones se había instalado y, por supuesto, el gobernador
del estado había ofrecido a los taxistas, ni más ni menos, que el cielo y la tierra: casas, autos,
talleres mecánicos solo para taxistas, repuestos, proveedurías, misiones y el
largo etcétera que suelen ofrecer ellos cuando, cual marido descubierto en
falta, se ven forzados a hacer las paces. En concreto, 10 taxis que han sido
robados en las últimas semanas serán restablecidos, de manera gratuita, en los
próximos días, gracias a unos vehículos que están guardados en alguna parte de Mérida
(hay fotos) y que nadie sabe que hacen allí, cuando hay un mogote de personas
desesperadas por comprar un auto nuevo, aunque sea chino. Listo. Eso resolvió
el problema. Una ciudad entera colapsó su vida con agrado, para que diez choferes de taxi recuperaran,
mediante un acto aberrante de populismo, los vehículos que les han robado y que
- Dios no lo quiera - seguramente les
volverán a robar en algunos meses. Punto. El régimen, minutos antes en la
picota, logró ponerlos a su lado (esperemos que no en votos) gracias a promesas
que todos sabemos vanas. No hay manera de construir casas para los taxistas, no
hay manera de adecuar el “parque automotor” de los taxistas, no hay manera de
conseguir repuestos automotrices a buen precio para ellos. Pero, hay más, si
descubren el modo de lograr tales objetivos (entre los cuales figura un
disparate tal como crear un taller mecánico de última tecnología, que les
preste servicio solo a los taxistas de manera cooperativa) entonces, una
vez mas, el gobierno estará cometiendo un imperdonable acto de discriminación,
en complicidad con quienes en la mañana de ayer recibieron el apoyo y el aplauso de una ciudad entera. Una ciudad
que los mantiene y a quienes ellos voltearon su espalda al obtener SUS reivindicaciones. Por todo lo demás, que los asaltos y la
precariedad nos ataque a nosotros, los que casi nunca requerimos el auxilio de
un taxi.
Había salido sin mi auto pues imaginaba que transitar
en esta ciudad difícil, era tarea imposible. Para regresar a mi casa abordé un
taxi; su chofer regresaba del “trancón” decepcionado (siempre me toca a mí)
Entre otras cosas me contó que los diez carros ofrecidos, en su opinión - basada en hechos sucedidos anteriormente - seguramente irán a
parar manos de los esposos, novios o arrebiates de las empleadas de la
gobernación. Dijo otras cosas, pero prefiero no repetirlas para evitar que el
desespero cunda, me basta con decir que ese chofer estaba de acuerdo conmigo en
todas las cosas que he mencionado, siendo arte y parte.
Entré a mi casa, me asomé a la terraza para ver a aquel taxista alejarse bajando la
montaña. No pude evitar recordar aquel viejo verso que aprendí en mi
infancia, “nos dieron a libar hiel y
veneno, veneno y hiel en recompensa damos”. Entonces, me desilusionó horrores
la famosa #TrancaenMerida…
No hay comentarios:
Publicar un comentario