Margarita..está linda la mar

Margarita nunca ha votado. Ni en la quinta, ni en la cuarta, ni en ninguna otra república, se ha tomado la molestia de ir a votar. Ella no cree en eso; prefiere andar de medio hippie por la vida y aguantar los palos que le caigan viviendo bastante cerca del monte y envolviéndose en luces cada vez que la cosa se pone fea. Practica la homeopatía y estudia medicina china, mientras da clases en una escuela de pobres. Vive, e intenta ser lo menos crítica posible, porque sabe que nunca expresó su opinión a tiempo. Ayer almorzamos juntos, como lo hacemos con frecuencia, en la hermandad del afecto imperecedero de tiempos que nos han visto a los dos encanecer batallando desde trincheras iguales, pero diferentes. Sin que viniera a cuento, le pregunté por milésima vez si esta vez tampoco votaría. Se quedó callada un segundo, le sonrió a mis ojos acuciosos y empezó a darle vueltas a la sopa con la cuchara. - Te voy dar el regalo de que vayas conmigo a inscribirme en el Registro electoral, dijo por fin - Pero si te inscribes, votas en algún sitio donde yo pueda verte - Claro…yo quiero ir a votar, estoy convencida de eso, yo tengo un hijo, Juan, contestó con solemnidad. No hablamos más del tema, salvo las generalidades propias de quien, como yo, anda en verdadera campaña para convencer a la gente de ir a votar. Lo mejor es que le creí de veras; esta vez Margarita irá a votar y no será necesario que la vigilemos. Irá porque consiguió un motivo para querer ser parte del futuro. Terminado el almuerzo, regresé caminando a mi trabajo; hacía calor, demasiado calor y el ruido, como costumbre, era casi insoportable; pero se me hizo leve el camino pensando en el cambio de Margarita y en el de todos los que, como ella, saldrán a votar en septiembre. Entonces comprendí que la esperanza es, como la venganza, un plato que se sirve frío.