Si, ya sé que suena demasiado descalificante y que eso no se hace; pero, a mi me convocaron a una instancia política. Lo que me dieron, fue una colección de arengas que si bien son un poquitín menos peligrosas que una reunión del PSUV, lo son porque las dicen gente que está de mi lado.
La cita fue el sábado pasado y si de primeras impresiones se trata, la de este día no ayudó mucho. Pasadas las 10 de la mañana (el llamado había sido hecho para las 8 en punto) la sesión apenas empezaba a calentar motores; a esa hora, una de las promotoras anunció que arrancaríamos con un video, al que nadie le prestó atención pues ni se veía ni se escuchaba bien. Si ese video contenía las bases programáticas del Congreso Ciudadano, he allí la explicación al por qué nunca nadie se tomó la molestia de explicarlas. Se perdieron en el video.
El salón en el que se estaba realizando, por cierto, hervía de emociones varias; de modo que superadas algunas formalidades organizativas, el presidente de la sesión dio por abierta la discusión sobre los aspectos “políticos” de la reunión anunciando que, además, se discutirían aspectos económicos y sociales. Entonces mi cabeza, poco dada a tolerar las luchas por la patria, empezó a girar descontrolada.
A ver, por ejemplo: ¿Qué es “la resistencia”? ¿Qué obliga a un ciudadano de a pie, a presentarse ante un auditorio como miembro de “la resistencia”? Peor aún, ¿por qué la palabrita de marras despierta tales vítores? Nunca lo supe. Así como nadie explicó el concepto Congreso Ciudadano, ni sus objetivos claros, nadie se ocupó tampoco de aclararme esa duda. La apertura de la sesión, entonces, estuvo más bien plagada de emotividades y de frases que a la gente parece encantarles: “empoderamiento del ciudadano”, “voz de quienes no la tienen” “necesidad de exprésanos” y otras por el estilo que sirven para ilustrar el camino que empieza a transitar el lado más radical de nuestra inefable oposición.
Empezaron pues a correr los minutos dejando tras de sí la más cruda de las realidades venezolanas del siglo XXI: Salvo honrosas excepciones, lo que sobra en Venezuela es creer que cualquier lugar que parezca opción de confrontación de ideas, es sitio para una catarsis llena de eslóganes, artículos que han circulado hasta el cansancio, reiteraciones y recetas mágicas que no llevan a ningún lado y que retozan libremente sobre una pésima particularidad: cualquier micrófono sirve para caerle a palos a la Unidad Democrática, desconociendo – paradójicamente - el verdadero poder ciudadano al abrogarse derechos que, aunque existen y son válidos, no poseen una estructura formal que los legitime. En poco rato, la tarima se ha convertido en un pandemónium (en ocasiones con un léxico bastante mediocre) que desconoce la posibilidad de servirse de las vías constitucionales que el mismo gobierno ofrece. La emotividad exacerbada de la mañana se resume en la frase (ciertamente desafortunada) de una de las organizadoras del evento: “lo que necesitamos hacer es salir a buscar la gente que está dispuesta a acompañarnos y tiene la misma tendencia de nosotros” (después de lo escuchado, ¿hablaba de talibanes?) Por ejemplo, una intervención que pone en claro la urgente necesidad de rescatar la paridad de criterios se escucha con fastidio; cualquiera de las muchas – exaltadas – que recurre al argumento radical de no considerar la vía electoral como una salida, recibe emocionados y estruendosos apoyos. Pienso entonces, con preocupación, que estamos ante una dura realidad: solo puede aspirar al liderazgo político quien se aprende unas cuantas frases efectistas al estilo "doy mi vida por la patria" aunque rayen en lo cursi y no ofrezcan más que un palabrerío vacío.
Dos marcadas tendencias aparecen cuando llevamos más de una hora de discursos enconados para los que nadie respetó el tiempo pautado previamente: una es desconocer la importancia del proceso electoral porque no se cree en el arbitro, aunque nadie propone una idea válida para cambiarlo y la otra es que, sin presos políticos en libertad, no hay manera de empezar a hacer el trabajo político indispensable que ayudará a poner a los presos políticos en libertad. Complicado, ¿no? Pues bien, las gárgolas que cada asistente le ha puesto a sus ideas, impiden que se realice un verdadero intercambio de planes de futuro o al menos, que se diga algo sensato sobre lo que haremos con este país, despezado y macilento, una vez alcanzada “la libertad”. El Congreso Ciudadano, se convierte entonces en una plataforma para cruzar monólogos que no van a lugar alguno: todos lo quieren todo, libertad de presos políticos, constituyente, renuncia, referéndum revocatorio y calle, mucha calle, pero nadie se acerca al micrófono con una idea de cómo lo haremos. No deja de ser preocupante, pues, que la persona que desempeña el rol de anfitrión, es quien esgrime más duramente el argumento desconocedor de las opciones constitucionales.
Transcurridas dos horas largas de intervenciones, empañadas por un sonido mal ecualizado, cuando comienzo a pensar que mejor estaba en otro sitio, es en ese momento cuando escucho una decisión absolutamente delicada: Esta es una lucha política, es el pueblo, por vía de las organizaciones de ciudadanos quien va a decidir si participa o no en las elecciones.
Antes de levantarme de mi asiento, un hombre a quien aprecio habla de la “unidad perfecta” llamándola, como ya otros lo han hecho en un contexto opuesto, un montón de poquitos. Una vez más la unidad, la única que se ha logrado construir en estos años de vorágines electorales, es acusada de colaboracionista y oscura. Preocupado, salgo del recinto con tiempo para escuchar el más errado (por inalcanzable) de los objetivos de la lucha política actual en Venezuela: La renuncia del presidente y su gabinete ejecutivo, así porque si. Sin elecciones. Como cantaba Soledad Bravo, “todo a pulmón, solo a pulmón”.
No sé muy bien como, sin embargo, al cierre de esta primera discusión los asistentes logran acuerdos que podrían tener sentido, si estuvieran desprovisto de esas ganas de llevarnos todo por delante que ha sido leit motiv del encuentro:
- O hay elecciones primarias para llevar candidatos a la AN, o no hay nada.
- Hay que constituir comités ciudadanos de movilización (una versión azul de los Círculos Bolivarianos, lo cual no es mala idea, en absoluto, aunque no apuesto por ello)
- No olvidar el estado comunal y la propiedad privada y, por último,
- Defender la emoción que produce el federalismo ya que Caracas, cada vez mas, es percibida como una suerte de enemigo histórico.
La mañana, con un 30% de ·delegados” alejados de la discusión, comiendo pastelitos fríos o tomando café sin ningún miramiento, concluye – al menos para mí – sin que ni uno solo de los asistentes haya comprendido que existiendo la unidad política lograda en eventos anteriores, un flaco favor le hacemos a “la patria” tratando de acabar con ella de un plumazo.
Salí de allí sin atreverme a dudar de las buenas intenciones de los promotores de esta iniciativa (a quienes por cierto, conozco porque si, pero jamás se identificaron como grupo cohesionado) pero, con el convencimiento absoluto de que de buenas intenciones está empedrado el camino del infierno.
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