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Voy a quedarme bruto, sin estudios y
sin un coño de futuro. Ya estoy hasta el tope de andar con la ladilla de la tal
PINA que solo la aprueban los que pagan y además, pa’irme pa’ Caracas a que me
maten un par de malandros que anden tirando físico, o me metan preso por andar
caminando pa’ mi casa, prefiero que me encierres en un reformatorio….a mi me
sacas de aquí, me ayudas de alguna manera a irme de aquí, así sea pa’ Cúcuta…yo
me voy de esta vaina….!!!
David tiene 17 años. Su mamá, casi cuarenta. Es el único hijo
de una mujer que ha luchado a brazo partido por la felicidad de ese hijo que la
vida le regaló, como consuelo a unos amores que deberían figurar en el
diccionario como definición de la palabra desdicha. La mamá de David se dejaría
cortar ambas piernas si con ello garantiza una buena vida para el retoño. David
acaba de terminar el bachillerato y es, ni más ni menos, un muchacho de 17
años: inmaduro, poco culto, impaciente, con la información fundamental para ir
arriando la vida y calificaciones que no sobrepasan la media normal de un chamo
cuyo único oficio en la vida es estudiar. Dos amigos de David, de su misma
edad, ya exhiben cicatrices de perdigones y un tercero murió a los 15 años, al
atravesársele en la vida una bala perdida. David parece enfermo de rabia desde
entonces. Quisiera ser arquitecto, pero, aunque ha estudiado a conciencia para
aprobar la prueba de admisión, los cortes de calificaciones continúan dejándolo
de finalista, no muy lejos de la meta.
La mamá de David está viviendo el peor momento de su vida; todos los días redobla la ración diaria de Padrenuestros para que su hijo llegue a casa. Hace mucho tiempo no duerme una noche completa y eso empieza ya, a notársele en la cara. Sin darle detalles a David, está apurando trámites para hacer efectiva una beca de estudios que le ofreció una vez La Universidad Complutense. Ella sabe que es el último tren. Se van, ella y su hijo, a buscarse la vida en Madrid dejando atrás los almuerzos en casa de su amplia familia, el pasado que se había convertido en futuro brillante (para ella), la rabia sorda de David y algo que se parece al primer amor del crio. A las oraciones de cada día, ella agrega una para que David sonría cuando esté frente al Bernabeu. Si eso sucede, comprenderá que ha salvado la vida de su hijo y sentirá que ha valido la pena.
Daniela tiene 20 años. Después de probar suerte en varias alternativas de estudio, inscribirse en dos o tres universidades privadas y saltar por varias especialidades de eso que llaman “el sector salud” hace poco decidió enseriarse en una conversación definitiva con su padre, un empresario hecho a si mismo que tiene como único objetivo en la vida hacer felices a sus hijas. O se convierte en odontóloga o van a tener que mantenerla por toda la vida. Sencillamente, ella, desde que tiene uso de razón ha jugado a sacar dientes con mucha más suerte que el mismísimo Ratón Pérez. Bisnieta, Nieta, hija y hermana de egresados ULANDINOS, a todos en su familia se le hizo lógica la entrada de Daniela a la Universidad de Los Andes y su posterior paso por el Aula Magna en que casi toda su familia ha recibido uno o varios títulos profesionales. No se dio. Por alguna razón inexplicable para todos, la niña no ha podido acceder a lo que parece ser la facultad con mayores complicaciones de ingreso en la ULA.
Daniela no entiende razones. Está viendo pasar el tiempo y aunque no tiene quejas de nada, es la única de sus amigas que no sufre por exámenes parciales ni rechaza invitaciones para quedarse estudiando y eso parece que le está haciendo roncha. No es responsabilidad suya, sin embargo. Daniela tiene un excelente promedio y ha intentado en serio, dejar la vida de bella durmiente, sin éxito.
Hace un mes Daniela está matriculada en una universidad Bogotana a la que entró después de presentar un par de sencillas pruebas actitudinales. Su padre (proveedor insigne) nunca tuvo que entregar papel alguno en el que se estableciera su situación financiera. Daniela logró el cupo en esa universidad por pura gracia de su inteligencia. Preguntada por el futuro, la única cosa que no se le ha cruzado por la cabeza es volver a su tierra a montar una clínica. Ella está apuntando a una mayor lejanía, y todavía no sabe si llegará a ser odontólogo algún día. Todos (ella la primera) suponen que sí y que será pronto.
El papá de Alejandro es mecánico automotor. La mamá de Alejandro, no se sabe. Alejandro comparte con su padre el despecho de haber sido y el dolor de ya no ser. Hijo mayor de tres hermanos, ayuda con la mesa, la comida y las penurias de una familia cuya disfuncionalidad la hace incluso adorable. Al papá de Alejandro lo han asaltado “un millón de veces” Puestos a hablar del tema, el mecánico más solicitado de la ciudad no tiene mejores anécdotas, que narrar cada una de las veces que zagaletones de barrio le han dejado con el credo en la boca. Hace cuatro meses, tres chamos de la edad de Alejandro, se metieron por el techo del taller, se llevaron todos los repuestos y partes automotrices que pudieron carretear y le metieron dos tiros a cada uno de los tres perros que Alejandro y su papá cuidaban como se cuida a la extensión de la familia. Cuando Alejandro recibió la llamada de su padre, para pedirle que fuera al taller a ayudarlo a recoger el reguero de desgracias, Alejandro solo tuvo fuerzas para llorar desesperadamente, la muerte de sus tres perros.
Esa tarde el papá de Alejandro habló con su único hermano, un tipo muy arriesgado que vive en Melbourne hace unos 5 años. La conversación duró casi una hora. Cuando puso el teléfono en la mesa de noche, Alejandro, testigo excepcional de la conversación, solo atinó a preguntarle ¿Cuándo nos vamos?
El domingo pasado los cuatro hombres de esa familia, (el menor de solo 6 años) se montaron en un taxi que los llevo a Cúcuta, de allí en un avión que los llevó a Bogotá y de Bogotá, un avión que los puso en Melbourne, previa parada de dos días en Buenos Aires. Todos los arreglos del viaje, por cierto, se los encargaron a una pequeña agencia de viajes que ofrece esa novedosa ruta de escape. En Melbourne, el hermano los acogió con la solidaridad que solo tienen los que se fueron.
Esta lista es larga, es la lista de nuestras circunstancias; pero, no puedo seguir escribiendo, acaban de avisarme que han asesinado al hermano de una amiga muy querida, un comerciante de mucho éxito al que le metieron dos tiros por encontrarse en uno de sus negocios en la mala hora de un atraco de los nuestros de cada día. La de él, es otra historia. Voy para la funeraria antes de que caiga la noche y cierren sus puertas. Tengo que dar un abrazo a mi amiga.
La mamá de David está viviendo el peor momento de su vida; todos los días redobla la ración diaria de Padrenuestros para que su hijo llegue a casa. Hace mucho tiempo no duerme una noche completa y eso empieza ya, a notársele en la cara. Sin darle detalles a David, está apurando trámites para hacer efectiva una beca de estudios que le ofreció una vez La Universidad Complutense. Ella sabe que es el último tren. Se van, ella y su hijo, a buscarse la vida en Madrid dejando atrás los almuerzos en casa de su amplia familia, el pasado que se había convertido en futuro brillante (para ella), la rabia sorda de David y algo que se parece al primer amor del crio. A las oraciones de cada día, ella agrega una para que David sonría cuando esté frente al Bernabeu. Si eso sucede, comprenderá que ha salvado la vida de su hijo y sentirá que ha valido la pena.
Daniela tiene 20 años. Después de probar suerte en varias alternativas de estudio, inscribirse en dos o tres universidades privadas y saltar por varias especialidades de eso que llaman “el sector salud” hace poco decidió enseriarse en una conversación definitiva con su padre, un empresario hecho a si mismo que tiene como único objetivo en la vida hacer felices a sus hijas. O se convierte en odontóloga o van a tener que mantenerla por toda la vida. Sencillamente, ella, desde que tiene uso de razón ha jugado a sacar dientes con mucha más suerte que el mismísimo Ratón Pérez. Bisnieta, Nieta, hija y hermana de egresados ULANDINOS, a todos en su familia se le hizo lógica la entrada de Daniela a la Universidad de Los Andes y su posterior paso por el Aula Magna en que casi toda su familia ha recibido uno o varios títulos profesionales. No se dio. Por alguna razón inexplicable para todos, la niña no ha podido acceder a lo que parece ser la facultad con mayores complicaciones de ingreso en la ULA.
Daniela no entiende razones. Está viendo pasar el tiempo y aunque no tiene quejas de nada, es la única de sus amigas que no sufre por exámenes parciales ni rechaza invitaciones para quedarse estudiando y eso parece que le está haciendo roncha. No es responsabilidad suya, sin embargo. Daniela tiene un excelente promedio y ha intentado en serio, dejar la vida de bella durmiente, sin éxito.
Hace un mes Daniela está matriculada en una universidad Bogotana a la que entró después de presentar un par de sencillas pruebas actitudinales. Su padre (proveedor insigne) nunca tuvo que entregar papel alguno en el que se estableciera su situación financiera. Daniela logró el cupo en esa universidad por pura gracia de su inteligencia. Preguntada por el futuro, la única cosa que no se le ha cruzado por la cabeza es volver a su tierra a montar una clínica. Ella está apuntando a una mayor lejanía, y todavía no sabe si llegará a ser odontólogo algún día. Todos (ella la primera) suponen que sí y que será pronto.
El papá de Alejandro es mecánico automotor. La mamá de Alejandro, no se sabe. Alejandro comparte con su padre el despecho de haber sido y el dolor de ya no ser. Hijo mayor de tres hermanos, ayuda con la mesa, la comida y las penurias de una familia cuya disfuncionalidad la hace incluso adorable. Al papá de Alejandro lo han asaltado “un millón de veces” Puestos a hablar del tema, el mecánico más solicitado de la ciudad no tiene mejores anécdotas, que narrar cada una de las veces que zagaletones de barrio le han dejado con el credo en la boca. Hace cuatro meses, tres chamos de la edad de Alejandro, se metieron por el techo del taller, se llevaron todos los repuestos y partes automotrices que pudieron carretear y le metieron dos tiros a cada uno de los tres perros que Alejandro y su papá cuidaban como se cuida a la extensión de la familia. Cuando Alejandro recibió la llamada de su padre, para pedirle que fuera al taller a ayudarlo a recoger el reguero de desgracias, Alejandro solo tuvo fuerzas para llorar desesperadamente, la muerte de sus tres perros.
Esa tarde el papá de Alejandro habló con su único hermano, un tipo muy arriesgado que vive en Melbourne hace unos 5 años. La conversación duró casi una hora. Cuando puso el teléfono en la mesa de noche, Alejandro, testigo excepcional de la conversación, solo atinó a preguntarle ¿Cuándo nos vamos?
El domingo pasado los cuatro hombres de esa familia, (el menor de solo 6 años) se montaron en un taxi que los llevo a Cúcuta, de allí en un avión que los llevó a Bogotá y de Bogotá, un avión que los puso en Melbourne, previa parada de dos días en Buenos Aires. Todos los arreglos del viaje, por cierto, se los encargaron a una pequeña agencia de viajes que ofrece esa novedosa ruta de escape. En Melbourne, el hermano los acogió con la solidaridad que solo tienen los que se fueron.
Esta lista es larga, es la lista de nuestras circunstancias; pero, no puedo seguir escribiendo, acaban de avisarme que han asesinado al hermano de una amiga muy querida, un comerciante de mucho éxito al que le metieron dos tiros por encontrarse en uno de sus negocios en la mala hora de un atraco de los nuestros de cada día. La de él, es otra historia. Voy para la funeraria antes de que caiga la noche y cierren sus puertas. Tengo que dar un abrazo a mi amiga.
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