Lo más fácil es suponer que nosotros, realmente, queremos que
pase algo. Algo, alguna cosa que nos
sacuda, algún 11 de septiembre tropical, alguna gran hecatombe. Algo
que nos lleve al límite, que nos obligue a replantearnos la vida o al menos a
intentar recomenzarla. Algo. Yo no sé qué. Pero, algo.
Tiene que ser eso. Tiene que ser esa, la razón detrás de la
proliferación de noticias, exageradas, adornadas, increíbles, cuyo único fin es anunciar a gritos una de
estas dos cosas: la caída estrepitosa del capo de los ojos lindos y / o la del
señor que dice ser el que lleva las riendas del gobierno. Aun más atractiva que
esta última, la caída de ojitos lindos, es sin duda alguna, aquello con lo que
estamos más empecinados. De él, nefasto
personaje de estos años bolivarianos, suponemos tal cantidad de cosas que
presagiar su caída, es lo que más sencillo vemos. En alguna parte de nuestro
inconsciente reposa el convencimiento de que, todo lo que tenemos años
repitiendo sobre ese señor ha de confirmarse y entonces, él, cumplirá la
penitencia que le sea impuesta y nosotros, otra vez, bailaremos un derrumbe.
¿Es eso el algo que está a punto de suceder? Yo creo que no, pero hablaremos de
eso otro día. Hoy me provoca centrarme en “las noticias”.
Yo creo que es culpa de Telemundo, más específicamente de una insólita señora a quien llaman la Dra. Polo, mezcla de Señorita Laura y Nancy Grace, que conduce uno de esos reality shows parecido al que originó a Primero Justicia. El programa de la Dra. Polo, por cierto, estuvo hace poco encabezando uno de los famosos titulares “bomba” a los que nos hemos hechos tan afectos debido a que, en una de sus emisiones, probablemente participó uno de los incontables “testaferros” del régimen, quien en un desliz (cosas de novatos, bueno sea decirlo) se le salió una asombrosa confesión mil millonaria de la que nos hicimos inmediato eco, gracias a la inefabilidad de las redes sociales, sin las cuales estar informado, en Venezuela, sería imposible. Existiendo, como existe, un cerco impenetrable frente a la prensa más o menos libre de la que disfrutamos durante toda nuestra vida, viviríamos en Narnia, de no ser porque a un buen grupo de gringos enemigos se les ocurrió la genial idea de conectarnos aun mas, gracias a ese fenómeno extraordinario de comunicación instantánea. Fenómeno que, por cierto, ha sido utilizado de muchas maneras por quienes han necesitado servirse de su eficacia. Se dice, y es el ejemplo más socorrido de la historia, que sin Twitter, la primavera árabe habría marchitado sus intentos antes de dar a luz resultados tan esperanzadores como lo que dio.
En estos lares, sin embargo, todavía no llegamos a tanto. Hasta ahora, las redes solo nos han servido para propagar rumores, la mayoría de las veces sin fundamento alguno, y para relatar noticias, que transferimos de red en red, sin constatar ni verificar, pensando que con ello hacemos labor de patria. Tenemos años en eso, no estoy diciendo nada que sea particularmente llamativo; lo que sucede es que en los últimos tiempos (errores gramaticales incluidos) los llamados “bombazos” bien podrían tratarse del último desnudo de Diosa Canales, cosa que dicho sea de paso, ya seguramente no impresiona a nadie. Me ha dado por pensar que existe una plantilla de diseño, creada seguramente por los herederos de GRAVEUCA, en la que a todo color, letras casi siempre rojas y amarillas, se anuncia el descalabro del momento: es decir, el descubrimiento – cierto o no – de alguna nueva tropelía, que esta vez sí, pondrá en aprietos insalvables a los camaradas, provocando su derrumbe. Los vemos todos los días, sobre todo en Facebook. Están perfectamente diseñados para causar asombro, o por lo menos para no pasar desapercibidos. Hablan de (en este orden de importancia) fraude electoral, narco tráfico e historias, más o menos verosímiles, de corrupción ligada a alguna forma de inmoralidad. Cada cierto tiempo, las declaraciones desafortunadas de algún jerarca de segunda, ponen un matiz distractivo en el que, la guinda del postre la pone siempre un error de léxico del señor que dice llevar las riendas del gobierno. Punto. A eso se ha reducido nuestro tour de force informativo. Diariamente y con entusiasmo, leemos, copiamos, compartimos y comentamos cualquiera de esos recuadritos francamente odiosos que presagian a full color un fin que nunca llega. A veces, como ha sucedido en los últimos días, la emoción de estar al borde de un desastre natural, hace que nos apropiemos de imágenes ajenas para ilustrar los daños catastróficos causados por una sucesión de temblores, que apenas tumbaron un par de metros de la vieja tapia del viejo cementerio de Chiguará en Mérida; así, de noticia en noticia hacemos camino para que en cualquier momento – lo más pronto posible - suceda algo que nos saque de la modorra producida por un mal sueño que lleva ya 17 años.
Lo cierto, no obstante, es que – lamentablemente - ni siquiera hoy, día en que una noticia realmente estremecedora (tan mala como buena, según se mire) parece abrirle un interesante capitulo a esta historia, somos capaces de contener la manía de repetir - exagerando - todo lo que nos llega a alguno de los quinientos grupos Whatsapp a que pertenecemos, sin movernos del sofá, soltar el Smartphone y hacer efectivamente algo que haga que a nosotros todos, nos pase algo. Algo bueno, es menester decirlo. Es cierto que lo más fácil es querer que un evento, de cualquier naturaleza, nos zarandee; lo que no terminamos de entender es que, para lograrlo, tendríamos que poner el mayor de nuestros esfuerzos, abandonar el celu, aparcar un poco el buen humor del venezolano, parar de repetir todas esas chorradas que hablan - con musiquita de fondo - de lo bello que es todo lo que agarra el ojo, desde el sofá en que repetimos la ultima frivolidad del día, y paremos de preguntar ¿hasta cuándo, Dios mío? cada vez que un nuevo zarpazo nos agrede; pues, entre otras cosas, ya Dios mío se ocupó – desde Cuba - de hacernos el milagrito hace exactamente dos años y ocho meses.
Yo creo que es culpa de Telemundo, más específicamente de una insólita señora a quien llaman la Dra. Polo, mezcla de Señorita Laura y Nancy Grace, que conduce uno de esos reality shows parecido al que originó a Primero Justicia. El programa de la Dra. Polo, por cierto, estuvo hace poco encabezando uno de los famosos titulares “bomba” a los que nos hemos hechos tan afectos debido a que, en una de sus emisiones, probablemente participó uno de los incontables “testaferros” del régimen, quien en un desliz (cosas de novatos, bueno sea decirlo) se le salió una asombrosa confesión mil millonaria de la que nos hicimos inmediato eco, gracias a la inefabilidad de las redes sociales, sin las cuales estar informado, en Venezuela, sería imposible. Existiendo, como existe, un cerco impenetrable frente a la prensa más o menos libre de la que disfrutamos durante toda nuestra vida, viviríamos en Narnia, de no ser porque a un buen grupo de gringos enemigos se les ocurrió la genial idea de conectarnos aun mas, gracias a ese fenómeno extraordinario de comunicación instantánea. Fenómeno que, por cierto, ha sido utilizado de muchas maneras por quienes han necesitado servirse de su eficacia. Se dice, y es el ejemplo más socorrido de la historia, que sin Twitter, la primavera árabe habría marchitado sus intentos antes de dar a luz resultados tan esperanzadores como lo que dio.
En estos lares, sin embargo, todavía no llegamos a tanto. Hasta ahora, las redes solo nos han servido para propagar rumores, la mayoría de las veces sin fundamento alguno, y para relatar noticias, que transferimos de red en red, sin constatar ni verificar, pensando que con ello hacemos labor de patria. Tenemos años en eso, no estoy diciendo nada que sea particularmente llamativo; lo que sucede es que en los últimos tiempos (errores gramaticales incluidos) los llamados “bombazos” bien podrían tratarse del último desnudo de Diosa Canales, cosa que dicho sea de paso, ya seguramente no impresiona a nadie. Me ha dado por pensar que existe una plantilla de diseño, creada seguramente por los herederos de GRAVEUCA, en la que a todo color, letras casi siempre rojas y amarillas, se anuncia el descalabro del momento: es decir, el descubrimiento – cierto o no – de alguna nueva tropelía, que esta vez sí, pondrá en aprietos insalvables a los camaradas, provocando su derrumbe. Los vemos todos los días, sobre todo en Facebook. Están perfectamente diseñados para causar asombro, o por lo menos para no pasar desapercibidos. Hablan de (en este orden de importancia) fraude electoral, narco tráfico e historias, más o menos verosímiles, de corrupción ligada a alguna forma de inmoralidad. Cada cierto tiempo, las declaraciones desafortunadas de algún jerarca de segunda, ponen un matiz distractivo en el que, la guinda del postre la pone siempre un error de léxico del señor que dice llevar las riendas del gobierno. Punto. A eso se ha reducido nuestro tour de force informativo. Diariamente y con entusiasmo, leemos, copiamos, compartimos y comentamos cualquiera de esos recuadritos francamente odiosos que presagian a full color un fin que nunca llega. A veces, como ha sucedido en los últimos días, la emoción de estar al borde de un desastre natural, hace que nos apropiemos de imágenes ajenas para ilustrar los daños catastróficos causados por una sucesión de temblores, que apenas tumbaron un par de metros de la vieja tapia del viejo cementerio de Chiguará en Mérida; así, de noticia en noticia hacemos camino para que en cualquier momento – lo más pronto posible - suceda algo que nos saque de la modorra producida por un mal sueño que lleva ya 17 años.
Lo cierto, no obstante, es que – lamentablemente - ni siquiera hoy, día en que una noticia realmente estremecedora (tan mala como buena, según se mire) parece abrirle un interesante capitulo a esta historia, somos capaces de contener la manía de repetir - exagerando - todo lo que nos llega a alguno de los quinientos grupos Whatsapp a que pertenecemos, sin movernos del sofá, soltar el Smartphone y hacer efectivamente algo que haga que a nosotros todos, nos pase algo. Algo bueno, es menester decirlo. Es cierto que lo más fácil es querer que un evento, de cualquier naturaleza, nos zarandee; lo que no terminamos de entender es que, para lograrlo, tendríamos que poner el mayor de nuestros esfuerzos, abandonar el celu, aparcar un poco el buen humor del venezolano, parar de repetir todas esas chorradas que hablan - con musiquita de fondo - de lo bello que es todo lo que agarra el ojo, desde el sofá en que repetimos la ultima frivolidad del día, y paremos de preguntar ¿hasta cuándo, Dios mío? cada vez que un nuevo zarpazo nos agrede; pues, entre otras cosas, ya Dios mío se ocupó – desde Cuba - de hacernos el milagrito hace exactamente dos años y ocho meses.
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