Hace pocos días, muy para mi desconsuelo, una conocida mía que vive fuera de Venezuela
hace muchos años, vino de vacaciones. Yo ni siquiera lo sabia; pero tuve la
mala suerte de conseguirla en una oficina bancaria. Me sorprendió mucho verla
pues la se exitosa en algún país europeo. Me acerqué a saludarla y con genuina
ingenuidad le pregunté, ¿Qué haces tú
aquí? Nada más. Eso bastó para que ella montara un escándalo (desmedido,
para mi gusto) en el que dejo salir toda la frustración que le produce ser la
venezolana condenada por todo el mundo debido a su condición de exiliada.
Ninguna otra justificación puedo darle a ese desafortunado desencuentro. Yo no
soy de los que critica el exilio, al contrario lo aúpo; pero, ni por una razón ni por otra, merecía semejante
mal rato. Creo yo.
Días mas tarde, una
mujer desconocida, pero de muy buen ver, decidió pegarme la insultada de mi
vida porque, sencillamente, no la vi en el estacionamiento de un centro
comercial y le obstaculicé por un par de minutos su torpe maniobra de salida.
Me puso verde, literalmente; mientras lo hacía, yo no podía parar de mirar su buena
pinta, la cartera de firma y las pulseras “tendencia” que retintineaban con
cada insulto. Si ella estaba fuera de sí, (sabe Dios porque, lo que yo hice no
era para tanto) yo estaba impactado, la guapa del día se había transfigurado en
un monstruo tan odioso que daba pesar.
Mudándome, cosa en la que ando por estos días, he tenido que sortear todo tipo de antipáticas negociaciones para que mi viejo Tempra pase la noche en el mejor estado posible, pues uno de mis nuevos vecinos encuentra difícil ceder la comodidad con la que él estaciona su motocicleta y se ha ocupado de hacérmelo saber, ofendido por mis intenciones aviesas de compartir con él un espacio que, de todos modos, sirve para cuatro camionetas. He conseguido que lo entienda es cierto, pero, mucha hostilidad me tuve que comer en el intento.
Podría seguir contando anécdotas, (en los últimos días me han llamado racista, me han gritado durísimo, me han recordado mi mamá e, incontables veces, he sido el viejo XXXX – póngale el insulto que mejor le cuadre – y no soy el único) Es como si el siglo XXI, hubiese venido envuelto en intocable susceptibilidad o, que esta complicación inmensurable que conocemos como país se viviera merced a un gran dolor buscando salida. Razones sobran, indudablemente; aquí, con el perdón de Santa Teresa, todo nos turba, todo nos espanta. No tenemos ninguna razón para entender la guerra del día a día, ni cosa alguna que permita un respiro, ninguna buena noticia en ciernes; entonces, hemos decidido vivir de espaldas a la naturalidad, esa cualidad estupenda de la Venezuela de antes en la que cierta flexibilidad Caribe nos permitía resolver con sonrisas y buenas formas, el lado oscuro del otro. No deja de ser una pena, (especialmente para mí que pierde en este arranque de susceptibilidades mucho de su escasa estabilidad) y lo más grave es que está alcanzando unos niveles bastante difíciles de relacionar con lo que uno siempre conoció y apreció como propio.
En estos días pasados, una adorable perrita murió en circunstancias muy tristes. Palabras más palabras menos, fue víctima de mala praxis (o de abuso, no lo sé bien) ; lo cierto es que #Cotufa entró a una clínica veterinaria para recibir atención básica o algo por el estilo y salió de allí muerta; alguien lo supo, apeló a una red social (donde si no) y en poco, la triste noticia era viral en las redes sociales y el Hashtag daba vueltas por el mundo. Está muy bien, muy bien, ese tipo de denuncias son indispensables; es posible que al hacerlo se haya librado otra mascota de una suerte similar; pero, en nuestras circunstancias actuales, ¿ese escándalo era necesario? El mismo día, o un par de días después, al llegar a su casa después de un largo y habitual día de trabajo duro, un joven médico oncólogo pediatra fue asesinado a puñaladas, dejando sin seguimiento médico un grupo de 138 niños enfermos de cáncer, una familia devastada, y un hospital - ya bastante calamitoso - en estado de luto estricto. Pues bien, Jesús Reyes, nunca fue trending topic. Tampoco pasó desapercibido, es cierto, pero su muerte (tan trágica e innecesaria como todas las que día a día nos conmocionan pero muchísimo más triste por lo que implica) no logro el rating de #Cotufa. Tan simple como eso. Veámoslo bien: Jesús Reyes salvaba vidas, o por lo menos se ocupaba de hacer que niños enfermos de cáncer estuvieran tan bien atendidos como la situación-actual lo permite. Jesús Reyes, según parece, era un incansable gladiador de hospitales públicos, eso en Venezuela es demasiado difícil de emular. Cotufa, con todo lo linda que era y con todo lo dolorosa que fue su muerte, hacia feliz a una familia a la que le sobraba tiempo para jugar con ella. Ninguna cosa es peor o mejor que otra. Es más, a lo mejor son incomparables, pero nunca me voy a cansar de decir que cada tweet lamentando la muerte de Cotufa, debería haber sido acompañado por cien expresando la indignación que nos tiene que producir la muerte del Doctor Jesús Reyes. Eso no sucedió y yo lo lamento. Debe ser que este batiburrillo emocional que-nos-está-pasando, da para poner el acento en el sitio en que no va. Punto.
Mudándome, cosa en la que ando por estos días, he tenido que sortear todo tipo de antipáticas negociaciones para que mi viejo Tempra pase la noche en el mejor estado posible, pues uno de mis nuevos vecinos encuentra difícil ceder la comodidad con la que él estaciona su motocicleta y se ha ocupado de hacérmelo saber, ofendido por mis intenciones aviesas de compartir con él un espacio que, de todos modos, sirve para cuatro camionetas. He conseguido que lo entienda es cierto, pero, mucha hostilidad me tuve que comer en el intento.
Podría seguir contando anécdotas, (en los últimos días me han llamado racista, me han gritado durísimo, me han recordado mi mamá e, incontables veces, he sido el viejo XXXX – póngale el insulto que mejor le cuadre – y no soy el único) Es como si el siglo XXI, hubiese venido envuelto en intocable susceptibilidad o, que esta complicación inmensurable que conocemos como país se viviera merced a un gran dolor buscando salida. Razones sobran, indudablemente; aquí, con el perdón de Santa Teresa, todo nos turba, todo nos espanta. No tenemos ninguna razón para entender la guerra del día a día, ni cosa alguna que permita un respiro, ninguna buena noticia en ciernes; entonces, hemos decidido vivir de espaldas a la naturalidad, esa cualidad estupenda de la Venezuela de antes en la que cierta flexibilidad Caribe nos permitía resolver con sonrisas y buenas formas, el lado oscuro del otro. No deja de ser una pena, (especialmente para mí que pierde en este arranque de susceptibilidades mucho de su escasa estabilidad) y lo más grave es que está alcanzando unos niveles bastante difíciles de relacionar con lo que uno siempre conoció y apreció como propio.
En estos días pasados, una adorable perrita murió en circunstancias muy tristes. Palabras más palabras menos, fue víctima de mala praxis (o de abuso, no lo sé bien) ; lo cierto es que #Cotufa entró a una clínica veterinaria para recibir atención básica o algo por el estilo y salió de allí muerta; alguien lo supo, apeló a una red social (donde si no) y en poco, la triste noticia era viral en las redes sociales y el Hashtag daba vueltas por el mundo. Está muy bien, muy bien, ese tipo de denuncias son indispensables; es posible que al hacerlo se haya librado otra mascota de una suerte similar; pero, en nuestras circunstancias actuales, ¿ese escándalo era necesario? El mismo día, o un par de días después, al llegar a su casa después de un largo y habitual día de trabajo duro, un joven médico oncólogo pediatra fue asesinado a puñaladas, dejando sin seguimiento médico un grupo de 138 niños enfermos de cáncer, una familia devastada, y un hospital - ya bastante calamitoso - en estado de luto estricto. Pues bien, Jesús Reyes, nunca fue trending topic. Tampoco pasó desapercibido, es cierto, pero su muerte (tan trágica e innecesaria como todas las que día a día nos conmocionan pero muchísimo más triste por lo que implica) no logro el rating de #Cotufa. Tan simple como eso. Veámoslo bien: Jesús Reyes salvaba vidas, o por lo menos se ocupaba de hacer que niños enfermos de cáncer estuvieran tan bien atendidos como la situación-actual lo permite. Jesús Reyes, según parece, era un incansable gladiador de hospitales públicos, eso en Venezuela es demasiado difícil de emular. Cotufa, con todo lo linda que era y con todo lo dolorosa que fue su muerte, hacia feliz a una familia a la que le sobraba tiempo para jugar con ella. Ninguna cosa es peor o mejor que otra. Es más, a lo mejor son incomparables, pero nunca me voy a cansar de decir que cada tweet lamentando la muerte de Cotufa, debería haber sido acompañado por cien expresando la indignación que nos tiene que producir la muerte del Doctor Jesús Reyes. Eso no sucedió y yo lo lamento. Debe ser que este batiburrillo emocional que-nos-está-pasando, da para poner el acento en el sitio en que no va. Punto.
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