
Anoche (miércoles) aun retumbaban en la ciudad ráfagas aisladas de ametralladoras y solitarios disparos que lamentablemente hirieron de gravedad a dos efectivos de la guardia nacional. La gente estaba atemorizada y las llamadas de alerta se sucedieron hasta altísimas horas. Mis amigos y familiares no cesaban en su generoso ofrecimiento de cobijo; pero, sobre todo, en su preocupada solidaridad. La voz era una sola:
"Salgan de Las Marías, en algún momento serán atacados de nuevo. Han robado un camión repartidor de gas doméstico y han guardado las bombonas para ir más tarde a destruir Las Marías". En la calle, las opiniones se dividían y los cuentos multiplicaban los hechos, sin que el testimonio de quienes vivimos el horror del lunes en la noche, fuera tomado en cuenta para nada.
Los residentes de mi edificio, el más afectado por el ataque terrorista del lunes, empezamos lentamente a reconstruir, a nuestras expensas, lo que nos queda y no estamos dispuestos a dejar perder. Una solitaria e improvisada pancarta exigiendo respeto a la vida, ondea malamente en los pilares del estacionamiento y los curiosos repletan nuestro malogrado hogar. Fotografías de todo tipo han circulado por Internet y, en Twitter, se cruzan mensajes de cualquier tenor, expresando estupefacción ante lo sucedido.
Entre tanto, la prensa local da amplia cobertura al joven que, desgraciadamente, perdió la vida en los asaltos, destacando en fotografías y articulos la presencia del grupo político revolucionario Los Tupamaros, quienes, encapuchados, rindieron honores al combatiente caido. Con toda su razón, por cierto; esa es una muerte que duele inmensamente. Me he descubierto pensando seriamente en lo inútil de ese sacrificio. Pero, me extraña la cobertura, a todas luces sesgada, de los sucesos: Nadie, absolutamente nadie, se ha acercado a Las Marías para escuchar nuestras voces. Apenas un escueto reportaje, con las prisas de una noticia que puede dejar de ser caliente en apenas minutos, dio cuenta de lo que vivimos. Algunos testimonios, transmitidos por la televisora local y algunas imágenes del estacionamiento quemado, los autos destruidos y el apartamento dañado, han sido todo lo que los merideños han visto. El país no sabe a ciencia cierta que pasó. Nuestra angustia, nuestro dolor, nuestra preocupación ante el futuro no ha recibido cobertura alguna. La verdad de quienes estábamos allí no ha sido, y no será, escuchada. Nadie ha tomado responsabilidad alguna por el asalto y nadie ha ofrecido la posibilidad de investigarlo. Me horroriza pensar que no lo habrían hecho, ni aunque de nuestra parte hubiesen habido bajas.
La polarizada sociedad venezolana, encuentra en este acto terrible de violencia, una razón para agregar vergüenza a la vergüenza. Aunque, incomparable con el dolor de perder una vida humana, nosotros también tenemos una exigencia, nosotros también tenemos una incertidumbre; nosotros, hoy, tenemos miedo. Nos encantaría que alguien se ocupara de asegurarnos que no tenemos razón alguna; pero, a tenor de las respuestas, eso no va a suceder ni aunque lo busquemos seriamente. Hoy la ciudad está en calma y los preparativos para la Feria del Sol arrancan a toda mecha. Será que eso es lo que necesitamos para volver a la vida. Será.
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