¡!!Mi corazón!!! Me decía, abriendo los brazos, cada vez que nos
encontrábamos por casualidad en los pasillos de esta ciudad que la hizo suya.
Yo respondía a esa invitación a abrazarla, fundiéndome con ella en una excusa
perfecta para dejarme querer por un ratico, e inmediatamente le decía,
- - Deme
la bendición, así, como si usted fuera una tía… -
Y ella me respondía un “Dios
te bendiga muchacho, que yo si soy una tía tuya” que nos hacia reventar a
carcajadas. Es cierto, nos veíamos poco y ella lo resentía en cada oportunidad,
no había vez en que no me reclamara la falta de visitas y no me recordara “que el cariño es el mismo”; pero cada
encuentro, por fortuito que fuera, estaba lleno de una cosa especial que solo
tienen quienes se han querido mucho, porque quererse mucho forma parte de una
herencia y de una forma de vivir la vida.
Una vida pensada para que ella, su esposo y mi madre la compartieran por más de sesenta años.
Una vida pensada para que ella, su esposo y mi madre la compartieran por más de sesenta años.
Anoche, al recibir la triste noticia de su partida, un mundo
entero de recuerdos se me instaló en la vida. Una certeza de que en cada adiós se
va una memoria, que cada muerte se lleva una historia en la que solemos ser
mejores, o vivir mejores, o reír mejores. Doña Gladys, en su repentina partida, se está llevando un poquito de todo eso; pero,
además, un poquito de una época que cada día más, se parece al pasado
irrepetible de una vida que fue mejor, porque fue más nuestra.
Doña Gladys Angola de Avendaño, como bien dijo hoy mi
hermano, “no fue amiga de mi mamá, fue
mucho más que eso, es que era como familia” una cosa que no se dice con
facilidad en una familia a la que le cuesta admitir que existe gente “como de
la familia” pues se jacta de tener una familia numerosa y maciza. Doña Gladys
lo era, desde que llegó a nuestra casa, al casarse con Chucho, e hizo de Mérida
su casa, su mesa y su tierra. Casa, mesa y tierra, a la que tuvimos el
privilegio de ser llamados y aceptados, por el solo hecho de pertenecer a ella
y mantenernos cerca.
La vida se construye a retazos, nadie viene a ella con un
manual de instrucciones, puede que cuando mucho, con un destino trazado, (el de
Doña Gladys ciertamente lo parece) pero, desde el principio, tiene mucho de rompecabezas
y de caminos zigzagueantes. Puestos a mirar atrás, los caminos que nos han
llevado al hoy de lo que hoy somos es probable que hubieran sido distintos;
pero, las piezas fueron cayendo en su lugar cuando debían hacerlo y la vida se
fue ocupando de demostrar que cabían; como los amigos, que entraron para enseñarnos que no hay riqueza más grande
ni apoyo más valioso en el camino.
Puestos a mirar atrás, es la presencia de Gladys y Chucho en la vida accidentada
de nuestra madre, lo que más se pareció siempre a un ancla a tierra; y eso se
puede contar en millones de anécdotas que tejieron cercanías sin perpetrar
desazones. Anécdotas de las que escojo
una, como la más a propósito de todas:
Mi madre era profundamente adeca. Adeca de convicción, adeca “romulera”,
activista y amiga de adecos por quienes ponía la mano en el fuego, aun a riesgo
de quemarse. Gladys era igualmente, copeyana. Copeyana de alto coturno; aunque
con menos fiereza, hacia lo suyo por el partido y se codeaba con las alturas
verdes del poder “puntofijista”. De eso, ambas solían mofarse. Llegó una
campaña electoral, de esas en las que se mete la gente para ver ganar su
candidato y ambas, con estilos diferentes y el mismo objetivo, se enfrascaron
en lo suyo. Si Doña Gladys, exquisita como era, preparaba cenas de alto copete
en su bella casa de El Encanto, mamá organizaba kermeses en la casa del
partido, Si Doña Gladys acompañaba la esposa del candidato (que siempre era
Doña Alicia o eso nos parecía) en conspicuos actos oficiales de la ciudad de
entonces; mamá hacia lo propio con Doña Blanca en un estilo más adeco, haciendo
chistes para que todos estuvieran cómodos. Era habitual que tras esas jornadas
electoreras, las familias se reunieran en la bonita finca que los Avendaño tenían
en Tabay (en la que muchos de nosotros vivieron desde el primer beso hasta el
primer cigarrillo escondido) para disfrutar un domingo divertido. Uno de esos
domingos, mi madre quiso enseñarle a Doña Gladys, a instancias jocosas de ella,
el himno de Acción Democrática, entonces surgió una apuesta: Si Gladys era capaz
de terminar cantando sola y sin equivocaciones
todas las estrofas de “Adelante a Luchar Milicianos”, mamá prepararía la
cena para todos los presentes, sin ayuda ninguna. Ambas cosas eran imposibles:
mi mamá no sabía ni hacer café, doña Gladys no iba a poner en su boca las letras
de Acción Democrática. Esa tarde, reímos como pocas veces lo hemos hecho en la
vida y la apuesta quedo tablas; pero, para siempre, el remoquete de “compañeras”
se agregó a una amistad inigualable. Cada vez que se veían, el saludo alborozado
dejaba sin validez los nombres de ambas y por extensión, nosotros empezamos a
llamar compañera a la madre de quienes llamaban compañera a nuestra madre. El día que mamá se fue, hoy hace nueve
años, Doña Gladys, entonces de vacaciones fuera del país, llamó para asegurarse
de hablar con cada uno de nosotros y expresarle su dolor por la muerte de la
amiga. Yo tenía especial miedo a esa llamada que presentía y esperaba, cuando
tocó mi turno, lo único que pude decirle fue “compañera”….desde el otro lado del teléfono, una voz que siempre
fue muy recia y fuerte, se quebró un poco para decirme que, verdaderamente, ellas
dos habían sido grandes compañeras.
Es una lección que adquiere validez extraordinaria en los
tiempos que corren y no requiere explicaciones. Es una anécdota que escojo
entre miles, porque refleja el talante de dos mujeres irrepetibles, que se
fueron de este mundo casi el mismo día con nueve años de diferencia. Poco
importa lo demás. Despedir a la compañera,
es una tarea difícil, por muy ley de vida que sea. Comprender que poco a poco cerramos una época
porque perdemos sus símbolos, es aun peor. Habrá que reinventarse o habrá que
intentar la titánica tarea de emularlas. Con Doña Gladys se va una manera de
vivir. Conmigo se queda una manera de abrazar, una presencia guapa e impecable,
una risa inolvidable y un valor que considero sagrado: no hay nada que sea más importante en la vida
que un amigo que sepa serlo durante toda su vida y lo sea, sobre todo, en la
mala hora; eso me lo enseñaron, con el
ejemplo, Aida, Chucho, Gladys y Celina. Si me hubiesen dejado un saco de
morocotas de oro por herencia, lo habría cambiado gustoso por el íntimo
convencimiento de esa enseñanza perfecta.
Lindo homenaje
ResponderEliminarQuerido Juan Carlos, no tengo palabras para elogiar las tuyas, siempre tan eospecial...Sí quiero recordarte que éso es la vida, un rat que compartimos con nuetros seres queridos, familia, amigos, compañeros, y el regreso a nuestra Estrella, sin hora ni fecha fija, "dejando huella" en las que se quedan en este plano un ratico más...Así que sin tristezas ni pendientes, comprendamos que así es LA VIDA, mi querido amigo de Siempre!!
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