Cuando, a principios de mes, el fiscal Nieves revolucionó las
redes sociales, escapando de Venezuela para vivir sus 15 minutos de fama en el
programa que Fernando del Rincón conduce para CNN en español, me aventuré a
explicar su acción esgrimiendo la teoría de que Nieves hacia eso para vengarse
de sus jefes, por un pago no ingresado
en el tiempo previsto en sus cuentas norteamericanas. Nunca me creí el cuento
del peso de la conciencia, ni de arrepentimiento alguno, pues para que a alguien
le pese la conciencia, primero tiene que tener una, cosa que no creo haberle
visto al abogadito, ex empleado de
confianza, de la Fiscal General Bolivariana. Las personas que tienen conciencia
se niegan a embarrarla tanto y tan seguido. Eso no hay que explicarlo mucho. Yo
estoy seguro, aunque nunca pueda demostrarlo, que a ese tipo le ofrecieron una
plata, le dieron solo una parte, él se cansó de cobrar el resto y cuando se dio
cuenta de que no iban a pagarle, les echó un pulso. Pulso, que por cierto, duró
exactamente menos de una semana y no produjo ni remotamente el resultado que a punta de bombazos se anunció a diestra
y siniestra (por las redes sociales, of
course): Leopoldo López sigue tan injustamente preso como estaba el día
antes de la salida al aire de la nauseabunda entrevista que CNN transmitió con
gran fanfarria. (Por cierto, ¿qué será de la vida de Nieves?)
Días más tarde, los rumores acerca de las fugas, ni
confirmadas ni desmentidas, de otros funcionarios de la misma dependencia,
inundaron iguales páginas con resultados a la par de efímeros y con menos
suerte: si es cierto que otro (u otra) fiscal picó los cabos, parece que Del Rincón o CNN aprendieron la lección.
No ha habido, por ahora, asomo alguno de comparecencia en pantalla, a Dios
gracias; probablemente, porque el escándalo que siguió (del que por cierto,
estoy empezando a notar cierto lamentable desvanecer) tiene excesiva importancia
en nuestro rosario de vergüenzas. La caída de los dos chamos dilectos del
entorno presidencial, con kilos y kilos de droga y sus implicaciones, no del
todo claras, con la persecución que el gobierno de Estados Unidos ha desatado
en contra del narcotráfico proveniente de
por estos lares es, sin duda, un
asunto de mayor cuantía. Sobre todo por su carácter estrictamente económico:
dos muchachos guapos y apoyados, a quienes seguramente alguien les hizo creer
que se trataba de un negocio seguro - dada su cercanía a un poder cada vez más
en (literal) tela de juicio - que les proporcionaría una cantidad astronómica
de dinero ganado con toda la facilidad del mundo. No se les dio. Cayeron con
los kilos y, aunque es muy factible que ni cadena perpetua ni nada de esas
cosas que desde entonces los opinadores de patio les han vaticinado, este par
de niños han de regresar a casa sin el
pan y sin el queso, con la correa corta, a montar un carrito de
hamburguesas.
En el medio de tanto lio, Mérida fue escenario de una prometedora protesta, la de los taxistas, que como bien dijera Rómulo Betancourt, es uno de los colectivos proclives a tumbar gobierno. La protesta se acalló sin dejar rastro doloroso, gracias al ofrecimiento de regalarle taxis a quienes habían sido víctimas de robo. Han pasado tres semanas, la delincuencia no ha mermado, el precio de los repuestos no ha bajado, las baterías siguen desaparecidas; pero, los taxis regalados, tal como lo vaticinó el conductor que me llevó a casa al final de ese día, están siendo distribuidos entre panas del señor que hizo el ofrecimiento; cosa que ha convertido en taxista a más de un conspicuo revolucionario, para echar por tierra – supongo - las muchas y muy sentidas lagrimas que arrancó el articulo de Cesar Miguel Rondón sobre el Profesor Quintana (quien seguramente, en su propio carro, comprado con el sudor de su frente, sigue practicando el rebusque del momento y forma parte del recuerdo lejano de las iniquidades de los tiempos que corren) al tiempo que abre las puertas al descubrimiento de una nueva característica del hombre nuevo: sacar dinero de la dádiva que recibe, bien sea en forma de paquete maldito, de cartón de huevos o de automóvil chino.
Todos los días, una nueva noticia “estremece” (me encanta esa palabra, debe ser que, por andino, me atrae lo sísmico) las redes sociales (me perdonan la insistencia, pero sin periódicos que consultar, aquí no queda más que leer cada recuadrito “estremecedor” que un amigo sube a FACEBOOK). La última empezó ayer o anteayer y amenaza con poner a su protagonista en el sillón de invitados de Ismael Cala, el ventrílocuo-gurú-siglo-XXI de los desvalidos exitosos que venden desodorantes en su ratico de fama. Hablo del periodista de ANTV que renunció a su empleo públicamente porque estaba harto de su sueldo. Así, ni más ni menos, anuncian el video los titulares que lo acompañan en el maravilloso trasegar ubicuo de cuanta cosa permite ver (o difundir aunque no se vea) una noticia “estremecedora”: resulta que el jovencito periodista, después de trabajar por un rato en el canal de televisión de la Asamblea Nacional, se despertó un día con ganas de notoriedad y aprovechó su minuto en una pantalla que NADIE EN ESTE MUNDO sintoniza nunca, para decir que se iba “porque estaba harto de ganar 5.600 bolívares quincenales”. Por supuesto, no lo culpo. 5.600 bolívares quincenales no alcanzan ni para pagar la buseta. Es cierto. Pero, me pregunto desde que empecé a escuchar su prédica: ¿y si a ese chamo – con cara de recién graduado – le hubiesen pagado 100 mil bolívares mensuales, el habría repetido feliz las mentiras que día a día se cuentan desde el canal de televisión de la Asamblea Nacional? Es más, ¿sí a ese periodista recién graduado le hubiesen pagado 100 mil bolívares mensuales, el habría sido el feliz anunciador de los desmanes con los que, desde la Asamblea Nacional de Venezuela, se pretende enceguecer el diario vivir de los venezolanos, dejándolos sin otra información que la que se improvisa e inventa en las redes sociales, debido a que no hay prensa libre? Me he respondido con estupor que Si. Que el problema, estúpido, es el dinero. Punto.
No en balde corre desde hace décadas el mito urbano, atribuido a Jacinto Benavente, según el cual, el célebre intelectual español, encontrándose en una reunión con lo más granado y florido de la inteligencia de su tiempo, empezó a preguntar, hombre por hombre, si mediante el pago de una cantidad cada vez mas atractiva de pesetas de entonces, alguno de ellos estaría dispuesto a acostarse con otro hombre. Uno de los interrogados, en tiempos en los que la homosexualidad era un crimen de estado, recibió la pregunta acompañada de una- hipotética - cifra escandalosa de dinero y respondió que sí, que por esa cantidad lo haría. Benavente, entonces, se dirigió a los presentes y anunció a voz en cuello, la que puede que sea su más famosa ocurrencia:
En el medio de tanto lio, Mérida fue escenario de una prometedora protesta, la de los taxistas, que como bien dijera Rómulo Betancourt, es uno de los colectivos proclives a tumbar gobierno. La protesta se acalló sin dejar rastro doloroso, gracias al ofrecimiento de regalarle taxis a quienes habían sido víctimas de robo. Han pasado tres semanas, la delincuencia no ha mermado, el precio de los repuestos no ha bajado, las baterías siguen desaparecidas; pero, los taxis regalados, tal como lo vaticinó el conductor que me llevó a casa al final de ese día, están siendo distribuidos entre panas del señor que hizo el ofrecimiento; cosa que ha convertido en taxista a más de un conspicuo revolucionario, para echar por tierra – supongo - las muchas y muy sentidas lagrimas que arrancó el articulo de Cesar Miguel Rondón sobre el Profesor Quintana (quien seguramente, en su propio carro, comprado con el sudor de su frente, sigue practicando el rebusque del momento y forma parte del recuerdo lejano de las iniquidades de los tiempos que corren) al tiempo que abre las puertas al descubrimiento de una nueva característica del hombre nuevo: sacar dinero de la dádiva que recibe, bien sea en forma de paquete maldito, de cartón de huevos o de automóvil chino.
Todos los días, una nueva noticia “estremece” (me encanta esa palabra, debe ser que, por andino, me atrae lo sísmico) las redes sociales (me perdonan la insistencia, pero sin periódicos que consultar, aquí no queda más que leer cada recuadrito “estremecedor” que un amigo sube a FACEBOOK). La última empezó ayer o anteayer y amenaza con poner a su protagonista en el sillón de invitados de Ismael Cala, el ventrílocuo-gurú-siglo-XXI de los desvalidos exitosos que venden desodorantes en su ratico de fama. Hablo del periodista de ANTV que renunció a su empleo públicamente porque estaba harto de su sueldo. Así, ni más ni menos, anuncian el video los titulares que lo acompañan en el maravilloso trasegar ubicuo de cuanta cosa permite ver (o difundir aunque no se vea) una noticia “estremecedora”: resulta que el jovencito periodista, después de trabajar por un rato en el canal de televisión de la Asamblea Nacional, se despertó un día con ganas de notoriedad y aprovechó su minuto en una pantalla que NADIE EN ESTE MUNDO sintoniza nunca, para decir que se iba “porque estaba harto de ganar 5.600 bolívares quincenales”. Por supuesto, no lo culpo. 5.600 bolívares quincenales no alcanzan ni para pagar la buseta. Es cierto. Pero, me pregunto desde que empecé a escuchar su prédica: ¿y si a ese chamo – con cara de recién graduado – le hubiesen pagado 100 mil bolívares mensuales, el habría repetido feliz las mentiras que día a día se cuentan desde el canal de televisión de la Asamblea Nacional? Es más, ¿sí a ese periodista recién graduado le hubiesen pagado 100 mil bolívares mensuales, el habría sido el feliz anunciador de los desmanes con los que, desde la Asamblea Nacional de Venezuela, se pretende enceguecer el diario vivir de los venezolanos, dejándolos sin otra información que la que se improvisa e inventa en las redes sociales, debido a que no hay prensa libre? Me he respondido con estupor que Si. Que el problema, estúpido, es el dinero. Punto.
No en balde corre desde hace décadas el mito urbano, atribuido a Jacinto Benavente, según el cual, el célebre intelectual español, encontrándose en una reunión con lo más granado y florido de la inteligencia de su tiempo, empezó a preguntar, hombre por hombre, si mediante el pago de una cantidad cada vez mas atractiva de pesetas de entonces, alguno de ellos estaría dispuesto a acostarse con otro hombre. Uno de los interrogados, en tiempos en los que la homosexualidad era un crimen de estado, recibió la pregunta acompañada de una- hipotética - cifra escandalosa de dinero y respondió que sí, que por esa cantidad lo haría. Benavente, entonces, se dirigió a los presentes y anunció a voz en cuello, la que puede que sea su más famosa ocurrencia:
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Os fijáis señores, ya aquí tenemos la
marica, solo hace falta el capital
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