Las ciudades, todas, tienen encantos particulares. Suerte de
accesorios con los que adornan su personal naturaleza; algunas, y en esto no
somos nada democráticos, poseen más que otras; tal es el caso de Coro, en el
estado Falcón que, por tener, tiene nuestro único desierto y cercanía a una
línea de playa insuperable o Mérida, que decidió hacerse grande a la sombra de
una geografía avasallante, una tierra groseramente fértil en la que una pepa de
mandarina lanzada al azar de un muchacho apurado, se convierte en mata lo
quiera usted o no. Son encantos prácticamente inadvertidos. Los merideños
vivimos con ellos y los sentidos, cosa sabida, se acostumbran rápido a ignorar
lo que conocen de sobra.
La Sierra Nevada está allí. Algunos días de agosto nos vuelve
locos de tanta y tan fría blancura, entonces la vemos con admiración; pero
siempre está ahí. El Albarregas, también, aunque este recuerda su presencia
solo cuando escuchamos el ruido de su caudal atropellando piedras debajo de
nuestros pasos urbanos. Divide la ciudad en dos mitades y hasta hace
relativamente poco tiempo, una importante anchura de terrenos y potreros conocido
como La Otra Banda, era lugar de excursiones a los que se accedía por tortuosos
caminos abiertos por baquianos tratando de no estorbar el transcurso del rio.
Nuestro Albarregas, allí, regando una ciudad que despertó tarde a la modernidad,
suena sus caudales sin ningún pudor para recordarnos que convivimos
pacíficamente. No se le recuerda bravo; en un esfuerzo notable de memoria, solo
atino a mencionar un susto de crecidas y aguas desperdigadas hace un largo
montón de años. La ciudad, aunque parece que no, pues pocos lo notan, ha
crecido a sus riberas tanto como a la falda de una cordillera acunada de mitos
y sorpresas.
Esa ciudad, que al expandirse no encontró más espacios que La
Otra Banda, nunca ha atinado a pensar que esa otra banda es la otra ribera del
Albarregas, nuestra muy gocha Rive Gauche,
que, a diferencia de las riberas de ríos integrados a palos a su entorno urbano,
no se rodea de selvas de cemento; lo hace mas bien, suerte que tiene uno, de
verdores. Pues bien, ese verdor tiene su historia.
En algún momento de los lejanos 80´s mientras los merideños
de mi generación fumábamos marihuana y bailábamos en Las Rosas, a alguien se le
ocurrió darle un uso ciudadano a las riberas del Albarregas. Ya alguien mas
había cometido la tropelía imperdonable de autorizar la construcción de un
conjunto residencial casi en sus márgenes y ciertos sectores de la ciudad, abiertas
las compuertas por el famoso Viaducto de la 26, estaban utilizándolo, de todos
modos, sin mucho orden ni concierto. El gobierno regional de entonces a cargo
del inefable Chuy Copey (Jesús Rondón Nucete) decidió acoger la idea de
construir un parque y dio luz verde a un proyecto del que muy pocas ciudades
del mundo pueden dar cuenta: Conservar el verdor de las riberas de un río, que
no es ni pretende ser otra cosa que un rio de aguas frías, limpias y
tumultuosas y agregarle espacios para el disfrute de los habitantes entre los
que, de paso, se plantaría un jardín de esculturas. Quienes vivimos esa época
seguramente fuimos más de una vez al Parque Albarregas a hacer, caminatas tan
largas como lo permitía el espacio construido hasta ese momento. Verdaderamente
fue un momento feliz para la ciudad porque entre otras cosas que ganaba en ese
entonces, estaba ganando un espacio para su gente. Gente que probablemente en ese momento ni sabía
lo que estaba recibiendo, ni estaba lista para apreciarlo; entonces, sucedió lo
que tenía que suceder: primero, el parque se convirtió en guarida de amores tan
prohibidos como efímeros, luego empezó a amontonarse basura, después los choros
lo hicieron su casa y después todos lo convertimos en basurero. Al final vino
la maleza y se acabó el sueño, apenas un pedacito tristón y anodino que exhibe
la representación escultórica de algo
tan improbable como un encuentro entre García Márquez y Don Tulio, al que solo
acuden libreros de ocasión (a vender sus libros) e indigentes a esconder sus
miserias.
Hasta hace exactamente once días. Once, que empezaron en junio de 2016 en
medio de unas Jornadas de Responsabilidad Social Empresarial que se hicieron en FACES-ULA, organizadas por
el Grupo de Investigación de Legislación Organizacional y Gerencia (GILOG); allí,
unos locos enamorados de Mérida se preguntaron que había sido del Parque de su
juventud y al Parque le cambio la suerte: sin bulla, sin aspavientos empezaron
a escucharse voces a favor de las riberas del Albarregas y para hacer corto un
cuento largo, se organizó la primera sesión de VAMOS AL PARQUE, A LIMPIAR.
Se aparecieron 48 voluntarios, quienes supervisados por gente
que sabe de eso, recogieron más de 40
bolsas de 200 litros con desechos
sólidos inorgánicos, un montón de
cauchos, chatarra, equipos inutilizados de computación, una gran
cantidad de cosas insólitas que nadie se imagina que uno bota en la maleza y un
buen numero de colchones, cosa que no necesita explicación: la gente, cuando no
sabe donde botar sus basuras, le importa poco tirárselas a un rio, con mala puntería.
Pero, lo mejor que hicieron fue despejar 150 metros de la camineria adoquinada
construida en los ya lejanos 80´s. De algún modo, el 17 de septiembre la ciudad
renació junto a la primera vez que sus ciudadanos se fajaron por ella.
- - La
primera vez que vinimos, escasamente podíamos caminar por un trechito en el que
solo podía ponerse un pie delante del otro. No puedes imaginarte el charco de
siglos que era esto - dice orgullosa Danitza Suárez, la mujer detrás del éxito
del Km Inteligente y de todas las juntas de condominio a las que les ha ido
bien, mientras me enseña ese pedazo de
150 mts que es la nueva génesis.
Es una verdad increíble. Es una verdad, de verdad. Un par de días
antes había pasado caminando por La Cruz Verde (allí queda la entrada) y un
claro de bondad en el camino me había llamado mucho la atención, removiendo
nostalgias. Por eso me fui el sábado a la segunda jornada de limpieza, a pesar
de haber advertido que yo no agarro una escoba ni en mi casa. Ese sábado, el
parque de nuestra juventud estaba lleno de gente, que hoy tiene la edad que teníamos
nosotros cuando lo inauguraron la primera vez, comandados por el loco mayor, Alex
Bustamante, el mismo que hizo de un zaguán viejo en la calle 27 el café/librería
mas visitado de la ciudad, el loco pelo largo que anda en bicicleta para
todas partes en una ciudad en la que las bicicletas, son para el verano, quien me dijo hace días que ese será "nuestro Camino de Santiago" y que para lograrlo, ha ido reclutando gente de todos los rincones.
- - Es
que quisiéramos rescatar los valores de la ciudad y ¿qué mejor valor que su
naturaleza? Eso es lo único que estamos haciendo aquí. Esto va a ser grandioso
porque va a ser un espacio para la naturaleza y para la gente - esta vez, la voz es la de Enrique Pacheco Graff, el
paisajista con cara de iluminado que está guiando el rescate pues apuesta a mucho mas que un kilómetro de caminerias rodeadas de verde.
Junto a las caminerias, reaparecieron también las esculturas,
tratadas como lo que son, han sido despejadas y serán restauradas cuando el
trabajo museográfico se haya hecho. (valga la acotación) y algunos interesados en
trabajar a un nivel más serio, es decir, reparando la infraestructura dañada o poniéndole
luz a la cosa.
- - Esto
va a seguir creciendo - dice Danitza,
rodeada de un grupo de voluntarios a los que dirige como un almirante en
campaña. - ¿Sabes por qué? Porque es y será
siempre una iniciativa ciudadana. Aquí no hay espacio para políticos a menos
que ellos se conviertan en parte de la ciudadanía, hoy, está el alcalde aquí
porque el poder municipal tiene que involucrarse, tiene que darnos, por lo
menos, protección policial, pero ya se lo dije: esto no es un asunto de plata,
sino de pantalones - y ríe abiertamente.
Hoy, después de cuatro jornadas de trabajo, se han abierto
500 metros de camineria y múltiples iniciativas ciudadanas se han sumado al
Albarregas. Algunos programan conciertos, otros piensan en grupos de Yoga,
algunos más diseñan alternativas para que sea un éxito. Pero, en el tope de
todo, un grupo cada vez más grande de muchachos echa pico y pala limpiando el
parque; en cada palada, la ciudad hace una genuflexión, dice gracias y recibe
encantada el regalo de su gente, a quienes se lo devuelve para que lo
disfruten, porque una ciudad de andariegos sabe mejor que nadie que la más
grande verdad jamás dicha es que se hace camino al andar…
Gracias Don Juan Carlos por esas especiales e inspiradoras palabras. Esperando contar con tus maravillosas puestas en escena. Y cuando quiera VAMOS AL PARQUE !
ResponderEliminarMuseo Metropolitano de Esculturas al Aire Libre. Ese fue nombre
ResponderEliminarVya, Juan Carlos, de nuevo me emocionas al punto de lagrimear con esta maravillosa experiencia....Pronto estaré de nuevo en mi amada Ciudad de Mérida y participar en tantos eventos como sea posible. Un beso grande!!
ResponderEliminarPudiese tomar tu mano y robarte esa pluma Bendecida y seguir caminando juntos y seguir anotando lo que de esta Mérida Amada nos conmueve y nos hizo grandes. El Camino al Albarregas...andado. te aplaudo
ResponderEliminarPudiese tomar tu mano y robarte esa pluma Bendecida y seguir caminando juntos y seguir anotando lo que de esta Mérida Amada nos conmueve y nos hizo grandes. El Camino al Albarregas...andado. te aplaudo
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