A Yelitza no le gusta que la llamen bachaquera. “Esa palabrita es horrorosa, parece que uno
fuera un delincuente” dice cuando habla del oficio en el que ocupa casi
todas las horas de su día, los siete
días de la semana.
- - A mí no me regalan nada, ni me lo
traen a la puerta de mi casa, es mucho lo que pateo calle yo, buscando que si
harina pan, leche, azúcar, toallas sanitarias y todo eso pa´venderselo a la
gente floja que cree que por hacer cola se le van a partir las uñas. Esto es un
trabajo, como cualquier otro, que a mí no me vengan con el cuento de que yo soy
bachaquera -
Es su excusa, dice trabajar a favor de los que se sienten
ajenos a la cola y considera su trabajo casi un apostolado. Uno que le ha
producido muy buenos dividendos. Yelitza, en su casa del centro de Mérida, ha
logrado cimentar un supermercado clandestino con normas de funcionamiento
estrictas, horarios sagrados que incluyen sábados y domingos y precios que varían semanalmente, en el mejor
esquema capitalista de la oferta y la demanda. De lo que ha logrado, Yelitza se
siente más que secretamente orgullosa, sobre todo porque lo hizo prácticamente
sola en el cortísimo periodo de - un poquito menos de dos años - . Antes
de eso, era abogada en busca de un documento que le permitiera llegar al fin de
semana y secretaria fastidiada en una empresa inmobiliaria, en la que no había
mucho que hacer y ganaba sueldo mínimo, más cesta tickets.
Tiene 33 años y un par de morochos de seis, cuyo padre
reconoció para que los muchachos tuvieran apellido, a pesar de que ya se habían
casado por civil cuando ella anunció la feliz noticia. Estaban esperando el
golpe de suerte que los pondría en la cuota inicial de un apartamentico en
Ejido, cuando ella descubrió que el novio de toda su vida tenía al segundo
frente en su escritorio vecino. Claro que se deprimió, claro que pensó que eso
no se hace, claro que intentó perdonarlo y todo; pero, a la hora de las
chiquitas, prefirió quedarse sola con el vestido de novia guardado en el clóset
y la reservación en el salón de fiestas cancelada. Parió sola a sus morochos
casi al mismo tiempo que se graduó de abogada y con el auxilio de un profesor -
que siempre me ha apoyado mucho en todo
- arregló un divorcio resuelto sin
penurias, en pocos meses y muchos
tramites, que le costó casi nada. Desde
entonces no supo mucho de él. - Trabajaba en CORPOELEC - me dice, - pero
creo que lo trasladaron a otro lugar, creo que lo mandaron para Puerto La Cruz
o por ahí, se habrá ido con la mujercita, no sé, la verdad no se, ni me importa
saberlo - recalca sin convencerme, una mirada esquiva, una sonrisa
obligada, me informa de lo contrario. Cosas de mujeres.
Desde entonces, Yelitza se ha dedicado a ocuparse de ella y de sus dos hijos. Ha tenido la
ayuda de su mamá, una señora de Mérida de toda la vida y de su único hermano,
un tío consentidor, experto en el rebusque que ha sido el padre que esos muchachos
no han tenido. Yelitza está agradecida a la vida, porque mal no le ha ido, pero siempre pensó que la oportunidad se le
escapaba cuando estaba a punto de resolver la mayor de sus dificultades: el
quince y último. A pesar de vivir relativamente bien, tener un carrito, comprado con lo poco que heredó de su papá y
contar con lo suficiente para darse un gustico de vez en cuando, la verdad es
que la situación económica se le puso cuesta arriba a Yelitza y los morochos - el colegio carísimo, y ni hablar de los útiles
escolares y las meriendas - casi al mismo tiempo que se le puso difícil a
toda Venezuela. Entonces fue cuando le sonrió la suerte.
Fue obra de su hermano, que llego un día a la casa con un par
de bultos de papel higiénico adicionales y le propuso venderlos entre sus amigas,
al detal. Ella escribió un mensajito de texto ofreciéndolos y en menos de media
hora se había ganado un poco más de dos mil bolívares. A la mañana siguiente,
en el camino a su trabajo, se detuvo en casa de una de sus compradoras para
entregarle la mercancía que ya había sido pagada mediante una transferencia
electrónica a su cuenta y esta le preguntó si no podía conseguirle aceite
también. - Te lo pago a lo que me lo
pongas, porque no tengo ni una gota - . Yelitza, sin saber porqué, le dijo
que sí, que le avisaba al mediodía y se fue para la oficina de la inmobiliaria
a esperar por un cliente que nunca cruzó la puerta. A media mañana le escribió un mensaje a su
hermano, preguntándole por aceite y él le respondió que si en la casa se había terminado.
Ella mintió que si y el replicó que era imposible porque había llevado una caja
poco menos de una semana antes. Ella recordó que en efecto su mamá guardaba
celosamente el aceite en el clóset del cuarto de servicio. Entonces, por
primera vez, dijo una mentira para salir de esa oficina en que nadie la
extrañaría. Fue a su casa, agarró dos botellas de aceite y llamó a la amiga, se
los ofreció a un precio un poquito menos alto que el del mercado negro. Esa fue
su segunda venta y la recuerda perfectamente
- - Esa mujer se puso feliz, mijito….brincaba
en una pata….allí mismo, delante de mi, hizo la transferencia a mi cuenta –
En menos de dos meses, y siempre con la complicidad de su
hermano, Yelitza amplió su oferta de productos, su lista de clientes y su
cuenta bancaria. Solo acepta transferencias electrónicas, nunca permite un
cheque ni un pago en efectivo y no vende sino `productos detallados. Los bultos
de la escasez los guarda en una
habitación que ha preparado cuidadosamente para el negocio, sus hijos la llaman
“el abasto de mami”. Lo hace sin escondrijos mayores, aunque toma precauciones.
Todo está guardado dentro de escaparates de doble puerta que se compró con el
producto de sus primeras ventas. El grueso de la mercancía está escondido en
otra habitación a la que nadie que vaya a esa casa tiene acceso. Para
satisfacer a sus clientes, Yelitza hace colas, recorre la ciudad de punta a
punta, compra cualquier cosa que cree pueda ser revendida e incluso conduce su
carrito hasta Cúcuta para traer pasta dental, jabón y champú – nunca en los “operativos” especiales de
estos días, eso es de novatos; yo sé como pasar mis cositas sin tener
problemas, tampoco es que traigo camiones de cosas - Un amigo le contó que
en Caracas, en el mercado de Chacao, se consigue de todo; hasta allá fue, pero
la decepcionaron los precios, aunque de todos modos trajo 48 desodorantes de
hombre que vendió en menos de dos horas a 2.500 bolívares por unidad.
El domingo no atravesó la frontera, porque le pareció que no
era capaz de soportar ese gentío, aunque compró un par de bultos de fideos que
le ofreció a buen precio alguien que si lo hizo. En el fondo, Yelitza sabe que
su oficio no es motivo de orgullo; sabe que no puede contarlo en las pocas
fiestas a las que asiste con sus amigas del colegio (que no están en su lista
de clientes) y que terminará en algún momento,
- ojalá y no muy pronto - confiesa sin sonrojos. Ha logrado algunos ahorros,
se ha hecho ducha en el negocio de la comida; está segura que cuando todo se normalice
terminara montando “el abasto de mami” en el marco legal que le corresponde;
pero, por ahora, eso es lo que hay. Y a eso le está sacando buen provecho, a
juzgar por la ropa bonita que lucen tanto ella como su hermano, la sonrisa a
toda hora y las nutridas meriendas que
llevan sus hijos al colegio. Pero, no
soporta que le digan bachaquera. Se ofende tanto como cuando le dicen chavista.
No hay comentarios:
Publicar un comentario