Para comenzar, le aclaré
a esta buena señora, lo último que quiero en esta vida es que me llamen
activista. Soy un hombre convencido de la necesidad de cambio por dos razones
eminentemente pragmáticas: ni cuando estaba chiquito - que podía darme el lujo
- me ha gustado el comunismo y a mí, por ahora, me toca vivir aquí; por lo
tanto, no quiero vivir en un país gobernado por una dictadura comunista. Dicho
eso, además, me permito aclarar, para mis adentros, que a mi escaso entender,
comunismo y democracia no van juntos, por lo tanto un gobierno comunista es
siempre un gobierno dictatorial. Y a mí, ni una cosa ni la otra. De modo que, aunque no soy un activista de
nada, me he activado en numerosas ocasiones para intentar – Mahatma Gandhi dixit
- ser parte del cambio que quiero ver.
No tengo la menor idea de si lo veré, pero me gustaría pensar que cuando
ocurra, Victoria, por mencionar a alguien, podrá decir que su tío ayudo en algo.
Ahora bien, ¿qué es ese algo, que a
todos nos está trayendo de cabeza en los últimos días? ¿Salir a tirar piedras? ¿Largar
las suelas de mis zapatos y mi capacidad pulmonar en marchas que no llegan a
ninguna parte? ¿Atrincherarme en una esquina a esperar que las fuerzas represivas
del dictador me peguen un tiro? NO. Rotundamente no. Esa fue la segunda
explicación que hube de darle a mi conocida.
Soy de los que sigue pensando que Henrique Capriles es una opción viable. Por ejemplo, soy de los que apoya con alegría sus reuniones con destacados miembros del régimen, incluso sus apretones de mano con el dictador heredero. Cuando la prensa empezó a reseñar tales encuentros sentí que Venezuela tenía, en el liderazgo de Capriles, una salida lenta y segura a la crisis. Por lo menos, que había alguien metiéndose por debajito en las entrañas del monstruo, para empezar poco a poco a debilitarlo. Pensé (Oh iluso de mÍ) que esa estrategia (el arte de hacer política) era el paseíllo de un hombre valiente, que se ha dejado el pellejo en las carreteras y los pueblos de esta tierra. Creía que, con el apoyo del mismo pueblo que lo había vitoreado días antes y el sustento de quienes compartían con él liderazgo opositor, Capriles nos representaba a todos cuando, armado de un mensaje de paz, conversaba con “las autoridades”. Tuiter me convenció de lo contrario. Es decir, Tuiter me convenció de que el único venezolano que mantiene esa teoría, parezco ser yo y de verdad que volví una vez más a sentirme en la acera del frente, solo y bruto: no entendí, ni entonces ni ahora, por qué, de pronto, a los mismos venezolanos que consideraban a Henrique Capriles un Mesías les había dado por considerarlo un blanco de desprestigios varios. Mucho menos entendí lo que percibo como un abandono innecesario y dañino. Pero, entonces recordé que estamos en Venezuela, que esta situación es inédita, única e irrepetible y que de este gentilicio, amigo de hacer colas, tocar corneta y orinar en la calle, cabe esperar cualquier cosa. Incluso la destrucción de sus líderes.
Por eso, más o menos, no voy a salir mañana a la calle. Respeto muchísimo a quien decida hacerlo y espero que mucha gente lo haga. Si algo se necesita es que esas iniciativas tengan éxito, aunque sea para crearle una roncha a Alí Babá, pero creo que se trata – en general – de una estrategia equivocada en un un momento equivocado. No soy de los que creo que estemos ni a las puertas, ni en las cercanías de un momento de transición política (al contrario, a mi me parece que este gobierno a pesar de sus errores incalificables, está cada día mas atornillado en el poder, pero esa es otra historia) creo, eso sí, que esa transición que clamamos a gritos, podría empezar a estructurarse desde un dialogo que aunque comience siendo de sordos, tendrá forma si se convierte en aguacerito blanco.
¿Es necesario alternarlo con acciones de calle? Quizás sí. Pasa que a mí me parece que en las calles de este país hay demasiado caos como para insistir en caotizarlo más y pasa, desgraciadamente, que el nuestro es un pedazo de pueblo muy refistolero al que igual le da por armar la marimorena, para justificar una matazón y un sangrero. Realmente, yo quisiera no estar aquí el día que eso pase. Mis recuerdos del 27 de febrero son sumamente dolorosos como para querer repetirlos.
Creo que ni a mi conocida, ni a nadie, le interesa que yo salga o no mañana; si escribo esto es porque algunas cosas me escuecen cuando me las callo. No sé porque me parece que el radicalismo de algunos líderes de oposición busca medrar en rio revuelto y no entiendo la urgencia que los venezolanos tienen en repetir una Ucrania, súbitamente admirada, a 38 grados de calor a la sombra y con un ejército de represores que tiene más de 50 años entrenándose para las más crueles exhibiciones de desprecio al otro. Pero, respeto a quien lo haga y le deseo suerte. Yo creo que las cosas deben ir por otros derroteros y aunque ir a misa y dejar una flor olvidada en la calle, es casi un acto de cursilería, sigue siendo una forma de evitar que el caos termine de ser la única escenografía de la patria.
Posiblemente, lo que no termino de entender yo es que Venezuela no se merece, entre otras cosas, a un hombre de la estatura de Henrique Capriles Radonsky.
Soy de los que sigue pensando que Henrique Capriles es una opción viable. Por ejemplo, soy de los que apoya con alegría sus reuniones con destacados miembros del régimen, incluso sus apretones de mano con el dictador heredero. Cuando la prensa empezó a reseñar tales encuentros sentí que Venezuela tenía, en el liderazgo de Capriles, una salida lenta y segura a la crisis. Por lo menos, que había alguien metiéndose por debajito en las entrañas del monstruo, para empezar poco a poco a debilitarlo. Pensé (Oh iluso de mÍ) que esa estrategia (el arte de hacer política) era el paseíllo de un hombre valiente, que se ha dejado el pellejo en las carreteras y los pueblos de esta tierra. Creía que, con el apoyo del mismo pueblo que lo había vitoreado días antes y el sustento de quienes compartían con él liderazgo opositor, Capriles nos representaba a todos cuando, armado de un mensaje de paz, conversaba con “las autoridades”. Tuiter me convenció de lo contrario. Es decir, Tuiter me convenció de que el único venezolano que mantiene esa teoría, parezco ser yo y de verdad que volví una vez más a sentirme en la acera del frente, solo y bruto: no entendí, ni entonces ni ahora, por qué, de pronto, a los mismos venezolanos que consideraban a Henrique Capriles un Mesías les había dado por considerarlo un blanco de desprestigios varios. Mucho menos entendí lo que percibo como un abandono innecesario y dañino. Pero, entonces recordé que estamos en Venezuela, que esta situación es inédita, única e irrepetible y que de este gentilicio, amigo de hacer colas, tocar corneta y orinar en la calle, cabe esperar cualquier cosa. Incluso la destrucción de sus líderes.
Por eso, más o menos, no voy a salir mañana a la calle. Respeto muchísimo a quien decida hacerlo y espero que mucha gente lo haga. Si algo se necesita es que esas iniciativas tengan éxito, aunque sea para crearle una roncha a Alí Babá, pero creo que se trata – en general – de una estrategia equivocada en un un momento equivocado. No soy de los que creo que estemos ni a las puertas, ni en las cercanías de un momento de transición política (al contrario, a mi me parece que este gobierno a pesar de sus errores incalificables, está cada día mas atornillado en el poder, pero esa es otra historia) creo, eso sí, que esa transición que clamamos a gritos, podría empezar a estructurarse desde un dialogo que aunque comience siendo de sordos, tendrá forma si se convierte en aguacerito blanco.
¿Es necesario alternarlo con acciones de calle? Quizás sí. Pasa que a mí me parece que en las calles de este país hay demasiado caos como para insistir en caotizarlo más y pasa, desgraciadamente, que el nuestro es un pedazo de pueblo muy refistolero al que igual le da por armar la marimorena, para justificar una matazón y un sangrero. Realmente, yo quisiera no estar aquí el día que eso pase. Mis recuerdos del 27 de febrero son sumamente dolorosos como para querer repetirlos.
Creo que ni a mi conocida, ni a nadie, le interesa que yo salga o no mañana; si escribo esto es porque algunas cosas me escuecen cuando me las callo. No sé porque me parece que el radicalismo de algunos líderes de oposición busca medrar en rio revuelto y no entiendo la urgencia que los venezolanos tienen en repetir una Ucrania, súbitamente admirada, a 38 grados de calor a la sombra y con un ejército de represores que tiene más de 50 años entrenándose para las más crueles exhibiciones de desprecio al otro. Pero, respeto a quien lo haga y le deseo suerte. Yo creo que las cosas deben ir por otros derroteros y aunque ir a misa y dejar una flor olvidada en la calle, es casi un acto de cursilería, sigue siendo una forma de evitar que el caos termine de ser la única escenografía de la patria.
Posiblemente, lo que no termino de entender yo es que Venezuela no se merece, entre otras cosas, a un hombre de la estatura de Henrique Capriles Radonsky.
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