Cuando Guillermo estudiaba Ingeniería Electrónica en la
Universidad Simón Bolívar de Caracas, a principios de los 90´s , entendió que su
futuro profesional, si le era reservado alguno, no estaba necesariamente, en
esa ciudad que para entonces era – todavía – la sucursal del cielo. Caraqueño, hijo de padre Barquisimetano (de los que no
dan un paso sin el cuatro y el casabe) y madre "isleña" (De Santa
Cruz de Tenerife, para ser exactos) Guillermo creció aprendiendo por igual a
disfrutar de las arepas que hacia su papá, como nadie, y de las rosquillas que
su mamá cocinaba valiéndose de una receta que pedía la harina que lleve. Como quien dice, literalmente, entre el
puchero Canario y el Hervido Cruzado, Guillermo es el mestizo típico de clase
media, a quien sus padres inculcaron como valor principal, el cariño más
profundo por esta tierra que había acogido a la familia materna en su huida de
las dificultades españolas que todos conocemos. También una gran habilidad para
entenderse con los fogones y una destreza para el cuajao de cazón que hasta ahora yo no le he conocido a nadie, aprendida
en aquellos años de El Tigre, en los que, además, aprendió a vivir lo mejor y
lo peor del "calor venezolano".
Graduado con honores
después de unos años de estudio en los que padeció como pocos las estrecheces
de una familia obligada a compartir sus churupos entre 5 hermanos igual de
necesitados, Guillermo, junto al título flamante de Ingeniero, guardó con el
mismo celo sus dos pasaportes. Por si acaso; y se puso como loco a prepararse
para obtener la mejor calificación posible en el indispensable TOEFFL. Quienes
estuvimos cerca de él en esos tiempos supimos, sin dudarlo ni un instante, que
las maletas de Guillermo dormían con él bajo su cama.
Guillermo es uno de
mis amigos más cercanos, uno de esos hermanos que uno tiene porque decide
escogerlos. Creo que lo conozco muy bien y me siento muy orgulloso de que esa
amistad haya durado por tantos años a pesar de nuestros permanentes desacuerdos
y esa distancia enorme que me impide verlo con la frecuencia deseada. Por
decisión suya, sin que mediara ninguna consideración de otro tipo salvo su
deseo de no estar aquí, Guillermo vive en Estados Unidos hace rato, tan feliz como
la buena vida que lleva se lo permite. Es el premio a una constancia de santo
que no ha conocido ni una vacilación de minutos en su camino a meta. Guillermo
no se sentó en una silla a esperar la llamada de la suerte, no condicionó su
"escape" a ninguna cosa que no pudiera manejar con sus propias manos
y ni siquiera intentó "tirar la parada". Desde el minuto cero, es
decir, cuando se vio de toga y birrete en el paraninfo de la USB, todos los
esfuerzos de Guillermo apuntaron a un cambio definitivo de aires, cosa que
consiguió, sin detenerse a sentir nostalgias trampeadoras. Como un presagio,
Guillermo puso a favor de su objetivo final la seguridad que da entender
cabalmente que, mudarse a otro país significa, siempre, aprender a vivir
como se vive en ese país. Que no hay, ni habrá, otra manera de enfrentar un
destino que usualmente está plagado más de incertidumbres que de sinsabores.
Guillermo llegó a
Estados Unidos con dominio del idioma en el que hablan la mayoría de las
personas que viven allá, se esforzó por unirse a una empresa suficientemente
sólida, ahorró para tiempos lluviosos; pero, sabía desde el primer día que si
tal cosa salía mal (cosa que en un alto porcentaje de veces acontece) tenía un
plan B al que echar mano, para sobrevivir. Él tuvo siempre la certeza de que le
esperaba un trabajo duro así como la mejor disposición a partirse el lomo.
De esa forma y sin permitirle a nada ni nadie que se convirtiera en obstáculo para la vida escogida, Guillermo acaba de celebrar 20 años de residencia en Estados Unidos, mantiene viva la costumbre de invitar amigos a comer arepas los domingos y cada Diciembre esos mismos amigos le ayudan a preparar sus deliciosas hallacas. Pero, hasta ahí. No se permite nostalgias dolorosas, ni está esperando ningún "cambio de circunstancias" para regresar a compartir con alguien los cuentos del exilio. No opina sobre lo-que-nos-está-pasando porque no lo vive y jamás ha mandado a nadie a "dar su vida por la patria" (que dejó atrás)
Vive, ama, es amado, progresa y disfruta el destino que se labró a fuerza de una constancia indoblegable. Casi nunca recuerda que es un migrante y no posee ni una sola historia, por pequeña que sea, en la que haya sido víctima de discriminación o xenofobia.
Guillermo no ha renunciado a su pasado ni abjurado su nacionalidad de origen. Guillermo escogió una manera de vivir fuera de estas convulsionadas fronteras, porque siempre supo que tenía derecho a escoger la buena vida que quería vivir, cosa sobre la cual no acepta juicios.
Todo lo demás le importa realmente poquísimo.
De esa forma y sin permitirle a nada ni nadie que se convirtiera en obstáculo para la vida escogida, Guillermo acaba de celebrar 20 años de residencia en Estados Unidos, mantiene viva la costumbre de invitar amigos a comer arepas los domingos y cada Diciembre esos mismos amigos le ayudan a preparar sus deliciosas hallacas. Pero, hasta ahí. No se permite nostalgias dolorosas, ni está esperando ningún "cambio de circunstancias" para regresar a compartir con alguien los cuentos del exilio. No opina sobre lo-que-nos-está-pasando porque no lo vive y jamás ha mandado a nadie a "dar su vida por la patria" (que dejó atrás)
Vive, ama, es amado, progresa y disfruta el destino que se labró a fuerza de una constancia indoblegable. Casi nunca recuerda que es un migrante y no posee ni una sola historia, por pequeña que sea, en la que haya sido víctima de discriminación o xenofobia.
Guillermo no ha renunciado a su pasado ni abjurado su nacionalidad de origen. Guillermo escogió una manera de vivir fuera de estas convulsionadas fronteras, porque siempre supo que tenía derecho a escoger la buena vida que quería vivir, cosa sobre la cual no acepta juicios.
Todo lo demás le importa realmente poquísimo.
Muy bueno, tengo un caso muy cercano parecido a Guillermo... también egresado de la Simóm
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