
Ayer nos despertamos con la mala noticia en el cuerpo. De nada sirvió haber pasado una buena noche en compañía de excelentes amigos; saltamos de la cama con Chile partido en el corazón e hicimos nuestra la angustia del vecino. Entonces, otra vez en poco tiempo, parecíamos incrustados en el televisor, esperando noticias; viendo como se develaba ante nuestros ojos impávidos, el nuevo horror de un terremoto, cuando todavía no desvanecen en nuestras conversaciones los efectos de la tragedia de Haití. Esta vez, han sido menos terribles los resultados, aunque la magnitud de la catástrofe bien bastaba para barrer un país de la faz de la tierra.
Hoy, la realidad se hace más cruda. Nuestros amigos de allá empiezan a dar noticias, los cuentos del minuto en el que la vida se detuvo para más de 700 chilenos, empiezan a salir al aire y las caras destempladas de todos, son el eco de un lamento colectivo.
El sábado pasado le tocó a Chile. Un país golpeado como pocos otros, que sobrevive con rigor el legado oscuro de un pasado lleno de bochornos. Un país que, pese a todo, lucha día a día con obstinada energía, para ponerse a la vanguardia de un continente que clama a gritos por algo que lo guíe.
Significará un retroceso, seguro. Pero, saldrán adelante. Lo leemos entrelíneas en el hermoso mensaje de la Sra. Bachelet al mundo. Sabemos que, en el medio de tanta tragedia, un esfuerzo coordinado de bienestar colectivo, significa el resurgimiento de la fuerza sureña que ellos representan. Lo lamentamos por los amigos, por los compañeros que acogimos en los años del oprobio e hicieron vida con nosotros. Estamos allá con ellos. Hoy, bien lo dijo Machado,
“estamos para penas solamente”…pero eso, al igual que todo, pasará y será futuro.
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