La fiesta en la Casa de Francia presagiaba diversión y
garotas – cosas de Rio, diremos – y las ganas de celebrar, después que se tiene
en el pecho una Medalla de Oro, hacían obligante el deseo. Cerca de las dos de
la mañana, después de una opípara cena fuera de las instalaciones olímpicas,
Ryan Lochte, Gunnnar Bentz, Jack Conger y
Jimmy Feigen llegaron a la fiesta. A pesar de la inmensa cola y de las dificultades
para acceder, entraron sin problema alguno - en olor de triunfadores - y se
unieron a un sarao, en el que, según todas las lenguas, lo pasaron súper.
Comieron, bailaron (bueno, es un decir, lo de bailar a un gringo puro no se le da, punto) bebieron,
se levantaron unas nenas, les metieron mano, bebieron mucho más, volvieron a beber
y se fueron casi a las seis de la mañana, en un taxi, rumbo a la villa
olímpica. Allí, se tomaron unas fotos frente a los anillos que identifican la
urbanización en que se alojan todos los atletas participantes en el evento
deportivo y se fueron a dormir. Salvo una gran borrachera, nadie, si es que
acaso alguien los vio, notó alguna cosa rara; a pesar del ambiente deportivo y
todos los mitos urbanos respecto a eso, dicen las malas (y las buenas) lenguas
que, para una buena borrachera y algunas cosas aparentemente desaconsejadas en
una gesta deportiva de altura, no había que salir de la villa.
Recuperado de la resaca, o en vías de ello, el más avezado y mayor
del grupo, llamó a su madre para saludarla y le contó que había sido víctima de
un atraco en una gasolinera de Rio. La señora montó la marimorena, mandando al
diablo, sin saber, el prestigio del
equipo olímpico de natación norteamericano. Ryan Lochte, ganador de 12 medallas
olímpicas, contó a su madre una mentira, armada a partir de la fama pendenciera
de la ciudad sede de las Olimpiadas 2016. Dijo que había sido agredido a punta
de pistola por cuatro malandros disfrazados de policías. Nadie sabe por qué lo
hizo, o mejor dicho, nadie sabía hasta ese momento, pero; lo hizo. Contó que había sido atacado y que sus
atacantes le habían puesto la pistola en la cabeza. La señora horrorizada, hizo
una denuncia que puso la noticia en las primeras planas de todos los periódicos
del mundo. “el equipo de natación de Norteamérica,
atacado en Rio de Janeiro cuando regresaban de una fiesta” Victimas
primeras de una tragedia anunciada. Rio estaba siendo vigilado por más de 80
mil uniformados, debido a ser una de las cinco ciudades más violentas del
mundo.
El COI, responsable de la seguridad de los atletas y de todo
lo demás exigió inmediatamente una investigación, para la cual era
indispensable el testimonio de los agredidos. Pasó lo que suele pasar cuando
uno habla en estado de resaca. Lochte, contó una historia distinta (ya no había
pistola en la cabeza sino “había sido apuntado”) peor aún, cada uno de los tres
nadadores involucrados contó una historia que empezó a llenar de contradicciones
la denuncia de la atribulada señora Lochte.
Comenzó entonces la fiscalía de Rio a armar el rompecabezas. Su primer
fallo habló entonces de la necesidad de hacer una investigación más profunda y descubrieron
el gran show olímpico. El que inventaron cuatro nadadores exitosos, guapos y
jóvenes miembros del equipo de natación de Los Estados Unidos de América. El
que inventaron cuatro muchachos asustados sin pensar ni por un momento en el
daño que estaban haciendo a sus anfitriones.
Lo que en realidad sucedió lo sabe todo el mundo: Lochte y
sus amigachos, hicieron que el taxi se detuviera en una gasolinera porque querían
orinar y, porque les salió del alma, destrozaron buena parte de la gasolinera.
Estaban tan borrachos que el exceso de energía propio de una gran rasca gringa,
dio para destruir espejos, vidrios, baños y otras cosas más. También para
orinar en la calle simulando ser mangueras surtidoras (no comments) y llamar la atención de la policía, quienes SI, a punto de pistola, lograron
calmarlos y devolverlos a cierto estado de normalidad en el que Lochte quiso
arreglar las cosas sacando billetes verdes de su cartera. Billetes que, por
cierto, no lograron el efecto deseado. Lo siguiente fue convertirse en
victimas. Elemental, dear Watson.
Desde el primer día que Rio comenzó su andadura hacia ser
sede de las primeras olimpiadas realizadas en Latinoamérica, una de las cosas
que jugó en contra de la ciudad fue su notable índice de delincuencia callejera
y violencia. Está entre las primeras cinco ciudades más peligrosas del mundo, con
un índice promedio de 18 asesinatos por día, los cuales casi nunca se resuelven
sentenciando un culpable. Lo más probable es que si usted llega a Rio, llámese
Ryan Lochte o Pedro Pérez, a usted lo asalten.
Eso debe haber pensado Lochte cuando se dio cuenta de haber armado el
escándalo que armó, asustado, pensando que descubrirían su farra (eso tiene la
fama, a uno siempre lo descubren) y que su novia, la súper modelo Kayla Rae, se
iba a enterar y enseñar sus malas pulgas.
Lo que Lochte no sabia, o no atinó a pensar (cosas de la caipiriña) es
que el gobierno de Rio estaba decidido a no permitirle a esas estadísticas que
ensucian tanto el buen nombre de la
ciudad como el de las olimpiadas que se hicieran patentes. Si algo podían tener
seguro los atletas participantes en el evento olímpico es que ni un inocente
acto de hurto, iría a quedarse impune. Por eso actuaron, y descubrieron todo.
Tan solo en tres días, el 17 de agosto, la fiscalía puso al descubierto el embuste, detuvo a los tres nadadores restantes en el avión en que salían de Rio (y contaron la verdad exacta, pues Lochte ya había regresado
a USA, tan pronto obtuvo su única medalla de oro y en vísperas del fallo de la Fiscalía de Rio de Janeiro), retiró sus pasaportes, emitió sentencias, impuso multas y emitió un fallo que dejó al descubierto
una patraña, hablando de una grave ofensa.
Bastante mayor era, y es, la ofensa del pueblo carioca. Si algo
trajo como consecuencia este desafortunado accidente es que los cariocas se
sintieron tan burlados como juzgados, con toda la razón; habían puesto de lado
los incontables problemas de un país desbaratándose entre corrupción y
malandraje de muchos tipos, para darle la bienvenida a estrellas del deporte mundial en una ciudad en la que el deporte es cosa
seria. Pues bien, vino uno de ellos, precisamente, uno de los grandes nombres
de la natación mundial, el eterno rival de Michael Phelps, a inventar esta
bochornosa historia. A escudar su mala noche en la mala fama de un Rio de Janeiro mas herido por lo que se dice que por lo que se hace.
Mucho se ha dicho después del domingo 21, hasta que se trata de
uno de los peores juegos, a nivel organizativo, de la historia. Sin embargo,
nada ha hecho tanto daño a quien creyó haberse salido con la suya y al país que
representa como el enorme embuste de Ryan Lochte, un nadador que acumula
premios, medallas y reconocimientos al
tiempo que pierde apoyo de patrocinantes y crédito de admiradores. Un portavoz del COI dijo en
la televisión que se trataba de una muchachada, que lo mejor era restarle
importancia y se encogió de hombros. Lamentablemente para él, de este lado de
la pantalla hay quienes tienen suficiente capacidad de juicio. Es cierto, fue
una muchachada; el asunto es que la cometió un hombre de 32 años, estrella del
deporte mundial, admirado por el mundo entero, que no se ha disculpado
suficientemente ante un pueblo que abrió las puertas de su casa y lo invitó a sentarse.
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