Francisco y su legado

Si hay algo que probablemente Francisco no quería, era darnos una lección. Alguna vez me dijo que no tenía interés en enseñarle nada a nadie, que le bastaba con hacer lo suyo y dejar que los demás hicieran lo de ellos. Lo dijo con naturalidad, con los ojos pelados y las manos sueltas con que hablaba, lo enmarcó entre sus cejas; pero dejó claro, sin decirlo, que tampoco esa afirmación le parecía nada del otro mundo. Quizás porque en materia de comportamiento humano, a Fran, nada le costaba esfuerzo, excepto comprender la maldad, para lo cual nunca tuvo argumentos. Te recibía en su casa cuando podía y cuando no, no lo hacia; salía contigo cuando quería, comía contigo cuando quería y como era tan escandalosamente afectuoso, casi siempre quería y casi siempre podía, sin hacer alardes y con el deseo de poder juntar a todos sus amigos en un solo sitio para poder quedar perfecto con todos. Asunto que, estoy seguro, tampoco le preocupaba mucho, pues nadie desafió tan elegantemente las prudencias sociales como Fran. Fran era amigo de todo el mundo y todo el mundo era amigo de él y aunque como en todo, algunos eran sus afectos más especiales, Fran le hacia sentir al que tuviera cerca que, al menos en ese momento, el mundo – mas o menos – giraba en torno a ellos dos. En realidad, giraba en torno a él, pero eso a nadie le parecía malo. Por eso creo que debe estar muy sorprendido con todo lo que ha sucedido en estos días. Primero porque de haber escogido, Fran se habría eximido de “causar molestias” y segundo, porque habría levantado las cejas, abierto los ojos y tamborileado los dedos, si nos hubiera escuchado maravillarnos de las increíbles muestras de solidaridad – mas allá de lo real – que recibió en su enfermedad. ¿Por qué? Porque para Fran, la solidaridad era un asunto automático que se regalaba diariamente y venia acompañada, casi siempre, de carcajadas. Era una manera de demostrar su avidez por la vida, su interés por la gente, la grandeza imprudente de su corazón. Por eso debe estar tan apenado por habernos dado la lección más importante de nuestras vidas. Particularmente, me alegra recibirla. Estoy tan bravo con todo por su ausencia, que me hace falta algo que me haga entenderlo. A ver, que me perdone quien quiera que me sienta blasfemando, pero no se si quiero un ángel en el cielo. Quiero un amigo en Caracas, dispuesto a atenderme el teléfono y dejarse ver en cada viaje mío a Caracas. Quiero gastar los últimos minutos de mi saldo telefónico hablando largamente de cualquier tema con él, no quiero borrar su número de mi directorio, no quiero saber que no está. Por eso me sirve tanto que me haya dejado algo, que me haya enseñado algo. Probablemente no se me va a pasar la rabia muy pronto, básicamente, porque con Fran lo que he perdido es al tipo que estuvo allí, conmigo, cuando ambos quisimos y en perfecta solución de continuidad; a pesar de los muchos años que estuve ausente, de los muchos meses que me perdí, atendiendo otras tribus. Pero hay una lección, decía; una especial e indispensable: El calor humano no quema y es grande e interminable como el corazón de Los Paredes y de todos esos otros amigos del alma, que se resistían a dejar perder la ingenuidad, nunca superada, de quien tenia la mala costumbre de salir sin asomarse. Sonará cursi, porque cursis nos ponemos cada vez que estamos en este trance de dolor, pero Fran se las arregló para que el consuelo fuera una vocecita que habla de recoger lo que se siembra. Después de todo a Fran le maravillaba la belleza y se las ingeniaba para verla en todos los rincones y esa no es una virtud que se inventa…esa es una virtud que se tiene. Las demás vienen sobrando. Chao corazón, un beso!