He pasado varios meses (9 para ser exactos) pensando que
Loreta bien pudo haberse llamado, por lo menos, Lorena; ese nombre, un poco mas
cristiano, le acomodaría mucho más a sus 14 años, es más, hasta podría
convertirse en amuleto contra la vida atropellada con que la suerte comienza a
probarla. Ya sé que no existe manera de que mis deseos se cumplan, porque
Loreta se llama como se llama y ese, además, es el último de los asuntos que
preocupan su vida; pero, no hay día en que no le de vuelta a ese nombre que
tan poquito me gusta y a las
circunstancias a él apañadas.
Aunque cuesta mucho
ponerle tal adjetivo a los muchachos con quienes comparto la aventura de
enseñar mientras aprendo, Loreta, posiblemente, sea una de las mejores alumnas
que un enseñador quiera tener, básicamente porque, junto a su enorme timidez
convive una autentica avidez de cosas nuevas. Loreta quiere aprender, cualquier
cosa que alguien venga a enseñarle y eso, suele mostrarse en sus calificaciones.
O solía, hay que aclararlo; porque al regreso del largo asueto impuesto por las
trincheras, Loreta se ha echado novio de a de veras.
Es normal. O al menos lo es en este universo de muchachos que viven las prisas de quienes tienen poco que apostarle a la vida. No deja de ser una pena, pero es lo que hay. Con frecuencia reparo en ello, tratando de que alguien que no sea yo, se me una en el predicamento: Loreta, sabe Dios porque, escogió, de lo malo, lo peor y para alguno de nosotros es un tema bien difícil que ha causado más de un cisma, muchas lagrimas y un descenso tan preocupante como triste en sus calificaciones y mas allá, en lo que duele: en la vida.
El novio de Loreta, en principio, es un problema para ella; en final también, pero a ella no le da la gana de darse cuenta. Del mismo modo como no quiere que, los demás, nos demos cuenta que al nacer tuvo la mala suerte de un estigma: alrededor del ojo derecho y en mitad de la frente, su piel tiene el color de la tiña; si dos más dos son cuatro, ese es exactamente el filón que este malandro de siete suelas ha conseguido para lograr que Loreta se haya convertido en una muchacha triste y asustadiza con quien es imposible "entrar en razones". Loreta no volvió a acompañar a sus amigas al kiosco, Loreta no ha vuelto a los paseos que organizan sus compañeros en las tardes que les dejamos libres, Loreta no ha tenido últimamente tiempo para terminar los proyectos de escuela, a Loreta la han visto salir corriendo a la hora del receso para llevarle a su "novio" su parte del desayuno, Loreta llora con frecuencia en los rincones, acabó casi completamente la ambigua relación que tenía con su madre y ha escogido la soledad como compañera de unos ratos de escuela, que antes eran parecidos a grupos. Todos hemos visto a Loreta sentada a horcajadas en la moto del novio mientras él le revisa el morral y los apuntes del día. Algunos de nosotros estamos seguros que ciertos moretones en los brazos de Loreta no son extensiones del lunar en el rostro, sino metástasis de un mal amor.
Loreta, enamorada, no entiende de ningún modo que se expone a todo lo oscuro. Hablarle ha probado lo inútil de nuestro verbo enfrentado al “amor”, Su mamá, comadre de la mamá del "macho" que la mantiene mirando un precipicio, ha amenazado con retirarla de la escuela (y dejarla sin estudios) antes que verla caer por el despeñadero; es decir, antes de la rayita rosada en el casette de la farmacia. A él, ningún castigo le anuncian, tal vez porque lo suyo es cosa de machos, tal vez porque alguien está esperando que la vida se ocupe, si es que la vida – realmente - se entretiene en "hombres" como él; cosa que a veces se duda.
Es probable que Loreta en algún momento comience a sentir el dolor que nosotros presumimos empozado; mientras ese día llega, Loreta continuará pisando las piedras de un camino que, a los catorce años, se antoja plagado de lacrimosos sinsabores.
Esa seguramente es la razón para el gran estupor que nos ha causado su último boletín de calificaciones, aun más, su último reporte de vida.
Esa y, probablemente, la pena de haber nacido predestinada al desgarre de un estigma.
Es normal. O al menos lo es en este universo de muchachos que viven las prisas de quienes tienen poco que apostarle a la vida. No deja de ser una pena, pero es lo que hay. Con frecuencia reparo en ello, tratando de que alguien que no sea yo, se me una en el predicamento: Loreta, sabe Dios porque, escogió, de lo malo, lo peor y para alguno de nosotros es un tema bien difícil que ha causado más de un cisma, muchas lagrimas y un descenso tan preocupante como triste en sus calificaciones y mas allá, en lo que duele: en la vida.
El novio de Loreta, en principio, es un problema para ella; en final también, pero a ella no le da la gana de darse cuenta. Del mismo modo como no quiere que, los demás, nos demos cuenta que al nacer tuvo la mala suerte de un estigma: alrededor del ojo derecho y en mitad de la frente, su piel tiene el color de la tiña; si dos más dos son cuatro, ese es exactamente el filón que este malandro de siete suelas ha conseguido para lograr que Loreta se haya convertido en una muchacha triste y asustadiza con quien es imposible "entrar en razones". Loreta no volvió a acompañar a sus amigas al kiosco, Loreta no ha vuelto a los paseos que organizan sus compañeros en las tardes que les dejamos libres, Loreta no ha tenido últimamente tiempo para terminar los proyectos de escuela, a Loreta la han visto salir corriendo a la hora del receso para llevarle a su "novio" su parte del desayuno, Loreta llora con frecuencia en los rincones, acabó casi completamente la ambigua relación que tenía con su madre y ha escogido la soledad como compañera de unos ratos de escuela, que antes eran parecidos a grupos. Todos hemos visto a Loreta sentada a horcajadas en la moto del novio mientras él le revisa el morral y los apuntes del día. Algunos de nosotros estamos seguros que ciertos moretones en los brazos de Loreta no son extensiones del lunar en el rostro, sino metástasis de un mal amor.
Loreta, enamorada, no entiende de ningún modo que se expone a todo lo oscuro. Hablarle ha probado lo inútil de nuestro verbo enfrentado al “amor”, Su mamá, comadre de la mamá del "macho" que la mantiene mirando un precipicio, ha amenazado con retirarla de la escuela (y dejarla sin estudios) antes que verla caer por el despeñadero; es decir, antes de la rayita rosada en el casette de la farmacia. A él, ningún castigo le anuncian, tal vez porque lo suyo es cosa de machos, tal vez porque alguien está esperando que la vida se ocupe, si es que la vida – realmente - se entretiene en "hombres" como él; cosa que a veces se duda.
Es probable que Loreta en algún momento comience a sentir el dolor que nosotros presumimos empozado; mientras ese día llega, Loreta continuará pisando las piedras de un camino que, a los catorce años, se antoja plagado de lacrimosos sinsabores.
Esa seguramente es la razón para el gran estupor que nos ha causado su último boletín de calificaciones, aun más, su último reporte de vida.
Esa y, probablemente, la pena de haber nacido predestinada al desgarre de un estigma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario