Mérida, territorio gocho donde los haya (tal vez, medio grado
menos que San Cristóbal, discutible) aun saca cuentas del resultado de las
jornadas de protesta que, entre el 12 de febrero y más o menos finales de
abril, pusieron al país a pensar en la conveniencia de seguir brindando apoyo
(incomprensible) al régimen comunista heredado del difunto. Esas cuentas,
desafortunadamente, incluyen lo que a la vida de los merideños de bien, le
quitó o le dio, vivir un par de meses entre escombros, morteros y perdigonazos;
así como vivir con el susto de una repentina encanada, la nueva afición de los
camaradas defensores de la patria, aunque para ello haga falta dejar de lado la
manía de comportarse con decencia.
Hoy le tocó a Erasmo y Malala, una pareja de esas de toda la
vida, profesores universitarios, depositarios de buenos y malos momentos de
vida (alguno muy malo que no viene a cuento) cuyos apellidos son conocidos
porque, junto a otros muchos, definen lo que de merideño tiene la merideñidad.
Hace algunos años, cuando todavía la familia era un proyecto al que había que
ponerle empeño, un poco antes de que nos voltearan el calcetín, Erasmo y Malala
se anotaron en un "proyecto habitacional" que les garantizaba una
casa bonita y sin pretensiones, en una zona chévere de esta ciudad que
enloquece a dentelladas. La urbanización, que ha conocido todas los tropiezos
de los asuntos comunitarios venezolanos, llegó a buen fin hace por lo menos 17
años en un esfuerzo, no exento de autoridad reprobable, al mando de Fernando, un
abogado, profesor universitario, como todos los 38 cabezas de familia que
integran la comunidad de marras. Allí, Erasmo, Malala, Fernando y todos los demás
crecieron junto con sus vidas en un holgado espacio de convivencias amables.
Hasta que llegó el señor de Sabaneta a convertirnos el país en una cancha de
bolas criollas y Fernando transmutó en ciego admirador, enemigo de la plusvalía,
la propiedad privada y la buena vida, para desgracia de Malala - sobre todo - y
los pocos metros de grama que la separan de ese ideal comunista.
No ha habido paz ni sosiego. Una día sí y otro también, quítame tu estas pajas, es suficiente motivo para que los antepasados pueblerinamente ilustres de Malala, incomoden hasta la esquizofrenia el talante "igualitario" de Fernando. Tanto que, llegada la mala (malísima) hora a casa de Malala, Fernando dictaminó, palabras más palabras menos, que se lo tenía buscado.
Sin solución, los vecinos distanciaron sus tratos hasta hacerlos inexistentes y cada uno desde sus silencios, defendió su vida y su derecho a vivirla como bien le plazca, hasta que las guarimbas cambiaron para siempre la faz de lo que somos.
Malala nunca tomó mayor parte en una trinchera. Para empezar, no había una que estuviera tan cerca de su casa como para ella haberse dedicado a, por ejemplo, hacerle desayuno a los muchachos que la cuidaban. Pero, alguna estaba a distancia caminable y como cientos de otras personas, alguna vez Malala le acercó unas latas de Coca Cola a los guarimberos de su barrio. No fue ella la única, repito. Tampoco era la única enfrentada a Fernando por afiches del muerto en lugares inconvenientes, o medidas (comunales) que a la comunidad le parecían, por lo menos, indebidas. Es, eso sí, la más cercana y quizás la que revuelve todos los temores de Fernando, a la hora de intentar convencer al colectivo de las bondades (inexistentes) del "legado"
El lunes pasado Malala despertó con la mala nueva de entender hasta dónde puede llegar un vecino guapo y apoyado: una citación de la Fiscalía, debido a una denuncia puesta por "un grupo de vecinos" en su contra, la acusa de "intentos de desestabilización" y otras perlas legales que no se entienden (de guarimbera, pues). Desde entonces, la vida de Malala y Erasmo, en el umbral de la jubilación-tranquila-para-vivir-la-vida, está volteada al revés. No es un chiste pensar que en algún momento, aparezcan antecedentes penales o algo mucho peor en la vida de un par de profesores de idiomas que lo único que quieren es que la vida se parezca de nuevo a una cosa que ambos conocieron, es perfectible y se llama democracia.
Para eso sirve la ley de quienes la hacen…
No ha habido paz ni sosiego. Una día sí y otro también, quítame tu estas pajas, es suficiente motivo para que los antepasados pueblerinamente ilustres de Malala, incomoden hasta la esquizofrenia el talante "igualitario" de Fernando. Tanto que, llegada la mala (malísima) hora a casa de Malala, Fernando dictaminó, palabras más palabras menos, que se lo tenía buscado.
Sin solución, los vecinos distanciaron sus tratos hasta hacerlos inexistentes y cada uno desde sus silencios, defendió su vida y su derecho a vivirla como bien le plazca, hasta que las guarimbas cambiaron para siempre la faz de lo que somos.
Malala nunca tomó mayor parte en una trinchera. Para empezar, no había una que estuviera tan cerca de su casa como para ella haberse dedicado a, por ejemplo, hacerle desayuno a los muchachos que la cuidaban. Pero, alguna estaba a distancia caminable y como cientos de otras personas, alguna vez Malala le acercó unas latas de Coca Cola a los guarimberos de su barrio. No fue ella la única, repito. Tampoco era la única enfrentada a Fernando por afiches del muerto en lugares inconvenientes, o medidas (comunales) que a la comunidad le parecían, por lo menos, indebidas. Es, eso sí, la más cercana y quizás la que revuelve todos los temores de Fernando, a la hora de intentar convencer al colectivo de las bondades (inexistentes) del "legado"
El lunes pasado Malala despertó con la mala nueva de entender hasta dónde puede llegar un vecino guapo y apoyado: una citación de la Fiscalía, debido a una denuncia puesta por "un grupo de vecinos" en su contra, la acusa de "intentos de desestabilización" y otras perlas legales que no se entienden (de guarimbera, pues). Desde entonces, la vida de Malala y Erasmo, en el umbral de la jubilación-tranquila-para-vivir-la-vida, está volteada al revés. No es un chiste pensar que en algún momento, aparezcan antecedentes penales o algo mucho peor en la vida de un par de profesores de idiomas que lo único que quieren es que la vida se parezca de nuevo a una cosa que ambos conocieron, es perfectible y se llama democracia.
Para eso sirve la ley de quienes la hacen…
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