
A pesar del desencanto permanente, estoy haciendo una apuesta conmigo. Tanto tiempo sentado, escribiendo sin saber si alguien me lee; quejándome de todo en el diario escenario de la vida desordenada que nos obligan a llevar, ha cobrado su cuota. La mayoría de los días siento que una pesadumbre se instala de a poco y no deja espacio para otra cosa distinta que contemplar desmanes.
Por eso decidí salir del encierro y sacar fuerzas para unir mis esperanzas a las de otros que, al igual que yo, todavía creen un poquito en la posibilidad de cambias las cosas, para bien, este próximo septiembre. No sólo iré a votar, convencido más que nunca, de que estamos jugándonos el futuro. Haré tanta campaña como pueda, me convertiré en activista de la verdad y empezaré a limpiar mi conciencia de malos presagios. Dejaré de lado el café bien servido, la protección que me brinda mi casa, la compañía única de libros y teclados y saldré a decirle, a todo el que me quiera escuchar, que NECESITAMOS VOTAR.
La razón es una sola; y vista bien, es sencilla: probablemente logremos difuminar un poco el rojo atormentador de las instituciones públicas. Probablemente demos espacio a leyes un poco más justas, un poco más venezolanas. Probablemente empecemos a armar las bases de un futuro que quizás no lleguemos a ver, pero habremos recorrido juntos. Probablemente pintemos de colores varios, un recinto que hoy está sucio de rojo, sucio de violencia, sucio de altanería y de ambiciones desmedidas.
Nada, que ando en la onda de jurarme cosas y me he permitido jurar que saldré a la calle a ver si puedo hacer algo, con otros, con todos los que quieran ponerle diversidad a la cosa. Es decir, al PAIS.
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